Somos los Hijos de la Tierra

Lara volvió de clase, para encontrarse con su madre. Por última vez. No entendía nada. No entendía por qué.

A los doce años, su intelecto había destacado en matemáticas, y en otras ciencias, con notas que sorprendieron a propios y extraños. Su mente lúcida y clara era un ejemplo de deducción y lógica. Y, precisamente por eso, no podía entender. No quería entender.

Entró en casa, y vio a su madre descansando. Parecía dormida, pero no lo estaba. La madre sonrió, y sin abrir los ojos, comentó:

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─Lara. Llegas pronto. ¿Quieres que te prepare algo?
─Madre, cómo puedes pensar en eso ahora. Hoy. ─La madre abrió el azul de su mirada. Sus ojos brillaban. Pero no perdió la sonrisa. Se acercó a ella, y luego se sentó en un sofá. Con un gesto le pidió que se sentara al lado. Lara se acercó, y se sentó al lado en un borde, con la espalda completamente recta, y con la mirada perdida. La madre comentó:
─No tienes que tener miedo. Esto lleva sucediendo desde hace mucho, mucho tiempo.
─Pero madre, yo quiero estar contigo. Yo… ─La madre levantó la mano levemente. Luego contestó:
─Te contaré una historia. Antes se contaba cuando los hijos eran pequeños. Pero en los últimos años se decidió contarlo a última hora, antes de partir, para que no afecte al desarrollo emocional de los jóvenes.
─¿Qué historia, madre?
─Verás ─comentó la madre suspirando─. Nosotros no hemos vivido siempre aquí. La humanidad no vivió en este paraíso en sus orígenes. Vivíamos en otro lugar.
─¿Cómo es eso posible? ¿No es este nuestro hogar?
─Lo es ahora. Pero no siempre fue así. Nosotros somos humanos, y somos libres de elegir nuestro camino. Pero hubo un origen. Una primera humanidad. Un tiempo aciago, difícil, en el que la humanidad luchaba por sobrevivir. Por diferencias banales y absurdas. Y por recursos escasos por los que competían. Y devoraban vidas para alimentarse. Mataban por necesidad. Y también por placer.
─Madre, eso es terrible.
─Puede, pero recuerda que a ellos les debemos lo que somos. Aquellos primeros hombres y mujeres son recordados con un nombre.
─Qué nombre es ese.
─El nombre que les damos actualmente es el de Los Hijos de la Tierra.
─¿La Tierra?
─La Tierra era un planeta. El tercero de un sistema estelar llamado Sol. Allá la humanidad vivía y crecía, junto a otras especies.
─Madre, eso está prohibido. No se pueden alterar los ecosistemas de los mundos vivos.
─Eso es ahora. Entonces la humanidad era joven. Agresiva. Egoísta. Orgullosa. Creyeron que el planeta sería eterno. Creyeron que podrían crecer eternamente. Pensaron que podrían consumir todos los recursos de ese mundo sin control.
─¡Pero eso es absurdo! ─Exclamó Lara. La madre sonrió y asintió levemente.
─Sí. Ellos lo sabían. Pero no les importaba. Su codicia era mayor. Se inventaban excusas, cada vez más absurdas, para creerse sus propias mentiras y engaños.
─¿Y qué pasó?
─Pasó, lo que tenía que pasar. Llegó un momento en el que las condiciones fueron terribles, y empezó a morir mucha gente por la sequía, la falta de recursos, y la escasez de alimentos. Primero miles. Luego millones. Pero, afortunadamente, alguien había pensado en eso.
─¿El Fénix? ─¿Es ahí de donde viene el nombre? ¡Ahora lo entiendo! ─La madre asintió de nuevo.
─Exacto. El fénix es el nombre de un ave que renace de sus propias cenizas. Un grupo de hombres y mujeres, desesperados, crearon un hábitat mínimo, para algo más de cinco mil personas. Con lo necesario para emprender un viaje al infinito. Una nave sin control, sin rumbo, sin destino, lanzada al espacio. Una nave equipada con los elementos básicos para la vida, y con el material necesario para mejorar la propia nave.
─¿Fue entonces cuando comenzó todo?
─Efectivamente. Aquellos hombres y mujeres modificaron la estructura básica de la nave poco a poco, aún dentro del sistema solar. Desarrollaron un motor dentro de la propia Fénix, y aprendieron a controlar la nave. Aprendieron también a explotar los recursos del sistema solar primero, y, con los años y los siglos, construyeron un nuevo Fénix, sobre el Fénix anterior. Aquella nueva nave era mucho más grande, mucho más rápida, y mucho más sofisticada. Se lanzaron por fin a las estrellas. Y entonces, comprendieron la verdad.
─¿Qué verdad? ─Preguntó Lara extrañada.
─Que la nueva Fénix era una nave magnífica. Era un nuevo hogar. Una nueva Tierra. Pero la población crecía. Y ocurría lo mismo que había ocurrido en la Tierra: la nave no podría dar cabida a toda la creciente humanidad. ─Lara torció el gesto. Empezaba a comprender.
─Ya… ya veo. Por eso… yo… ─La madre la miró. Sus ojos estaban humedecidos. Pero no dejaba de sonreír. Le acarició el cabello, y siguió:
─Así es. Por eso tienes que irte. Comprendimos entonces que no podemos dejar de crecer, como individuos, y como especie. Pero ni siquiera la Fénix tiene los recursos infinitos para una población creciente. Por eso, cada ciento cincuenta años, se termina la construcción de una nueva nave Fénix, más pequeña, pero que irá creciendo paulatinamente. Una parte de la población ha de partir en esa nueva Fénix, e iniciar su propio camino.
─Pero, ¿por qué no ir juntos, todas las naves?
─Al principio las nuevas naves viajaban en formación. Pero poco a poco cada nave entendió que querían explorar su propio camino. Su propia historia. Construir su futuro. Las naves partieron. Nunca más supimos de ellos.
─¿Quieres decir que hay naves Fénix como la nuestra viajando por la galaxia? ─La madre asintió, y contestó:
─Exacto. La vida humana se expande, y los mundos que se usan para construir nuevas naves han de ser mundos sin vida. Tocar la vida está prohibido. Toda vida es sagrada, pero la galaxia está repleta de recursos. Ya no hay escasez. El precio: vivir en mundos construidos por nosotros mismos, respetando toda vida. En la Tierra, y en el universo. Aquella fue una lección que aprendieron Los Hijos de la Tierra. Fue un precio muy alto. Pero, al final, mereció la pena.

Ahora era Lara a la que le brillaban los ojos. Miró a su madre, y dijo:
─Y yo soy una de las destinadas a la nueva nave Fénix.
─Exacto. Y es un honor. Tú comenzarás tu propia senda, con tu propia gente.
─¿Y por qué no vienes conmigo?
─Porque la población que ha de partir se estipula en base a parámetros de optimización de recursos humanos. Tú eres brillante. Te necesitarán en la nueva Fénix, mucho más que la falta que haces aquí.
─Pero… yo no quiero abandonarte.
─Hija, y yo no quiero que te vayas. Pero hemos de hacer sacrificios por un bien mayor. Tú continuarás tus estudios en la nueva Fénix, y ayudarás a crear un nuevo camino, una nueva esperanza, para la humanidad.

Lara se abrazó a su madre. Ahora sí lloraba.
─No es justo… ─Gimió Lara. ─¡No es justo!
─¿No lo es? No olvides que somos una especie. Nos debemos unos a otros. No podemos anteponer nuestros sentimientos, ni siquiera nuestro amor, al futuro de la humanidad. Para abrir nuevos caminos de futuro, la senda se ha de manchar con las lágrimas de los que abren esos caminos. Y también de los que despiden a esos que se van.
─¿Podremos comunicarnos? ─Preguntó Lara sin estar muy convencida.
─No. Durante el tiempo que se puedan establecer comunicaciones, estas solo están permitidas para emergencias. Al partir, es mejor no echar la vista atrás, Lara. Es mejor mirar adelante. Adelante siempre. Nunca olvides tu pasado. Pero no eches la vista atrás. Jamás.

Lara se mantuvo en silencio unos instantes. Sonó un timbre. Alguien entró. Su cara era seria. Era un hombre ya mayor. Miró a Lara. Luego a la madre. Y dijo:

─Es la hora.
─¿Ya? ¿Ahora? ─Preguntó Lara casi aterrada.
─Sí ─Respondió con una voz tenue la madre─. Es mejor no esperar. Lo que has de vivir, lo has de vivir ya.
─Pero madre… ─La madre se levantó. La tomó de la mano. Y la llevó a aquel hombre. Le dijo:

─Te entrego a mi hija para la Fénix XXIII. Cuida de ella.
─Con mi vida ─Contestó él.
─¿Quién es este hombre, madre?
─Es tu nuevo guía. Los jóvenes tenéis asignados guías para el nuevo camino que os espera. Él lleva toda la vida también preparándose para este momento, y para ayudar a los jóvenes a dar el paso. Confía en él. Dará su vida por ti, si es necesario. Y te ayudará a crecer, como ser humano, y como parte de la nueva sociedad.

─Vamos ─susurró aquel hombre─ La Fénix Espera.

Lara abrazó a su madre. Y esta a ella. Pronto salió de la habitación. Miró a su madre por última vez, y preguntó:

─¿Estarás bien, madre?
─Claro que no. Pero seré feliz, porque mi hija es una nueva hija de las estrellas, y ayudará a crear un nuevo hogar para la humanidad. Estoy muy orgullosa de ti.
─Madre, yo… ─La madre levantó la mano sonriente, y dijo:
─Recuerda lo que te he dicho: sin mirar atrás. Tu destino te espera.

Aquel hombre tomó la mano de Lara, y le dijo:
─Ven. Conocerás a tus compañeros. Tienen edades en torno a la tuya. A algunos ya los conoces. Enseguida serás una líder innata de la nueva Fénix. Todos sabemos eso. Por eso vienes con nosotros. Por eso has sido elegida.

Lara tomó la mano de aquel hombre. Comenzó a caminar, a lo largo del pasillo. Su corazón sufría. Pero en su mente resonaban unas palabras:

«Sin mirar atrás. Tu destino te espera».

I. Campomanes. Noviembre 2017.

 

 

Autor: Fenrir

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