Siempre he creído que el orgullo de un ser humano crece cuando mira abajo, y se extingue conforme levanta la vista. Y, cuando se mira a las estrellas, el poco orgullo que le pudiese quedar a un individuo, se convierte en humildad, y la jactancia, en asombro. La arrogancia en recogimiento, y la ignorancia en conocimiento y poder. Naturalmente, es vital que ese ser humano no mire con la vista, sino con lo que algunos llaman el alma, o espíritu, o luz interior, llámelo como quiera. Y, para eso, se ha de poseer ese alma, algo que no todo el mundo está dispuesto a conservar a lo largo de sus vidas.
Pero aquellos que miran las estrellas, y que han conservado algo de humanidad, son convertidos por ellas. Las estrellas nos enseñan algo muy importante: nuestra soberbia, nuestros libros sagrados, nuestra arrogancia, nuestra seguridad, no son nada por sí mismos. Somos un planeta perdido entre millones de estrellas. Una civilización más, que es una chispa de racionalidad en medio de la nada. Y que, como ha aparecido, se extinguirá en la nada.
¿O no? ¿Tiene la humanidad alguna oportunidad? Hoy he estado viendo un reportaje nuevo de la NASA sobre los jóvenes que se entrenan para ir a Marte. «La generación de Marte» se titula. Fantástico reportaje de los sueños e ilusiones de un grupo de jóvenes por alcanzar nuevos mundos y nuevas estrellas. ¿Por qué ir allá? ¿Por qué ir a Marte? Ah sí, la clásica pregunta.
Permítaseme realizar otra: ¿por qué no? ¿Es que no hemos recorrido un largo camino de exploración, que nos ha llevado a sobrevivir como especie? ¿Sabe usted que, sin esa expansión, hace siglos, milenios, que seríamos polvo e historia? ¿Qué haría Dios entonces? ¿Qué harían los viejos libros sagrados, sin nadie que los lea? ¿Qué harían las pirámides sin nadie que se jacte de su poder al haberlas construido, creyéndose el centro del universo, y autonombrándose representante de Dios en la Tierra?
De todas formas, si el escenario de miles de estrellas asombra a cualquiera con algo de alma en su interior, con algo de sensibilidad, con algo de espiritualidad, sea lo que sea que signifiquen esas palabras, ¿qué no hará contemplar miles de galaxias? Eso es lo que nos trae el telescopio Hubble. Una reciente imagen captada por el telescopio espacial ha recogido una zona del espacio muy profundo poblada, no por miles de estrellas, sino por miles de galaxias. Tengamos en cuenta que es una región donde se concentran esas galaxias por atracción gravitatoria. Tengamos en cuenta que son miles de galaxias. Y tengamos en cuenta que cada galaxia se compone de una media de 200.000 millones de estrellas. Y que cada estrella tendrá de media entre 5 y 20 planetas. Y ahora, multiplique.
¿Somos el centro del universo? No; somos el centro de nuestra vanidad y soberbia. ¿Podemos mejorar ese escenario? Claro que sí. ¿Por qué no? Hemos hecho un largo recorrido. ¿Por qué detenernos ahora? Podemos explorar el sistema solar, y podemos explorar la galaxia. Llevará tiempo. Pero eso nos hará más humildes con respecto a nuestras pretensiones, y mejorará enormemente nuestras posibilidades de supervivencia como especie.
Pero explorar el universo contiene un secreto mayor: el de enseñarnos qué somos, como individuos, y como especie. Explorar el universo nos coloca en el sitio que nos corresponde, nos enseña a caminar sin ese orgullo tan dañino y que es fuente de tanto dolor, y nos hace realmente mejores personas, y, lo más importante, nos enseña a valorar más lo que tenemos y hemos conseguido, que aquello que queremos conseguir. Valorando honestamente el gran trabajo realizado hasta ahora como especie, podremos ser conscientes de que podemos aspirar a mucho más, y convertir a la humanidad en una fuente de conocimiento y sabiduría reales, y no en una fábrica de sueños materiales.
No niego la importancia de lo material. Al contrario, somos materia, y materia es lo que necesitamos para sobrevivir. Pero espero que podamos a aspirar a más. A mucho más. No podemos pretender evolucionar como especie mientras nos dedicamos a discutir por pequeñeces sobre fronteras, ideas, religiones, o causas perdidas. Esos son detalles que habremos de superar como especie, si queremos aspirar a más.
Las ideas tribales y territoriales que tanto envuelven a la civilización humana son simplemente un recuerdo de nuestros ancestros pasados, que, por mucho que les duela a algunos, siguen vivos en nosotros. Cuando superemos esos prejuicios, cuando miremos más lejos, estaremos comenzando a caminar en la correcta dirección. Y esa dirección nos lleva, inevitablemente, a las estrellas.
Ese es el error que nos envuelve a nosotros como civilización. Y del que solo nos podrán librar las estrellas. Miremos alto. Y empecemos a quemar etapas. Conquistar las estrellas es conquistar nuestro futuro. Esos jóvenes del proyecto Marte están abriendo un nuevo camino a ese futuro. Y en ellos hemos de poner nuestras esperanzas de supervivencia. O no habrá, dentro de un tiempo, nadie que pueda volver a mirar a las estrellas.
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