Este es el artículo quinientos (500) en La leyenda de Darwan. La verdad es que creí que el contador estaba mal, pero no. ¿Tanto tiempo pierdo escribiendo? Ahora entiendo por qué no tengo amigos, y las mujeres salen huyendo de mi lado.
Quinientos artículos en este perdido blog de la selva de Internet, pero donde ahí seguimos, fieles a la ciencia y a las humanidades, intentando explorar los conceptos más diversos sobre el ser humano, la vida, y el universo. He hecho de todo en esta vida, algunas de ellas inconfesables. Pero este blog es sin duda un proyecto que ha merecido la pena. No es perfecto por supuesto, ni será merecedor de mención o premio alguno ni así pasen mil años. Pero algo sí es seguro: es sincero. Y el mejor premio es el lector que pueda disfrutar con su lectura, y, sobre todo, y con un poco de suerte, terminar cualquier lectura de cualquiera de las entradas aquí expuestas, pensando que ha merecido la pena.
Ese es premio. El único premio en realidad. El resto, monumentos al ego que todos tenemos, yo también por supuesto. De hecho, es uno de mis mayores defectos. Pero, ¿cómo escribir si no se posee un gran ego? Tiene que ser grande, para que quepan todos los personajes de los universos que llevamos dentro, y que volcamos en el papel de nuestros sueños.
Para celebrarlo, vamos a hablar de Albert Einstein. Ese señor que aparece en las fotos con la lengua fuera, con el pelo blanco, y que es el paradigma del clásico científico algo loco, algo despistado, y que cada mañana descubría algún nuevo hecho científico digno del premio Nobel. Las cosas, por supuesto, nunca son tan sencillas. O casi nunca.
En una sociedad que se dedica a dinamitarlo todo, a criticarlo todo, y a darle la vuelta a todo, he visto, a lo largo de los últimos años, cómo se jugaba con la figura de Albert Einstein, analizando sus memorias, su historia, y su comportamiento sexista y machista. Eso en el plano personal. En el plano científico, más o menos era un inútil que solo sabía robarle las ideas a los demás, y en el que él no descubrió nada, o casi nada.
Por ejemplo, la relación con su mujer, y su línea de pensamiento. En la misma se suele comentar que era machista. Vamos a ver: Albert Einstein es un hombre que vivió a finales del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. ¿Qué podemos deducir de ello? Premio: que su educación era la que se recibía en aquellos tiempos. Hablamos de unos tiempos donde la mujer no podía votar, y donde estaba sometida a la voluntad del hombre de una forma y manera que hoy no podemos ni imaginar. Dicho de otro modo: si hoy la mujer todavía debe recorrer un largo camino por la igualdad de plenos derechos laborales, sociales e incluso jurídicos, en aquellos tiempos su situación era aún mucho, mucho peor.
No voy a entrar a enumerar la situación de la mujer en aquellos años, pero baste decir que era absolutamente demencial en muchos aspectos, por supuesto mucho peor de lo que es ahora, y los datos están ahí, solo hay que verlos. ¿Qué se puede deducir de esto? Efectivamente: que Einstein era un hombre de su época, con la educación de la época. ¿Era machista? ¿Quizás incluso misógino en ciertos aspectos? Claro, según los parámetros actuales, podría serlo. Y el 98% de los hombres de aquella época, que aprendieron que la mujer era más o menos un pequeño y necesario complemento del hombre, pero poco más. ¿Podemos criticar a Einstein de eso? No. ¿Podemos culpar a aquella sociedad de esas ideas? Tampoco. ¿Por qué? Porque no nos toca valorar moral y éticamente otras épocas de la historia de la humanidad. Toca analizarlas, estudiarlas, y sopesar sus pros y sus contras. Toca comprender sus pros y sus contras. Pero, como historiadores, no podemos juzgar el pasado; debemos comprenderlo. Debemos asumirlo. Pero no podemos cometer el enorme error de juzgar otros tiempos.
Cada época de la humanidad ha tenido valores concretos que eran los propios de la época. No nos corresponde juzgar a esa gente; nos corresponde comprender aquellos hechos, y aquellas costumbres, leyes, y sociedades. Además, si tenemos que valorar esa época, tendremos que darnos cuenta de que sí, en algunas cosas se ha avanzado, pero no podemos decir precisamente que este sea un mundo perfecto. Hace poco estuve en una conferencia donde tres jóvenes mujeres explicaban su experiencia en el mundo del trabajo, y que han recogido cientos de otras experiencias, y era para echarse a temblar. El machismo sigue siendo un problema enorme en nuestra sociedad. ¿Cómo vamos a juzgar otras? Dejemos los juicios para antes de que prescriban.
Cada época tiene sus demonios y sus monstruos. Pero Albert Einstein no fue uno de ellos. Por mucho que se insista en tratarlo como tal. Einstein fue un hombre que vivió y murió con sus defectos y virtudes, y su vida personal es interesante por cuanto fue un hombre especial, pero si se casó con esta o aquella, si dejó a la otra o se fue con la cuñada de la vecina de la amiga del tercero derecha es su problema. Insisto: es su problema. O mejor, fue su problema. No juzguemos a un científico por su vida personal. Incluso si hubiese sido un psicópata asesino, sus logros científicos serían igualmente impresionantes. Pero no fue un psicópata. Fue un hombre como todos, imbuido en su época y en sus costumbres. Y eso es mucho decir.
El aspecto científico en relación a Einstein es incluso peor. Acusar a Einstein de haber robado la información sobre la relatividad general, de haber manipulado personas y datos, y de ser un impostor, es cuanto menos abominable. Cosas como que fue su mujer quien desarrolló la relatividad general, y él la hizo suya. O cosas como que era su sobrina quien realizaba los cálculos. Todo es es absurdo. Pero además, es que la ciencia y la historia explican perfectamente los hechos, y su desarrollo.
No me quiero extender demasiado, simplemente pondré unos ejemplos. Para empezar, Einstein no era ese matemático increíble que se nos vendió hace años. Era un físico asombroso, no matemático asombroso. Recuerdo que de pequeño se decía: «solo tres o cuatro hombres (hombres) en el mundo entienden la relatividad general». Falso. Lo que ocurrió es que no tenía apoyos a su teoría, pero eso es muy distinto de no entender la teoría. Se entendía. No era sencilla, pero era matemáticamente y físicamente brillante. Y lo más importante: predijo hechos, como que la masa de una estrella actúa como lente gravitatoria, que resultaron ser totalmente ciertas. Y también explicó el problema de la precesión de la órbita de Mercurio, que hasta entonces no se había podido explicar, y que era debida al campo gravitatorio intenso del Sol sobre Mercurio.
Einstein era físico. Los físicos no son matemáticos. Son físicos. ¿Qué significa eso? Significa, sencillamente, que los físicos son buenos en matemáticas, pero no es su especialidad. Usan las matemáticas como herramienta principal de trabajo. Pero, para un físico, las matemáticas son un medio, no un fin. A diferencia de un matemático, donde las matemáticas son un fin.
Einstein tuvo ayuda para desarrollar sus teorías, especialmente en los aspectos matemáticos de las mismas. Todos los físicos suelen recurrir a matemáticos para el trabajo técnico, y si alguien lo duda, que hablen con los teóricos de la teoría de cuerdas. Puede que la teoría de cuerdas sea el mejor galimatías de la historia de la física. Pero matemáticamente ha sido un empuje a una gran cantidad de elementos y aspectos que se han desarrollado de forma exponencial en los últimos treinta años. Conclusión: la teoría de cuerdas no sirve para nada, pero es matemáticamente bonita e interesante. Algo es algo.
Quizás para comprender el genio que supuso Albert Einstein haya que viajar a 1905, a su «Annus Mirabilis» (traducido como «año milagroso», para los que creen que el latín es un plato típico coreano). En ese año, Einstein, en su oficina de patentes, desarrolló no una, sino cuatro teorías, cada una de las cuales merecedora por separado del premio Nobel. Solo una de esas ideas recibió el premio Nobel. Las ideas fueron.
- El movimiento browniano, o por qué las partículas disueltas en un líquido parecen moverse sin una causa aparente. Esta fue una de las bases de la teoría de la mecánica cuántica.
- El efecto fotoeléctrico, el descubrimiento que le valió el premio Nobel. Aquí se expresó de forma clara que las partículas se comportan como ondas o partículas compactas en función de la medición y tipo de experimento, zanjando un viejo problema de la física del siglo XIX. Otra de las bases que cimentó la mecánica cuántica.
- Relatividad especial, que indica que la velocidad de la luz es inmutable e independiente del observador. Esta simple apreciación guardaba en su interior un secreto sorprendente: el tiempo no es igual para todos los observadores de un fenómeno, dependiendo de sus velocidades relativas. La relatividad especial no consideraba todavía los efectos del campo gravitatorio, eso fue dado en la teoría de la relatividad general, pero supuso un impulso enorme para desacreditar por fin el concepto de «éter» que era entonces el elemento aglutinador de un tiempo y espacio absolutos.
- La equivalencia entre masa y energía dada en la más famosa ecuación de la ciencia: e=mc2, donde e es la energía, m la masa, y c la velocidad de la luz. Es decir, la masa y la energía son en realidad dos aspectos de lo mismo. Dicho de otro modo, somos energía concentrada.
Estos cuatro elementos los desarrolló Einstein en una oficina, sin ordenadores, sin calculadoras, solo con la ayuda de libros, reflexiones, y el apoyo de algunos colegas matemáticos para los aspectos técnicos. Usando la lectura del material publicado de la época, y con una mente preclara, capaz de concebir experimentos mentales para resolver los problemas.
Y ahora, quien diga que Einstein no fue uno de los más grandes genios de la historia de la ciencia, es que, sinceramente, tiene un problema grave de percepción de la realidad.
Esos cuatro descubrimientos forman la base de una enorme cantidad de herramientas y productos que usamos en la actualidad. La ciencia básica, aquella que descubre por descubrir, no tiene un efecto inmediato. Pero, tarde o temprano, los ingenieros encuentran soluciones basadas en esas ideas teóricas. ¿Sabía usted que los relojes atómicos de los primeros satélites retrasaban con respecto a los de la superficie de la Tierra? ¿Funcionaban mal todos? No. Funcionan siguiendo las leyes de la relatividad general. El tiempo se enlentece con los campos gravitatorios.
Los relojes de los satélites van más lentos que los de la Tierra por el menor campo gravitatorio al que están sometidos. Y si no se tuviesen en cuenta esos efectos, el GPS, por ejemplo, no funcionaría. De hecho, los primeros relojes no tuvieron en cuenta la relatividad general, y fallaban. Cuando aplicaron la ley de la relatividad general, funcionaron perfectamente.
Vivimos una época convulsa, donde todo se cuestiona. Es bueno cuestionar el pasado, el presente, y el futuro. Pero ha de hacerse con criterio. Con una base. ¿Cuestionar a Einstein? De acuerdo; hágalo. Pero presente usted algo mejor. Y pruébelo, claro. No me venga con máquinas maravillosas e inventos que no quiere mostrar porque le persigue la CIA o los marcianos. No me venga usted con cuentos. Si tiene algo mejor que Einstein, muéstrelo, y demuéstrelo. Si no, por favor, deje el espacio libre a otros que puedan superar a Einstein. Si se ven capaces y lo consiguen, claro. Todos los amantes de la ciencia felicitaremos de todo corazón a quien supere a Einstein. Todavía estamos esperando.
Hoy en día la ciencia se ha convertido en un mercado. Hay que sacar un artículo brillante una vez por semana, y uno que cambiará la historia de la ciencia una vez al mes. Y la ciencia no funciona así. Einstein estuvo finalmente casi veinte años con la relatividad general, hasta que la perfeccionó y puso a punto. De hecho, la primera versión de 1916 tenía un fallo matemático, del cual le advirtió, precisamente, un matemático. Como tiene que ser y se puede esperar del trabajo en colaboración.
Hace poco, Peter Higgs, el descubridor del bosón de Higgs, lo decía: «hoy en día me sería imposible haber estado diez años trabajando en el bosón sin publicar nada; no me habrían dado beca alguna». Puede leerse una entrevista sobre el tema en este enlace. Eso es terrible. Eso es demencial, porque significa que no importa la ciencia, no importan los resultados; importa el producto, obtener «clicks» y «compartir» en Facebook y otras redes sociales. No hacemos ciencia; hacemos negocio con la ciencia. Y esto es muy, muy peligroso.
Albert Einstein fue, salvo sorpresa u omisión, un ser humano. Y, como tal, vivió en una época. Por eso, fue producto de esa época. No podemos, no debemos juzgarle por cómo fue, sino por lo que hizo. Y lo que hizo fue dar un enorme salto a la ciencia atascada de principios del siglo XX. Hoy, la ciencia vuelve a estar atascada en este siglo XXI.
Necesitamos nuevos Einstein. Menos producto, y más resultados.
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