El tiempo es aquello que es infinito cuando somos jóvenes, y demasiado escaso cuando nos hacemos viejos. Entre un instante y el siguiente, todas las decisiones que hayamos tomado quedarán escritas en la historia del universo para siempre. Los errores, los fallos, esa palabra mal puesta, ese gesto erróneo, en el momento más inoportuno, que hizo que perdiésemos un trabajo, un amor, un amigo, para siempre. ¿Y si pudiésemos volver atrás? O mejor aún, ¿y si pudiésemos controlar el tiempo, y crear un mundo perfecto para la humanidad?
Corría el año 1955, y el bioquímico de origen ruso, afincado con sus padres en Nueva York, Isaac Asimov, era ya un renombrado y conocido escritor de ciencia ficción. Tanto era así que dejó su plaza en la universidad para dedicarse a escribir en exclusiva, algo que le permitió crear toda la serie de obras increíbles, tanto de ficción como divulgativas, que podemos disfrutar hoy día. Recordemos que Asimov es el escritor más prolífico de la historia, junto a Lope de Vega. Más de quinientas obras llevan su sello.
Asimov había escrito su trilogía de «La Fundación» poco antes, publicada por capítulos en una revista, algo muy habitual en aquella época. Había terminado un relato de 25.000 palabras sobre una idea relacionada con los viajes en el tiempo que fue rechazada, pero posteriormente, convertida en novela, fue aceptada para ser publicada.
Así nació una de las obras que considero más grandes de Isaac Asimov: «El fin de la eternidad», junto a la mencionada trilogía de la Fundación, y a «Yo robot».

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