Cuando era joven, hablamos de poco después de la formación del Sol, la vida cultural en mi ciudad era, cuando menos, vibrante. Ya por la mañana, llegábamos al instituto, donde, junto con las necesarias y siempre fundamentales ciencias, teníamos una ración bien completa de humanidades: literatura, lengua, latín, griego, filosofía, historia de la filosofía, e historia del arte eran mis predilectas. Luego el ayuntamiento patrocinaba y apoyaba todo tipo de actividades culturales, e incluso un famoso festival anual de jazz, que atraía a músicos de alto nivel de todo el mundo. Algunos de esos conciertos eran gratuitos, en la calle. También había bares con conciertos todas las semanas, reuniones en bibliotecas para hablar de literatura, talleres de pintura y escultura por todas partes, y una sensación de que la cultura era parte integral de nuestras vidas.
Recuerdo al profesor de filosofía, que parecía haber salido de la acrópolis griega en el siglo de Pericles. Recuerdo a la profesora de literatura, que tuvo más paciencia conmigo que la que le podré pagar toda la vida. Recuerdo al profesor de latín, entusiasmado con su doctorado, entonces en curso, sobre aspectos diversos de la vida de los ciudadanos de Roma. Y recuerdo a la profesora de griego clásico, una joven mujer amante sin fin de la historia de la grecia clásica. Recuerdo al profesor de historia del arte, que casi vibraba hablando de Egipto o de Miguel Angel.
Todos ellos marcaron mi juventud y muchos aspectos de mi carácter. Recuerdo mis discusiones con el profesor de filosofía sobre distintos conceptos sobre el alma, la mente, las ideas, y la razón. Recuerdo que incluso alguna vez llegué a sorprenderle con algún argumento sobre relatividad, algo que le servía para pincharme más aún, profundizando en los aspectos más profundos de la naturaleza humana y del universo. Puedo decir con orgullo que las pocas felicitaciones que he tenido en mi vida académica las he recibido por parte de un profesor de filosofía.

¿Qué es lo que veo ahora? Gobiernos, de todos los países y colores, que barren y destrozan las humanidades, y convierten a los jóvenes en androides orgánicos. Porque, mientras tratamos de construir inteligencias artificiales que parezcan humanas, paradójicamente se da el hecho de que convertimos a los jóvenes en androides, carentes de criterio y de capacidad de razonamiento. Porque un joven experto en ciencias sin humanidades podrá resolver problemas de números, pero no podrá resolver problemas de ética, de moral, y de razonamiento puros.
Y esa es, sin ninguna duda, la esencia del ser humano, y lo que le diferencia de las máquinas. Conocer la teoría de la relatividad es importante. Comprender lo que supone para nuestro conocimiento es todavía más importante. Sin ese conocimiento, la ciencia solo sirve para almacenar nuestra mente con información sin más, y no seremos tan distintos de los ordenadores que usamos cada día.
No estoy yo en contra de las ciencias, al contrario. El lector podrá encontrar en este mismo blog muchos artículos sobre ciencia. Pero intento mostrar esa ciencia desde un punto de vista humano. No tanto “qué es este hecho científico”, sino “qué puede aportar este hecho científico al individuo”. La ciencia de por sí es un conjunto de datos, de hechos, de pruebas, de razonamientos lógicos.
Pero la ciencia se hace útil y poderosa cuando la dotamos de argumentos razonables, de ideas para un mundo mejor, del esfuerzo de todos por obtener una calidad de vida mejorada en base a esos descubrimientos científicos. Si no se da ese hecho, la ciencia se convierte en una enorme colección de datos. Importantes, sin duda, pero incapaces de darnos una nueva visión mejorada de por qué estamos aquí, quiénes somos, de dónde venimos, y por supuesto, a dónde vamos. ¿Queremos la ciencia para coleccionar datos y datos? No. Ese es el medio. El objetivo es que esos datos aporten un valor añadido a nuestras vidas.
¿Y cómo vamos a usar la ciencia del mejor modo posible? ¿Cómo vamos a emplear ese enorme poder? Con formación humanística. La ciencia es el arco que la humanidad tiene para impulsar su futuro. Las humanidades son la flecha que recorre el camino hacia ese futuro. Ambas son complementarias. La una necesita de la otra. Juntas muestran su poder para crear un mundo mejor para todos.
Dicen que los gobiernos eliminan las humanidades porque eso permite hacer más maleable a la población. Hay mucho de eso, sin duda. Si la gente no sabe pensar, creerán cualquier cosa que se les diga. Eso está ocurriendo ahora, las redes sociales dan buenos ejemplos de ello. En mis tiempos salíamos a la calle a manifestarnos, y parábamos la circulación y el país, cuando un gobierno se atrevía a simplemente comentar la posibilidad de eliminar las humanidades, o cualquier derecho social. Hoy manifestarse está siendo cada vez más difícil, nos quieren callados y encerrados en casa. Asistimos a una banalización de la vida, al recorte no solo de derechos sociales y jurídicos, sino también al recorte de la capacidad de pensamiento de los individuos. Y ese, en último término, es el recorte más peligroso. Porque, cortando la cultura y la formación humanística de la población, se recorta sin problemas el resto de derechos, ya que se deja a los individuos en un estado catatónico, donde son incapaces de comprender cómo se juega con sus derechos y libertades.
Los propios gobernantes son muchas veces gente ignorante a su vez, manipulados por una capa que controla sus acciones. Pero esa capa no son gente en la sombra. Como ya comenté en otro artículo, son gente poderosa, pero que están ahí, no están ocultos ni forman sociedades secretas. Eso queda bien para las películas o para los conspiradores. No, las cosas no son tan complicadas. Simplemente, son un grupo de gente con mucho poder económico, que impone sus reglas y sus leyes al gobierno de turno, a la luz del Sol, sin necesidad de ocultarse, no les hace falta organizar oscuras tramas secretas. Ellos actúan a la luz de la impunidad que les da su poder económico, siempre por encima del poder de la sociedad y de la ley. Esto ha ocurrido siempre, pero algunos gobiernos han impedido que se actúe así, porque estaban formados por hombres y mujeres con formación humanística. ¿Qué ocurre cuando esos mismos gobiernos están formados por ignorantes? Que se les manipula fácilmente para que hagan lo que esos poderes económicos les digan lo que han de hacer.
Insisto: nada de sociedades secretas, nada de poderes ocultos, nada de “Illuminati”. Sí, hay control del poder, pero solo hace falta ver los nombres de los más poderosos en el mundo de la economía y las finanzas para comprobar cómo, a un gesto suyo, los gobiernos actúan. Una sola amenaza y el gobierno de un país elimina todo rastro de cultura. Lo hemos visto recientemente en España, en esa crisis que dicen que ha pasado cuando nadie parece sentir que ha pasado (de hecho, en muchos parámetros socioeconómicos las cosas cada vez están peor), y cuando nos dijeron mil mentiras para hacernos callar la boca.
Pero no me refiero solo a este gobierno; los anteriores, de derechas o izquierdas, actuaron igual. Y gobiernos de otros países, salvo excepciones, están haciendo lo mismo. Por no hablar del personajillo ese de Trump, que está destrozando su país, pateando la cultura como no se veía desde hacía décadas. Y no voy a entrar aquí en la fiebre de racismo y xenofobia que envuelve al mundo porque necesitaría otro artículo completo, y ya he comentado estos temas en artículos pasados, aunque seguiré en ello. Y que humoristas sean juzgados por hacer chistes sobre la cruz del Valle de los Caídos, diciendo que no les gusta. Eso supone ir a un juicio. Y eso deja claro hasta dónde ese poder está controlando la sociedad, la política, y a los jueces. Una pena la verdad.

¿Qué podemos hacer? Si los gobiernos no enseñan a nuestros hijos, usemos el método clásico griego. ¿En qué consiste? Es muy sencillo: pongamos formadores en humanidades a enseñar a nuestros hijos. Llevemos filósofos a casa, llevemos lingüistas, llevemos profesores de arte, de historia, de literatura. Llenemos la casa de libros, llenemos la casa de arte. Que nuestras casas sean la república del conocimiento, las ciencias, y el arte. Que nuestros hijos aprendan a amar a Platón, a Sócrates, que lean La Odisea, que aprendan a razonar, a usar el cerebro. Ese es el criterio. Ese es el camino. Ayudaremos a esos maestros, ya que se quedan sin trabajo, y ayudaremos a nuestros hijos. Y ayudaremos a construir una sociedad más justa, más pensante, más moderna. Hagamos la revolución del conocimiento en casa.
Luego esa revolución llegará sola a la calle, cuando esos chicos y chicas crezcan. Y la humanidad tendrá una oportunidad de salir de este pozo de ignorancia que vivimos cada día, y construir ese mañana más justo del que todo el mundo habla pero que nunca llega. Hagamos que llegue. Por ellos, por el futuro de la humanidad, merecerá la pena.
Reblogueó esto en Viajes y Educación.
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