El otro día hablaba de escritores mortales e inmortales. Hoy lo haré sobre sus personajes, que también pueden, y son, mortales o inmortales según sus actos y su historia. Mortales escribiendo sobre inmortales, e inmortales que narran la vida de mortales. Esas son las paradojas de la historia de un escritor.
Un lector me comentaba que mis textos tienen siempre una visión estratégica de los sucesos que se dan. Dicho de otro modo, que la historia que se narra la viven los responsables máximos de los sucesos acaecidos. Generales, almirantes, presidentes, grandes líderes de dos o más bandos buscando el poder y la gloria. Es decir, los hombres y mujeres inmortales, en el sentido de que suelen ser los que pasan a la historia de los hechos y los mitos.
Su comentario venía al caso de por qué no bajaba al nivel de aquellos hombres y mujeres que viven el día a día. En un conflicto serían aquellos que sufren las consecuencias del ansia del poder de esos inmortales que sí pasarán a la historia. La reflexión del lector, sin duda extremadamente interesante, me recordó aquel concepto de Unamuno, que él denominó «intrahistoria».
El concepto es simple: así como los libros de historia nos hablan de los grandes personajes, hubo muchos individuos que escribieron grandes páginas de esa historia, pero no aparecen porque eran simples mortales, en las capas más bajas de los hechos acaecidos. Gentes que, sin su intervención, habrían provocado una historia distinta a la conocida, pero que son olvidados por los tiempos de los tiempos.
La verdad es que suelo escribir sobre dioses. Son mortales sí, pero son las imágenes visibles de los hechos que se narran en las novelas. Aunque no siempre. En «Ángeles de Helheim» por ejemplo, hablo de mortales, y de la suciedad que envuelve las cloacas de las políticas de esos inmortales, que dictaminan quién vive, y quién muere, sin importar leyes, derechos, o conceptos como la moralidad y la ética. Vasyl Pavlov, uno de los personajes clave de la saga Aesir-Vanir, junto con Irina Musilova, serían perfectos personajes candidatos para esos seres que se arrastran movidos por las circunstancias. Helen Parker y Sandra Kimmel serían la antítesis; ellas son las que mueven los hilos en los niveles más altos. Verdaderas diosas con un poder casi ilimitado.
Escribir sobre mortales e inmortales requiere importantes cambios en ciertos aspectos de la novela que queramos escribir, pero no hemos de olvidar algo: los personajes inmortales, son vistos de forma arquetípica por el pueblo. Pueden pasar de ser dioses a ser demonios, y de nuevo dioses, según sus actos. Las masas los jalearán un día, y los querrán llevar a los mayores infiernos al siguiente. Los personajes mortales no sufren esa situación, pero viven otra peor: ser directamente ignorados y olvidados. Por sus semejantes, y por la historia.
La narración de los inmortales deviene en hechos importantes clave, que cambian la faz de la historia como un todo. Los hechos de los mortales, en general, solo afectan a pequeñas situaciones momentáneas, como un manotazo al agua de la corriente de un río, que cambia el curso levemente, para volver inmediatamente al estado anterior. Solo en muy contadas ocasiones, esos personajes mortales llevan a cabo hechos que los convierten en inmortales, y aun más, en dioses de míticas leyendas que serán contadas durante siglos. Pero solo muy esporádicamente.
Debemos entender que los inmortales son hombres y mujeres. Debemos por lo tanto tratarlos como tales. Pero sus subordinados, y el propio lector, debe verlos como héroes. Como grandes personajes de una historia grandiosa que se escribe con el olor de las rosas mezclado con el azufre y el veneno de sus actos en la constante búsqueda de sobrevivir a los continuos entresijos de palacio. Mientras tanto, los que viven entusiasmados, o atemorizados, por esos inmortales, los pobres mortales de la calle, deben mostrarse al fin y al cabo también como grandes seres humanos, pero incapaces de entender que ellos pueden ser también parte de la historia. Porque un ser humano no es grande por sus ideas, sino por sus hechos. Y son sus hechos, en la vida real y en la literatura, los que marcarán su camino.
¿Puede un inmortal convertirse en mortal? Puede y debe. Aquellos que fracasen en sus ambiciones, en sus engaños, en sus tramas, o en sus ideales, serán arrastrados al fango de la nada, del olvido, del vacío. Es deber del escritor narrar ese camino hacia el fin de su historia, y a ver cómo su nombre se borra para siempre de los libros de la historia.
¿Y puede un mortal convertirse en inmortal? Naturalmente. De hecho, tanto Helen Parker como Sandra Kimmel son ambas de origen corriente, por no hablar de Irina Musilova, una honesta oficial de policía, que luego verá escribir páginas de historia.
Helen es sin duda el caso más directo; una mujer que no tiene otra vida que los amigos, los conciertos, y un aburrido trabajo en una oficina de una compañía de seguros. Ella se verá de pronto arrastrada por los acontecimientos de la historia a convertirse en la líder de un grupo de seres humanos que la idolatran como una diosa, e incluso la denominan Freyja, una antigua diosa nórdica. Esto se vio ya en la trilogía de «La leyenda de Darwan», y se verá de nuevo en «Yggdrasil».
De hecho, «Yggdrasil», el decimotercer libro de la saga Aesir-Vanir, tendrá una especial atención a ambos aspectos de la historia: la de los dioses, y la de los mortales. Por un lado, Helen, como líder indiscutible, junto a sus dos lugartenientes, Irina Musilova y Yolande Le Brun, serán las diosas indiscutibles de la novela. Mientras, Vasyl Pavlov será quien trague el fango de tener que adoptar el papel de aquellos que se ven arrastrados a convertirse en carne de cañón. Aunque, para quienes conozcan a Pavlov de otros libros, ya sabrán que ese es su terreno. Pavlov rehúye de dioses y mitos, aunque finalmente se verá convertido en uno de ellos, muy a su pesar.
Al final, la historia la escriben los dioses inmortales, con la sangre de los mortales. Esa es la verdad de la vida y de la historia. Y es deber del escritor tratar a ambos con las herramientas que le otorgan su pluma y su conciencia. Si es que tiene conciencia. Porque a veces, como escritores, debemos prescindir de ella. Tener conciencia es un lujo que no siempre un escritor se puede otorgar, si quiere narrar los pozos más bajos del alma humana. Entonces, sin duda, ese escritor tendrá una oportunidad de ser inmortal.
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