Nota: este texto es una crítica a la piratería. Si usted es un paladín de la libertad y el amor incondicional a disfrutar y a vender el trabajo de los demás sin su permiso, y cree que el trabajo de miles de escritores debería ser gratis, quizás sea mejor que no siga leyendo. No le va a gustar lo que digo. Muchas gracias.
Vaya, estoy tocando un tema delicado, de esos que hacen que la gente huya corriendo. Pero no importa; es importante ser honesto con uno mismo, y decir lo que se piensa. Es lo que he hecho toda la vida. Eso me ha dado muchos disgustos, puede estar seguro; pero también me ha permitido ver que las sonrisas amables, las buenas palabras, y las palmaditas en la espalda, esconden muchas veces una hipocresía del tamaño del Everest. Y tengo un detector de hipócritas marca ACME que me costó un buen precio, y que llevo siempre conmigo.
Ocurre con la piratería. Llega alguien y me dice: «oh, yo es que pirateo porque los libros son muy caros, y la sociedad nos explota y nos coarta la libertad». Mentira, amigo. Eso es mentira. Di la verdad. Pirateas porque no aprecias la cultura, ni la respetas, ni eres consecuente con el trabajo de los demás. ¿Quieres libros gratis? Hay cientos, miles de libros en Internet de descarga legal gratuita. Muchos miles de libros, más de los que puedas leer en mil vidas. Y cientos de miles de libros cuyo precio ronda el euro, o los dos euros, en formato electrónico.
Pero no. Hay que piratear. No se le puede dar ni un mísero euro, o dos, a un escritor que además disfrutas y aprecias. Luego, te escriben cosas como: «oye, me encantó tu libro, que pirateé porque no te respeto, ni te aprecio como persona; solo me interesa conseguir y disfrutar tu trabajo gratis, mientras me río de ti, poniéndote cara de felicidad, y te tiro un huesito de lector agradecido para que estés contento».
Esto me pasa a mí, y nos pasa a miles, muchos miles, de escritores. Hay que respetar el trabajo de los demás, como yo quiero que respeten mi trabajo. La gente entiende lo segundo, pero lo primero, ay, ahí ya empezamos a tener problemas.
Ayer subí la versión en inglés de «La leyenda de Darwan» a Amazon, y, no miento, tres horas después de publicado, ya estaba en las redes de descarga ilegales. Hasta ahí todo normal. Es lo que ocurre siempre. Un libro que vale 1,95 euros, repito, 1,95 euros, lo que cuesta un café con leche y un croissant (al menos, en mi pueblo), es pirateado. Por supuesto, libros de un euro también son pirateados. Pero, es que si costase un céntimo, también sería pirateado.
La web donde estaba el libro era una de esas famosas webs de descarga. Entré con el servidor virtual que tengo para estas cosas, un ordenador blindado y aislado del resto del ordenador simplemente. ¿Saben qué paso?
Que el administrador me mandó un mensaje diciendo que, para descargar el libro pirateado, tenía que desconectar el bloqueador de anuncios, porque ellos se financian con la publicidad que empresas sin escrúpulos pagan a esta gente para que puedan gestionar el robo del trabajo de los demás. Es decir, para poderme bajar mi propio libro robado, tengo que ver la publicidad obscena de sus patrocinadores obscenos y llenos de virus, que nos usan a los escritores como carne para obtener sus réditos.
Desconecté el bloqueador, que había conectado, precisamente, para evitar virus, que, aunque mucha gente no lo sepa, se cuelan con los anuncios, cuando las webs son de baja o muy baja reputación. ¿Adivinan qué pasó entonces? Al bajar el libro, el marcador de virus se puso en rojo, y las alarmas sonaron como trompetas de Jericó. ¿Qué estaba pasando? Naturalmente: esos señores que roban el trabajo de los demás, y que se lucran con el trabajo de los demás, además instalan todo tipo de virus en los incautos que se bajan los libros, y les roban toda la información, cuando no les bloquean y encriptan esa información, para sacarles una jugosa cantidad de dinero.
Negocio redondo: robas el trabajo de los demás, obligas a que la gente tenga que ver los anuncios de los buitres que te pagan el servidor, y, cuando tienes el libro robado que cuesta menos de dos euros, te inundan de virus, y te piden un rescate de 300, 400, o 500 euros por los datos que tienes almacenados en tu disco duro.
¿Ven qué fácil? Esa es la política, la filosofía, de los «piratas». Los garantes de la libertad, los que luchan por llevar la cultura al pueblo, los Robin Hood del siglo XXI: un grupo de extorsionadores que solo buscan robar al que ha escrito los libros, y al incauto que se cree inteligente bajándose gratis esos libros, mientras las risas se escuchan desde Alaska, cuando les llenan el ordenador de virus.
He conocido mucha de esta gente así. Niños y niñas inteligentes, que lo saben todo de la informática, y que van con la bandera de la paz y el amor, de la cultura y de la fraternidad, y que son incapaces de la menor entidad cultural, de entender mínimamente que la cultura no consiste en robar a los creadores, sino en proteger a la sociedad, precisamente, para que la cultura, la legal, llegue a todos.
Hace un tiempo, uno de esos brillantes cerebros, que se creía el rey del universo, me dijo que él sabía lo que hacía perfectamente, y que me callara. Se encontró, poco después, un mensaje en la pantalla, que no sabía de dónde venía, y que decía: «no tienes ni idea, amigo. Formateando el disco duro. Quedan 10 minutos».
Era falso. No estaba formateándose nada. Era solo un susto. De alguien que sí sabe algo de este mundo de la informática, y que de joven había hackeado grandes sistemas en grandes empresas, algo que incluso le llevó a ser sometido a un proceso disciplinario, por modificar el sistema operativo de un ordenador central con mensajes diversos no autorizados, y el código base del sistema.
¿Quién fue el que hizo eso? No tengo ni idea. Pero fue brillante su actuación, para qué voy a negarlo. De ese individuo solo supe, poco después, que le gustaba la aviación, y que solía escribir ciencia ficción de una saga literaria. Qué combinación más curiosa, me dije a mí mismo. Pero lo cierto es que le dio una lección al brillante niño que se creía el rey de la informática. Como tanta gente hoy día, cuando no tienen ni la más remota idea de lo que hablan.
Otro ejemplo. En una ocasión, un padre me trajo a dos crías de unos veinte años, que casualmente eran sus hijas. Las niñas no venían solas, claro. Venían acompañadas de sus ordenadores portátiles porque no funcionaban bien. Y «como el vecino es informático, pues aquí que vamos a aprovechar la coyuntura, y le voy a enchufar los portátiles de las niñas». Naturalmente les dije que yo cobraba por trabajar, tras lo cual, padre e hijas pusieron caras de «pero este tío qué dice, estará enfermo o qué». Al final, accedieron a pagar, y revisé los ordenadores. Conté doce virus en uno, veinte en otro. Y eso en el primer repaso.
Les dije que pusieran antivirus, que tuvieran el sistema actualizado. ¿Creen que me hicieron caso? Al cabo de tres meses, esos ordenadores volvían a estar inundados de virus. Lo más gracioso es que decían aquello de «yo no uso antivirus, uso el sentido común y no pasa nada». Claro que pasa; pasa que te están robando y controlando el ordenador sin que te des cuenta, y te están tomando el pelo. El sentido común humano no tiene nada, ni de sentido, ni de común. Solo hay que poner un telediario para darse cuenta.
Pero a la gente le da igual. Es realmente incomprensible, pero hay muchísima gente ignorante, que cree que lo tiene todo controlado, y no controla nada desde que arranca el ordenador, hasta que lo apaga. Se lo controlan desde Rusia, desde Ucrania, o desde cualquier otro lugar. Los usan como bots para ataques DDOS, para minar criptomonedas, para robar información, o para encriptarlo todo y pedir un rescate. Hace un año una empresaria amiga me llamó desesperada, porque todo, repito, todo el portátil del trabajo había sido bloqueado, y le pedían un rescate. Le dije «tendrás que recuperar la copia». Me dijo: «qué copia».
Y era su ordenador del trabajo. Imaginemos el de casa cómo debe estar.
Dicen que la piratería es delito; mire, será delito, pero, antes que delito, es una falta de educación y respeto, por el enorme esfuerzo creativo que supone poner una obra literaria, o de cualquier otro tipo, al alcance del público. Sí, la cultura ha de llegar a todos, es verdad, soy el primero en estar de acuerdo. Pero, bajo esa premisa, se roba y se maltrata al creador de forma indecente. Nos ningunean, nos ignoran, y se ríen de nosotros. La única solución real no pasa por las leyes, pasa por la educación y la cultura, la formación, y la concienciación de que el trabajo de los demás ha de respetarse. Siempre. Sin excepción.
Cultura para todos. Pero reconocimiento de la labor creativa, también para todos. Si no tenemos lo segundo, difícilmente podremos tener lo primero.
Es una ecuación que funciona en ambos sentidos. O no funcionará en ninguno. Se lo aseguro.
MUY INTERESANTE
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Muchas gracias, siempre he creído que la cultura ha de llegar a todos, pero en las condiciones en que todos salgamos ganando. Un cordial saludo.
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gracias de nuevo, estoy de acuerdo con la cultura todos salimos ganando. Un saludo
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