Nuevo relato de Sandra ambientado en el siglo XXIV, y que forma parte del grupo de relatos para el libro XII de la saga Aesir-Vanir. Cada relato es independiente, pero conforman una historia mayor, que explica los hechos anteriores a las Crónicas de los Einherjar, en los libros de “La insurrección de los Einherjar”.
Amaneció, aunque era difícil decirlo en medio de aquella atmósfera oscura en la ciudad de Lyon. Nadine entró en la habitación de Sandra. Estaba, al menos eso parecía, profundamente dormida. Se acercó, y se preocupó por si tuviese algún problema. La movió un poco. Sandra gimió levemente.
—Sandra. ¡Sandra! ¿Estás bien? —Sandra alzó un poco la cabeza. Respondió:
—Bien.
—Vamos, levanta. Tienes que ir a trabajar al taller. Ahora eres carpintera.
—Cinco minutos más… —Nadine se sorprendió con aquella petición.
—¿Cinco minutos? ¿No eras un androide?
—Lo soy. ¿No dijiste que me comportase como un ser humano?
—Ya veo. Demasiado realismo es eso, creo. Vamos, levanta ya, marmota. Te he dejado ropa cómoda en esa mesa. Un pantalón, una blusa, unas zapatillas deportivas.
Sandra se levantó bostezando y estirándose. Era realmente sorprendente verla, e imaginar que en realidad no se trataba de una joven de entre los veinte a veinticinco años. Se vistió, y fue para la sala. Allá estaban Pierre y Jules. Pierre la saludó.
—Buenos días, Sandra. ¿Has dormido bien?
—Muy bien, gracias —contestó sonriente.
—Siéntate. Hay que desayunar bien, si vas a hacer un trabajo físico importante durante el día. ¿Tú… comes? —Nadine intervino.
—¡Pierre! —Sandra se dirigió a Nadine:
—No te preocupes, es una pregunta muy habitual. Pero creo que el lenguaje debe referirse a mí como un ser humano, dentro y fuera de la casa.
—Eso es muy cierto —intervino Jules por primera vez—. Debemos pensar en ella como un ser humano, como una mujer.
—Exactamente, Jules —confirmó Sandra—. Será lo mejor para vosotros, y para mí. En cuanto a comer, efectivamente, puedo, incluso debo comer, y beber. Transformo el material en energía mediante la pila de fusión. El alcohol etílico es muy bueno para eso. Pero la propia pila debe ser recargada cada cien años. Más allá de eso, puedo realizar todas las funciones típicas de un ser humano.
—¿Todas? —Preguntó Jules con interés.
—¡Jules! —Exclamó la madre—. ¿Ahora tú?
—Madre, solo es una pregunta… científica.
—Ya, claro. Me gustaría saber qué parte de sus funciones típicas de un ser humano de aspecto femenino son de tu interés. —Sandra sonrió.
—No pasa nada. En cuanto a tu pregunta, Jules, efectivamente, puedo realizar todas las funciones. Todas. Mi tejido está formado por millones de conexiones sinápticas neuronales, que conforman una red cuántica muy sensible. Puedo apreciar un roce en cualquier parte, y por muy sutil que sea. Y analizar el tejido nervioso de un ser humano con precisión nanométrica, obteniendo valores muy diversos de su fisiología, su estado, y su actividad neuronal y bioquímica en general, o de un área del cerebro en particular. Y puedo modificar la actividad sináptica de un ser humano, hasta cierto punto.
—Vaya, eso es genial —afirmó Jules. —Nadine intervino.
—Genial sería que dejaras de pensar en ciertas cosas, Jules.
—¿Y en qué estoy pensando, madre?
—En lo que pensáis los hombres a todas horas, especialmente con una joven guapa y esbelta.
—Pero madre… —Pierre intervino.
—Bueno, basta de conversaciones hormonales por ahora. ¿Has terminado, Sandra? ¿Estaba bueno el café?
—He terminado. Y el café estaba delicioso.
—Es sucedáneo —se quejó Nadine—. En tiempos de guerra, las provisiones escasean. Encontrar alimentos de calidad, incluso teniendo recursos, se hace difícil.
—Sí, lo sé, pero es un sucedáneo de calidad.
—Creo que vas a caerme bien —comentó sonriente Nadine.
Todos se levantaron de la mesa, y Sandra salió con Pierre y Jules camino del taller. La gente caminaba lentamente. Sandra recordó la Francia de mediados del siglo XXI, tan distinta a aquella que veía entonces de mediados del siglo XXIV. Lo mismo sucedía en el resto de antiguos países de la antigua Europa. La gente se movía por instinto, sin fuerza, sin ilusiones. Pretendiendo sobrevivir un año más, un día más, hasta que llegaran, quizás, tiempos mejores. Para ellos, o para sus descendientes. Si sobrevivían.
Llegaron al taller. Era bastante grande, y con abundante material. Al menos, dadas las precarias condiciones en las que se vivía en esos tiempos. Dos jóvenes, un chico y una chica de algo más de treinta años, estaban ya enzarzados trabajando alrededor de lo que evidentemente sería una mesa de madera en un futuro inmediato. También se hallaba un hombre de aspecto envejecido, con unas gruesas gafas. Los tres miraron sorprendidos. Fue Pierre el que habló, dirigiéndose a los tres presentes.
—Remy, Paul, Jolie, hoy tenemos sorpresa: una nueva empleada, el familiar del que os hablé, y que estábamos buscando.
—¿Esa es Sandra? —Exclamó Paul, el joven, con indisimulado entusiasmo. Jolie le dio una patada en la espinilla que le hizo dar un pequeño grito. Jolie sentenció:
—Una palabra más y hoy duermes en la calle.
—Sí, mi amo —susurró Paul. Pierre continuó:
—Esta señorita es efectivamente Sandra, la sobrina que estaba buscando y que os comenté. Acaba de llegar junto al grupo de refugiados que recientemente llegaron de Amiens. Por fin la pudimos localizar anoche. —Jolie se acercó sonriente, y le dio la mano a Sandra diciendo:
—Hola. Yo soy Jolie. Ese idiota de ahí con cara de bobo al verte es Paul, mi prometido. Y Remy es su abuelo, aunque no es su abuelo real, pero como si lo fuese. Remy es un experto carpintero. Todo lo hemos aprendido de él.
—Hola, Jolie —saludó Sandra—. Me alegro de conocerte. Remy.
—Hola —saludó Remy sin dejar de trabajar en una pieza de madera.
—Hola, Paul —continuó Sandra—. ¿Te duele la patada?
—Solo me duele mi orgullo —aclaró Paul—. ¿Qué tal tu viaje desde Amiens?
—Ha sido duro. Estoy buscando a mi hermana y a mi madre. Puede que hayan ido a París, o a La Rochelle, tenemos alguna familia allá.
—Vaya, lo siento —susurró Paul.
—No te preocupes, gracias a Pierre tengo una casa.
—¡Y trabajo! —Añadió Pierre— Ya se acabaron las presentaciones. Luego podréis conoceros mejor. Vas a ponerte a trabajar de inmediato. Aquí no queremos vagos.
—Por supuesto —aseguró Sandra.
—Jolie, tú enseñarás lo básico a Sandra. No quiero a Paul ni a Jules cerca de Sandra, se distraerán al instante.
—Claro, Pierre. Ya me encargo yo de mantenerlos alejados de cualquier atisbo de interés por Sandra. —Jules protestó:
—Pero padre, yo…
—Tú te callas, bastante distraído andas siempre.
—Sí, padre… —Jolie tomó del brazo a Sandra, y se la llevó a un extremo del taller.
—Vamos, Sandra, me ayudarás con unas piezas que hay que montar. Luego ya iremos viendo cosas diversas que necesitarás ir aprendiendo. En seis meses estarás trabajando como uno más.
—Gracias, Jolie.
Paul se acercó a Jules, y le susurró:
—Vaya con la primita. Qué callado te lo tenías.
—¿Qué dices? Si acabo de conocerla. Además, no es lo que piensas.
—¿No? Ya, claro. Venga, a trabajar. Tu padre tiene razón. Mejor que no me distraiga con ciertas vistas, o Jolie me despellejará vivo.
Ambos se pusieron a trabajar. Fue entonces cuando Remy se acercó a Pierre.
—Así que tu sobrina de Amiens, ¿eh?
—Sí, ¿por qué?
—Es una suerte que haya sobrevivido. Amiens fue masacrada por la Coalición del Sur.
—Lo sé, pero ella estaba de viaje. De ahí que esté intentando contactar con su madre y su hermana.
—Ya veo. —Pierre agarró de un brazo a Remy, y lo llevó a una zona alejada.
—No estarás pensando en esas historias absurdas de infiltrados de la Coalición del Sur, y querrás ponerte alguna medalla frente al Gobierno, ¿eh? —Remy bajó la cabeza lentamente.
—No. Ya quise ser un patriota una vez. Denuncié a un hombre del que sospechaba. Fue encarcelado, torturado, y asesinado.
—Exacto. Luego se supo que el sospechoso no era él. Sandra es una joven que se ha quedado sin su familia. Ahora nos tiene a nosotros. Solo a nosotros. La voy a hacer trabajar hasta reventar para que llegue agotada a casa, y no pueda pensar en lo que está pasando. Y tú me vas a ayudar a que sienta mi casa y este taller como un segundo hogar. ¿Ha quedado claro?
—Muy claro. Me ayudaste con un trabajo cuando todos me acusaron de condenar a un patriota. No lo olvidaré.
—Eso espero, Remy. Eso espero.
Jules se acercó a ambos hombres. Vio que estaban realmente serios.
—¿Pasa algo, padre?
—Nada. Solo estamos organizando el trabajo con las dos manos nuevas que tenemos. ¿Qué quieres?
—Esta noche hay un concierto de jazz en Le Péristyle. ¿Puedo ir?
—¿Qué te ha dado ahora con el jazz, Jules?
—Nada. Me gusta.
—¿El jazz? ¿O alguna chica que va por allá?
—Padre, ¿puedo ir, o no?
—Está bien. Pero llévate a Sandra. Así irá conociendo el ambiente. —Jules abrió los ojos.
—¿Sandra? Pero padre…
—Es tu prima, ¿no es así?
—Sí…
—Y acaba de pasar un trance muy duro. Debe divertirse un poco. Distraerse. ¿Te preocupa que la chica que te gusta piense que es una novia? Déjale claro que es tu prima.
—Pero padre, ni siquiera…
—¿Ni siquiera le has dicho nada todavía a esa chica? Eres un desastre. ¿Y a qué esperas? Si te ve con Sandra y no le dices nada, pensará que no hay nada que hacer contigo.
—¿Y tú cómo sabes que está interesada por mí?
—No lo sé, pero alguna experiencia de juventud tengo, y te diré algo: si no está interesada, no le importará verte con Sandra. Si le importas, será mejor que le aclares que es tu prima, y que tú estás colado por ella, o ella buscará en otra parte. Así que despeja tus dudas de una vez. Ya es la tercera vez que vas al jazz, cuando siempre has odiado esa música. Eres como un libro abierto, hijo.
—¡Padre!
—Venga, Romeo, tenemos trabajo. Y piensa en lo que te he dicho.
Sandra pasó el día principalmente con Jolie, y enseguida vieron que podrían ser buenas amigas. Al poco Jolie ya le estaba contando su vida con Paul, y los problemas que él había tenido, ya que nunca conoció a sus padres. Había entrado a trabajar para Pierre hacía tres años, y había dejado de vagar y de delinquir. Para Jolie, Pierre era un ángel. Ella misma había encontrado allí un refugio. Pierre destacaba la calidad del trabajo de los dos. Eran un buen equipo. y Remy era un experto con la madera. No había nada que no supiera del mundo de la carpintería.
Por la tarde, tras la salida del trabajo, Jules fue a casa con Sandra. Ambos se cambiaron, y salieron para Le Péristyle. Era un lugar céntrico, al otro lado del Ródano, al lado del viejo ayuntamiento. Y era cierto: el jazz no le entusiasmaba especialmente a Jules, aunque tenía que reconocer que el hecho de ir escuchando aquella música estaba empezando a afectarle. Incluso empezaba a pensar que aquello no era tan malo, después de todo.
Llegaron al club. Faltaban unos minutos para que empezara el concierto. Aparecieron entonces Paul y Jolie. Se saludaron. Jolie se acercó a Sandra, y le susurró:
—Jules lleva un tiempo colado por una chica. Es la hija del trompetista. Pero no se atreve a lanzarse. Yo creo que ella también está interesada en él, pero tampoco se atreve a lanzarse. Vaya par de tontos. A ver si les ayudas.
—Haré lo que pueda —contestó sonriente Sandra. Mientras, Jules miraba nervioso a todas partes. Sandra verificó que la presión arterial de Jules estaba por las nubes, y, cuando por fin apareció la joven, una cantidad inusitada de adrenalina y oxitocina le recorrieron las venas de arriba a abajo. Era evidente la atracción que sentía por ella. Analizó luego a la joven. Era evidente que su estado era similar, y el ritmo cardiaco se elevaba cuando miraba de reojo hacia donde estaba Jules. Pero parecía confundida, y la causa era ella, por supuesto.
Así que Sandra se levantó, y se dirigió hacia la joven, que tendría la misma edad de Jules, ante la enorme sorpresa de este. Sandra se acercó, y le dijo:
—Perdona que te moleste. Tú eres la hija de François Bidault, el magnífico trompetista que actúa hoy, ¿no es así? —La joven sonrió, y contestó:
—Sí, efectivamente. Soy Michèle Bidault.
—¡Genial! No sabes las ganas que tenía de venir a ver a tu padre. Solo he podido escucharle en grabaciones, pero el jazz se ha de escuchar en directo, ¿verdad?
—Sin duda. El jazz, en su esencia, es una conversación entre el músico y el público. Una comunión de ideas y sonidos.
—Muy cierto.
—Luego te puedo presentar a mi padre, ya que le admiras tanto. —Sandra puso cara de sorpresa.
—¿Harías eso por mí?
—Claro. Y, por cierto, ¿vas con ese chico? —Sandra miró indiferente hacia Jules, que miraba a ambas con los ojos como platos.
—¿Con Jules? Sí, por supuesto. Es mi primo. Acabo de llegar a Lyon, y vivo en casa de sus padres.
—Ah, es… tu primo. Vaya. ¿Eres de los refugiados de Amiens?
—Exactamente. Vivía allá, y he perdido a mi familia. No sé si están vivos. De eso hace tres meses.
—Vaya, lo siento…
—Gracias. Pero la vida sigue, y me han tratado muy bien. Si quieres, te lo presento.
—No sé, yo… —Sandra tomó de la mano a la joven, y casi la arrastró hacia Jules, que veía cómo se acercaban como si fuese a cámara lenta. Estaba temblando en la mesa. Finalmente, Sandra se acercó a Jules, y dijo:
—Mira, Jules, esta es Michèle, la hija del genial trompetista de la sala, François. Me va a presentar a su padre luego. ¿A que es genial? —Jules solo pudo balbucear:
—Eh, sí, la verdad es que está… genial.
—¿Verdad que sí? Voy a buscar un refresco. Siéntate Michèle, no, no, en mi silla, si yo estoy harta de estar sentada con mi primo. Vuelvo enseguida.
Sandra salió disparada, antes de que Jules pudiera protestar o decir algo. Mientras se alejaba, se volvió un momento, y vio que ambos la miraban. Saludó, y siguió hacia la barra. Luego vio que Michèle le decía algo a Jules, y comenzaban una tímida conversación. Ella no volvió a aparecer hasta el concierto, y cuando lo hizo, se puso en un taburete de la barra, con la excusa de un local repleto y mesas completamente inundadas de público.
El concierto empezó. La banda era realmente buena. Y François Bidault era sin duda soberbio con la trompeta. Le acompañaba una mujer al piano, un batería, un bajista, y un guitarrista. Tocaron una selección de piezas clásicas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX, que hicieron que el público disfrutara enormemente. No se solía escuchar mucha música de esa época. Luego apareció una cantante, que cantó algunos blues, haciendo que la sala vibrara de un lado al otro. Sandra miró a la mesa en un momento dado, y vio que Michèle y Jules se habían levantado, y se alejaban. La mesa se ocupó inmediatamente. Su plan había triunfado. Aunque, era evidente, tampoco ellos habían opuesto demasiada resistencia, una vez les había allanado el camino. Las hormonas estaban por las nubes, y era evidente que los sucesos se iba a desarrollar como solía ocurrir en estas ocasiones.
Sandra continuó escuchando a la banda, y se dio cuenta de que el guitarrista, un hombre de unos treinta y tantos años, miraba de reojo hacia su zona de forma interesada. En un momento dado, se cruzaron las miradas, y él sonrió. Ella sonrió a su vez. Se cruzaron otra mirada. Él le guiñó un ojo.
El concierto llegó al descanso. El ambiente era caluroso. La gente estaba animada y disfrutando. El guitarrista dejó el escenario, y salió caminando hacia la barra. Se colocó al lado de Sandra, y pidió dos cervezas. No había cervezas, se habían acabado, así que pidió un par de copas de vino. Luego se volvió hacia Sandra, que miraba al infinito.
—¿Vino? —Preguntó el guitarrista. —Sandra se volvió, haciéndose la sorprendida.
—Perdón, ¿se dirige a mí?
—¿Y a quién, si no? Tendría que estar loco para verte y no ofrecerte una copa. Aunque algo me dice que eres más de cerveza.
—El vino está bien, gracias. Tocas muy bien. —Él asintió levemente.
—Gracias. Me llamo Mark Vai.
—Yo soy Sandra. ¿Y de dónde eres? No pareces de aquí.
—No lo soy. Soy de ese antiguo gran país que fue una vez Estados Unidos, y que cayó a causa de su orgullo desmedido y su hipocresía. ¿Te suena la historia? —Sandra asintió levemente.
—Sí, lo cierto es que sí. Es como si lo hubiese vivido.
—¿Ah, sí? ¿Has estado por allá alguna vez?
—En mi juventud solamente. —Mark rió.
—¿En tu juventud? ¿Y qué eres ahora, una vieja?
—Bueno, tengo más años de los que aparento.
—Ya, claro.
—Oye, me ha gustado mucho cómo tocas. En el segundo tema, «Body and Blues», con la cantante, esa improvisación ha sido genial. La combinación, con ese riff pausado y sugerente, ha sido impresionante. Casi parecía que la guitarra cantaba con la cantante.
—Vaya, vaya —susurró Mark—. Si resulta que sabes música.
—Oh, no, sólo algunas nociones.
—Ya, claro. ¿Tocas algún instrumento? —Sandra pensó la respuesta. Finalmente, respondió:
—Sí, toco la guitarra… ¡Como tú! —Mark puso una cara de evidente sorpresa.
—Ah, ¿sí? ¿Y cuál es tu estilo?
—Pues… no tengo un estilo particular. Soy… a lo que salga. El jazz y sus derivados siempre me han gustado. La improvisación es un arte que requiere una destreza y una habilidad realmente enormes.
—Ya veo. Quizás podrías hacernos una demostración. —Sandra le miró sorprendida.
—¿Yo? Qué dices, ¿estás loco?
—Naturalmente. Desde que te he visto.
—Qué tonto eres.
—Eso también es cierto. Pero ahora tengo dos razones.
—¿Dos razones? ¿Para qué?
—Para intentar saber más de ti. Una, esos ojos. Otra, tu habilidad con la guitarra. Creo que tengo ahora mismo más interés en esa habilidad.
—Solo tengo nociones.
—No lo creo. Por cómo has descrito mi actuación, es evidente que conoces el jazz. Venga, vamos.
—¡Eh! ¿Qué haces?
Mark tomó de la mano a Sandra, y la llevó hasta un lado del escenario, abriéndose paso entre la gente. Llegó a una caja, y la abrió. Dentro había algo que hizo que Sandra se sorprendiera. Exclamó:
—¡Una Gibson ES-175! ¡Y parece auténtica, de 1959! —Mark asintió sonriente.
—Exacto. Has acertado incluso en el año, fantástico. ¿Ves cómo no puedes engañarme? Efectivamente. Esta guitarra ha pasado por manos de muchos músicos, algunos de ellos muy famosos. Finalmente llegó a mí, a causa de la guerra, y de circunstancias difíciles. Suelo tocar con ella de vez en cuando, no quiero usarla demasiado. Pero hoy la vas a usar tú.
—¿Estás loco, Mark? ¡Yo no sé tocar!
—Y yo soy un invasor de otra galaxia. Vamos, pruébala.
Mark le dio la guitarra a Sandra, que analizó la madera. Era sin duda auténtica, y también sin duda una joya de la historia de la música. La madera había sido reprocesada tres veces, pero la guitarra era básicamente la misma de mediados del siglo XX. Sandra se colocó la guitarra entre las piernas, y probó algunos acordes. Instintivamente la afinó, a pesar del ruido de la sala, sin usar el amplificador, ni ningún afinador mecánico o electrónico.
—Tienes buen oído —comentó Mark—. ¿Vamos?
—¿A dónde? —Mark se dirigió a François, el trompetista. Este miró a Sandra, y asintió levemente. Mark le indicó con la mano que se acercara. François se dirigió a ella:
—Así que tú eres la que estaba hablando con mi hija.
—Eh, pues sí, yo…
—Tranquila. Ya me han dicho que eres prima de ese chico, ese tal Jules Fontenot. Conozco a su padre. Un buen hombre, y un buen patriota. Me alegra que mi hija esté con Jules. Lleva un tiempo detrás de él, y es de buena familia. Un padre siempre ha de considerar esas cosas. Solo espero que no cometan ninguna tontería, más allá de las cosas típicas de su edad. Pero confío en mi hija, y en el chico.
—Por supuesto —afirmó Sandra.
—Dice Mark que sabes mucho de guitarra. ¿Estás segura?
—¿Eso le ha dicho?
—Sí, y tiene buen instinto. Cuando está sereno, al menos. Vas a hacernos una demostración. Si no me convences, yo mismo te sacaré a patadas. ¿De acuerdo?
Antes de que Sandra pudiese contestar, tenía la guitarra colgada, y un cable conectaba a un amplificador de válvulas, que parecía una réplica perfecta de aquella época, o quizás lo era. Todo al estilo de mediados de los años cincuenta del siglo XX. Jolie y Paul la saludaron sorprendidos y sonrientes desde una mesa, y ella les devolvió el saludo.
El bajista comenzó lentamente, acompañado del batería. Luego, poco a poco, se fueron introduciendo el piano, y la trompeta. Tocaban una pieza propia del trompetista, basada en una antigua pieza clásica de mediados del siglo XXI. Sandra reconoció la estructura. Poco a poco, comenzó a improvisar. Comenzó un juego combinado de improvisación con el piano, luego con el bajista, y finalmente, con el trompeta.
Pronto, el ritmo fue in crescendo, así como la fuerza. Sandra siguió improvisando solos cada vez más complejos. Empezando por blancas, luego negras, luego corcheas, luego semicorcheas… Hasta que los dedos parecían volar sobre el mástil de la guitarra, a una velocidad impresionante, con una fuerza que provocaba que los demás tuvieran que esforzarse como nunca lo habían hecho en su vida. El propio Mark acompañaba con la otra guitarra, mirando a los demás con una cara de asombro que no podía quitarse del rostro.
Finalmente, todos pararon, y Sandra realizó, durante dos minutos, un final que terminó cerrando apoteósicamente el batería, acompañado de los demás. La gente simplemente se levantó de sus sillas, y empezaron a gritar y a jalear a Sandra. Los aplausos, gritos y silbidos duraron varios minutos, mientras ella sonreía, y Mark y los demás aplaudían. El propio Mark sonreía, y asentía levemente mientras la miraba, y ella le miraba a él.
Luego, cuando se hubo calmado el público, y el local empezó a despejarse, Mark se acercó a Sandra, y le dijo:
—Esta noche me has sorprendido dos veces. Primero, con tu presencia. Luego, con tu habilidad. ¿Qué más sabes hacer?
—Más de lo que te puedas imaginar —contestó Sandra sonriente.
—Genial. Estoy deseoso de ver esas habilidades.
—Pero ahora debo irme. Es mi primer día en la ciudad, y han pasado muchas cosas. —Se acercó François, que acababa de guardar su trompeta. Le comentó:
—Creo que no te echaré a patadas.
—Menos mal —comentó Sandra sonriente.
—Tienes una habilidad increíble. Pero no te dejes engañar por Mark; está loco. No es un buen negocio para ti. —Sandra rió, y contestó:
—Tendré cuidado, señor. —François se alejó, y Mark intervino:
—Bueno, ¿te llevo a casa?
—No, gracias. Vivo no lejos de aquí. He venido con Jules, pero me parece que estará muy ocupado en estos momentos. Volveré sola, hoy al menos, gracias.
—Pero hay que tener cuidado. No es buena idea.
—No, de verdad, no te preocupes. Sé cuidar de mí misma. Estudié… artes marciales.
—¿Artes marciales? —Rió Mark— Chica, eres una caja de sorpresas.
—Bueno, sí. Pero debo irme. Me esperan en casa. Volveré, y haremos otra sesión, otro día. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —confirmó François—. Espero verte por aquí. He disfrutado mucho con tu arte.
—Yo también he disfrutado. ¡Hasta la próxima!
—Hasta otra. Y deja de romper corazones.
Sandra se despidió con la mano, sonriente. Luego volvió a casa de los Fontenot. Llamó, y salió Pierre enseguida. Nadine estaba al lado. Sus caras eran de preocupación.
—Gracias a Dios que estás aquí.
—¿Por qué? ¿Qué ocurre? ¿Le ha pasado algo a Jules?
—¿Jules? Está en su cuarto. No, él no sabe nada. Ha estado con esa chica que le gusta, y ha vuelto hace poco. Eres tú quien me preocupa. Y mucho.
—¿Yo? ¿Qué pasa?
—Jolie ha llamado. Nos ha explicado que has asombrado al público con tu habilidad con la guitarra. Que eres portentosa.
—Bueno, solo quise… Me invitaron a tocar. Era el guitarrista, se fijó en mí. No le podía decir que no. Tengo que habituarme a esta ciudad, y no puedo dar mala imagen, no puedo parecer distante. Debo mezclarme con la gente.
—Una cosa es dar buena imagen y mezclarte con la gente. Y otra, hacerte famosa la primera noche, con una exhibición de habilidad sorprendente, en una joven refugiada de veintipocos años. ¿No te das cuenta? —Sandra agachó la cabeza.
—No sé. Yo… —Nadine se acercó a Sandra, le tomó la mano, y le dijo:
—Ayer por la noche te dije que no parecías un androide. Hoy, te lo aseguro, has demostrado capacidades de androide tocando esa guitarra. Eso es muy peligroso, Sandra. Te pones en peligro, y nos pones en peligro a nosotros. Pero hay algo más.
—¿Algo más? —Entonces intervino Pierre.
—Sí. Algo más. Te has comportado como un ser humano. Este comportamiento que has tenido esta noche no corresponde al de un androide sofisticado de combate que debe ocultarse. Esto es, dicho llanamente, una paradoja inexplicable.
—Lo sé. Y lo siento. Ahora veo que tenéis razón. No volveré por allá.
—No —negó Nadine—. Ahora no puedes dejar de ir. Pero tendrás que dejar tus habilidades de androide con la guitarra, mientras te comportas como un ser humano socialmente. Tendrás que aprender a combinar ambos elementos. O nos descubrirán. Y estaremos muertos. Ahora, vete al cuarto, y reflexiona. Mañana seguiremos con esto.
Sandra asintió levemente. Se retiró a su cuarto en silencio. Había puesto en peligro las vidas de aquella gente. Y había sido descuidada. ¿Qué le pasaba? ¿Cómo podía haber actuado así? No lo sabía. No podía entenderlo.
Se puso el camisón, y conectó su rutina de sueño. El primer día había empezado bien. Pero, sin duda, había acabado mal. Y tendría que hacer algo al respecto. O la descubrirían. E implicaría a los Fontenot.
Nunca podría perdonarse que les hicieran daño. Nunca.
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