El otro día hablé de los buenos y los malos, los personajes principales de una novela o relato, y cómo se desarrollan sus interacciones y sus aspectos literarios en base al modelo de obra que queremos crear. Vimos que algunos personajes «malos» son tan interesantes que pueden eclipsar a los «buenos», y vimos cómo trabajar su naturaleza en base a su personalidad.
Hoy me gustaría complementar ese texto con unas reflexiones sobre los personajes secundarios. Mi hermana, que es capaz de destruir mis más elaboradas ilusiones y fantasías con sus toques de realidad claros y directos, me dijo hace un tiempo, en relación a la novela «Las entrañas de Nidavellir»: «Ya sabía lo que iba a ocurrir con Darío». Ella sabe cómo hacerme sufrir, sin ninguna duda. Y disfruta con ello.
Efectivamente, lo peor de todo es que entiendo lo que dice. Cada uno tendrá sus opiniones, pero, para mí, lo peor que me puede pasar como escritor es que un lector, y mucho más si es mi hermana, quien me diga que «ya sabía lo que iba a pasar» con este o aquel personaje.
Me niego en redondo a que el lector sepa lo que va a ocurrir. ¿Por qué? Porque si eso ocurre, el libro tiene un problema. Y conste que me estoy tirando piedras a mi propio tejado. En este caso, el problema del libro se llama Darío, personaje secundario de la obra, y mano derecha del «malo» de la novela: Richard Tsakalidis.
¿Por qué es un fracaso el tratamiento de ese personaje? Bueno, porque creo que es tarea del escritor el llevar al lector por un camino determinado, y que el lector elucubre qué va a pasar, para luego desarrollar algo totalmente inesperado e imprevisible, pero que por supuesto sea coherente con el argumento y el desarrollo de la novela. Si el lector adivina qué va a pasar, en este caso con un personaje, siento que he fracasado como escritor.
Pero la venganza contra mi hermana está en marcha, por supuesto, y eso ocurrirá en el Libro XIII, aunque de eso hablaré otro día. El caso es que con Darío ocurrió algo que, aunque no me sirva de consuelo, era previsible. Anote la frase en su agenda de escritor, si es que la considera de interés:
«No todos los personajes secundarios pueden tener el mismo protagonismo.»
Ah, esa es la clave. ¿Qué son los personajes secundarios? Son elementos críticos y fundamentales de cualquier obra literaria. Recordemos que en el cine hay un Oscar al actor secundario. Es decir, se reconoce su labor como fundamental. Y, ciertamente, de la misma forma que «el malo» puede robar protagonismo al personaje principal, uno o varios personajes secundarios «buenos» o «malos» pueden también hacer lo mismo. La palabra «secundario» no significa, ni mucho menos, «de segundo orden». Muchas veces pueden ser elementos fundamentales en una obra.
Pero podemos tener muchos personajes secundarios, en El Señor de los Anillos hay cientos de ellos. ¿Cómo vamos a hacer que todos sean importantes? Es imposible por supuesto, no tiene sentido. Unos personajes secundarios deben ceder espacio y protagonismo para que otros puedan tener ese papel. En el caso de «Las entrañas de Nidavellir» Darío se sacrificó para dar protagonismo a Yvette y a Robert, dos personajes secundarios que fueron creciendo enormemente a lo largo del libro, hasta que casi se convirtieron en coprotagonistas de la obra. ¿Y a qué nos lleva eso? Efectivamente, a la segunda frase sobre los personajes secundarios:
«Ten cuidado, porque puedes enamorarte de un personaje secundario, y convertirlo en principal».

Efectivamente, Robert e Yvette son personajes secundarios, pero aquel, y sobre todo esta, prácticamente terminan siendo personajes muy cercanos al coprotagonismo. Y ahora alguien podría preguntar: ¿y eso es bueno, o es malo? Pues depende. En muchas novelas no existe un protagonista claro, sino varios. De nuevo «El Señor de los Anillos» es un claro ejemplo. Frodo es personaje principal, pero es ridículo pensar que Sam o Gandalf o Aragorn no lo sean. Lo son también, solo un escalón por debajo, e incluso muchos dirán que al mismo nivel. Entonces, ¿dónde está la frontera entre personaje secundario y personaje principal? Nos vamos con la tercera frase:
«Si quieres que un personaje sea secundario, procura que el lector no lo convierta en principal».
Efectivamente. Si queremos poner cierto orden en nuestra obra con respecto al tratamiento que hacemos de los personajes, a veces puede ocurrirnos que un personaje secundario nos guste tanto que lo subamos de categoría, y lo convirtamos en personaje principal. Esto pasó con Yvette en «Las entrañas de Nidavellir», donde la frontera entre si es o no secundaria es extremadamente fina.
Se da, por tanto, la paradoja, de que, si de tratamiento secundario se trata, fui mucho más acertado con Darío que con Yvette. Al primero lo traté como personaje secundario, pero me pasé de frenada, y lo hice demasiado previsible, para que mi hermana se riera de mí con su risa de reina malvada, entre los cafés y los croissants. Pero es, al fin y al cabo, un personaje secundario, y se gestiona como tal. Sí, sin duda las posibilidades de desarrollarlo mucho más eran enormes, pero no puedes hacer eso con cada personaje secundario. Hice bien en tratarlo como lo hice, pero erré en su desarrollo, demasiado previsible.
En cuanto a Yvette y Robert, en el caso de ella incluso va a ser coprotagonista en «La leyenda de Darwan IV: Idafel», y de hecho se encuentra en la portada de la obra. No imagino un salto mayor desde personaje secundario hasta ser la protagonista ni más ni menos que de la portada del nuevo libro. Robert, sin llegar a ese nivel, sin duda tiene un papel extremadamente destacado en la novela. Está en una frontera tremendamente fina.
En el cine y la televisión lo hemos visto muchas veces. Personajes secundarios incluso luego tienen sus propias series. Su tratamiento interesa al lector, o al espectador, tanto que pasan a ser, de facto, protagonistas en muchos aspectos.
Puede que un motivo por el que Robert e Yvette asciendan de protagonismo tenga que ver con sus naturalezas. Ambos están inspirados en personas reales. En el caso de Robert, la inspiración viene de mi tío de Francia Robert, y sin duda persona y personaje tienen muchos aspectos en común. Mi tío era un hombre muy atractivo, y cada vez que venía a ver a mi padre, su hermano, llegaba con un deportivo nuevo, y alguna chica nueva.
En el caso de Yvette, como ya comenté anteriormente, me inspiré claramente en mi exmujer, y sin duda comparten aspectos de su naturaleza y personalidad. Es casi imposible que personajes de una obra no tengan algún referente, sea propio o de alguien que hemos conocido. Por lo tanto, evitemos personajes secundarios que se inspiren en personas demasiado reales o que nos hayan influido claramente, porque eso nos puede llevar, de nuevo, a ascenderlos al coprotagonismo.
Visto lo visto, entre los «malos» y los personajes secundarios que pueden robarle protagonismo al protagonista de una obra, vemos que el oficio de protagonista es extremadamente duro e inestable. No podemos dejar de construir personajes secundarios ricos y llenos de matices, pero tenemos que saber que, llegado un punto, podemos ser tan elaborados en los detalles que robemos el protagonismo al «bueno» de la historia. O al «malo» si hemos decidido que el malo sea el protagonista, lo cual es perfectamente posible.
Ser un secundario no es secundario. Que no nos confunda el término. Trabajemos bien estos personajes, y crearemos una obra rica y llena de matices argumentales. E intentemos ser imprevisibles, pero no demasiado. Nadie dijo que escribir una buena obra literaria fuese a ser fácil.
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