Nueva Zelanda. Finales del siglo XXVII. Algo increíble ha sucedido, y la propia diosa Atenea ha anunciado una buena nueva que ha de llegar, y que asegurará la paz entre los Reinos del Norte y del Sur. el rey Njord viaja con el joven príncipe Freyr camino del templo situado en las faldas del Monte Sagrado Aoraki…
Este es un fragmento del primer volumen de «La insurrección de los Einherjar».
Njord llevó a Freyr al galope, hasta que éste se quejó débilmente.
—Padre, necesito que nos detengamos. ¡Estos caballos nunca se cansan!
—Sí se cansan —comentó Njord mientras disminuían la velocidad y seguían al trote—. Pero son más duros que un joven guerrero como tú —afirmó mientras miraba sonriente a Freyr. Y añadió:
—Vamos a parar a refrescarnos en una posada cercana. El posadero es amigo mío desde la juventud, y es hombre de mi plena confianza.
Njord y Freyr se dirigieron a la posada. El rey Njord sabía que allí podrían sentirse tranquilos un rato, ya que era segura y discreta. Además, quería saludar al posadero. Luego seguirían la marcha.
Entraron en el amplio comedor, que en ese momento se encontraba poblado de algunos pastores y agricultores de la zona. Nadie pareció darse cuenta de que los recientes visitantes eran el rey y el príncipe de los Vanir, ya que vestían ropas sencillas, y no llevaban ninguna guardia. El posadero, que acababa de entrar por la puerta trasera, vio a ambos, pero no dijo nada ante un rápido gesto de Njord. Se aproximó lentamente a la mesa donde ambos se habían sentado.
—¿Qué van a tomar el caballero y el joven muchacho? —preguntó de forma indiferente, a pesar de los nervios que le hacían temblar las piernas.
—¡Yo soy un guerrero, no un muchacho! —exclamó Freyr—. El posadero sonrió mientras miraba a Njord con sonrisa cómplice.
—¡Perdonad, quizás debí decir “joven guerrero”!
—Eso está mejor —comentó Freyr sonriente.
—¡Cerveza para mí! —exclamó Njord—. ¡Y para este joven guerrero, un vaso de leche de cabra!
—¡Sea! —exclamó a su vez el posadero mientras preparaba las dos bebidas en sendos cuencos de madera. Ambos sorbieron los cuencos con presteza, y lanzaron los mismos hacia atrás con fuerza.
—¿Y a dónde vais, caballero? —preguntó el posadero al rey, sabiendo que el hecho de que el monarca estuviese allí de incógnito no podría significar nada excepto algo especial e importante.
—Freyr —dijo Njord señalando la puerta— ve a ver cómo están los caballos, y procura asegurarte de que beban y coman lo suficiente. Luego deberemos seguir camino.
—¡Sí, padre! —gritó Freyr mientras salía entusiasmado al aire libre de la mañana. No disponía de muchas ocasiones para encontrarse solo y lejos del castillo, y disfrutaba de ello. Entonces el posadero se dirigió al rey con estas palabras:
—¿No es peligroso que el príncipe ande solo? Aquí está seguro, de eso no hay duda, pero nunca se sabe qué peligros y brujerías pueden acechar. —El rey miró la puerta por donde acababa de salir su retoño, y contestó:
—Sí, pero debe tener sus momentos de esparcimiento, y necesita sentir que nadie le controla constantemente. Eso merece un pequeño riesgo.
—Dicho así, parece claro —sentenció el posadero—. ¿Y qué buenas nuevas nos traéis? Porque esto no es un paseo por el campo para visitar a un antiguo compañero de luchas y contiendas.
—No, mi querido amigo. Ahora puedo hablarte en confianza. Voy camino de Aoraki, a la Ceremonia de la Anunciación, y la Ascensión del Poder. —Njord se refería a una antigua ceremonia que sólo se había llevado a cabo en dos ocasiones, por la que un dios, o una diosa, se presentaba como heraldo, y anunciaba al rey una buena nueva, o un nuevo presagio. El posadero se quedó como congelado unos instantes, tratando de asimilar lo que acababa de oír.
—Pero mi rey, la Ceremonia de la Anunciación es un presagio de un importante hecho que afecta al devenir de los pueblos de las Dos Islas —comentó el posadero en voz baja—. ¿Y decís que la propia diosa Atenea es quien personalmente dirige este importante evento?
—Así es, mi buen amigo Tyr —respondió Njord—. Y, en esta ocasión, el evento no podría ser más impresionante, ni más crucial.
—¿Y podéis decir a este humilde posadero de qué se trata? —Njord sonrió.
—Puedo decírtelo ahora, mi estimado Tyr: es el anuncio de la llegada de un Único Rey. Un Rey que vendrá a gobernar las tierras de las Dos Islas. No habrá nunca más Dos Reinos. No veremos nunca más Dos Reyes. Uno solo habrá, que gobierne la Tierra, en paz y en prosperidad. La propia Atenea nos confirmó que esta situación se ha dado muchas veces en el pasado de la humanidad. Reinos enfrentados entre sí, que unieron sus destinos en uno solo. Nombró a un tal Rey Arturo, que también disponía de un ser mitológico, un mago poderoso llamado Merlín. Ella es, sin embargo, una diosa, mil veces más poderosa que un mago. Por ello confío en su juicio, y, por supuesto, en el Juicio de Odín, Padre de los Dioses, que es quien decide, en última instancia, esta voluntad.
Tyr permaneció callado unos instantes, atónito. Finalmente, pudo responder:
—Mi señor, quiere ello decir… —Njord asintió.
—Sí, mi estimado Tyr: Freyr es ese rey. Le fue anunciado hace unos días a la reina Skadi, en una Anunciación por la propia Diosa Atenea, cuando estábamos en Piopiotahi. Nadie más lo sabe. Sólo la reina, y yo mismo. Pero es verdad. Atenea le cedió una noche entera su mochuelo a la reina, que estuvo guardando al joven príncipe hasta el alba, mientras lo calentaba con la suave luz de sus ojos verdeazulados. Finalmente, Atenea regresó al alba, abrazó a Skadi, besó al joven príncipe, que se encontraba en un extraño éxtasis, y bendijo el alma de ambos. Yo no estuve presente, pero se me reveló la Verdad en un sueño.
—Es impresionante, mi señor. Los propios dioses os protegen.
—Impresionante, sin duda, mi buen Tyr. Luego, Atenea dio instrucciones a Skadi, para que, a su vez, me las diera a mí. Debíamos viajar a nuestro castillo de Helgi en Twizel, y partir los dos por la mañana del tercer día en los caballos que ella nos regaló hace unos años. Debíamos viajar hasta el templo del Monte Sagrado de Aoraki, donde se encuentra la estancia para la Ceremonia de la Anunciación. Allí será anunciada, en siete días a partir del tercero, la Ascensión al Trono Único de las Dos Islas del rey Freyr, cuando cumpla veinticinco años, y la Buena Nueva llegará a todos los puntos de las Dos Islas. Freyr será Rey, y un Nuevo Mundo alumbrará a los Vanir y a los Aesir para siempre.
—No sé qué decir —murmuró Tyr con asombro—. Esto sí que son grandes noticias. Se vislumbra un mundo con un futuro en paz, donde la guerra solo sea para siempre un recuerdo oscuro en la mente de los más viejos del lugar… ¿Y el muchacho no lo sabe?
—Le dije anoche que la propia Diosa Atenea desea verle. Pero no sabe que, además de ir a buscar su espada, vamos a encontrarnos con su Destino.
—¿Y qué pasará con el rey Bálder de la Isla del Norte? ¿Aceptará él de buen grado dejar el trono por Freyr cuando este alcance la edad? ¿Y su mujer, la reina Electra? —Njord arqueó las cejas levemente mientras tomaba un sorbo de una segunda cerveza que la hija de Tyr acababa de traer. Njord observó a la muchacha mientras se iba.
—Tu hija ha crecido mucho, Tyr. Se parece cada vez más a su madre. —Tyr suspiró.
—Sí. Hay muchas cosas en ella que me recuerdan a mi querida Amanda. No tengo a mi esposa, pero la tengo a ella.
—Seguro que en breve la casarás con algún joven y rico potentado de la zona —aseguró Njord riendo.
—Ya veremos… Con diecisiete años es hora de que vaya buscando un señor que la cuide, pero yo estoy ya viejo, y no tengo mucho que ofrecer, excepto a ella.
—Que no es poco —confirmó Njord—. Pero bueno, volviendo a tu pregunta, no sé qué pasará con Bálder. Ni con Electra. Sí sé que es la voluntad de la diosa Atenea que ambos pueblos vivan unidos, y que el peligro de una nueva guerra entre los Vanir y los Aesir se extinga para siempre…


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