Cuando escribo esto se ha anunciado que, para 2040, se prohibirá la venta de cualquier tipo de vehículo con motor de explosión interna que utilice como combustible energías fósiles. Habrá que ver si se cumple o no, pero, en todo caso, será demasiado tarde para la Tierra, y demasiado tarde para la humanidad. Y, de todas formas, no podrá eliminarse el efecto del cambio climático. Eso sí; la eliminación del motor de explosión con las décadas tendrá un efecto positivo. El daño está hecho, y lo sufrirán las generaciones que ahora mismo comienzan a dar sus primeros pasos, así como sus hijos y nietos. Pero quizás pueda amortiguarse algo el problema, lo cual ya es mucho.
Aquí en España se ha abierto un debate enorme sobre este asunto, porque una parte importante del PIB se basa en la industria del automóvil, y porque da empleo directo e indirecto a cientos de miles de personas. Es normal que haya preocupación, son muchos puestos de trabajo. Lo que no es excusa para buscar nuevas alternativas energéticas por supuesto. La idea es combinar los nuevos avances con el traspaso de ese personal a las nuevas tecnologías. La famosa «reconversión» industrial, palabra que trae muy malos recuerdos a mucha gente. También a mí, mi familia se vio afectada directamente por una de esas reconversiones cuando yo era joven.
Pero no podemos detenernos. El debate, además, ocurre cada vez que una nueva tecnología se impone sobre otra. Expongo ahora dos ejemplos rápidos del siglo XIX y principios del XX.

- La llegada del automóvil. Por supuesto, el automóvil fue una amenaza para la industria de los carros de caballos. Mucha gente vivía de construir carros (mi bisabuelo entre ellos), y muchos puestos de trabajo se perdieron. Ya no eran necesarios, pero hubo otra industria que se vio muy afectada: la propia de la cría de caballos de tiro. Estas dos industrias, fuertemente relacionadas, cayeron bajo el impulso del motor de combustión interna. También cayeron los fabricantes de máquinas de vapor, frente al poder de los motores de gasolina y diesel. Cada revolución tecnológica tiene un precio.
- La llegada de la iluminación eléctrica. Las ciudades se vistieron de luces (y de neones). Esto llevó al desastre a toda una industria: la de la luz por gas. Estas empresas intentaron competir con gases más puros y eficaces, mejores conducciones de gas, etc, pero finalmente cayeron. Por supuesto, estas empresas protestaron, como protestan ahora las empresas de automoción. Pero al final la ventaja de la energía eléctrica se impuso, y las empresas, o bien se adaptaron, o cayeron. La mayoría sin embargo fueron nuevas empresas que supieron ver una oportunidad en la crisis. Por cierto, la lucha entre Edison y Nicola Tesla se ha convertido desde hace años en un motivo de debate en Internet muy interesante y a veces controvertido.
Tampoco hay que darle demasiadas vueltas. Incluso la rueda terminó con los operarios que tenían que tirar de las cargas con cuerdas, o llevar la carga directamente sobre animales. Un carro con ruedas era tremendamente más eficaz, y en su momento fue una verdadera revolución, que cambió el trabajo y la productividad de forma nunca antes vista.
Sobre el tema de la llegada de la electricidad para iluminación, dejo este enlace en inglés, pero transcribo a español un párrafo de una de estas páginas que me parece muy interesante:
Incluso antes de que Edison demostrara que las lámparas eléctricas eran factibles, el valor en bolsa de las empresas de gas comenzaron a bajar de precio. A finales de 1879 Edison y sus compañía comenzaron a hacer estudios detallados de los costes de la luz de gas para determinar las metas de precios que la luz eléctrica tendría que cumplir para ser competitivos. Después de la invención de la lámpara, una forma de promocionar este nuevo sistema era informar puntualmente de muertes y lesiones debidas al uso del gas (frente a la seguridad de las lámparas eléctricas).
A pesar de las maniobras de las nuevas empresas eléctricas como las descritas anteriormente, los fabricantes de gas respondieron al desafío con dos grandes avances. El primero era un gas de mejor calidad. El segundo fue un manto incandescente inventado por Carl Auer von Welsbach de Austria (quien más tarde inventó la primera bombilla comercial de filamento metálico). Ambas innovaciones dieron como resultado una luz más brillante y eficiente.
El gas resultó ser un competidor duro ya que la infraestructura ya existía, mientras que la luz eléctrica no se podía utilizar hasta que se construyeran las plantas generadoras y se encadenaran los cables. Además, el gas puede ser utilizado para calentar y cocinar, así como para la luz. En 1910, William Coolidge de GE inventó una lámpara de filamento de tungsteno capaz de dar 10 lúmenes por vatio. Esa invención, combinada con el creciente nivel de electrificación en el país, eliminó efectivamente la competencia del alumbrado de gas.
Estos párrafos dejan entrever claramente la desesperación de las compañías de gas frente al nuevo uso de la electricidad, como ahora las compañías de automóviles se empiezan a desesperar frente a la llegada de los vehículos eléctricos. En ambos casos, la electricidad supone un coste-eficacia muy superior una vez superados los problemas tecnológicos inherentes a las baterías, y una forma de armonizar el desarrollo industrial y social con la importancia de cuidar el medio ambiente.
¿Qué ocurrirá? Lo que ha ocurrido siempre, no hace falta ser adivino; solo hace falta leer libros de historia, algo que hoy en día se practica muy poco (o la lectura de libros en general, ya que estamos). Lo que va a ocurrir es que una parte de esa industria caerá, otra se reconvertirá y adaptará, y otra nacerá ya sobre la nueva tecnología, como ocurre con Tesla, una empresa que parece empieza a despejar sus dudas gracias curiosamente a haber eliminado a su líder casi mesiánico, Elon Musk.

Toda esta industria, además, se va a haber también afectada por la llegada de más robots, que van a provocar todavía una reconversión mayor. Los nuevos robots complementarán a esos gigantes que se encuentran en las cadenas de producción, y realizarán las tareas que ahora mismo todavía realizan operarios manualmente. En veinte años el ochenta o incluso el noventa por ciento de esos puestos de trabajos estarán robotizados. Además esos robots podrán adaptarse de una forma muy superior a sus hermanos mayores, gracias a la famosa inteligencia artificial, que en realidad no es tal, sino software con algoritmos adaptativos, un invento muy antiguo que se ha ido perfeccionando, y que ahora se vende como inteligencia.
La rueda supuso un salto gigante para la humanidad, pero esta se tuvo que adaptar. La electricidad iluminó las ciudades en el siglo XX. Y ahora, el motor de combustión interna desaparecerá de las carreteras. Todo ello no es casual; es fruto de la evolución tecnológica y de nuevos retos a los que debe enfrentarse la especie humana para sobrevivir.
Ello conlleva crisis sin duda, pero las crisis han de verse como oportunidades, no como conflictos. Son quienes ven la oportunidad en la tormenta los que salen adelante y mejoran. El resto, caen. Eso es también evolución. Y forma parte de una sociedad moderna ayudar a los más afectados a sufrir de la forma más ligera y breve posible las consecuencias del cambio, para adaptarse al nuevo medio. Ese es un capítulo duro, difícil, y amargo. Pero que, como hipotéticas sociedades avanzadas, deberemos aprender a superar.
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