En el último capítulo de «Mensajero del Nastrond» que estoy actualmente preparando, Sandra se enfrentará a un recuerdo de tres años atrás, cuando tuvo un breve contacto con un joven que le trajo un extraño mensaje, y un gran secreto. Para poder conocer el origen de ese recuerdo, este es el fragmento de «Las entrañas de Nidavellir» donde comienza la historia que se cerrará en breve. En ese momento, «Mensajero del Nastrond» estará acabado, y disponible para ser publicado, en una fecha del 15 de diciembre aproximadamente.
Sandra se dirige a casa de Jan para ver a la pareja y los niños, cuando un joven se acerca a ella. Sandra cree que es simplemente un chico impetuoso interesado por ella. Pero el joven la invita a un bar, con el fin de entregarle un antiguo documento, que ha sido guardado durante generaciones…
La canción adjunta «Voices from the past» se inspira en el libro «Las entrañas de Nidavellir II», y está compuesta e interpretada por Scott Kimmel.
Sandra estaba enfrascada en esos pensamientos mientras se dirigía a la casa, cuando un joven de unos veinte años se le acercó sonriente.
—¿Sandra Kimmel?
—Sí, soy yo. ¿Y tú eres? No dispones de un sistema de control y registro planetario. Eso es ilegal.
—Ilegal o no, no lo tengo porque no estoy registrado en el planeta, y nunca lo he estado. En cuanto a mi nombre, me llamo Daniel, pero eso no importa ahora. Tengo una carta para ti. ¿Te puedo invitar a tomar algo?
—Mira, no sé de qué va esto, y si es ligar lo que quieres, no estoy de humor… —Él rió.
—No, no es sexo. Al menos no en este momento. Aunque no estaría mal tener una aventura contigo, podría presumir de ello luego. Pero no, nada de sexo ahora. Vamos a ese bar.
—No tengo que acompañarte a ningún bar, joven Daniel, si es que ese es tu nombre real, cosa que dudo —le espetó Sandra.
—Cabezota, como bien decía él.
—¿Estás loco? ¿Y quién es “él”? —Preguntó Sandra extrañada.
—Robert Bossard, por supuesto. —Sandra alzó las cejas claramente sorprendida.
—¿Robert Bossard has dicho? Robert lleva muerto…
—Muchos siglos, sí. ¿Vamos? Es un día histórico. Para mí, y para los míos.
Sandra no dijo nada más. Era evidente que ese joven tramaba algo, y le acompañó a un bar cercano. El joven pidió un batido de vainilla. Sandra tomó una cerveza. Luego el joven extrajo un tubo de acero. Dentro había un pergamino. Daniel le dio el pergamino a Sandra, y rogó:
—Léelo, por favor. Llevamos mucho tiempo esperando este momento. —Sandra tomó el pergamino.
—En fin, acabemos con este misterio… —Sandra abrió el pergamino. Estaba escrito en griego clásico. Claramente de la variante del Ática. Decía así:
“Hola, Sandra. Cuando leas esto yo llevaré mucho tiempo muerto. Pero me he preocupado de dejar un legado, que espero perdure en el tiempo. Quien te entregue esta carta será parte de ese legado. Solo quiero decirte que me alegré mucho de salvar nuestras diferencias al final.»
«Eres una cafetera insoportable e inútil, pero soy feliz sabiendo que pudimos arreglar nuestras diferencias. Aquella conversación que mantuvimos antes de tu partida para ti habrá tenido lugar recientemente. Para mí ocurrió hace cuarenta y cinco años. Ahora he de dejar este mundo para siempre. Pero he sido feliz. Y he plantado un árbol que espero crezca con el devenir de los siglos.»
«Las cosas aquí no han ido mal. Mi esposa Alannis y yo hemos sido felices, y hemos tenido descendencia. He podido vivir un momento histórico de la historia de la humanidad. He conocido a grandes hombres, entre ellos a Pericles. Y a Fidias, que solo hablaba alabanzas de ti, y que también estaba locamente enamorado de ti, como nos ocurre a todos los soñadores locos que creemos en el amor eterno. Y he conocido a otros grandes. Pero ahora mi luz se apaga. Dejo mi legado, y dejo una llama que espero perdure durante siglos. Una llama que caliente y cuide a la humanidad, en vez de consumirla como hacen otros.»
«Cuídate mucho. Y sé feliz tú también. Eres importante. Para mí. Y para la humanidad. Siempre has estado en mi corazón. Y siempre lo estarás aunque yo muera.»
«Hasta siempre, Sandra. Y reitero: sé feliz. Sé feliz, siempre. Un beso”.
Firmado: Robert Bossard.
«P.D: sobre Yvette no te pregunto, porque estoy seguro de que está bien. Ella ya habrá encontrado su camino cuando leas esto. Y es un camino duro y difícil, lleno de obstáculos. Seguro que lo superará. Ella es fuerte. Cuídate. Hasta siempre.»
Debajo había un pequeño texto escrito por otra mano. Era griego, pero obviamente era más moderno. Decía:
“Hola Sandra. Me han hablado mucho de ti. Eres motivo de conversación y de estudio entre mis alumnos de clases superiores. Estamos separadas por un océano de tiempo. Pero te admiramos todos. Sé fuerte en el futuro que te espera. Yo intento construir un mundo mejor para todos también. Te he dejado un regalo, te lo entregarán en forma de una llave, pero no es una llave como se podría entender. Esa llave es una visión. Una visión que deberás ver por ti misma. Y esa visión guarda un camino. Espero que lo disfrutes. Sé que harás buen uso de ese material.»
«Sigue adelante. Lucha por la humanidad. Hazlo, por favor. Hazlo, por nosotros. Hazlo por los que se fueron, y por los que vendrán. Llegan tiempos oscuros. Sé tú la luz que guíe a nuestros semejantes hacia un mundo mejor y más justo. Un gran abrazo desde Alejandría. Cuídate mucho”.
Firmado: Hipatia de Alejandría.
Sandra miró asombrada al joven Daniel, que seguía sonriente. Finalmente pudo decir:
—¿Es esto una broma? ¿Robert? ¿Hipatia? ¿De qué va todo esto? ¿Es alguna idea nueva de Deblar para complicarme la vida otra vez?
—Tú puedes analizar el tejido. Hazlo. —Sandra tomó una pequeña muestra microscópica. El material tenía más de veinticinco siglos sin duda. El estilo de escritura y la grafía y la composición química también correspondían a Robert y a ese tiempo histórico. La decadencia radioactiva de los compuestos era la correcta para la época. Finalmente, Sandra preguntó:
—¿Qué relación hay entre Robert e Hipatia? Se llevan siglos de diferencia.
—Robert fue el iniciador y Primer Preceptor, tanto en orden como en nombre. Hipatia fue Primera Preceptora en su tiempo.
—¿Primer Preceptor? ¿De qué? ¿Sois alguna escisión masónica? —Daniel negó levemente con la cabeza.
—No, en absoluto. No tenemos nada que ver con los masones. De hecho, nuestras agendas son opuestas en muchos aspectos clave.
—¿Quién eres tú? ¿Quiénes sois vosotros?
—Soy descendiente del linaje de Robert. Tuvo dos niñas y un niño. Yo desciendo directamente de aquel niño. Pertenezco a una sociedad que creó Robert para defensa de la humanidad. Hemos estado protegiendo los tesoros culturales y científicos más importantes desde entonces. Hemos luchado contra la ignorancia y la decadencia de la humanidad. A veces con más éxito. Otras veces, menos. Este pergamino se guardó en la Biblioteca de Alejandría, y el texto es por supuesto de quienes lo firman.
—Pero la Biblioteca de Alejandría ardió. Varias veces además.
—Cierto. Pero teníamos copiados casi todos los textos en un lugar seguro en cada caso. Se guardan ahí, hasta que la humanidad esté preparada para obtenerlos de nuevo.
—¿Casi todos?
—La gran mayoría.
—¿Y habéis esperado hasta ahora para contactar conmigo?
—Eran nuestras instrucciones. Si no, habríamos alterado la línea del tiempo. Y ya sabes que Robert era muy conservador para esas cosas.
—Sí, de eso no cabe duda.
—Y yo mismo tenía ganas de conocerte. La divina Sandra. Y está ante mí ahora.
—Ah, ¿sí? Ya empezamos otra vez con divinidades. Estoy harta de ser divina.
—Es tu papel, Sandra. Y sí. Hemos cumplido esta misión. No ha sido fácil, te lo aseguro. Durante generaciones hemos ido pasando este documento de unos a otros.
—¿Y en relación a Hipatia?…
—Hipatia, sí. Fue la más grande de su tiempo. Adorada y odiada con pasión. Sus discursos y razonamientos eran los de su tiempo por supuesto, pero de una clarividencia y maestría sublimes. Guardamos de ella varios textos y una imagen. Su mirada es poderosa, pero algo triste. Fue una de nuestras mayores pérdidas. Ella sabía que iba a morir violentamente. No porque se lo transmitiera Robert. Simplemente, porque sabía que había un complot contra ella. Intentaron obtener de ella información de dónde se guardaban las copias de los documentos de la biblioteca. Unos querían aquellos escritos para destruirlos porque eran paganos. Otros para venderlos simplemente. Otros porque creían que guardaban libros de hechicería, y querían usarlos en su propio beneficio. No pudieron conseguirlo.
—Entiendo. El viejo juego del poder. Y más con una mujer de por medio.
—Exacto. Hipatia murió por el arte y la ciencia. Se dijo que fue una turba quien la mató. Pero no se dijo nunca que esa turba estuvo pagada por los hombres más influyentes de su época, enemigos entre sí, pero unidos por la causa común de deshacerse de ella como mal común, y luego luchar por el poder de obtener los manuscritos. No obtuvieron la información de Hipatia, y pensaron que asesinarla les daría acceso a sus posesiones, y alguna información para obtener los pergaminos de la Biblioteca. Pero otros de nuestro grupo pusieron a salvo sus documentos y la ubicación de los pergaminos, antes de que su casa fuese registrada.
—Es… triste —reconoció Sandra—. Triste es el mundo en el que la ciencia y el arte se deben ocultar y esconder ante el poder de la mezquindad y la ignorancia.
—Sí. Es triste. Ella fue víctima de la locura por obtener unos datos que darían un gran poder a quien los poseyese, o eso creían ellos. Y tienen un poder, pero no es para ellos. Es para ti.
—¿Para mí? —Preguntó Sandra sorprendida.
—Así es. Un poder como la nave de Scott podría dar a quien conociese sus secretos. Muerte y guerra en cualquier caso, eso es lo que ha traído la nave. Esa nave, como esos documentos, pertenecen a su tiempo. Así es el orden de las cosas en el universo, e intentar saltarse las normas tiene siempre terribles consecuencias…
Daniel se levantó, y pagó la consumición automáticamente.
—Eres un jovencito sorprendente. ¿Te vas ya? —Daniel se volvió, y sonrió.
—Sí. Ya he cumplido la misión. Puede parecerte una tontería todo esto. Pero es una tontería que ha perseguido y obsesionado a muchas generaciones de seres humanos durante siglos. Era fundamental darte este documento.
—¿Por qué? —Daniel ignoró la pregunta.
—Adiós, Sandra. Nunca volveremos a vernos. Ha sido maravilloso conocerte. Y todo un honor.
—Pero, un momento, yo… —El joven le dio un beso en la mejilla a Sandra, y salió caminando a paso ligero entre la multitud. Otra sorpresa, y otro misterio, a añadir a la larga lista de lo vivido en esos tiempos.
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