Septiembre, de un año que ya no puedo recordar. El viejo Ford Mustang ardiendo en el fuego de la mañana. Yo lo había perdido todo. Tú nunca habías tenido nada. Pero ahora nos teníamos el uno al otro. Y teníamos mil millas delante de nuestros ojos. Y mil millas de amor en nuestras almas para recorrer.
Nos lanzamos a descubrir el mundo. Y descubrimos que el mundo éramos nosotros. Nos llenamos de sueños de un futuro mejor. Y comprendimos que el mejor futuro es el que se vive a cada momento. Nos miramos esperando un beso al amanecer. Y comprendimos que la noche era la perfecta aliada del amor más vivo y vibrante que dos almas puedan compartir jamás. Nos dimos la oportunidad de esperar. Y entendimos que la espera es solo una forma de coartar nuestra libertad de amar.
Septiembre, de un año que ya no volverá. Tu sonrisa reflejada en aquel cristal lleno del polvo del camino. Tu mirada fija en un futuro que perdimos antes de comenzar a caminar. Y mi corazón tozudamente atado a tus brazos, a tu piel, y al canto de aquella canción que compartimos durante las mil millas de un camino del que no queríamos llegar al final.
Al final nos despedimos, y nos dimos cuenta, cuando era tarde, de que no éramos nada sin nuestro sendero. Que no son dos almas las que hacen camino, sino que es el camino el que da sentido a dos almas. Al final comprendimos que las mil millas se habían recorrido, y que era el momento de desplegar las alas. Buscando nuestros propios destinos, dejamos una parte de nosotros en aquel asfalto ardiente del desierto. Y el desierto llora esperando encontrar nuestras huellas y nuestro aliento, y nuestras risas, una vez más.
Hoy te recuerdo con cariño. Y te añoro como nunca. Y pienso en el olor a rueda quemada, a viento seco golpeando nuestros rostros, y al polvo del desierto que lo invadía todo, y que llenaba cada poro de nuestra piel. Y hoy recuerdo aquella mirada azul que se clavaba en mi iris, y aquellas noches en las que nuestro único refugio era nuestro viejo Mustang, un motel destartalado, y un cielo estrellado, testigo mudo de nuestro amor.
Eso es lo que recuerdo. Y eso es lo que llevo en mi corazón. Aquella carretera duerme para siempre; pero para siempre recordará nuestro amor. Y ese asfalto recordará cada risa, cada beso, y cada pasión que devoró nuestros sueños, en un fuego que nos consumió a los dos.
Mereció la pena vivirlo. Cada milla. Cada momento. Cada mirada. Y cada canción.
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