Senderos de mortales, senderos de inmortales

Nuevo fragmento de “La leyenda de Darwan IV: Idafeld”, Libro XV y último de la saga Aesir-Vanir. El fragmento anterior puede leerse en este enlace.

Espero disculpen la alta tasa de publicaciones relacionadas con este libro, pero es la única forma de que lo acabe por fin, y con ello la saga de quince libros. El libro será corto, así que no habrá muchas más entradas. Luego la edición final contendrá algunos cambios y modificaciones, y estos fragmentos serán borrados, porque son eso, borradores del libro final. Avanzados sin duda, pero no dejan de ser bocetos del contenido final de la obra.

Disculpen también la extensión de estos textos, podría atomizarlos más, pero entonces yo mismo me estaría poniendo palos a las ruedas del proceso de escritura de la obra. De este modo me fuerzo a mí mismo a trabajar más, y con ello tener la obra terminada antes. Estar a punto de terminar la saga y no poder hacerlo por algún accidente o situación inesperada me pondría nervioso. Morir y dejar sin terminar la saga acabada, estando ya tan cerca, es algo que no podría perdonarme nunca.

Muchos de los comentarios de los personajes están relacionados con los libros «Las entrañas de Nidavellir» y «La insurrección de los Einherjar».

En esta nueva entrada, Yvette ha sido retenida por Freyr, y Scott va a intentar, por todos los medios a su alcance, que sea liberada. Mientras tanto, Helen trata de encontrar algún resquicio, alguna salida a la situación de jaque mate en la que se encuentran. Si no consiguen hallar una forma de contrarrestar la amenaza de Freyr, tendrán que someterse a su voluntad, o tratar de huir. Helen no está dispuesta a aceptar ninguna de esas posibilidades…

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Scott tomó una pequeña nave auxiliar, y se dirigió al palacio de luz de Freyr. Tyr le recibió, y fue llevado a la presencia del rey. Este se encontraba, como de costumbre, en su trono de luz. Miró, y asintió levemente.

—Vaya, el hombre de hielo, el misterioso Scott, del que todo el mundo habla. Tú eres ya uno de nosotros. Eres bien recibido aquí, ahora, y siempre que quieras.
—Yo no estoy a tus órdenes —repuso Scott—. Ni soy uno de vosotros. Fue un accidente el que me… transformó. Como os pasó a vosotros. Y lo he pagado un millón de veces. Primero, con mi familia. Luego, con mi destierro. Finalmente, con Helen.
—Estás enamorado de esa mortal. Es evidente.
—Es evidente que no sabes nada sobre el concepto de amor.
—Creo que no eres el más indicado para hablar de eso.
—Es cierto que he cometido muchas estupideces. En cuanto a ti, siempre fuiste ambicioso, Freyr. Ya desde pequeño. Fuiste el responsable del accidente de Idún. Ella quería demostrar que era mejor que tu altanería, y tu desprecio con el que te dirigías a ella, indicándole que ella sería una simple sierva de ti. Y luego le pediste a Sandra ser inmortal. Por un azar del destino conseguiste lo que parecía imposible. Y ahora esa inmortalidad te ha vuelto loco. Completamente loco.

Freyr observó a Scott unos instantes, y preguntó:

—El loco llama al loco. ¿Has venido solamente aquí para decirme todas esas patrañas? Supongo, y espero, que no sea así.
—No. He venido porque he sido informado de que Yvette ha desaparecido. Y se sospecha que la pudieses tener retenida.
—Yvette no es asunto mío. No sé nada de ella. Se habrá ido. Habrá vuelto a la Tierra del siglo XXII. Tiene poder para ello. Un poder que ni siquiera ella recuerda que tiene. Incluso tiene poder para rehacer su vida.
—Yvette sufrió un terrible proceso de conversión. Estuvo a punto de perder el sentido de la realidad. Estuvo a punto de sucumbir, en la luna Titán de Saturno. Yo estaba con ella. Pude intervenir, y evitarlo. Pero ahora, precisamente por ello, es responsabilidad mía.
—Sí, seguro. La fama te precede, Scott. Se sabe que has sido siempre un mujeriego. Y, en el caso de Yvette, se trata de una mujer que no es fácil de olvidar.
—Yvette debe ser liberada. Debes liberarla, y debes hacerlo ya. Te conmino a liberarla de inmediato.

Freyr se levantó. Extrajo la espada, y se acercó a Scott. Le colocó la punta de la hoja en el cuello mientras decía:

—¿O qué, Scott? ¿Qué usarás contra mí, si me niego? No tienes ningún poder especial. Eres inmortal. Eres como nosotros. Pero no tienes ninguna capacidad para enfrentarte contra mí. Puedo aplastar cada átomo de tu cuerpo sin pestañear y en un instante. —Scott tomó la hoja con la mano, y la apartó a un lado con desprecio. Freyr bajó la espada.
—Te equivocas, Freyr. Tengo algo que puedo usar contra ti.
—¿Y qué arma poderosa es esa?
—El futuro. —Freyr rió sonoramente. Guardó la espada, y preguntó:
—¿El futuro?
—Nunca he ido más allá de la mera información. Nunca me he atrevido a hablar de un futuro condicional. —Freyr negó categóricamente.
—El futuro es intocable. Inviolable. Tú puedes hablar del futuro. Pero no lo puedes cambiar.
—Directamente, no. Es cierto.
—¿Entonces?
—Puedo cambiar el futuro. Cambiando el pasado.
—Eso es tremendamente peligroso. Casi ningún ser humano mortal o inmortal puede viajar en el tiempo, sin descomponerse. Sin autodestruirse.
—Freyja puede —confirmó Scott.
—Eso es falso.
—Freyja puede —insistió Scott—. ¿Sabes que la Sandra que os ayudó, la Sandra que conociste, era una réplica de la real?
—Lo sé —confirmó Freyr—. Eso es algo que nadie más sabe. No era la Sandra que tú modificaste. No era la Venerada. Era un simple androide más. Nunca he podido explicar la razón.
—Exacto. El dios Freyr no puede explicarlo todo. El caso es que aquella Sandra no era más que una copia. Hizo su papel. Pero no cambió el futuro. No tenía esa posibilidad. La auténtica Sandra sí hubiese podido cambiarlo.
—Pero fue destruida en el siglo XXII. En la luna Titán de Saturno. En aquella guerra estelar que arrasó miles de mundos, tal como narran las Crónicas de los Einherjar.

Scott asintió. Su mirada fría y sus ojos grises tenían el poder de asustar a Freyr, por alguna razón que no podía entender, aunque jamás llegase a reconocerlo.

—¿Lo ves? —Inquirió Scott.
—¿Qué tengo que ver?
—Que hay dos pasados presentes en este futuro. Dos historias contradictorias. Incompatibles. Pero ambas ciertas. Dos pasados incompatibles han convergido. Esos pasados están colisionando en el futuro, y ponen en peligro todo el universo en su conjunto. La misma esencia del universo podría implosionar en cualquier momento. Y eso requiere de una solución inmediata. Yvette es la clave. Aquí no solo está en juego nuestro futuro, sino el futuro de todo cuanto ha existido, existe, y existirá. Y ahora, deja de mentirme, y libera a Yvette.

Freyr retrocedió. Parecía confundido. Exaltado. Lleno de ira. Se sentó en su trono, y replicó:

—No… No lo haré. ¡No lo haré! ¡Jamás! Ella es mía. Será mi esposa. Lo quiera ella, o no. Seguirá encadenada hasta que acceda. Esa… mujer ha de ser mía… —Scott asintió, comprendiendo el nivel de locura al que había llegado Freyr.
—Mírate, poderoso rey, Gran Inmortal, Señor de Mortales e Inmortales de la Galaxia. ¿Te escuchas a ti mismo? Eres patético, Freyr. Eres un fraude. Solo eres una sombra de lo que fuiste en el pasado, cuando llegaste aquí. El poder y la inmortalidad te han corrompido. La inmortalidad no ha destruido tu cuerpo. Pero ha destruido tu mente por completo. ¿Qué dice tu madre, Skadi, de todo esto?
—La he recluido en sus habitaciones. No entiende nada.
—Es que no hay nada que entender más allá de lo que pueda verse. Y tu madre lo sabe. Recuerda, sin embargo, que tu madre te quiere, pero no la presiones; porque sigue siendo Skadi. Y Skadi significa poder. Ella no accederá a tus órdenes de forma indefinida, Freyr. Ella, simplemente, no es así.
—¡No liberaré a Yvette! ¡Y ahora, márchate, o atente a las consecuencias!

Scott asintió lentamente. Tras unos instantes, replicó:

—Bien. Sea así. Entonces, atente a las consecuencias tú, Freyr. Porque yo no voy a detenerme.
—Podría retenerte a ti ahora también. Llenarte de cadenas. Y condenarte a una eternidad encerrado en este palacio.
—Sí. Pero no lo harás. Porque, de hacerlo, sería el mayor error de tu larga vida inmortal.

Scott se alejó dando grandes pasos.

—¡Espera! —Gritó Freyr. Scott, sin volverse, preguntó:
—¿Liberarás a Yvette?
—Jamás. Pero te daré un poder que nunca podrías imaginar. Quédate conmigo, sírveme, y solo yo seré superior a ti. Te daré las llaves de este reino estelar. Sé mi segundo en esta nueva era que está a punto de comenzar. Incluso te daré a tu amada mortal, Freyja, en recompensa, cuando ella sea una de los nuestros. ¿Has soñado alguna vez con tener tal poder, y a la mujer amada por fin?

Scott se volvió. Sonrió, y contestó:

—Mi poder es el futuro. Tú juegas a ser poderoso. Yo juego a escribir tu futuro. ¿Y tú quieres hablarme de poder?

Freyr se levantó de su trono, y se acercó a Scott diciendo:

—Todos vosotros… me tratáis de loco. De paranoico. De haber perdido el contacto con la realidad. Pero los locos son ellos. Esos locos mortales. ¡Ellos! La humanidad sufrió padecimientos durante miles y miles de años en la Tierra. Hambre, enfermedades, guerras, desolación, miedo, fenómenos extremos de todo tipo… Por no hablar de la muerte, una constante que siempre ha estado presente en cada ser humano, y que siempre marca su punto y final… Yo, sin embargo, les ofrezco acabar con todo eso. ¿Qué es lo que les ofrezco? ¡Ni más ni menos que la inmortalidad! ¡Inmortales! ¡Para siempre! ¿No dicen que vivieron y sufrieron dos guerras? Yo les ofrezco una paz inmortal, un Paraíso que nunca tendrán que abandonar. ¡Y esos locos lo rechazan! ¿Quiénes son los locos, Scott? ¿Quién es el que está llevando a la humanidad a su extinción final?

Scott miró unos instantes a Freyr sin contestar. No dijo nada más. De pronto, Tyr se acercó a Scott. Lo tomó de las manos, y lo ató con un grillete de luz, mientras decía:

—El rey ordena que seas detenido.
—¿Por qué?
—Por amenazas al Reino, y por desobediencia.
—Tyr, estás cometiendo un error.
—La justicia mana del poder. Y el poder lo ostenta Freyr. Si un poder no se atiene a la justicia, no habrá gobierno.

Scott miró un instante a Freyr. Este dijo:

—Ahora tendrás tiempo de reflexionar. Durante milenios no dejarás este palacio. Y verás que yo siempre he sido la luz. Y ellos, la oscuridad…

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Almas contrapuestas.

Tyr llevó a Scott a una sala inferior del palacio de luz. No tenía paredes, y podían verse las estrellas. Solo unas barras verticales conectaban unos falsos techos de luz con el suelo. Tyr encadenó a Scott a una de esas barras. En otra barra cercana, echada en el suelo con los brazos levantados por la corta longitud de su cadena, se encontraba Yvette. Esta miró a Scott de soslayo preguntando:

—¿Qué haces tú aquí, Scott?
—He venido a liberarte.
—Ya veo. Como siempre, tan audaz y elocuente. He intentado razonar con Freyr. Es completamente inútil. Está loco. Quiere que me case con él.
—Ciertamente, no se puede razonar con él. Y creí que, después de lo nuestro, de lo ocurrido en Titán, habrías cambiado por fin tu actitud hacia mí. —Yvette frunció el ceño mientras respondía:
—¿Lo «nuestro»? ¿Cómo te atreves a hablar de lo «nuestro»? Te aprovechaste de mí, en un momento de máxima debilidad. —Scott rió,  y contestó:
—Es increíble cómo se puede tergiversar la historia. Si mal no recuerdo, fuiste tú la que se lanzó sobre mí.
—Sí, pero solo porque estaba desesperada. Y aturdida. Y…
—Mira, Yvette, te lo dije entonces, y te lo repito ahora: teníamos que salir de aquel lugar. Podrían habernos matado en cualquier momento. Y tú tenías el poder para ello. Solo necesitabas algo de ayuda. Un… empujón.
—¿Un empujón, dices? Aquello no fue un empujón. Ni dos.
—Es cierto. Pero sirvió para que te dieras cuenta de que aquellas puertas, y aquellas paredes, podían caer como si fuesen de papel con tu poder. ¿Lo has olvidado?
—No lo he olvidado —contestó Yvette malhumorada.
—Pues parece que sí. —Yvette miró sorprendida a Scott:
—¿Por qué dices eso?
—Porque estamos en una situación similar. Y tú, un alma bondadosa y dulce, has olvidado el poder que hay dentro de ti. ¿Acaso has olvidado lo que pasó en Grecia? ¿Lo que le hiciste a aquellos piratas fenicios?
—No. No lo he olvidado.
—Claro que no lo has olvidado. Lo has reprimido. Los destrozaste. No tuviste piedad con ellos. E hiciste bien. Querían violarte. Y tú te ocupaste de ellos, destrozándolos, como las bestias que eran.
—Vete al infierno, Scott.
—Vaya, menudo lenguaje. ¿Dónde ha quedado la dulce, delicada y templada Yvette?
—Lejos de tu presencia, eso por supuesto. Y ahora, si tienes un plan para escapar de aquí, dilo, o cállate.
—¿O qué? ¿Te lanzarás sobre mí para hacer el amor conmigo, rodando por el suelo, como la otra vez?
—Esta vez ese truco no te funcionará —aseguró Yvette—. Es cierto: reconozco que entonces me dejé llevar. La razón era evidente: una represión enorme, acompañada de una transformación interna, que me estaba llevando a lo que soy ahora, más todo el trauma del viaje en el tiempo, con aquella guerra en la que me vi envuelta, y con aquellos hombres que, ciertamente, intentaron violarme. Pero de eso hace mucho, mucho tiempo.
—Puede que haga mucho tiempo. Pero sé que, para ti, es un instante.
—¿Por qué lo sabes?
—Porque sé que una de las cualidades que has heredado de los Isvaali es viajar por el tiempo, algo que ni siquiera Freyr puede hacer. Para ti, viajar al pasado, o al futuro, es como mover un dedo. También enviar a otros al pasado o al futuro.
—No sé de qué hablas, Scott.
—Tu poder es inmenso. Incluso muy superior al de Freyr. Podrías resolver esta situación en un instante.
—Yo no puedo resolver nada. ¿No ves que estoy aquí, atada con esta cadena de luz?
—No intentes que te subestime, Yvette —sugirió Scott—. Conocía tu poder aquel día, en aquella habitación, en Titán. Tú no lo conocías. Pero ahora sí lo conoces. El único problema es que te niegas a ti misma. Niegas tu naturaleza. Excepto en casos extremos, quieres ser la joven ingeniera que fue a buscar un trabajo de un año para sacar algo de dinero para su boda en la Tierra. Y se vio envuelta en una guerra interestelar sin quererlo.
—De aquello hace mucho tiempo, como he dicho.
—De nuevo otro engaño. Para ti, desde tu punto de vista, fue ayer. Qué digo ayer, ahora, hace un minuto. El tiempo no significa nada para ti, Yvette. El ayer, el hoy, y el mañana, son la misma materia.
—¿Siempre das estos discursos cuando estás atado?
—Solo si la chica merece la pena.
—Qué gracioso eres —comentó Yvette en tono burlón.
—Di lo que quieras. Pero puedes librarte de esa cadena de luz al instante.
—No puedo.
—Podemos continuar esta conversación durante horas —indicó Scott.
—Me volveré loca mucho antes.
—Pues entonces, evítalo. Vamos, Yvette. Rompe las cadenas. Rompe con todo. El tonto de Scott te está amargando. Rompe las cadenas, y evita que el sociópata de Scott siga hablando, antes de que te vuelvas loca.

De pronto, Yvette cerró los ojos. Sintió algo en su mente; un pinchazo, que le recorrió toda la espina dorsal. En unos segundos, todo alrededor de ella fue un caos de fuego y explosiones, que rompieron las cadenas que la sujetaban. Cuatro soldados de la guardia de Freyr se acercaron corriendo, solo para salir expelidos volando al espacio exterior. Luego, se volvió a Scott, que miraba asombrado, y rompió las cadenas de este. Se acercó, y Scott quedó inundado de la luz que desprendía Yvette.

Y, de pronto, ambos desaparecieron. El palacio se regeneró en unos instantes.

Freyr fue informado. Y lo que no pudo regenerarse fue su ira creciente. Se estaba cansando. Estaba teniendo demasiada paciencia. Y estaba a punto de tomar decisiones finales…

Dos son soledad.

Un espacio vacío. Un inmenso nada que lo cubría todo. Yvette se encontraba con Scott. Ambos se miraron. Y fue Yvette la que habló:

—¿Qué… qué ha pasado?
—Que has roto las cadenas. Por fin me has escuchado, por encima de tus prejuicios hacia mí.
—Yo no tengo prejuicios hacia ti. Eres insoportable. Y eso no es ningún prejuicio. Es un hecho probado. Pero repito la pregunta: ¿qué ha pasado?
—Has roto las cadenas de luz. Hemos viajado en el tiempo al último instante del universo. No hay nada. No queda nada. Solo radiación, y partículas sueltas. Ni siquiera átomos. Solo queda que el universo colapse por el propio peso del tejido espacio-temporal, y será el fin.
—¿Y cómo estamos aquí, tú y yo?
—Porque eres Yvette. Solo tú puedes conseguir algo tan increíble. A tu lado, Freyr es un infante. Un bebé en su cuna.
—Debemos volver —susurró Yvette.
—Sí. Debemos volver. Con Freyja. Porque solo tú tienes el poder de devolverla al pasado, para que cumpla su misión en Titán con Sandra. Pero solo ella tiene el poder de conseguir que el pasado se restablezca.
—Supongo que… debo agradecerte que me hayas ayudado a salir de esa prisión. La idea de casarme con ese loco era…
—¿Como la idea de casarte conmigo?
—Bueno, tampoco hay que exagerar.
—Entiendo. En todo caso, no te he ayudado a salir de la prisión. Ya habías salido. Yo solo te he dado…
—¿Un empujoncito?
—Algo así.
—Pues procura que tus empujoncitos sean como este, y no como los de la luna Titán. ¿Está claro?
—Muy claro, mademoiselle… ¿Cuándo aprenderás a conocer tu poder, Yvette? Dime la verdad: ¿cuándo? —Yvette tardó unos segundos en responder. Finalmente, dijo:
—No sé si quiero conocer todo el potencial de mi poder.
—¿Por qué?
—Porque no sé si voy a ser capaz de controlar un poder así…

Decisiones.

Helen estuvo reunida con Vasyl Pavlov, Yolande Le Brun y la Junta de Jefes de Estado Mayor que fueran su apoyo durante la guerra contra los LauKlars. En esa reunión, y con los datos técnicos confirmados por Karl, que también estaba presente, verificaron que un ataque al palacio de luz era completamente inútil. Pavlov había sugerido atacar la fuente de energía que mantenía activo el palacio, fuese la que fuese, pero no podían imaginar cuál era, dónde se ubicaba, y, en caso de encontrarla, cómo destruirla.

Pero el problema principal era de orden moral y ético. En las dos guerras anteriores, habían luchado contra los LauKlars. Y era una lucha de pura supervivencia. Esta lucha era de humanos contra humanos. Otra vez. La finalidad era establecer uno de dos criterios contrapuestos. Al parecer, no podrían coexistir. O, si podían, Freyr no estaba dispuesto a admitirlo. La guerra era inminente. Pero, ¿qué guerra?

Y algo en la mente de Helen le decía que aquello debía ser detenido. Tenía que ser detenido. Debían buscarse soluciones. Pero sin muertes. Demasiadas vidas se habían perdido ya.

Cuando acabó la reunión, Helen les pidió a Vasyl y a Yolande que la acompañasen a su despacho. Allí Helen puso música de fondo en su viejo tocadiscos del siglo XX, algo de Sheryl Crow, mientras se sentaba con aspecto agotado en su su mesa. Pavlov y Le Brun se sentaron enfrente. Al fin, Helen habló:

—Toda esa reunión solo ha servido para verificar que no tenemos ninguna posibilidad. Al menos, en cuanto a medios convencionales se supone. Ese… palacio de luz está protegido por la energía de un agujero negro, o eso sospecha Karl. Intentar destruirlo es como intentar derribar las nubes con perdigones.
—Se hace extraño —confirmó Yolande—. ¿Realmente vamos a atacar a esas personas? Incluso si encontramos una forma efectiva de hacerlo, ¿vamos a dañarlos? ¿A matarlos, si es eso posible?
—¿Qué problema hay? —Preguntó Pavlov—. La naturaleza violenta no es exclusiva de los LauKlars, ni, como bien sabemos, de la humanidad. Si Freyr quiere una guerra, tendrá una guerra.
—Estoy de acuerdo con Yolande —confirmó Helen—. Si existe una posibilidad de dañar a Freyr y a su gente pero sin matarlos, si existe una forma de hacer entrar en razón a Freyr sin violencia, o con una violencia mínima, debemos buscar ese camino. Son humanos. Son supervivientes, como nosotros. Y los demás no tienen la culpa de que su líder haya perdido la cabeza.
—Personalmente no tendría problema en encargarme de Freyr —replicó Pavlov—. Un instante, un momento, y adiós Freyr. Pero no puedo acceder a él, y, aunque pudiese, no podría acabar con él. Es demasiado poderoso.
—Eso es un asesinato —exclamó Yolande. Pavlov la miró sorprendido.
—Yo soy un asesino profesional, no lo olvides. Y, si eso fuese un camino para solucionar esto, ten por seguro que lo llevaría a cabo. Sin dudarlo ni un instante.
—Como última opción —comentó Helen—. Estoy de acuerdo en que, si se encuentra una forma de atacar directamente a Freyr, y de acabar con él sin dañar a nadie más, puede ser una opción. Pero mucho me temo que eso solo complicaría las cosas. Skadi pondría al mando a Tyr, que no parece tener otra idea que dar soporte a Freyr. Muerto este, no veo por qué no podríamos trasladar el problema, además de aparecer como los responsables de un magnicidio. —Pavlov replicó:
—Helen, en la Tierra este método ha funcionado muchas veces.
—A corto plazo, puede. Pero, a medio y largo plazo, siempre deja heridas que nunca terminan de cicatrizar, y que abren nuevas heridas. Por otro lado, no he recorrido tres millones de años luz para discutir con un primitivo rey medieval, que dice que es mi hermano, sobre filosofía y el futuro de la especie humana. Hemos de buscar una solución de consenso para todos.

Los tres se mantuvieron en silencio unos instantes. Luego Yolande habló:

—¿En qué se basa el poder de Freyr? No me refiero a esa capacidad de controlar la materia y la energía. Me refiero a su reino. —Helen contestó:
—Es un narcisista egomaniaco. —Yolande asintió.
—Sí… Es un hombre endiosado, con una gran megalomanía, que cree saberlo todo, y que ve cómo las masas le aplauden y le veneran, reforzando su autoestima… Síndrome de Hubris. —Helen alzó las cejas.
—¿Síndrome de Hubris? Eso no suena muy bien, Yolande.
—Se define así a quienes creen saberlo todo, quienes creen tenerlo todo dominado. Se da mucho en gente con gran poder, por ejemplo, políticos, grandes líderes que creen que tienen una misión casi sagrada. Freyr se basa en el control sobre las especies de esta galaxia, para reforzar esa sensación de que es un dios. Le adoran en millones de mundos. Le veneran.
—Algo parecido a lo que hacía Sandra —aclaró Helen. —Yolande replicó:
—No exactamente. Sandra tenía un plan establecido de guía. Freyr cree realmente que es un dios. Y esos millones de mundos que le adoran refuerzan esa imagen. —Pavlov intervino:
—¿Y si rompemos esa imagen que tienen de él? ¿Y si les demostramos a todas esas especies que su dios no es más que un mortal vitaminado, que ha adquirido su condición de inmortal por un accidente? —Helen sentenció, sonriente:
—Exacto; incluso sabes usar el cerebro, Pavlov, felicidades. ¿Y si hacemos que el poderoso y omnipotente dios caiga por fin de su trono, y quede desnudo y como lo que es ante el universo y sus súbditos? —Yolande añadió:
—No podemos destruirle a él. Pero podemos destruir su ego. Su vanidad. Su imagen de ser todopoderoso…

Helen asintió. Luego le dijo a Yolande:

—Necesitaremos demostrarles a esos pueblos engañados que lo de Freyr y su gente son trucos de prestidigitador. Que su poder viene dado por leyes físicas naturales. Y que no tiene más misterio que crear fuego, o una rueda, o una vasija, solo que en un orden superior.
—Es cierto —corroboró Yolande—. Necesitamos que vean que han sido engañados. Manipulados. Que el verdadero Dios no necesita trucos de magia, ni efectos especiales. Que solo Dios es Dios…
—Yolande —interrumpió Helen—. Contrólate, que te veo venir, y ya nos vamos conociendo. Estamos por la labor de eliminar sus mitos y creencias originadas por Freyr y su gente. No vamos a cambiarlas por otras creencias, como veo estás ya imaginando, ni a evangelizarlos.
—Pero… Dios es la palabra final, mi señora. Ellos, esos pueblos…
—No vas a construir iglesias en esos mundos, Yolande. No vas a crear misiones. No hemos venido para eso.
—No… no pretendía eso. Pero la palabra de Dios…
—La palabra de Dios, para quienes sean creyentes, se lleva en el interior de cada uno, y cada uno la expresa como quiera. Deja que esos pueblos creen sus propios mitos y sus propios dioses, Yolande. Cuando caiga el mito de Freyr, enseguida lo sustituirán por otros. No implantemos nuestros sistemas de valores en ellos. Dejemos que ellos creen los suyos propios.
—Estoy de acuerdo, mi señora. Sería vanidoso por mi parte, y no me alejaría demasiado del comportamiento de Freyr, si quisiese cambiar una religión extraña por la mía. Porque Dios tiene tantos rostros como pueblos existen en el universo.
—Exacto. Deja que ellos descubran a tu dios a su manera. ¿Nos ponemos en marcha?

Yolande asintió sonriente. Luego añadió:

—¿Y quién se va a encargar de demostrar que todo lo relacionado con Freyr son trucos de magia? Tendría que ser alguien que tenga esas capacidades, heredadas de los Isvaali. Alguien de nuestro lado, pero con poder para crear trucos de ese estilo, aunque sean sencillos. Alguien que tenga experiencia en hablar con pueblos poco avanzados tecnológicamente…
—Por supuesto, Yolande. Por supuesto…

Yolande y Helen se miraron. Sonrieron, y miraron a Pavlov, que las miraba con cara embobada. Luego este dijo:

—Señoras, qué pretendéis con esas caras, y esas sonrisas…

Praying Woman

Cuando el futuro es el pasado.

En ese instante llamaron a la puerta. Helen ordenó entrar. Entonces vieron algo que les dejó sorprendidos. Helen exclamó:

—¡Míralos! Si son el hombre de hielo y la cara bonita. ¿A qué se debe esta inesperada visita?
—Freyr había secuestrado a Yvette, y la mantenía encadenada y prisionera —comentó Scott. Helen respondió:
—Oh, qué bonito, qué poético, y seguro que tú fuiste, cual valiente caballero medieval, a rescatarla de las garras de ese malvado, que la quería desposar. —Yvette intervino:
—Eso es… precisamente lo que ha pasado.
—Ya claro, seguro… Vamos, no me toméis el pelo, ni me toméis por tonta; ni en las peores novelas pasan ya estas cosas. Luego me contáis la verdad. ¿Qué queréis?
—Tenemos que hablar —indicó Scott, mientras Yvette se situaba al lado—. Es importante.
—Pues habla. Pavlov y Le Brun son de mi total confianza. Lo que sepa yo, lo sabrán ellos. Pero eso ya lo sabes.
—Se trata del tiempo…

Helen se levantó, se acercó a Scott, y le miró a pocos centímetros de los ojos:

—Atiende bien lo que te voy a decir, Scott: si empiezas a hablar otra vez en clave y con jeroglíficos, empezaré a trocearte como a un cochinillo. Haz el favor de hablar claro.
—Lo que tengo que decir es muy sencillo.
—Para ti todo es sencillo.
—Estoy hablando del tiempo, de este futuro en el que nos hallamos. Este futuro en el que vivimos es el producto de dos pasados que se entremezclan.
—¿Dos pasados? ¿A la vez? ¿Cómo es eso posible? —Entonces fue Yvette la que habló:
—Scott tiene razón, aunque me duela estar de acuerdo con él en algo. Sandra no era Sandra cuando estuvo con Freyr en Nueva Zelanda, en el siglo XXVII. Era un androide técnicamente más avanzado, con el aspecto de Sandra. Estaba programado para operar igual que ella, pero lo que hacía no era fruto de su comportamiento natural; solo seguía un guión. —Pavlov se levantó, y preguntó:
—¿Cómo es eso posible? Yo os aseguro que la Sandra que vi era la real.
—Es cierto —aseguró Scott—. Viste la real. Pero, en este futuro, la Sandra que intervino en el pasado no era la real. Se está produciendo una colisión cuántica temporal de dos pasados. Tú viste a la Sandra real. Freyr no. Esta colisión de dos pasados está, literalmente, destruyendo el futuro.

Helen se llevó una mano a la cabeza. Dio dos vueltas, y dijo:

—Voy a calmarme, antes de que cometa una locura y mate a alguien a quien solemos llamar hombre de hielo… Vamos a ver, Scott: ¿quieres hablar claro, por una vez en tu vida?
—Ha habido una manipulación en el pasado. En uno de los pasados, Sandra fue destruida. En otro, tú la salvaste.
—¿Yo? —Exclamó Helen. ¿Estás loco? Yo no conozco a esa androide de nada…
—Repito: tú la salvaste. Eso provoca que el pasado se desglosara en dos, que convergen en este universo, en este tiempo. Pero la conversión está rompiendo el tejido espacio-temporal. Si no se arregla, el universo implosionará. Todo dejará de existir. —Helen suspiró, y susurró:
—Y yo que pensaba que tenía problemas… Te pedí ayuda, Scott. No que me volvieses loca. —Scott continuó:
—Alguien tendrá que volver al pasado. Como digo, Sandra, en uno de los futuros, fue destruida durante su misión a Titán, en el siglo XXII. Alguien tendrá que evitar que la destruyan, y de este modo podrá seguir su destino. Entonces, solo entonces, el universo se restablecerá. Pero ha de ser alguien que pueda viajar al pasado. No todo el mundo puede. De hecho, casi nadie puede.
—El perrito irá —comentó Sandra—. Al fin y al cabo, se trata de su hija, aunque sea hablando metafóricamente.
—No. Pavlov no puede.
—Ve tú, entonces. Tú eres el experto en andróica.
—No puedo.
—¿Y quién demonios puede ir, Scott? ¿Quieres decirlo de una vez?
—Ya te lo he dicho, pero no me escuchas: tú. —Helen casi se cae de espaldas al oírlo.
—¿Yo? ¿Has perdido el poco juicio que te quedaba? ¡Ya te he dicho que yo no la conozco de nada!
—Tú puedes ir al pasado. Además, Sandra describió alguna vez esa situación, en uno de los dos pasados. Describe a una mujer que le salvó la vida en Titán. Y la mujer que describe eres tú.
—¡Ni borracha voy yo al pasado! Ya tengo bastantes problemas aquí.
—Ya has estado, Freyja. Debes ir. Porque es la única manera de que hayas ido.
—Vete al infierno, Scott. Sigue con tus paranoias todo lo que quieras. Yo voy a tomarme uno de esos asquerosos sucedáneos de café.
—Esta paranoia destruirá el universo, si no se repara ya. Tienes que ir, Helen. Tienes que ir ya.
—Que vaya Yvette, así puede hacer de paso un desfile de modelos, luciendo ese tipo tan mono que tiene.
—Esa sugerencia de ser modelo ya me la hicieron entonces —señaló Yvette.
—¿Lo ves? Todo arreglado. Va la modelo. Yo me quedo.

Yvette se mantuvo pensativa unos instantes. Luego dijo:

—Ahora empieza a encajar todo… Este es el motivo por el que Freyr no pudo detectaros en el pasado. Ni sabía nada de vosotros. Estabais envueltos en otro espacio-tiempo. Al llegar aquí, habéis arrastrado vuestro propio espacio-tiempo al nuestro. Y se ha producido una colisión de dos historias del universo similares, pero no iguales. —Helen replicó:
—¿Queréis dejar la física cuántica de lado por un instante, por favor? Scott, ve tú, tú conocías todo de Sandra. Podrás ayudarla.
—No, ya te he dicho que yo no puedo, y que tienes que ir tú. En primer lugar, porque fuiste tú. En segundo lugar, porque tú eres de las pocas personas que puede resistir un viaje en el tiempo. En tercer lugar, porque solo tú puedes actuar para ayudar a Sandra, con una instrumentación especial que te daré ahora, para repararla.
—Entiendo. Una instrumentación que nadie puede entender ni sigue la física tradicional.
—Exacto. No sigue la física conocida en este universo, es verdad. Pero podrás usarla sin problemas.

Helen suspiró con una mano en el rostro. Yolande se acercó sonriente. Le puso una mano en el hombro, y le dijo:

—Mi señora, si alguien puede arreglar esto, eres tú. Tú eres Freyja. Solo tú puedes salvar a la humanidad. —Helen la miró con cara acongojada, y replicó:
—¿Otra vez con la canción de «La salvadora de la humanidad», Yolande? ¿Qué bicho os ha picado con esa canción? ¡Estoy harta de ser la salvadora! ¡Yo quiero volver a mi vida aburrida en aquella maldita oficina!
—Me ha picado el bicho de la verdad —respondió Yolande—.  Scott debe explicarte lo necesario antes del viaje. Sabemos que Scott está loco, es un demente, y un sociópata. Pero sabemos que no miente. Y que quiere ayudar, aunque sea mediante jeroglíficos. Y aunque destroce mil vidas por el camino.
—Gracias por tu apoyo —confesó Scott.
—No hay de qué —contestó Yolande—. Después de conocer tu historia al detalle, sigo pensando que estás loco, que buscas cada oportunidad, y que tienes una mente perversa. Pero con buena intención final. Dios te perdonará, porque incluso tú puedes salvarte, e incluso Él puede perdonarte. Esa es su grandeza.
—Dios me dio por imposible hace mucho tiempo, Yolande. Y yo a Él. Él juega a su juego de la bondad, pero somete a quien no le sigue. Habla de amor, pero lo niega a quienes niegan sus métodos. Pide ser escuchado, pero solo quiere oír sus plegarias. Definitivamente, no tenemos ninguna conexión. Pero te lo agradezco de corazón.
—¿Qué corazón? No he visto ninguno ahí dentro en estos años.

Hubo un momento de silencio. Pavlov intervino:

—Helen, cuando veas a Sandra, no le digas nada de mí.
—No pensaba hacerlo. Cuanto menos sepa de todo esto, mejor.
—Y ten en cuenta una cosa: no vayas a pretender que estás ante un androide normal, porque no lo es de ninguna manera. Sandra es inteligente, empática, persuasiva, insistente, sarcástica, y muy terca. Al menor descuido le estarás contando todos los detalles de esta misión. Te lo aseguro, sabe hacer perder los nervios al más templado.
—De qué me sonará eso… —susurró Helen.

Fue entonces cuando Scott se acercó a Helen, y le dijo:

—Ahora te explico los detalles de lo que deberás hacer cuando estés allí, en Titán. Yvette te transportará al pasado, y te recogerá en veinticuatro horas terrestres. Ten en cuenta que deberás robar una nave para poder huir con Sandra. Y debes aconsejar a Sandra que destruya esa nave cuando lleguéis a la Tierra.
—Qué bien, también tengo que robar una nave, como en las películas. Esto se pone cada vez más interesante.
—Y recuerda también que Yvette te mandará al pasado. Luego te traerá de vuelta, al cabo de veinticuatro horas terrestres.
—Creía que ibas a decir, «al infierno».
—Bueno, ella no es así. Al menos, no ahora. Ella tiene la capacidad de enviarte al lugar justo, en el momento idóneo.
—¿Dolerá?
—Mucho. —Helen suspiró, y susurró:
—Me han invitado a viajes en el pasado. Pero este me parece que es de esos que no voy a poder olvidar.

Preludio a la eternidad.

Yvette se acercó a Helen. Su rostro era serio.

—¿Podemos hablar a solas? —Helen miró a todos, y les dijo:
—Venga, la modelo quiere hablar conmigo a solas, quizás quiera darme algún consejo de cómo desfilar por la pasarela. Por favor, dejadnos.

Scott se acercó a Helen, y le dio un instrumento de reparación para el viaje que debía aplicar sobre Sandra. Solo tenía que acercarlo a un punto concreto, y el instrumento se encargaría del resto. Luego Scott, Yolande y Pavlov salieron del despacho. Yvette dijo:

—Scott está convencido de que puedo enviarte al pasado. De hecho, venimos del futuro, cuando hemos huido de esa celda de luz de Freyr. No sé cómo lo he hecho antes. Y no sé cómo te enviaré ahora. Ni tampoco sé cómo lo haré para enviarte al lugar exacto, en el momento exacto.
—O sea, que podrías enviarme al inicio del universo, en medio del big bang. O al cono de un volcán explotando en medio de un planeta perdido del universo.
—Exactamente —confirmó Yvette.
—Genial. Siempre me gustaron los viajes sorpresa. ¿Algo más?
—Sí. Te traeré a las veinticuatro horas. Pero tampoco sé cómo.
—No te preocupes bonita, toda mi vida, desde que comenzó esta locura, he estado moviéndome al filo de una navaja.
—Una última cosa. —Helen suspiró.
—Dime…
—Estoy bastante cansada de las expresiones «modelo», «mona», «guapa», «bonita», y otras similares que me diriges constantemente.

Helen se sentó en su silla. Luego se cambió rápidamente de ropa, y se puso sus tejanos,  su blusa, y sus zapatillas deportivas. Se restregó los ojos unos instantes. Miró a Yvette, y respondió:

—Lo entiendo. Yo también estoy cansada. Pero no puedo evitarlo.
—¿Evitar el qué?
—Evitar que tú eras la que me quitaba los novios. Tú eras la que me hacía sentir desgraciada, porque tú eras dulce y delicada, y yo la que andaba caminando como un tanque, haciendo temblar el pasillo del instituto. Yo era la que cualquier vestido me hacía sentir como si fuese un tiranosaurio, y a ti una falda sencilla y unos simples zapatos hacían que todos se volvieran para mirarte. Yo era la alta imposible de besar, y tú eras la reina de todas las fiestas. Yo era bruta, practicante de artes marciales, y más tosca que un diamante recién sacado de la tierra. Tú eras el centro de todos los focos y las cámaras. Yo era el centro de las risas y comentarios sexuales despectivos, y tú eras el deseo sexual soñado por muchos chicos, y algunas chicas. Y… supongo que no puedo evitarlo. No puedo evitar recordar aquello cuando te veo. Pero lo haré. A pesar de todo.

Yvette asintió lentamente. Luego dijo:

—Entiendo. Pero mi vida no fue así. No voy a contarte mi vida ahora. Pero una cosa sí te puedo decir: las cosas para mí no fueron ese mundo maravilloso que estás describiendo. Porque ese mundo no existe. Es solo un falso refugio. La realidad, te lo aseguro, fue mucho, mucho más dura.

Helen se acercó a Yvette. Sonrió:

—Ya ves… La salvadora de la humanidad… Qué desastre. Qué decepción, ¿eh?
—No —negó Yvette—. Solo un alma perdida, como tantas otras. Pero nos tenemos unos a otros.
—Ya. Tú eres inmortal. Fuiste amiga de la gran Sandra. La Venerada. Yo solo soy un subproducto del azar.
—Tú salvaste a ese grupo de cien mil humanos. Dos veces. Y pagaste un altísimo precio por ello. No te castigues tanto, Helen. No te lo mereces. Y ahora, aunque suene cursi, y a frase de estudiante de secundaria, ¿amigas? —Helen asintió, y respondió:
—Amigas. Pero, por favor: cuando me envíes al pasado, no me sitúes en el centro de una estrella.
—Haré lo que pueda. Por cierto, Sandra es muy «mona» también. —Helen sonrió, y respondió:
—Sí. Pero ella es solo un trozo de chatarra.
—Chatarra. Pero con carácter.

Helen iba a hablar. No pudo. De pronto, desapareció. El camino al pasado estaba trazado. Y ese pasado era, sin duda, la clave del futuro.


Out of the blue on the wings of a dove
A messenger comes, with the beating of drums
It’s not a message of love


Our children are born, and we keep them warm
They must have the right, to live in the light
To be safe from the storm

Out of the blue, with wings on his heels

A messenger comes, bearing regrets
For the time that he steals

But steal it he will, my children’s and mine

Against our desires, against all our needs
Our blood spilled like wine

Over and over we call, no one hears
And further and further and further we fall

And though we pray that we soon will awake
It is clear, that it’s no dream at all
Our lives are at stake


I cannot believe, nor even pretend

That the thunder I hear, will just disappear
And the nightmare will end

So hold back the fire, because this music is true

When all’s said and done, the ending will come
From out of the blue

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

12 opiniones en “Senderos de mortales, senderos de inmortales”

    1. Muchas gracias Narcís, muy amable, me alegro que te guste la novela. Sigo adelante con ello, el próximo texto llegará en unos días. Saludos 👍

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  1. «y estos fragmentos serán borrados» 😯😯 ya con eso me has dejado KO. Has puesto un botón de «autodestrucción» en tu blog y nos iremos todos (los borradores y los lectores de ellos) ¿Helen recordara algo de esto? o seremos aniquilados como testigos parlanchines jajajajaja. Dramas aparte la idea me parece genial !!!! has jugado como has querido con las lecturas 💖

    Sobre el fragmento de hoy, me temía que hubiese una salida en el pasado (una jugada lógica) pero que Yvette no tenga idea de cómo hacerlo me dio miedo, luego me reí de pensar lo en la maldad que haces jajajaja es la única salida y el personaje del que depende todo no sabe lo que hace ¡genial! 🐾

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    1. Muchas gracias Rosa, como siempre muy agradecido por tus palabras. Estos textos serán borrados de aquí, porque son borradores, pero obviamente las versiones finales se conservarán en el libro, y además ya puedes contar con una copia del mismo en papel si te interesa, o en formato electrónico, como prefieras. Eso por supuesto. Aparte de eso, efectivamente el pasado es una de las claves, no la única. Van a ocurrir cosas derivadas de ese viaje, y además Freyr no se va amilanar por ese viaje, ni va a ceder ni un milímetro su postura.

      Por cierto, con el siguiente fragmento va a pasar algo curioso: será el mismo fragmento que ya se encuentra en «Las entrañas de Nidavellir» donde se narra el encuentro de Sandra y Helen. Pero, si en ese fragmento la cámara se enfocaba básicamente en Sandra, aquí la cámara se enfocará en Helen. El mismo escenario, dos puntos de vista. Espero tenerlo a lo largo de la semana que viene. Un abrazo.

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  2. » El mismo escenario, dos puntos de vista» 🤔 interesante. Me enganche en ese encuentro, así que me gustaría saber cómo lo vivió Helen… Sobre el viaje al pasado me pareció que era la única salida (o la más lógica por lo menos), pero ya que lo mencionas debe haber algunas otras, siempre hay opciones.

    💖Gracias mil por el ofrecimiento del libro, ya puesto a elegir me gustaría digital (ahorramos gastos y me lo puedo leer en cualquier dispositivo/lugar 😉 pero terminalo primero (sin presión jejeje) Insisto que es un semi shock eso de que te borren jajajaja aunque está claro que la historia estará donde debe estar… 🐾

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    1. Siempre puedo viajar al futuro y traer el libro je je, bueno en serio, dices «me enganché con ese encuentro. ¿Has leído «Las entrañas de Nidavellir»? ¿O solo el fragmento? Te lo digo porque la lectura obviamente te dará más datos de todo lo que ocurre aquí como es lógico. Este libro, Idafeld, es el único donde no he podido evitar que se requiera, al menos de una forma más o menos clara, la lectura de los otros dos, «Las entrañas de Nidavellir» y «La insurrección de los Einherjar». Pero estoy haciendo esfuerzos enormes para que el lector no se pierda. Creo que merece la pena el esfuerzo. El libro digital será tuyo el día de salida del mismo. Un abrazo.

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  3. Leí el fragmento, en donde conocí a Sandra y Helen… llevo el hilo de los fragmentos, pero no de toda la saga. Dejaste para descarga «La leyenda de Darwan I: Ragnarok» y la tome, pero confieso que no le he leído, no puedo dibujar una historia y sumergirme en otra, es curioso cuando escribo sí puedo llevar el hilo de lo que escribo y puedo leer otras cosas pero cuando dubujo no… así es mi mente jejeje asi que queda pendiente para cuando salga Juego de historias y me tome un descanso de un fin de semana posiblemente 🐾

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    1. Por supuesto, ya me lo dice mi hermana, «deja ya de escribir de una vez o te quedas sin croissants» je je… Yo también soy de una historia por vez, hay gente que lee dos, tres libros en paralelo. Me parece bien, pero yo prefiero ir uno a uno. Un abrazo.

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    1. Hola Ariadne, muchas gracias por tus palabras. Sin duda los que llevamos blogs con una cierta actividad somos gente inquieta y ocupada en general. Yo creo que eso es bueno. ¿Para qué es la vida sino para vivirla con intensidad? Un abrazo.

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Comentarios cerrados.

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