De qué podríamos hablar en esta entrada

Falta poco para que La leyenda de Darwan llegue a los mil doscientos artículos. Y hay un poco de todo: cosas de mi vida que quizás puedan interesar a unos pocos, fragmentos de mis libros que quizás puedan interesar a otros más, y luego artículos de humanidades, ciencias, filosofía, y otros temas más generales que tienen un público más general.

¿De qué me queda hablar? De nada. Ya lo he dicho todo. Buenas noches, ha sido un placer, un abrazo y cuídense…

No, bueno, hablando en serio, si yo dejase de escribir en este blog poniendo como excusa que me he quedado sin temas, estaría demostrando ser bastante corto de miras. Existe todo un universo infinito de temas a tratar. Pero, ay de mí, mil doscientos artículos no dan ni para un grano de arena en la playa del conocimiento. Y de eso voy a hablar en esta entrada: de ignorancia. Y de conocimiento.

Sí, ciertamente hay temas que ya he tocado, pero se pueden ampliar mucho, de forma exponencial. Y también podría hablar de otros miles de temas que hay pendientes y sobre la mesa (mi cajón de borradores no para de crecer).

Así que tengo cuerda para rato, al menos hasta que vengan a llevarme al Hades, y cruce el río Estigia para volver con Odiseo y Aquiles, viejos amigos de mi infancia, que me esperan para luchar en una batalla eterna contra la muerte.

Elegir temas para escribir: no tan sencillo.

¿Cómo elegimos los blogueros, o como se nos quiera llamar, los temas? Si el canal es básicamente monotemático, por ejemplo viajes, o cocina, o psicología, los temas versarán sobre esos asuntos. Pero incluso así hay miles, literalmente miles y miles de entradas a rellenar.

Si el blog es generalista, como este, entonces no hay excusa: el que diga que se ha quedado sin ideas debería trabajar un poco más su inventiva. Y atención, que no se me malinterprete: todos podemos quedarnos en blanco, y no saber qué escribir en nuestra próxima entrada. Eso nos pasa a todos. Es normal.

En ese momento de mente en blanco lo debemos tener claro: no escribamos nada. Es mejor un silencio interesante que una frase sin sentido. Algo así ya lo dejó entrever tiempo atrás el siempre eterno Groucho Marx:

Algo que no suelo comentar, pero que quiero recordar, es que yo puedo hablar de cualquier cosa que ustedes quieran que desarrolle. Por ejemplo, alguien me dijo hace tiempo que quería un artículo sobre Platón. Pues bien, ese artículo está entre los más leídos en el blog, con más de 4.500 visitas. Claro que quizás es el mismo lector que lo lee una y otra vez… O quizás no.

Hablar de todo para no hablar de nada.

Alguien dirá «no puedes hablar de todo». Es verdad, por supuesto. Si se me propone algún tema que no puedo abordar lo diré tranquilamente. Soy limitado, como todo el mundo. Pero es que soy incluso más limitado de lo que mis limitaciones me permiten ver.

Y eso me lleva a una reflexión reciente: lo ignorantes que podemos ser. El otro día tenía que comprar unos rodillos para una puerta corredera. Yo no sabía que las puertas correderas tienen rodillos. Suponía que la puerta se deslizaba por medio de alguna fuerza mágica digna de El Señor de los Anillos.

Pero no; la puerta en cuestión no se deslizaba porque tiene unos extraños objetos casi mágicos debajo que permiten que se deslice. Y encima me dijeron, a mí precisamente, que fuese a comprar recambios. ¡A mí! Me dieron una muestra de uno de los rodillos rotos en la mano. Miré los rodillos, miré a quien me dio los rodillos, y pregunté:

«¿Y esto dónde se compra? ¿En la pescadería?»

Bueno, quizás en la pescadería no, claro. Primero lo intenté en una ferretería enorme. Luego fui a una empresa de puertas y otros elementos afines, y ahí tenían los rodillos. La amable señorita me preguntó cuántos quería. ¡Y yo qué se! ¿Vale con mil para una puerta?

Eran cuatro los necesarios. Sonreí a la amable señorita como pude, mientras ella me miraba como diciendo: «mira, ahí va otro de esos que vio un tornillo por última vez en un dibujo de un libro del colegio». Y ahí fue donde perdí definitivamente los papeles, y me retiré con las orejas gachas y aullando mi pena.

Volví a casa frustrado y solo, con mis rodillos, pensando en la enorme ferretería que había visitado, y luego la empresa de puertas. Ambas con enormes pasillos llenos de miles y miles de objetos misteriosos con formas caprichosas y misteriosas, más allá de mi capacidad de comprensión. Miles de piezas, de recambios, de herramientas, de «cosas»… Pero por todos los dioses, ¿por qué es tan complicado el mundo de la ferretería? ¿No es mejor irse al IKEA y montar la mesa, o la puerta, o lo que sea?

Mesas que, por cierto, cuando las monto, siempre me sobran piezas. Creo que si compro cinco mesas me da para montar una más con las piezas que me sobran.

El caso es que, andando por esos pasillos extraños y llenos de seres misteriosos, caminaba mientras escuchaba a la gente, que preguntaba a los empleados cosas con nombres que parecían una mezcla de Klingon y alguna antigua lengua escandinava. Y yo me decía a mí mismo:

«Cuántas cosas no conoces ni conocerás nunca, amigo».

Y ahí es cuando pensé en la frase de otro de los grandes: Albert Einstein, cuando dijo:

Qué razón tenía el viejo sabio. Cuántas veces vamos por la vida orgullosos de nuestros grandes conocimientos, cuando, en realidad, conocemos una muy ínfima parte de la realidad. ¿Es más sabio el licenciado en física que el pastor de montaña? No. Ambos son sabios. Pero cada uno lo es en su materia. Y ambos han adquirido un conocimiento que les permite sobrevivir.

Medir el conocimiento.

Por ello, no podemos medir a los seres humanos por qué saben, sino por lo que saben. Porque si hacemos lo primero, estaremos ignorando una fuente inabarcable e inagotable de conocimientos. El físico tiene un papel en la sociedad. El pastor también. Ambos hacen que el mundo funcione. Y necesitamos el conocimiento de ambos. Y su sabiduría.

Porque no son lo mismo; conocer no es sinónimo de felicidad, ni de sabiduría, no lo olvidemos: el inteligente es quien dispone de grandes cantidades de información y sabe contrastar esa información. El sabio es el que sabe deducir nuevas conclusiones de esa información, y hacer que el conocimiento y el progreso de la humanidad aumenten.

Parecen lo mismo. No lo son.

Visto lo visto, me declaro ignorante en la inmensa mayoría de las cosas del universo. Algo conocedor de algunas cosas. Y sabio en cuestiones muy específicas, como entender que la vida es un lugar de aprendizaje, y que el aprendizaje no termina con un título o con un diploma, sino con el hecho de creer que ya no queda nada por aprender.

Yo hablo; si es que tengo algo que decir.

En definitiva, si ustedes quieren, ahora, o en alguna ocasión, que hable de algo, no duden en comentármelo. Estoy aquí, se lo aseguro. No soy un bot informático, aunque algunos me acusen de ello. Soy humano y real, y me escondo en este blog porque, aunque parezca extrovertido, soy el hombre más tímido del mundo.

Pero eso no significa que no interactúe con los seres humanos. Lo hago; una o dos veces al año.

Dicho lo dicho, no lo olviden: si quieren que hable de algo específico, solo tienen que decirlo. Si me veo capaz, lo haré. Si no, pues lo diré, y reconoceré mi ignorancia.

Porque nada hay más grande en la vida que reconocer dos cosas: nuestros errores, y nuestra ignorancia. Muchas gracias.



Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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