De princesas y de reinas

Este es un fragmento de «La Luz de Asynjur», libro que narra el origen de Skadi, y anterior a «La insurrección de los Einherjar». La reina Eyra debía partir al Norte, para negociar un tratado de paz que pusiera un final definitivo a las disputas habidas durante años entre los Dos Reinos. Pero Eyra, a punto de salir, se ha indispuesto mientras hablaba con su joven hija, Skadi.

Skadi debe tomar una determinación: debe partir al norte, y representar a su pueblo en esas duras negociaciones. Con solo veintiún años su vida ha transcurrido entre juegos, risas y el tiro al arco. De pronto, el peso de la responsabilidad y del Reino caen sobre ella.

Fuera aguardan sus tropas de escolta. Al frente de ellas, Tyr, el noble Jefe de la Guardia, que ha sido hasta ahora el intermediario entre Skadi y su amor del norte. Ahora hará algo más que mandar cartas románticas y organizar secretos encuentros: ahora deberá defender a Skadi, aun con su vida, si fuere preciso…

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Skadi miró asustada a Tyr, que la observaba serio. Aquello no era ninguna broma, ni ningún juego del pasado. Aquello era un golpe del destino. La propia Idún le había advertido de aquello, en la isla de Rakiura. Y ahora, ese destino se estaba cumpliendo.

Skadi salió del castillo a caballo. Las tropas de escolta que fuera esperaban a la reina para iniciar el viaje sabían ya de la enfermedad que la misma había sufrido. Cuando apareció Skadi, todos alzaron las espadas, y gritaron de júbilo. Skadi no pudo contener la emoción ni las lágrimas. Se aproximó a la primera fila en su caballo, dio la vuelta, y miró a Tyr, que cabalgaba a su lado, y que iría con ella hasta el fin del mundo para protegerla.

—¿Qué he decir? —Le preguntó Skadi a Tyr angustiada.

—Diles la verdad, como siempre ha de ser en una reina, en una princesa, o en cualquier gobernante. La verdad es el principio por el que se rige la autoridad. Sin verdad, ningún hombre, ni ninguna mujer que ejerza la autoridad, puede gobernar para su pueblo. Habla pues. Y di lo que surja de tu corazón. Ellos lo entenderán.

Skadi le miró temblando. Luego se volvió a los soldados, y gritó:

—¡Soldados del Reino del Sur! ¡Hoy los dioses han querido que yo sea la elegida para una misión crítica! ¡La reina se halla enferma, y los físicos cuidan de ella! Ella… siempre me advirtió que este momento llegaría. Y ahora ha llegado. Nuestro pueblo se apresta de nuevo a una guerra. Y es misión de la reina evitarla. Ahora esa misión es mía. Y haré todo lo que esté en mi mano por detener una nueva contienda. ¿Estáis conmigo?

Todos los soldados alzaron los escudos, y gritaron el nombre de Skadi varias veces. Ella se volvió a Tyr, que sonreía a su lado. Este se acercó, y entre los vítores, le dijo:

—Vamos ya, mi princesa. Hoy se inicia una nueva era, en el reino, y en el mundo. El destino, y la historia, os esperan.

Skadi, Tyr y la escolta que habían partido de Helgi acamparon al anochecer al norte del lago Rotoiti, muy cerca de una antigua población de los Antepasados llamada St Arnaud. El aire era tenso, y Skadi miraba con preocupación a los lados. Tyr, que la observaba de reojo, comentó, mientras afilaba la espada:

—No has de temer nada. —Skadi le miró con incredulidad.

—¿Que no tema nada? Temo hasta el viento que mueve mi cabello.

—No. No temas nada, no todavía. Las tropas de Yngvi y sus generales guardan estas tierras tras las montañas. Están apostadas en las laderas del noreste, diseminadas y a la espera.

—¿A la espera de qué?

—Esperaban a la reina. Pero los mensajeros ya les habrán informado. Ahora te esperan a ti. Esperan tus órdenes. Y tus planes para una eventual guerra. —Skadi no pudo reprimir un vuelco a su corazón, cuando escuchó la palabra “guerra”.

—¿Guerra? ¿Esperáis que yo dirija una guerra? ¿Es que os habéis vuelto loco?

Tyr miró seriamente a Skadi. Dejó la espada sobre una gran piedra, junto al fuego, y respondió:

—Tu misión original era hablar con Frigg, reina del Reino del Norte, y solo con ella, ya que el rey murió recientemente. Pero Frigg está débil y agotada, y parece haber delegado su tarea en su hijo Bálder. Últimamente Bálder parece tener una relación con una tal Electra, de la provincia de Niflheim. Electra es una de las hijas de Forseti, un hombre noble que siempre ha deseado la paz. Pero Electra no parece contemplar esos planes, y es la heredera de gran parte del control de los ejércitos del Norte. Si es así, eso significará que las nuevas generaciones tendréis en vuestras manos un tratado de paz, y si es así, de comercio. Durante tu visita no habrá nada que temer.

—Solo perder mi cabeza —susurró levemente Skadi.

—No será así. Tu padre acordó con el rey del Norte que no habría más cabezas cortadas de vuelta al sur, cuando las negociaciones fracasasen. Pero, una vez de vuelta, la guerra se desatará sin remedio, si no hay un acuerdo. Yngvi ha dispersado nuestras pocas tropas existentes en la zona, para realizar pequeñas escaramuzas. Conocen bien los terrenos escarpados, y una tropa de gran tamaño no se puede defender bien; al contrario. Se entorpecen unos a otros. Yngvi lo sabe. Pero también sabe que tú tienes la última palabra sobre la estrategia a seguir. Si tu negociación fracasa, por supuesto.

—Por supuesto —repitió Skadi con cara de circunstancias—. Mi madre enferma, no sé nada de ella, y yo aquí, pensando que iba a pasar el día de la partida de mi madre en la biblioteca, y practicando tiro con el arco. Y ahora estoy aquí, lista para que me corten la cabeza. Porque no creo ni una palabra de las promesas de la gente del norte.

—Recuerda a tu padre, que evitó guerras en el pasado, y luchó defendiendo nuestras tierras en otras. Y a tu madre, que supo llevar adelante a las tropas en batalla, y gestionar crisis con una habilidad sorprendente. Ningún general se puede comparar con la destreza de tu madre comandando tropas.

—Lo sé. Han puesto el listón muy alto. Y yo he de superar a ambos. —Tyr volvió a su espada, y comentó:

—Lo harás. Con tu fuerza, y tu tesón, lo harás.

—Tienes mucha fe en mi, Tyr —susurró Skadi. Tyr respondió:

—Tengo fe en los dioses. En ti tengo la certeza de que serás digna de la sangre de tus padres.

—Hablas como mi padre, a pesar de tu juventud. Eres sin duda un regalo de los dioses para el reino.

—Tengo veintiséis años. Y el regalo es tener gobernantes y oficiales que hagan justicia y escuchen a su pueblo sin palabras vacías y sin falsedades. Si en eso puedo parecerme a tu padre, será un gran regalo para mí y los míos…

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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