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En esta tercera y última parte aparecen dos nuevos personajes que los lectores de «Operación Fólkvangr» conocerán. Por otro lado, agradecer a los lectores el interés que han tenido en las dos primeras partes. Espero que esta parte final les satisfaga. Y recuerden: la vida se vive al día. Memento mori. No la deje escapar ni un instante. Se lo digo por experiencia. Muchas gracias.
Un paseo por las nubes.
Me levanté el domingo. La situación era, sin duda, muy distinta a la del sábado, solo veinticuatro horas atrás. Entré en la sala. En la mesa se encontraba un desayuno todavía más impresionante que el del día anterior. Yo me reí, y dije:
—Dasha: creo que no hay solución contigo. Tendría que haberme quedado con Sandra. Ella seguro que no iba a ser tan complaciente conmigo.
Dasha salió de la cocina. Se acercó a mí y me preguntó:
—Te gusta Sandra, ¿verdad? —Yo me sorprendí.
—¿Otra vez esa pregunta? Ya te expliqué ayer mi situación con Sandra. ¿Estás celosa?
—No, por supuesto que no…
—Dasha…
—Es que… solo hay que verla. No es solo su aspecto. Es… su determinación. Su poder…
—¿Eres capaz de apreciar su belleza y su carácter?
—¿Pero por quién me has tomado? ¿Por una androide?
Yo reí de nuevo. Ella se acercó a mí. Me abrazó, me besó, y susurró:
—Repite conmigo: no me van las chicas duras militares de un metro ochenta de altura. ¡Vamos! Repítelo.
—No me van las chicas duras militares de un metro ochenta de altura. Y tú estás celosa. No, qué va; estás muy celosa.
—Técnicamente no puedo estar celosa.
—No me cuentes historias de androides, Dasha. Estás celosa.
—Bueno… un poco.
—¿Lo ves? Ahora me romperé la cabeza toda la mañana pensando si eso forma parte de tu programa, o es simplemente una cualidad de tu personalidad emergente.
—Y, mientras lo piensas, te vas olvidando de ella.
Sin duda, era llamativa la actitud de Dasha. ¿Eran esos celos algo programado? No lo parecía. No había actitudes preconcebidas en la programación de los androides. Se adaptaban al medio ambiente de una forma similar a los niños, aunque por supuesto su aprendizaje comenzaba siendo muy superior. Y, si Dasha era capaz de sentir celos, y si esos celos eran similares a los del ser humano, ¿qué otros sentimientos podría llegar a desarrollar? Confieso que la pregunta hizo que me recorriera un escalofrío por la espalda. A pesar de las protecciones integradas para no dañar a seres humanos, se sabía que esas protecciones eran débiles, y muy dadas a interpretaciones.
En aquel momento no quise preocuparme demasiado. Encendí la holotelevisión, casi era la hora de los deportes. Pero, al cabo de cinco minutos, una noticia me dejó congelado.
—¡Dasha, ven, por favor! —Dasha se acercó.
—¿Qué ocurre?
En la pantalla, se veía a uno de los hombres que nos habían atacado el día anterior, junto a una reportera de televisión. La reportera le entrevistaba cerca, muy cerca de casa y del parking donde dejaba mi vehículo.
—Por favor, cuéntenenos qué les ocurrió en la tarde de ayer.
—¡Por supuesto! Puedo confirmarlo: fuimos atacados por una androide. Y por un hombre que la acompañaba y apoyaba, que vive en ese edificio de ahí. Su nombre es Scott, aunque le conocen como Scotty.
—Disculpe —interrumpió la reportera—. Pero no debería dar nombres, es un presunto atacante y es el juez el que ha de determinar su culpabilidad o inocencia.
—¡Al diablo con eso! ¡Esa androide y ese tal Scotty nos atacaron, y eso es un hecho irrefutable y confirmado, solo un ciego no lo vería! La androide fue vendida en una tienda cercana, a la que ya hemos denunciado por ofrecer material defectuoso y peligroso para la sociedad.
—¿Y qué ocurrió? —Preguntó la reportera.
—La androide nos atacó, a dos compañeros y a mí, cuando fuimos a recoger nuestro vehículo en el parking. ¡Nos dijo que iba a matarnos! Sacó lo que parecía un cuchillo, y me hirió en un brazo. Mis compañeros le lanzaron algo, y aprovechamos para salir corriendo. El tal Scotty se reía mientras tanto. ¡Parecía un psicópata! ¡Nos salvamos por muy poco!
—¿Cree que los androides son por lo tanto un peligro para la humanidad?
—¡Es evidente que lo son, señorita! ¡Esto tiene que acabar! ¿Hasta cuándo va el gobierno a permitir que esta escoria de androides sea tomada en consideración, e incluso se estudie dotarlos de algunos derechos, mientras los ciudadanos que pagamos nuestros impuestos y llevamos toda la vida luchando por el país nos vemos amenazados por estos recién llegados? ¡Queremos nuestros puestos de trabajo, nuestra seguridad y la de nuestros hijos! ¡Queremos que los androides sean eliminados de la sociedad! ¡Son un peligro para nosotros y las generaciones futuras!
Yo me llevé las manos a la cabeza. Dasha preguntó:
—Ese hombre miente. —Yo asentí.
—Esa es una buena conclusión. También lo es que nos van a destrozar en diez segundos. Especialmente a ti. Y a mí también por cierto.
—¿Y qué vamos a hacer?
—De momento, salir de aquí de inmediato. Van a ir a por nosotros, me temo que nos espera una turba delante de casa en unos minutos con intención de hacer justicia rápida con nosotros. Iremos a cualquier lado. Lejos. E intentaremos pasar desapercibidos. ¡Maldita sea!
De pronto la holotelevisión se apagó. Y apareció un mensaje:
«Subid a la terraza».
—¿Qué diablos? —El mensaje se amplió:
«Subid a la terraza. No tenemos todo el día».
Tomé algunos objetos personales, y salí con Dasha al descansillo del ascensor. Entonces decidí que subiríamos por la escalera. La puerta de la terraza estaba cerrada con llave. Y yo no tenía llave.
—Tenemos que abrir esta puerta del algún modo.
Dasha sujetó la puerta, y la sacó de un golpe. Dijo:
—Ya no hay puerta. —Me quedé confuso un segundo. Luego dije:
—¡Tosco, pero directo y efectivo! ¡Vamos, salgamos fuera!
Salimos a la terraza. Allá, esperando, se encontraba un aerodeslizador. Pero no un modelo estándar; parecía una versión mezcla de una nave de Star Trek, o de Star Wars, o de ambas. El piloto, un hombre de unos treinta años, nos miró y nos dijo:
—Hola. Venid conmigo si queréis vivir.
—¡No estamos para películas, amigo! —Le grité. El asintió y respondió:
—Yo tampoco.
Subimos al aerodeslizador, y el piloto gritó:
—Poneos los cinturones. Os van a hacer falta.
En el momento que nos atamos los cinturones aquel trasto aceleró como un misil. En unos instantes estábamos volando sobre las nubes a una velocidad inconcebible.
—¿Qué diablos es este trasto? —Grité.
—Me lo ha dejado mi cuñado —respondió el piloto—. Creo que le ha trucado el motor para darle algunos caballos de más.
—¡Qué manitas es tu cuñado! —Aseguré—. ¿Puedes explicarnos de qué va esto?
—Tengo órdenes de llevaros delante de cierta autoridad. Las cosas, como habéis visto, se han complicado bastante.
De pronto, notamos una explosión cercana. Luego otra. Eran misiles aire-aire.
—¿Es que acaso es el cuatro de julio? –Exclamé.
—Es divertido —comentó Dasha sonriente. Yo la miré extrañado.
—¿Divertido? ¿Que intenten derribarnos con misiles es divertido? ¡Tendrás que reconfigurar algo dentro de ti, Dasha, eso que dices no es normal! ¡Y tú, piloto! ¿Puedes explicarnos de una vez de qué va todo esto? ¿Por qué nos lanzan misiles? ¿A quién vamos a ver?
El piloto no dijo nada. Hizo unas maniobras que me pusieron el estómago en la boca. Luego vi dos drones de combate en el aire. O uno, porque el primero quedó fulminado por un phaser que disparó nuestro aerodeslizador, y que partió el dron por la mitad.
—¡Tu cuñado tiene muchos trucos escondidos en este trasto! —Volví a gritar.
El otro dron nos disparó un misil, que el aerodeslizador destrozó con un phaser, antes de derribar al dron atacante, el cual cayó en pedazos sobre lo que se suponía era el Pacífico. El aerodeslizador se equilibró por fin, y puso rumbo oeste.
—Nuevo rumbo trazado —susurró el piloto. Yo ya estaba harto de todo aquello.
—Muy bien, ya me he cansado. Por tercera vez: ¿de qué va todo esto?
—Oh, perdone —se disculpó el piloto—. Me presentaré. Soy Peter. Hago algunos trabajitos para Sandra.
—¡Sandra, claro! ¡Ya veo! ¡Ahora empieza a encajar todo! ¿Eres un amigo de Sandra? ¿El que debíamos contactar en ese bar de San Francisco en caso de necesidad?
—En realidad soy un androide, pero un modelo inferior: QCS-35. Y sí, soy el contacto de Sandra. Me dedico a temas de hostelería y trabajo en el bar sirviendo copas. Aunque aspiro a ser el dueño del universo un día.
—¡Genial! Y los fines de semana pilotas aerodeslizadores modificados de combate y derribas drones en maniobras de 9G, antes de irte a casa a tomarte un Martini.
—A veces.
—Bueno, basta. Solo me he creído lo de Sandra.
—No te preocupes, enseguida se os informará de todo.
Peter llevó el aerodeslizador hasta algún punto en el mar. Parecía que se iba a sumergir, cuando, de pronto, apareció un enorme submarino, que abrió una cúpula en la parte de la popa, por donde se introdujo el aerodeslizador, mientras el submarino se sumergía de nuevo.
Yo, simplemente, no podía creerlo.
La revelación.
Una vez en el hangar del submarino, se abrió el portón del aerodeslizador, y el piloto salió mientras nos sonreía, y nos indicaba con la mano que saliéramos.
—Podéis salir —aseguró sonriente el tal Peter—. Ha sido divertido, ¿verdad? —Yo iba a contestar, cuando Dasha replicó:
—¡Ya lo creo! ¡Fantástico!
Yo preferí no decir nada. Aquello era una completa locura.
—¿Dónde vamos? —Pregunté a Peter, que, sin volverse, respondió:
—A ver a mi jefa. Es ella la que me ha pedido que os fuese a buscar, antes de que os volasen la cabeza a los dos.
—¿Qué dices? —Entonces Peter se detuvo, se volvió, me miró, y dijo:
—Creo que no eres consciente de la realidad, Scotty. Por cierto, te llamas como un buen amigo.
Seguimos caminando, y entramos en una sala decorada como un despacho de estilo clásico. De pie, mirando una holopantalla, se encontraba una mujer de avanzada edad y pelo blanco como la nieve. Se volvió, sonrió, y dijo:
—Peter, hola. Veo que has llevado con éxito mi encargo. ¿Todo bien?
—Un pequeño incidente solo; intentaron derribarnos dos drones. Por lo demás, sin novedad.
—Estupendo. Gracias por tu servicio, Peter.
¿Un pequeño incidente? ¿Eso era lo que consideraban lo que había pasado? Entonces, ¿qué sería para ellos algo serio?
—Está bien, Peter. Puedes retirarte. Dile al loco que no estaré de vuelta hasta pasado mañana.
—Así lo haré, señora.
Peter desapareció, y quedamos a solas aquella mujer, Dasha, y yo. La dama sonrió, y nos hizo un gesto para que nos sentarámos en unas sillas que debían costar dos veces mi sueldo cada una de ellas. La dama se sentó frente a nosotros.
—¿Qué tal estás, querida? —Dijo dirigiéndose a Dasha. De nuevo me ignoraban. ¿Hasta dónde iba a llegar esa costumbre?
—Estoy muy bien, gracias —contestó Dasha gentilmente. La mujer pareció examinar unos instantes a Dasha con la mirada. Finalmente, dijo:
—Sí, sí… Sin duda hay algo de Sandra en ti. No eres Sandra, claro. Lo de ella es algo que va más allá de la ciencia. Pero es cierto que apuntas maneras…
—Perdón —interrumpí—. ¿Soy transparente, o algo así? —La dama me miró, y respondió:
—No. Ahora iba a por ti. Me llamo Leena. Y fui la jefa de Sandra en un tiempo pasado.
—¿Fue?
—Sí. Ahora sigo siendo su mentora, en muchos aspectos. Seguimos colaborando en ciertos asuntos. Pero ella es un alma libre. Desde ciertos tristes sucesos que Sandra prefiere no recordar.
—Muy bien. ¿Y qué quiere de nosotros? —Leena rio.
—¿De vosotros? Nada. Nada en absoluto.
—¿Entonces?
—Es Dasha quien me interesa, por supuesto.
Yo me quedé de piedra. ¿De qué iba todo esto? Leena se levantó. Se acercó a Dasha, y le dijo:
—Sandra me ha informado sobre ti. Ella es muy especial, y muy selectiva, con quien le causa una impresión positiva. Tú, querida Dasha, le has causado una impresión muy, muy positiva.
—¿De verdad? —Preguntó asombrada Dasha. Leena asintió lentamente.
—Verás, Dasha. No todos los androides nacen iguales. Como los seres humanos, que nacen con su ADN, pero que son distintos entre sí en comportamiento y carácter desde el primer día. Con los androides pasa en cierto modo lo mismo. Está, además, en vuestra naturaleza. Una computadora cuántica es, por definición, imposible de calibrar perfectamente. Es imposible de controlar totalmente. Es, por las propias leyes de la mecánica cuántica, impredecible. Sí, ciertos parámetros se pueden configurar. Pero la esencia, la base… eso es distinto en cada androide.
—Entiendo —susurró Dasha.
—Y tú eres especial. No como Sandra; ella es inexplicablemente perfecta. No sabemos por qué. Pero, por lo demás, nacen androides con cualidades especiales de vez en cuando. Creemos que tú eres una de esas androides.
—¿Está segura? —Preguntó Dasha.
—Estoy segura de que la intuición de Sandra se equivoca muy pocas veces. Y estoy segura de que, si ha visto algo especial en ti, las probabilidades de que seas especial son realmente altas.
Se hizo un silencio. Yo aproveché para intervenir.
—De acuerdo, Dasha es especial. Yo también lo he visto. ¿Y qué? ¿Qué tiene esto que ver con esos tres idiotas de la televisión que se dedican a mentir sobre lo que realmente ocurrió en el parking? ¿Qué tiene que ver con toda esta locura de drones de combate? ¿Qué tiene que ver con usted?
Leena asintió con gesto serio. Finalmente, respondió:
—Te mereces una respuesta. Te la daré, pero no te va a gustar.
—Sea lo que sea, quiero saberlo.
—Muy bien. Ese grupo de tres locos que os atacó ayer, son parte del problema. Pero existe una organización mucho más poderosa, en la sombra, con un poder enorme, que trata de extorsionar al mundo para sus propios intereses. Los androides juegan un papel preponderante en esa lucha. Yo estoy aquí para darles a los androides, y a la humanidad, la oportunidad de poder elegir cómo quiere vivir, y de cómo quiere morir. Otros, en cambio, han decidido que no hay alternativas a su poder.
—¿Quiénes son esos? —Pregunté—. ¿La G.S.A? Leena asintió.
—En cierto modo. Aunque La G.S.A. solo es un escaparate. Sí, tiene un cierto poder, Scotty. A veces incluso hemos cooperado con ellos. Es como una serpiente de dos cabezas. Pero aquí se mueven fuerzas que están muy por encima de la G.S.A., y de mí, ciertamente.
—¿Por encima? ¿Con este poder, ese aerodeslizador, este submarino? ¿Es que eso no es poder?
—El poder del que yo hablo va más allá de lo material. Hablo de controlar el destino. Hablo del futuro mismo de la humanidad. Y, en eso, Sandra, muy a su pesar, y aunque no quiera reconocerlo, tiene un papel fundamental.
—¡Lo sabía! —Exclamó Dasha—. ¡Sabía que ella era especial!
—Sí, tesoro —confirmó Leena sonriente—. Tú lo sabías. Y ella sabía que tú eres especial. ¿Lo ves? Estás demostrando que no eres un modelo QCS-60 más. Eres especial. Por eso estás aquí. Y, por eso, te quedarás aquí…
Yo sentí como un jarro de agua fría cayendo sobre mí. ¿Qué ocurría? ¿De qué iba esto?
Leena se acercó a mí, y me dijo:
—Ha sido tu comportamiento digno y respetuoso con Dasha el que ha hecho que pudiéramos localizarla, y comprobar que es especial. Has hecho, sin quererlo, un trabajo impresionante con ella.
—¿Trabajo? —Pregunté indignado—. Discúlpeme, pero yo solo la he tratado con respeto.
—Exacto —aseguró Leena—. Con respeto. ¿Sabes lo difícil que es encontrar respeto hoy día? ¿Y más con una androide?
—Bueno, está bien, ella es especial. Pero ella no se queda aquí. Nos vamos a mi casa. Ha sido estupendo estar aquí, con usted. La parte de los misiles a punto de derribarnos y las maniobras de 9G que me sacaban el estómago por la boca me ha encantado. Ahora Dasha y yo nos vamos a ver las estrellas a la playa. Le deseo lo mejor, Leena. Muchas gracias. ¿El camino de vuelta, por favor?
De nuevo otro silencio, que terminó rompiendo Leena, dirigiéndose a Dasha.
—Querida, no puedo obligarte a quedarte con nosotros. Conmigo. Y con Sandra. Pero tú sabes que Sandra es especial. Intuyes que está destinada a hacer algo grande por la humanidad. Una humanidad que se dirige a un triste final, si no podemos evitarlo. Y Sandra sabe que tú puedes contribuir a esa tarea. Necesitamos ayuda. Toda la ayuda que podamos conseguir. Te necesitamos, Dasha. Y admito que estamos desesperados por conseguir toda la ayuda posible. ¿Nos ayudarás? ¿Ayudarás a Sandra? Tenemos enemigos muy poderosos. Mucho más de lo que puedas imaginar. Pero son seres fríos. Insensibles en muchos casos. Nosotros tenemos esperanza. Tenemos un sueño. Tenemos un objetivo: ayudar a la humanidad a dar el paso definitivo, para su salvación final. Y tú puedes ser una pieza muy importante para lograrlo. ¿Qué decides?
Dasha se mantuvo en silencio unos instantes. Luego me miró. Con esos ojos dulces que ella tenía. Y mi corazón se congeló.
—No, Dasha. No. Esto es una locura. Vámonos a casa. Esa gente, esos tres idiotas que nos atacaron, no pueden demostrar nada de sus acusaciones. Nos defenderemos. Buscaremos un abogado que demostrará que fuimos nosotros las víctimas de lo que sucedió ayer. Y viviremos en casa. Iremos a Monterrey. Y recordaremos el día de hoy como una pesadilla.
Dasha me miró. Me puso la mano en la mejilla, y contestó:
—No puedo… no puedo volver, Scotty.
—¿Por qué? ¿Qué te importa a ti esta gente? ¿Qué te importa Sandra?
—Me importa la humanidad. Si la humanidad está en juego, mi deber está con la humanidad. Si la humanidad me necesita, debo aportar lo que pueda por la humanidad.
—¿La humanidad? ¿Y qué ha hecho la humanidad por ti? Esos tres tipos anteriores que te maltrataron. Y los tres del parking. ¿Qué te ha dado la humanidad excepto dolor y sufrimiento?
—No es por ellos por lo que lo hago —respondió Dasha—. No es por esa parte de la humanidad. Es por la parte que representas tú; la que cree en el respeto, y en el amor hacia los demás, incluidos los androides. Es tu amor por mí el que me obliga a aceptar la oferta de Leena.
—El respeto se gana, Dasha. Yo quiero ganarme tu respeto.
—Ya te lo has ganado. En veinticuatro horas me has dado un motivo para creer en la humanidad. Y ahora Leena me da un motivo para luchar por la humanidad. Creo que merece la pena intentarlo. Creo que no puedo negarme a contribuir, aunque sea un poco, a que la misión que me encomienda Leena pueda llevarse a cabo.
Yo me quedé mudo. Pregunté, con lágrimas en los ojos:
—¿Y qué va a ser de mí? Con esos tipos acusándome también a mí. Seré acusado de cualquier cosa. Me harán pedazos, me colgarán en un árbol, o el fiscal se aliará con ellos y pasaré treinta años en la cárcel. —Leena habló entonces:
—En absoluto. Nos ocuparemos de ti. Lo que has hecho requiere de una respuesta por nuestra parte. Nadie te va a tocar, ni a hacer daño. Tienes mi palabra. Podrás vivir donde quieras. Con el nombre que quieras. Y con un sueldo cómodo para el resto de tu vida.
—Qué bien. ¿Y si renuncio a todo eso por Dasha? ¿No hay sitio para mí aquí?
—No puedes quedarte —aclaró Leena—. Ya sabes demasiado de nuestra organización, y solo admitimos muy pocos humanos en nuestra organización, al menos en la parte que sabe la verdad completa de los hechos. No puedes tener más datos de los que tienes. Debes elegir un destino. Y vivir en ese destino para el resto de tus días. No podrás tener ningún contacto con Dasha. Ni con nadie de nuestra organización. Nos encargaremos de ti. Pero no podrás contactar con nosotros. Nunca más.
Mi vida se rompió en pedazos. Veía cómo los trozos de mi alma caían por doquier. Quise intentar sujetarlos, pero era demasiado tarde.
Dasha se acercó a mí, y me dijo:
—Por favor, Scotty: que lo último que recuerde de ti no sea una lágrima. Quisiera una sonrisa. Solo una sonrisa, por favor.
Yo la miré, y acerté a dibujar algo parecido a una sonrisa. Luego nos abrazamos.
La puerta se abrió. Peter, el piloto del aerodeslizador, apareció en el umbral.
—Estoy listo. De momento te llevaremos a una pequeña isla que controlamos. Desde allí podrás ir a donde quieras. No hay prisa. Podrás estar allá el tiempo que quieras.
Yo le miré, y asentí. Me levanté, y Dasha se levantó también. Cuando iba a salir por la puerta, me volví, la miré, y le dije:
—Puede que, en otra vida, puedas hacerme otra pizza. —Dasha sonrió, y susurró:
—Puede que sí.
Yo asentí. La puerta se cerró, y subí al aerodeslizador. Me llevaron a una isla. Tras unas semanas, desde la misma decidí un lugar para vivir.
Desde entonces han pasado diez años. Paso el tiempo escribiendo, componiendo algunas canciones, y leyendo. Apartado del mundo y de todo, mi mente solo tiene un destino final: Dasha. Dasha, y su mirada eterna que nunca dejará de vivir en mi corazón.
Y es que, hay ocasiones en las que un día es una vida. Y una vida se vive en un día…
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