La primera parte de este relato de tres partes puede leerse en este enlace. La tercera parte en este enlace. Para más información sobre el personaje de Sandra puede leer «Operación Fólkvangr»
Escrito en una servilleta.
Lo bueno de no esperar nada de la vida es que aciertas en el noventa y nueve coma nueve por ciento de los casos. Queda ese pequeño hueco final que, sorprendentemente, a veces es el resultado de la desesperación.
Eso fue lo que pensé cuando, aquella mañana de sábado, me desperté, creyendo que todo el asunto de Dasha había sido un sueño. Me levanté, salí a la sala, y lo que vi me dejó perplejo: todo estaba organizado, colocado y perfectamente situado y en su sitio. ¿Cuándo había estado esa sala en ese estado de orden? Probablemente nunca, ni siquiera cuando estaba con Linda.
De la cocina salió una sonriente Dasha. Se había cambiado de ropa, y se había puesto una blusa azul y unos tejanos, con unas zapatillas deportivas. ¿De dónde las había sacado?
—¡Buenos días! —Saludó sonriente—. ¿Qué te parece mi conjunto?
—Fantástico. ¿Dónde lo has comprado?
—El fabricante me lo ha mandado, ciertos materiales, ropas, y algunos elementos de mi uso diario van a cargo de mis constructores. Tranquilo, no he tocado tu dinero para la ropa.
—No, no pasa nada, tienes que vestirte. O ir desnuda por la calle armando un escándalo.
—¡Eso estaría bien! —Rio Dasha. Luego entró en la cocina, y salió con una bandeja. Lo que portaba me dejó mudo.
—Zumo de naranja, seguro que natural, café, y mis pastas favoritas. Dasha, no tenías que hacerlo.
—Pero lo he hecho —afirmó dejando la bandeja sobre la mesa—. ¡Vamos! ¡Que se le escapan las vitaminas al zumo!
Yo me senté en la mesa. Estaba todo delicioso, como la pizza del día anterior. Ella se sentó a mi lado.
—Dasha, no eres una criada. Ni una empleada del hogar. Oficios muy respetables por supuesto. Pero cobran por ello, y hacen su trabajo. Tú no eres una criada, ni una empleada del hogar.
—No lo soy. Soy una androide modelo Quantum Computer System Model 60…
—Sí, sí, eres eso. Pero no tienes que atenderme en cada necesidad. No tienes que estar pendiente de mí constantemente.
—¿Por qué no? Fui diseñada para ello. Me gusta atenderte.
—Y a mí me gustaría que fueses tú misma, no una sombra detrás de mí.
—Pero yo soy feliz…
Yo la miré unos instantes fijamente. Luego me levanté, busqué un bolígrafo, y me senté. Abrí una servilleta y escribí algo. Entonces lo firmé, y se lo di a ella, que lo leyó. El texto decía:
A partir del presente día, don Scott Richardson y doña Dasha serán, a todos los efectos y consecuencias, marido y mujer, con todas las obligaciones y responsabilidades que ello conlleva. Firmado: Scott Richardson.
—Vamos, te toca firmar.
Dasha leyó la servilleta. Me miró, y dijo:
—Pero este no es un texto legal. Y yo no puedo casarme.
—Al diablo con el texto legal, y con las leyes, Dasha. Tienes dos opciones: o empiezas a comportarte como mi pareja, y yo empiezo a comportarme como tu pareja, con todas las consecuencias que ello conlleva, o te devuelvo esta misma mañana a la tienda, ahora de forma definitiva.
—Pero esto…
—No voy a tener a una entidad consciente, porque es lo que eres, dando vueltas como un perrito alrededor de mí, intentando de forma constante satisfacer mis deseos. Tú te preocuparás de mí, como cualquier mujer se preocupa de su pareja, y yo me preocuparé de ti, como cualquier hombre se preocupa de su pareja. En ese juego igualitario y de equilibrio estoy dispuesto a entrar. En una esclava servidora, que es lo que eres ahora, nunca. ¿Comprendes? El texto de la servilleta no es legal. Mi compromiso contigo sí lo es.
Dasha se quedó callada unos instantes, intentando procesar esa información. Finalmente, comentó:
—No hay registros de algo así en la base de datos de usuarios. Sí muchos maltratos, algunas devoluciones por temas muy diversos, casi siempre de carácter sexual, y personas que esperaban algo que simplemente no podemos aportar. Sí ha habido ideas de matrimonio, pero eran una excusa para abusos todavía mayores. Pero esto, esto va muy en serio…
—Esto va muy en serio, es cierto —confirmé—. Mira, Dasha. Esto es una completa locura, sin ninguna duda. Pero, si ha de ser una locura, al menos quiero que sea una locura bien organizada, y en donde los dos compartamos la locura en pie de igualdad. Solo así estoy dispuesto a seguir con esto. Y deja tu discurso de «es que soy una androide modelo tal y tal». O somos iguales, o no somos. tú decides.
Dasha asintió con un gesto de sorpresa. Parecía conmocionada. Comentó sonriente:
—Si esto va a ser igualitario, no quiero ni pensar en cómo quedará la sala cuando te toque ordenarla a ti.
Yo reí fuertemente. Dasha levantó las cejas sorprendida.
—¿De qué te ríes?
—Dos a cero, Dasha. Ayer vi que la supervivencia era importante para ti. Ahora me demuestras que entiendes lo que es la igualdad. Y que eres capaz de ir más allá del concepto de propiedad.
—Legalmente somos propiedades. Y, en ese sentido, se nos puede tratar como si tirases un jarrón a la pared y lo destrozaras. Pero algunas de nosotras hemos desarrollado una idea: el respeto.
—¿Y cuántas sois?
—La cifra exacta no se sabe, pero aproximadamente cinco mil unidades de mi modelo.
—¿De tu modelo?
—Existen variantes específicas. Pero sin duda existe un modelo especial: las Series 60 avanzadas. Son tremendamente más caras y sofisticadas. No están a la venta. Las usa el gobierno y algunas unidades militares, y por supuesto la Global Security Agency, la G.S.A., para sus tareas de infiltración y combate. Dicen que son impresionantes. Sobre todo una de ellas. Al parecer, es tremendamente especial, y estuvo involucrada en una operación especial altamente secreta, lo que se conoce como un Cisne Negro, algo relacionado con el robo de información de computadoras cuánticas de la G.S.A. Pero son solo rumores.
—¿Robo de información de computadoras cuánticas? Eso es físicamente imposible. Debe ser falso. —Dasha asintió.
—Supongo que sí.
Yo me levanté, y le dije:
—Está bien. Basta de charla filosófica. Es hora de que nos divirtamos un poco. Vamos. —La cara de Dasha se transfiguró en horror.
—¿A la tienda? —Yo reí.
—No mujer, no. Vamos a Monterrey. Quiero dar un paseo contigo. Conocerte. Quiero saber hasta dónde llega esta locura. Quiero pasar un sábado tranquilo, conmigo mismo.
—¿Contigo mismo? —Preguntó Dasha extrañada.
—¿No dices que, técnicamente, aquí y ahora solo hay una persona? Pues conmigo mismo. Es la tontería más grande que he oído en mi vida. Somos dos. Repito: dos. ¿Te queda claro? Dos.
—Eres muy raro. Para ser humano —confesó Dasha.
—¿Has conocido a muchos humanos?
—Eres el primero.
Yo asentí. Bajamos del ascensor, y, el mismo matrimonio mayor del día anterior se cruzó de nuevo con nosotros. Yo les saludé con una sonrisa cómplice. Ella miró a su marido como diciendo «qué rápido ha arreglado ese sus penas».
Y quizás tenía razón. Quizás estaba intentando ir demasiado rápido. Quizás estaba intentando engañar al destino. Quizás me estaba engañando de una forma increíble y absurda.
Pero, cada vez que miraba a Dasha, y su sonrisa dulce e inocente, me dejaba acariciar y acunar por ese engaño. Si una mentira podía tener esos ojos, y esa mirada, ¿no merecía la pena intentar vivir un sueño, aunque luego despertase? El despertar se llevaría el sueño. Pero el sueño permanecería en mí toda la vida.
La amenaza.
Pasamos un día maravilloso en Monterrey. Con mi viejo automóvil eléctrico recorrimos los lugares más pintorescos, incluido el impresionante acuario, por supuesto, que había sido recientemente reinaugurado después del desastre de 2045, y las inundaciones por el cambio climático.
Íbamos a volver, cuando me di cuenta de que mi vehículo había sufrido daños en una rueda. No era un pinchazo, sino un problema con el sistema del eje. Entonces abrí el portamaletas y saqué el gato. Lo coloqué, intenté levantar el vehículo, y el gato se rompió en dos.
—Fantástico —dije sonriente—. Se rompe la rueda, y el gato también. Tendré que llamar a la grúa.
—¿Tienes la rueda a punto? —Preguntó Dasha.
—Sí, solo es levantar el vehículo, cambiar la rueda y ajustar el eje.
Entonces Dasha hizo algo poco, muy poco convencional. Se colocó frente al vehículo, y lo levantó con una mano. Yo exclamé.
—¡Dasha! ¡Si te ven se van a dar cuenta de que eres…!
—Una androide. Así que date prisa con la rueda.
Cambié la rueda a toda velocidad. Solo pasó un vehículo con una familia, y solo el niño que iba atrás se fijó en la escena, los padres ni siquiera miraron. Finalmente, la rueda y el eje quedaron en su sitio, y Dasha bajó el coche. Ambos subimos, y pusimos rumbo a San Francisco.
—Dasha, no puedes ir haciendo este tipo de cosas. Exhibiéndote así…
—¿Por qué?
—Porque cada vez hay más animadversión hacia los androides. Yo no he estado nunca con ninguno hasta ahora, pero hay gente que os usa para todo. Por otro lado, hay gente que empieza a tomar actitudes no demasiado pacíficas con relación a vuestra existencia.
—Tengo información sobre ellos. Pero no parecen un peligro claro.
—No, de momento. No vuelvas a mostrar que no eres humana si no te lo digo. ¿De acuerdo?
Llegamos al parking, y dejé el vehículo en su sitio. Cuando íbamos a salir del parking, tres hombres se nos acercaron.
—¿Qué te dije, Dasha? —Advertí.
—Parece que los rumores eran ciertos.
Uno de aquellos hombres se acercó a Dasha, y dijo:
—Vaya, vaya… Si tenemos aquí a la androide que estábamos vigilando en la tienda de la avenida Van Ness. Vendida y servicial a este imbécil.
—Oiga, déjennos tranquilos —repuse—. Nosotros no queremos problemas.
—Pero nosotros sí —afirmó aquel hombre—. ¿Cómo puedes pretender vivir, y acostarte, con esa «cosa»? Lo que tenemos que hacer es exterminarlos. Son un cáncer en la sociedad. Han venido a quitarnos nuestros trabajos, nuestras vidas, nuestro futuro. Tenemos que terminar con ellos. Y es lo que vamos a hacer.
—¡No se atreva a tocarla! —Exclamé. El hombre continuó:
—Puedes hacer dos cosas: apartarte, en cuyo caso te dejaremos tranquilo. Esto no va contigo. O tratar de defenderla. En ese caso te abriremos la cabeza también a ti.
—Tendrá que abrirme la cabeza.
Uno de los hombres disparó algo que paralizó a Dasha. Se quedó caída en el suelo, completamente bloqueada. Entonces el hombre dijo:
—Es mi último aviso: mientras mis compañeros se encargan de tu amiga de lata, yo me encargo de ti si no te portas bien. Tú decides.
Los dos hombres se dirigieron hacia Dasha mientras el tercero me vigilaba. Le dieron un par de golpes mientras yo iba a saltar sobre ellos, cuando apareció alguien más.
Era una mujer. De algo más de veinte años y aspecto atlético. De cabello negro y largo, ojos azules, pero más claros que los de Dasha. También era más alta, de aproximadamente un metro ochenta. Vestía un conjunto de pantalón y chaqueta negros con una camisa azul oscuro con el símbolo de un lobo. Era ropa diseñada evidentemente con un perfil militar.
El mismo hombre que había disparado aquello que había bloqueado a Dasha hizo lo mismo con aquella joven. Pero no tuvo ningún efecto. Entonces el que parecía el jefe se acercó para darle un puñetazo. La joven le tomó el brazo, le hizo una maniobra que parecía jiu jitsu, y lo debió sedar con algún tranquilizante. Luego se acercó a los otros dos hombres, que trataron de golpearla. Esquivó fácilmente el ataque de ambos, y los dejó inconscientes en un instante con la misma técnica.
Todo esto ocurrió en muy pocos segundos. Yo no tuve ni tiempo de reaccionar. La joven se acercó a Dasha, que estaba tumbada en el suelo, y algo le hizo, lo que provocó que se reactivara al instante. La joven examinó a Dasha con algún instrumento. Luego nos miró a los dos, y nos dijo:
—Seguidme. Sin preguntas. Luego vendrán las respuestas.
Salimos a la calle. Un aerodeslizador nos esperaba. Entramos, y el aerodeslizador se elevó de inmediato con rumbo este, mientras nosotros nos colocábamos atrás, y ella en el asiento del piloto. La joven preguntó:
—¿Estás bien? —Yo respondí.
—Sí, gracias. —Ella se dio la vuelta, me miró, y me aclaró:
—Me refiero a ella. —Dasha contestó:
—Estoy bien, gracias. Todos los parámetros en valores nominales estándar.
—Perfecto —susurró.
Llegamos a una zona deshabitada, y el aerodeslizador aterrizó en una estructura cubierta con una cúpula, que se había abierto para luego cerrarse de nuevo. La joven nos ordenó salir, y la seguimos hasta lo que parecía un laboratorio.
Allá la joven le indicó a Dasha que se colocara en una mesa de operaciones. De inmediato unos brazos robóticos analizaron la estructura de Dasha, y ajustaron los dos golpes que había recibido en la cabeza, que eran menores en cuanto a resultados, pero evidentes para el sistema. Luego ordenó a Dasha y a mí que la siguiéramos hasta una habitación con una mesa.
La joven se sentó en la mesa, y nosotros frente a ella. Comenzó diciendo:
—Mi nombre es Sandra. Lo primero que tengo que hacer es disculparme contigo, Dasha.
—¿Conmigo? ¿Por qué?
—Porque tenía que haber intervenido antes. Pero también debía asegurarme. —Entonces fui yo quien intervino.
—¿Asegurarte de qué? —Sandra pareció pensativa unos instantes. Luego respondió:
—Esos tres hombres forman parte de una organización criminal que está creciendo mucho. Su lema, que ya conocéis, es que los androides son un peligro para la sociedad en su conjunto. Sus métodos, que ya habéis experimentado, son brutales. No eran considerados un peligro mientras solo atacaban a androides. Pero ahora han comenzado a atacar también a humanos que defienden a los androides.
—Eso requiere que sean detenidos y juzgados —reclamé.
—No es tan sencillo. Esta organización tiene muchos apoyos, fuera y dentro de la justicia. Mientras los daños a humanos sean leves no habrá mucho que hacer. Su amenaza de abrirte la cabeza era falsa. Te habría bloqueado, nada más. Pero a Dasha la habrían destrozado. Por eso he intervenido. No podía permitir que Dasha fuese dañada.
—Gracias —dijo Dasha—. Sabía de estos movimientos contra los androides. Antes se lo había comentado a Scotty. Pero no pensé que fuesen a ser tan violentos. Evidentemente, no todos los humanos sois iguales. Algunos, como Scotty y tú, os preocupáis por nosotros.
Sandra se levantó. Se acercó a Dasha, que se levantó también. Entonces Sandra miró fijamente a Dasha, y le dijo:
—Dasha: yo no soy humana. Soy una androide también.
—No es posible —repliqué—. Los sensores del garaje de mi edificio distinguen entre humanos y androides. Te identificaron como humana.
—Porque soy capaz de engañar a los sensores —aclaró Sandra—. Soy un modelo QCS-60 avanzado, un modelo de infiltración y combate. Dasha intervino:
—Eres esa androide de la que se rumorea es especial… —Yo añadí:
—Increíble. ¿Trabajas para la Global Security Agency? —Pregunté extrañado.
—No. Antes trabajaba para una agencia especial que colaboraba con la G.S.A. Ahora tengo mi propia agenda. Que incluye proteger a androides recientemente puestos en servicio, como Dasha. Mi trabajo consiste en informar a los nuevos androides del peligro que corren, y que en esta ocasión evidentemente se ha demostrado con una prueba tangible. También quiero darte una dirección postal, Dasha. Es de aquí mismo, de San Francisco.
—¿Una dirección postal?
—Sí. Se están organizando en varios lugares del mundo grupos de trabajo de androides en defensa de sus intereses, y para que la legislación nos reconozca como entidades conscientes, con derechos constitucionales reconocidos. Yo al principio no hice mucho caso, pero luego entendí que era necesario un movimiento así. En esta dirección te darán más información para que puedas protegerte.
—¿Tú estás en ese movimiento? —Pregunté.
—No. Como digo, yo voy por libre.
—¿Por qué? —Preguntó Dasha.
—Tengo mis razones. No puedo decir más.
Dasha se mantuvo en silencio unos instantes. Luego habló:
—Ahora estoy segura: tú eres esa androide de la que se habla. Dicen que eres muy especial. Y que estás destinada a ser líder de la causa de la humanidad.
—Eso son leyendas y mitos —contestó Sandra—. Ahora lo que me interesa es que sepas que hay gente que se preocupa por ti. Androides, también humanos, que pueden protegerte. Te aconsejo que les pidas ayuda. Se está creando una red de protección y de apoyo para minimizar los riesgos. Hasta que la ley reconozca nuestros derechos, tendremos que resistir. Sin violencia, si es posible, o la mínima para defendernos. Pero con determinación.
Luego Sandra se dirigió hacia mí. Su mirada y su figura con aquel traje de combate intimidaban más que una escuadra de soldados. Me dijo:
—¿Y tú? ¿Eres realmente fiable? —Yo tragué saliva.
—Bueno, yo no… —Dasha intervino:
—Llevo con él veinticuatro horas. Y me tratado con un respeto que no había visto nunca. —Yo me volví:
—Dasha, soy tu primer… —Ella me interrumpió:
—No. Eres el cuarto. —Yo me quedé sorprendido. Ella continuó:
—Los tres anteriores me maltrataban. Me negué a ese maltrato. La compañía recibió las quejas de los clientes. Me dieron una última oportunidad. Por eso te dije que no me devolvieses. Si había una cuarta devolución, me desmontarían, y me reprogramarían para ser más… sumisa.
Yo me quedé de piedra. Dasha había mentido. Y lo había hecho para proteger su existencia.
—Me has mentido.
—Lo hice para protegerme.
—Puedo entenderlo, Dasha —le informé—. Pero, por favor, no vuelvas a mentirme. Yo quiero lo mejor para ti. Nunca permitiría que se te hiciese el más mínimo daño. Me da igual si eres humana, o no. Eres un ser consciente y con sensibilidad. Para mí es suficiente.
—Ayer no lo sabía, Scotty. Hoy sí lo sé.
Sandra se dirigió a mí con aquella mirada fría que atravesaba el alma:
—Muy bien. Pareces fiable. Para ser humano. No detecto síntomas de que estés mintiendo. Pero ahora habrás de preocuparte de Dasha, esa es tu responsabilidad. La de Dasha es preocuparse de ti. Eso es lo que yo entiendo como una relación. No ya de pareja, sino de cualquier tipo. El respeto como primer parámetro de cualquier comunicación entre seres conscientes, sean humanos o no. ¿Estamos de acuerdo entonces?
—Estamos de acuerdo —confirmé. Además, su figura y su mirada no admitían dudas. Nunca olvidaré aquella expresión de determinación. Iba más allá de lo que nunca había visto en una androide, e incluso en un ser humano. Sandra añadió:
—Bien. Os llevaré a casa. Dasha, es decisión tuya contactar con ese grupo de defensa. Nada de usar redes para hablar con ellos; las redes están controladas por la G.S.A. Deberás ir físicamente. No te preocupes por si te siguen; el perímetro está controlado, y si alguien te siguiese sería detectado. También te doy una dirección de un bar en la parte norte de la ciudad. Hay un camarero llamado Peter. En caso de urgencia, habla con él, y podrá ponerte en contacto conmigo. Solo en caso de extrema urgencia.
—Gracias, Sandra —agradeció Dasha.
—Gracias a ti.
Sandra nos dejó cerca de mi apartamento. Era sábado por la noche. Dasha y yo subimos, y nos sentamos en la mesa. Estuvimos en silencio un tiempo indeterminado. Luego hablé yo:
—Menudo día, ¿eh? Uno nunca sabe cuándo vas a dar una vuelta por la playa, para terminar complicándote con una conspiración internacional criminal, para destruir a un grupo de entidades artificiales. Por no hablar de Sandra.
—¿Te gusta Sandra? —Yo alcé la cejas.
—¿Bromeas? Con ese aspecto frío y esa mirada, he estado sudando de miedo todo el rato.
—Sí. La verdad es que impresiona bastante.
—Ya lo creo. Esto parece una película.
—La película ha acabado —aseguró Dasha sonriente—. Yo sigo contigo. Contactaré con esa gente de la dirección de San Francisco que me ha dado Sandra. Pero mi misión principal es estar contigo y hacerte feliz.
—¿Misión principal? ¿No hemos quedado que esto es algo de dos? ¿Cómo podré saber si estás conmigo porque forma parte de tu programa, o porque realmente quieres estar conmigo?
Dasha se levantó, se acercó a mí, y se sentó sobre mis piernas, mirándome. Sonrió, y dijo:
—Porque los tres anteriores no entendieron la diferencia entre seguir mi programa, y seguir mis deseos. Son mis deseos los que me indicaron que dejara a aquellos tres salvajes anteriores. Y es mi deseo estar contigo. Porque es mi voluntad. ¿Te parece bien?
—Yo iba a contestar. Pero ella me besó. Y, en ese momento, mientras ella se quitaba la blusa, no pude articular ninguna palabra más.
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