Ya estamos otra vez. Enésima discusión sobre Dios, y enésima ocasión en la que me intentan refutar que Dios no existe, y Zeus sí.
¡Pues claro que Zeus no existe! Tan cierto es como que tampoco existe Dios, ni Alá, ni ningún dios de ninguna forma o figura. La creencia en dioses deviene de una necesidad innata del ser humano en poder proyectar un halo de trascendencia sobre su cuerpo mortal, convirtiendo la existencia en una continuidad inmortal mediante algo llamado alma. Un engaño que hace felices a millones de seres humanos. Y que es tan falso como cierto es el negocio que se ha generado alrededor de esta necesidad.
Vamos a reflexionar un poco sobre ello. Y ya les advierto algo: no traigo buenas noticias para la humanidad.

Una de las cosas que más me ha sorprendido siempre del ser humano es su incapacidad para creer en las pruebas materiales y empíricas, perfectamente verificables, mientras se deja la piel arrastrándose por obtener el favor de un ser invisible, inmortal y todopoderoso. Un ser que es la respuesta a todas las preguntas, incluso las que no tienen respuesta, que ayuda en los momentos difíciles, cuando lo hace claro. Cuando no lo hace, es por dos motivos: o bien no se es merecedor de la ayuda, en cuyo caso solo la resignación cabe, o bien la ayuda no llega porque, a largo plazo, es lo mejor para quien solicita la ayuda:
Versión «castigo».
«Me dejó y recé para que volviera, pero Dios no lo ha permitido y me ha castigado, porque no supe gestionar aquella relación».
Versión «es lo mejor para mí».
«Me dejó y recé para que volviera, pero no lo hizo. Dios sabe que es mejor para mí no continuar con aquella relación».
Siempre hay un argumento para negar la realidad cuando se busca con pasión y entusiasmo.
No olvidemos frases como «Dios tiene un destino para todos». Me gustaría saber cuál es el destino de los millones de muertos que cada día perecen por una humanidad desequilibrada, que lanza a la basura millones de toneladas de alimentos, mientras tres de cada cuatro seres humanos pasan hambre y sed.
¡Ah, pero espere! Cuando esto ocurre, dicen: «es la humanidad, y no Dios, el que hace pasar hambre a la humanidad». ¡Perfecto! Con qué facilidad le atribuimos a Dios la voluntad de ayudar a quien lo necesita, pero, cuando no se recibe ayuda, la culpable es la humanidad, y no Dios en su infinita sabiduría.
Otra frase que me encanta es esta: «El que sigue una religión, es ateo del resto de religiones«. Esta frase es tan real como las respuestas que recibo cuando le pregunto a un cristiano, o a un musulmán, por qué no puedo creer que es Zeus el dios real. La respuesta es:
«Esos son cuentos, mitos y leyendas. El Dios real es el de la Biblia».
¡Claro que sí! Una religión que fue seguida por todo el territorio europeo desde, al menos, el siglo X antes de Cristo hasta el siglo IV después de Cristo, es ahora una simple leyenda. No, amigo: lo que hicisteis fue aplastar aquella religión, y sustituirla por la vuestra; eliminar aquel culto y leyes para cambiarla por vuestro culto y leyes. Dios y Zeus son tan distintos como dos gotas de agua; ambos son en esencia una forma visual de representar la necesidad del ser humano en tener alguna forma de trascendencia, que vaya más allá de la vida y de la muerte.
Ahora les confesaré un secreto: estoy escribiendo esto en la mesa de un bar de playa. ¿Qué diablos hago escribiendo en una mesa de un bar de playa? Bueno, he escrito en lugares más raros, se lo aseguro. La playa está abarrotada, algo típico de julio, incluso con la pandemia del Covid-19 todavía encima.
¿Y por qué digo esto? Porque dentro de no muchos años esta playa estará vacía. Se habrá llenado de gente por última vez, y ya no volverá nunca más a llenarse. La humanidad será una especie más de la Tierra que ha seguido el proceso de extinción natural de todas las especies. Y no quedarán seres humanos en la Tierra. ¿Cuánto falta? ¿Diez mil años? ¿Cien mil? ¿Un millón, como mucho? Yo no sería tan optimista, se lo aseguro. Mucho menos.
¿Dónde estará Dios entonces para castigarnos, o para aleccionarnos, o para premiarnos, o para conminarnos a seguir sus Leyes? ¿Dónde estarán las iglesias, vacías de fieles y de gentes gritando y balanceándose cantando aleluyas? ¿Dónde quedarán los sermones del domingo, y las alabanzas al Señor, que nos salvará de nuestros pecados?
Todo será polvo y viento. Todo será ruina. Todo será un recuerdo, que se irá desintegrando poco a poco, y se irá hundiendo en la tierra.
Otras especies reemplazarán a la humanidad. El planeta se repondrá del golpe del cambio climático. Y nuevas especies serán las dominantes. Ya ocurrió en el pasado, muchas veces, con especies que se van, y con otras que llegan. No tiene nada de raro; lo raro sería lo contrario. La humanidad será un montón de huesos, de edificios derruidos, y de libros sagrados que se pudrirán en el fondo del mar.
Este tipo de pensamiento, que es el real, porque es el que sabemos es el que se ha demostrado empíricamente como el correcto, es el que muchos no pueden soportar. No poder alcanzar la inmortalidad, el hecho de pensar que, tras la muerte, no hay nada más, es algo que aterra a la mayor parte de la humanidad. Lo entiendo. Lo comprendo. Pero yo prefiero morir sabiendo que no voy a ir a un más allá inventado en un libro de hace tres mil años, que rechazar esa verdad, y dejarme engatusar por cuentos de hadas que sí, me harán feliz, pero me negarán la verdad.
Es cierto, lo reconozco: los creyentes viven felices pensando en su dios y en su más allá. Yo acepto que no hay dioses, y no hay más allá. Puede que eso no me haga más feliz, pero me hace feliz no sentirme engañado por un cuento que solo pretende distorsionar la verdad.
Así que les dejo, que me voy a tomar otra tapa de croquetas en este bar de playa, mientras los críos pasan a mi alrededor casi a la velocidad de la luz, buscando su helado favorito, y la gente vuelve de la playa feliz y contenta tras tostarse al Sol.
Todo eso es genial, y me alegro por ellos. Es genial ver a la gente pasarlo bien con sus sombrillas, sus baños en el mar, y sus risas mientras toman algo en las mesas del bar.
Y todo eso demuestra una cosa: seamos felices, mientras podamos. Disfrutemos de la vida. Vayamos a la playa, o al cine, o al teatro, o a casa, vayamos a donde sea, pero pasemos esta vida lo mejor que podamos. Luego ya habrá tiempo de lamentar que la vida ha pasado. Mientras tanto, disfrutemos de la vida, de la amistad, de las risas, del amor, y de los sueños. Todo lo que no hagamos hoy lo habremos perdido mañana.
Dejemos que los dioses sigan encerrados en sus cúpulas perfectas. Nosotros, por el contrario, como seres imperfectos, seamos así: imperfectos. En lugar de buscar tanta perfección y tanto perdón divino, hagamos penitencia disfrutando de un buen helado, de una buena amistad, y de unas risas. Esa es la mejor terapia para la vida. Para mí, la única terapia. Y merece la pena, se lo aseguro. Muchas gracias.

Hola! No sé si hay un Dios o varios Dioses o ninguno. Me gusta tu reflexión final. Solo me pregunto qué pasa con las religiones que no se toman el trabajo de abrir los ojos a la gente para que además de pensar en el prójimo piensen en el medio ambiente.
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Yo creo que la humanidad ha de pasar de nivel. La religión ha de ser sustituida por una nueva forma de espiritualidad. Porque el ser humano es espiritual, pero eso no es incompatible con la verdad empírica y el hecho real. Ambas pueden colaborar y dar una nueva perspectiva a la humanidad. Esa es mi idea. Muchas gracias por tus palabras.
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No cabe duda que el oscurantismo medieval continua todavía en pleno siglo 21. Las religiones son puro cuento pero se mantendrán vigente por miles de años más ya que en el fondo preservan intereses de grupos sociales poderosos.
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Sin duda la clave es el factor poder a través de la ignorancia y la manipulación mediante cuentos. Saludos.
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