Dentro del universo de «La leyenda de Darwan» y la saga Aesir-Vanir, «Yggdrasil», el que será el decimosexto y último libro de la saga, se sitúa mil millones de años en el futuro, dentro de lo que se conoce como «Era Anterior». La cronología de la la humanidad la pueden ver en este enlace.
Un grupo de humanos han sido traídos de nuevo a la vida, sin saber muy bien cómo y por qué, y por qué ellos. Lo averiguarán más adelante. Por otro lado, una especie, conocidos como los Xarwen, les informan de que están en guerra contra una civilización: los LauKlars, seres muy avanzados física y mentalmente, que son herederos de antiguas aves de la Tierra. Los Xarwen necesitan desesperadamente todo tipo de ayuda, y saben, por informaciones arqueológicas y datos antiguos, que la humanidad fue en su tiempo la especie más violenta, brutal y dedicada a la guerra de la galaxia.
Los Xarwen esperan usar esas capacidades para poder contrarrestar el poder de los LauKlars, y dar la vuelta a una guerra que parece encaminada al desastre. Los personajes de este fragmento son:

Personajes del fragmento:
- Helen Parker: una joven de algo menos de treinta años y un metro ochenta y cuatro de altura, morena de cabello corto. Su aspecto y su mirada sobrecogen a cualquiera que se acerque a ella. Su vida en la Tierra fue básicamente trabajar poco y divertirse mucho. Sin formación militar, sin estudios superiores, sin capacidades estratégicas… Sin embargo, ha sido elegida para liderar a la especie humana en esta nueva Era. Se está además creando un culto alrededor de ella, y algunos ya la llaman “Señora” en señal de respeto, y otros la apodan como a la antigua diosa nórdica: Freyja. Helen es también la protagonista de la trilogía de «La leyenda de Darwan» e «Idafeld». Aparece brevemente en «Las entrañas de Nidavellir».
- Irina Musilova: mujer entrada en la treintena, antigua oficial de la Policía Federal de Argentina, tuvo un romance con Vasyl Pavlov en la Tierra a mediados del siglo XXI. Pavlov era antiguo piloto convertido en soldado a sueldo del gobierno. Ahora Irina lo rehúye, pero no sabe muy bien por qué. Irina es una experta en armas y en operaciones especiales. Su papel es principalmente el de control y gestión de los asuntos internos con Helen. Se la puede ver en «Ángeles de Helheim».
- Vasyl Pavlov: antiguo piloto de combate, cuando sufrió una lesión en un vuelo tuvo que dejar la aviación militar. Esto no le impidió realizar trabajos ultraclasificados para el Gobierno de los Estados Unidos. Su dolor por su esposa asesinada por un cártel de drogas solo es superado por el dolor que siente por la pérdida de su hija. Papel muy importante en la trilogía de «La leyenda de Darwan» y otros libros.
- Karl: un músico australiano y dueño de un club de jazz de unos veintitantos, que ha sido reconvertido en capitán de una nave estelar de combate por méritos propios. Junto a su amigo Pitt sueñan con terminar la guerra, y montar otro club de jazz. Karl piensa mucho en Helen. Quizás demasiado para el gusto de esta. Papel destacado en la trilogía de «La leyenda de Darwan»
- Yolande Le Brun: antigua profesora de inglés en Amiens, Francia. Mujer enjuta y delgada de unos cuarenta años, de mediana altura, Yolande ha demostrado su capacidad para ser la mano derecha de Helen. Mujer muy religiosa, y muy centrada, tiene sin embargo un poder de convicción que le permite liderar a cualquier grupo, lo que la ha llevado a ser muy respetada en un papel de almirantazgo. Todo el mundo la respeta y sigue sus instrucciones. Todos, bueno, menos Vasyl Pavlov. Papel muy importante en la trilogía de «La leyenda de Darwan» y en «Idafeld».
- Kim: androide recuperado de la Tierra, es el ayudante personal de Helen, su guía, y su ayuda para combatir el dolor por las torturas mentales y físicas provocadas por los LauKlars. También satisface algunos de los deseos sexuales de Helen mediante estimulación bioeléctrica indirecta. Kim aparece en la trilogía de «La leyenda de Darwan» y en algún momento de «Las entrañas de Nidavellir» y «La insurrección de los Einherjar».
Fragmento.
La Sheraton era una de las primeras naves que los Xarwen habían entregado a la humanidad. Todavía no completamente adaptada, algunos elementos dejaban claro que su diseño no estaba pensado para seres humanos. Pero las prisas de los Xarwen con el fin de que la humanidad apoyara sus esfuerzos de guerra contra los LauKlars no admitían demoras, ni peros, ni preguntas.
En la sala de recepciones, tras una mesa, se encontraba Helen Parker, sentada y pensativa. A su lado, un vaso de agua. A su izquierda, un viejo tocadiscos recreado de un antiguo modelo, donde se oía «Run, baby, run» de Sheryl Crow a través de unos destartalados altavoces. Delante, Karl, que se encontraba firme ante ella.
Helen le miró de reojo, mientras revisaba unos datos en su pantalla holográfica. Sin dejar de mirar la pantalla, comentó:
—Descansa, soldado. Que te va a entrar un calambre en las piernas.
—Sí, Helen. —Esta alzó la mirada.
—Tú eres de los pocos que todavía no me llama «Señora».
—No creo que una joven de menos de treinta años tenga que ser llamada así. Pero sí estoy de acuerdo con «Freyja».
—¿Por qué?
—Porque para llamarte «Señora» ya están los demás. Ya está Scott, que parece que se arrastra ante ti, cada vez que te tiene delante. En cuanto a «Freyja», siempre es bueno que se divinice a los líderes. Al menos durante un tiempo, hasta que se demuestra que son humanos. Por otro lado, yo soy capitán de una nave estelar por circunstancias de la vida. Pero soy músico de jazz y exdueño del mejor Jazz Club del universo. Y no me van esas formalidades. También espero que aceptes mi oferta de acostarte conmigo algún día, y que me llamen «Thor» o quizás «Odín», o algo así.
—Sigue soñando —aclaró Helen— En cuanto a títulos, a mí tampoco me va, pero me temo que tendré que acostumbrarme. Pero dime una cosa: a ti te tocó ponerle nombre a esta nave. ¿A qué viene lo de «Sheraton»?
—Tiene que ver con una oscura aventura, con una misteriosa y atractiva espía que tuve allá en la Tierra en el hotel Sheraton en Shanghái, mientras realizábamos una misión secreta donde ambos teníamos que salvar el mundo, antes de huir a una isla paradisiaca juntos. No puedo decirte nada más, o tendría que matarte.
—Claro, claro que sí. Menudo fantasma estás hecho, Karl. Pero reconozco que me gusta tu estilo. Puedes retirarte.
—Sí, Helen. ¿Y mi oferta de…?
—Largate…
Karl salió de la sala. De pronto,la puerta se abrió. Helen alzó la vista, y distinguió perfectamente la figura que estaba entrando: Yolande Le Brun. Y su rostro no parecía demasiado feliz. Helen levantó el brazo del tocadiscos, que de toda formas había llegado a su punto final.
Yolande cerró la puerta de un golpe, y fue caminando con paso firme los veinte metros que la separaban hasta la mesa de Helen. Al llegar, tiró unos papeles sobre la mesa. Helen los miró sin tocarlos, y luego posó sus ojos sobre Yolande.
—¿Qué es esto? —Preguntó Helen.
—El informe adicional de la operación Poseidón, mi Señora. Con todos los detalles.
—¿No habíamos concluido esa operación con éxito?
—Así es. Este es un informe especial. Sobre un problema de indisciplina que califico de muy grave.
Helen suspiró. Tomó los papeles. Los leyó rápidamente. Luego los dejó en la mesa, alzó la vista, y comentó:
—¿Y qué hay de especial en esto? —El rostro de Yolande parecía que iba a estallar.
—¿Qué hay de especial? ¡Es una falta directa a una orden de un superior!
—¿Y de qué te sorprendes, Yolande? Vasyl Pavlov no va a cejar en su intento de demostrarnos lo duro y poderoso que es. El hombre más aguerrido de la galaxia. Solo le falta un sombrero, un caballo, y un revólver.
—¡Pero la disciplina!…
—No es para él. Lo sé. Pero gana batallas. Y echa atrás las líneas de los LauKlars. Los Xarwen están encantados. Todo lo encantados que pueden estar esos seres.
—Sí, pero mira este otro informe.
Yolande le dio un nuevo documento. Helen leyó el papel. Su rostro cambió. Luego activó un intercomunicador.
—Kim, ¿me lees?
—Alto y claro, mi Señora.
—Por favor, dile a Vasyl Pavlov que venga.
—No está en la sala de recreo ni en sus habitaciones, mi Señora.
—¿Y dónde está?
—Dijo que tenía que ir a la Sheldar.
—¿Qué misión le lleva a trasladarse a la Sheldar?
—Dijo que iba a emborracharse. —Helen asintió lentamente.
—Muy bien. Ve a buscarlo, Kim, por favor. Y avisa a Irina para que lo busque también. Si lo encontráis, decidle que, o viene en quince minutos, o le haré pasar dos días en el espacio exterior. Sin traje de astronauta.
—Sí, señora.
Al cabo de diez minutos, Pavlov entró en la sala. Iba acompañado de Irina Musilova, que dijo:
—Le pillé justo a punto de embarcar para la Sheldar. Casi tengo que pegarme con él para que obedeciera. Afortunadamente entró en razón, tras un par de coces que tuve que darle en el hocico.
—Gracias, Irina —agradeció Helen—. ¿Puedes quedarte, por favor?
Irina se colocó en una esquina, apoyada contra una columna, con los brazos cruzados. Pavlov se colocó frente a la mesa, en la cual se encontraba Helen sentada, con Yolande a su derecha. Helen habló.
—Pavlov, he recibido otra queja de Yolande Le Brun.
—Qué sorpresa —susurró.
—Habla cuando yo te lo mande. ¿Está claro? Dice que no obedeciste sus órdenes de mantenerte con el grupo principal de naves que ella comandaba durante la operación Poseidón. Y que atacaste varias naves LauKlars solo con la Fenrir y su escolta.
—Así es.
—¿Por qué lo hiciste?
—Porque vi una oportunidad táctica para destruir un grupo de naves LauKlars que habían recibido una paliza, y eran una presa fácil. Se habían colocado en el nivel 4-28, y habían entrado en la atmósfera del planeta. Sus defensas eran mínimas. La oportunidad, inigualable. Encendimos la atmósfera del planeta con una reacción termolítica, y quemamos esas naves. Ardieron cuarenta y siete, con toda su tripulación.
—Entiendo —susurró Helen—. Pero, en el proceso, destruiste toda la vida del planeta. Un mundo en fase 3, con fauna y flora completamente desarrolladas, y organismos avanzados, algunos con ciertos rasgos de inteligencia, potenciales seres tecnológicos en un futuro no lejano.
—Es cierto, mi Señora —confirmó Pavlov.
—¿Por qué lo hiciste? Sabes que este tipo de acciones requieren de una aprobación previa de la Junta Militar.
—Lo hice porque los LauKlars saben y conocen nuestras debilidades, mi Señora. Se protegieron en ese planeta porque era un santuario de la vida. Saben que tenemos órdenes de no atacar planetas con vida indígena que pueda sufrir daños. No podemos tocar la vida natural. Ellos, los LauKlars, se aprovechan de ello. Cuando estamos venciendo, se retiran, se colocan en un planeta con vida, y nosotros debemos esperar a que se recuperen, se reorganicen, y estén listos. Así hasta que nos derrotan. Tenemos que acabar con eso. Y acabar ya.
Se hizo un silencio. Yolande habló entonces.
—Pavlov, si actuamos como ellos, con completo desprecio a la vida de seres inocentes, no seremos mejores que ellos. Y, si no somos mejores que ellos, entonces, ¿qué nos diferencia de los LauKlars? Ellos luchan para conquistar la galaxia sin que haya ninguna respuesta moral y ética a su comportamiento. Si hacemos lo mismo, ¿qué sentido moral y ético podremos darle a nuestra victoria? Si actuamos como ellos, terminaremos siendo como ellos. —Pavlov no pareció de acuerdo, y replicó:
—Si no se ganan batallas, entonces se pierden batallas. Si la moral y la ética son un freno para el objetivo principal, que es ganar la guerra, al final no tendremos que preocuparnos por la ética o por la moral, porque no quedará ninguno de nosotros para valorar esos aspectos de la guerra, o de la paz. La guerra se gana cuando se han dejado de lado todos los valores éticos, humanos, y de cualquier tipo, y se han dirigido todos los esfuerzos a ganar la guerra. Luego, cuando llegue la paz, yo podré retirarme a un monasterio, o a un prostíbulo, y los demás podréis dedicaros a hablar de esas estupideces de la moral y la ética, mientras yo cuelgo la cabeza de mi mayor enemigo en la pared de mi sala.
Otro silencio ocupó la sala. Yolande comentó:
—No permitiré que un antiguo asesino profesional se dedique a practicar su trabajo a escala planetaria. Si ellos no tienen una ética, nosotros sí deberemos tenerla. Y aplicarla. No me convertiré en ese ser sediento de sangre que eres, Vasyl Pavlov. —Pavlov se volvió a Le Brun, y le respondió:
—Y yo no me voy a molestar en hacerles entender a un grupo de mujercitas, que deberían estar en sus casas planchando las camisas de sus mariditos, y tomando té con las amigas, los valores de una guerra y de cómo se ganan victorias, para conseguir el triunfo en cada batalla.
—¡Cómo te atreves! —Gritó Le Brun. Helen se levantó, y dio un golpe en la mesa mientras gritaba:
—¡Basta! ¡No permitiré que una discusión de este nivel se rebaje a una pelea sobre el machismo y el rol del hombre y la mujer en esta guerra! ¡Pavlov! ¡Obedecerás todas y cada una de las instrucciones de Yolande Le Brun a partir de ahora! ¡Ella es tu superior! ¡Una sola insubordinación más, solo una, y yo misma te lanzaré por una esclusa de la nave al espacio! ¿Ha quedado lo suficientemente claro?
Pavlov observó firme a Helen. Al cabo de unos segundos, contestó:
—Sí, Señora.
—¡Muy bien! ¡Retírate! ¡Fuera de mi vista! ¡Ya!
Pavlov saludó, se dio una vuelta sobre sí mismo, y salió de la sala. Durante unos instantes, tanto Helen como Yolande e Irina no dijeron nada. Fue esta última la que habló, todavía de pie y con los brazos cruzados.
—Ya estamos otra vez. El evento Pavlov es como un huracán que sacude esta sala una y otra vez.
—Tendrá que aprender disciplina —replicó Yolande. Irina negó.
—Se esconde en su machismo para no enfrentarse a la verdad.
—¿Y cuál es esa verdad? —Preguntó Helen.
—Pavlov es un machista recalcitrante, eso es indudable. Lo viví en su momento, en la Tierra. Pero no le preocupa tanto eso como tener superiores que le impiden obtener victorias claras. —Yolande repuso:
—No se trata de victorias, o de derrotas. Se trata de seguir mis instrucciones. Habíamos conseguido una gran victoria con la operación Poseidón. Esas naves solo eran un pequeño remanente. Podíamos ignorarlas.
—No piensa así Pavlov. Para él, cada nave enemiga destruida nos acerca más a la victoria. Y Pavlov sabe que los LauKlars saben que, donde aparece la nave con el lobo pintado en su estructura, la muerte es casi inevitable para ellos. Pavlov, su nave y el lobo se están convirtiendo en una leyenda. Y en una fuente de poder para nosotros, y de terror para los LauKlars.
—¿Qué quieres decir con eso, Irina? —Preguntó Helen interesada.
—Quiero decir que, si Pavlov consigue aterrorizar a los LauKlars solo con su presencia, no podremos prescindir fácilmente de él, ni reprocharle no seguir las normas. Y, si eso ocurre, seremos vistos en la galaxia como otros destructores de mundos, no tan distintos de los LauKlars. Ganaremos la guerra. Y perderemos la paz, porque seremos los nuevos conquistadores de la galaxia. ¿Qué es entonces lo que queremos? ¿Queremos ganar la guerra con el peligro de ser temidos, o perder la guerra y asegurarnos de que se han mantenido firmes nuestra moral y nuestro sistema de valores? Pensad en ello las dos. Porque de ello depende el futuro de esta guerra. —Yolande repuso:
—Entonces, tú estás de acuerdo con sus procedimientos.
—Estoy de acuerdo con que el precio para ganar una guerra, si se desea mantener un mínimo de valores humanos, es enorme. Y debemos pensar si poseemos el poder y la fuerza para mantener esos valores durante los próximos meses. Pavlov es una máquina de destrucción. Su lema es destruir al enemigo donde sea, cuando sea, como sea. Si podemos prescindir de él para ganar esta guerra es algo que no implica estar o no de acuerdo; simplemente implica pensar en si podemos permitirnos no tener a Pavlov al frente con su nave, su lobo pintado en la nave, y su creciente leyenda de destrucción que está generando en los LauKlars. Y no lo olvidéis: una bomba mata a unos cuantos. Un bombardeo a miles: pero el temor a un fantasma de la destrucción puede acabar aterrorizando a millones de enemigos. Y un enemigo aterrorizado es un enemigo fácil de destruir. Eso es, simplemente, lo que está haciendo Pavlov. Que lo toméis, o lo dejéis, es cosa vuestra.
Irina saludó a Helen y a Yolande, y salió por la puerta. Yolande se dirigió a Helen, y repuso:
—Dios no permitirá que el caos y la muerte se apoderen de la humanidad. No puede permitirlo. Y yo tampoco. —Helen asintió, y repuso:
—Puede ser. Pero recuerda que hasta Dios tuvo que destruir ciudades con fuego y caos por una causa que creyó noble. Quizás sea hora de preguntarle a tu dios qué versión de él debemos seguir: la de la paz y la mejilla, o la de la destrucción total…