Inesperado regalo: una niña de 15 años

Que los seres humanos solemos ir de duros y fuertes es una constante universal. Que, por dentro, la mayoría nos deshacemos ante los recuerdos, los sentimientos, y las vivencias vividas, es una constante aún mayor.

Ayer estaba con una amiga a la que no veía desde hace tiempo. Le pregunté cómo está su hija, que ya debe estar mayorcita. Me respondió:

«Tiene quince años, y si quieres, te la regalo».

Me hizo gracia el comentario. Denota una clara desesperación de una madre ante una edad muy, muy difícil, como es la pubertad de los jóvenes. Lo he visto en varias ocasiones, y lo entiendo.

Obviamente el comentario es una figura, pero no lo fue el hecho de plantearme la situación: yo con una niña de quince años en casa. Eso, por supuesto, disparó de inmediato mis recuerdos.

Sandra habría tenido quince años en el 2000, es decir, la misma edad que esa niña tiene ahora. En este momento tendría treinta y seis años, ya toda una mujer. Quizás se habría casado. Quizás no. Quizás habría estudiado una carrera. Quizás no. Pero, en definitiva, verla crecer habría sido, sin duda, la experiencia más importante de mi vida. Una experiencia que me arrancaron de mi alma, y una herida que nunca cerrará del todo. Una pérdida así no se supera nunca. Se gestiona. Se lleva. Se soporta, más o menos. Pero nunca se supera.

De ella me queda el recuerdo de una mirada dulce y divertida, de unos ojos azules intensos, algo más claros que el azul de su madre, y de un cabello negro enredado, no muy diferente del mío cuando era pequeño, aunque yo tenía el cabello bastante más claro. Y también me queda el recuerdo de su sonrisa, que llevo siempre en el corazón, y extraigo del bolsillo del alma en los malos momentos, para ahuyentar los males y el dolor de la vida diaria.

Hace muchos años tenía un profesor de mates que, en realidad, no era demasiado mayor que yo, unos diez años. Teníamos una cierta amistad. Tuvo un hijo, y al chico con cuatro años le diagnosticaron un melanoma. Durante tres años este padre y su mujer hicieron cosas absolutamente increíbles para salvar la vida de su hijo. Se dejaron la vida por él. Lamentablemente el niño no pudo superar la enfermedad. Y aquel profesor, antes siempre risueño y divertido, cambió su vida para siempre. Se separó de su mujer. Nunca volvió a ser el mismo.

Yo he procurado, en la medida de lo posible, hacer una vida, podríamos decir, estándar y no dejarme llevar demasiado. Pero eso solo ha ocurrido parcialmente, claro. A Sandra la convertí en una de las dos protagonistas de los libros que he escrito. Obviamente es un personaje de ficción, pero imbuida dentro del personaje viaja siempre la Sandra real, o, al menos, una idealización. Es una forma de mantenerla viva en los libros. De alguna manera, de alguna forma, ella vive en las páginas de esos libros para siempre. Es solo ficción, pero es una manera de liberarme de mis demonios y del recuerdo. La única forma que he podido concebir de soportarlo, aunque sea parcialmente.

Es muy probable que le deba a Sandra, y a aquella experiencia, mucho de lo que soy hoy. Los libros no existirían, al menos tal como están escritos, sin aquella experiencia. ¿Significa eso que, para escribir ficción, se requiere tener el alma quemada, y el corazón apuñalado, por las circunstancias de la vida? Es probable. Daría mil veces mil libros por una sola tarde con la Sandra de los quince años, o la de los treinta y seis. Daría mi alma por una sola tarde con Sandra. Que me contase qué siente. Cómo entiende el mundo. El universo. La vida. Y cómo todo podría haber sido muy distinto, si las circunstancias hubiesen sido muy distintas.

Pero así es la vida. Así que, cuando me dicen, «vamos hombre, todo tiene un sentido, un por qué», me permito mandarlos al infierno. Con todo el respeto, claro. La educación siempre por delante.

No. Nada tiene sentido, ni un por qué. La vida no nos da «lecciones de vida». La vida va pasando, y nosotros vamos caminando por un camino de piedras ardientes en medio de un Sol que nos abrasa, y que se lleva por delante nuestras almas y nuestros corazones. Esa es la realidad, y no otra. Lo que debemos hacer es aprender a vivir bajo esas circunstancias. Pero, cuando me despierto sudando por las noches, toda esa filosofía de vida no me vale para absolutamente nada.

Sé que idealizo a Sandra porque no ha tenido quince años y no he discutido con ella las cosas que los padres discuten con los hijos de quince años. Pero daría todo lo que soy por una sola discusión una sola tarde. Cambio mi vida por una tarde discutiendo con ella. Solo una tarde. No pido más.

Este tema del grupo musical Evanescence que dejo aquí abajo en vídeo es quizás una muy buena aproximación a esos sentimientos. Es una pieza musical exquisita, que, de forma exquisita, habla de este tema sin tapujos, y de forma directa y al corazón.

Así que, cuando usted discuta con sus hijos, o le mareen con sus cosas, enfádese, y llévese las manos a la cabeza preguntándose en qué momento se le ocurrió tener hijos. Está en su derecho. Pero piense también que los tiene ahí. Para bien, o para mal, discutir con ellos es duro. Perderlos, eso no puede explicarse con palabras. Hay que vivirlo día a día. y día a día seguir adelante, haciendo ver que la vida sigue.

No es verdad; la vida no sigue. Se detuvo aquel día. Pero, por su memoria, por su recuerdo, seguimos viviendo. Es un último homenaje a lo que habría sido. Y lo que fuimos por esa pérdida.

Los libros no la traerán de vuelta. Pero la tendré viva mientras ella siga viva en sus páginas. Y esa es la mejor idea que he podido tener en mi vida. Quizás, la única buena idea de mi vida.

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

2 opiniones en “Inesperado regalo: una niña de 15 años”

    1. Hola Mork, muchas gracias por tus palabras. Ciertamente la vida a veces es cualquier cosa menos vida, pero bueno, hay que adaptarse. Un abrazo, y espero que estés mejor que bien, saludos.

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Comentarios cerrados.

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