Han pasado tres años desde que Sandra perdiese a su padre. Desesperada por los sucesos que dieron lugar a ese trágico final, Sandra comenzará a investigar la muerte de su padre, lo cual la llevará desde San Francisco, California, a Amiens, Francia, donde vive un antiguo amigo de su padre.
Allá descubrirá un gran secreto, y conocerá a Alice, la hija del amigo de su padre. Una joven de veinte años que vive aterrorizada por una situación caótica que la ha llevado a huir y esconderse.
Juntas comenzarán a trabajar, y Sandra comprenderá que Alice es la punta de una trama de investigación en biotecnología, que está relacionada con su búsqueda. Ambas decidirán unir fuerzas, y empezarán a desentrañar un hilo con sorprendentes ramificaciones.
«Las cenizas de Sangetall» se encontrará disponible desde el martes 17 de agosto hasta el 21 en Amazon. También esta disponible sin coste en Lektu.
Una historia de fuerza y de coraje en búsqueda de una verdad que han intentado esconder durante veinte años.
Fragmento.
Avenue Charles Floquet 46.
Era una hermosa tarde de finales de noviembre en París. Un hombre de unos cincuenta años, con gafas oscuras, un abrigo negro largo, y pantalones y zapatos exclusivos, entró en una de las tiendas más famosas y lujosas de la ciudad; la joyería Noelle, un lugar visitado por los hombres y mujeres más adinerados de Europa y del resto del mundo. Detrás del mostrador, un rostro de ojos verdes y una rubia melena daba paso a un rostro perfectamente maquillado, con una sonrisa perfecta y una mirada entre inocente y algo picante, perfectamente diseñada para llevar al incauto comprador a la red de una sonrisa de la que muy pocos hombres podían escapar.
—Bonjour monsieur.
—Bonjour Mademoiselle— dijo el hombre mientras se quitaba las gafas y sonreía amablemente a la dependienta. Ella sintió un pequeño estremecimiento ante aquel hombre. Era atractivo, de mirada penetrante y agradable, pero, ante todo, con una sonrisa que la dejó cautivada. Sin duda podría ser el reto del día para ella. Finalmente pudo articular la clásica pregunta.
—¿En qué puedo ayudarle, señor?
—Mi hija se casa en seis meses, y quisiera regalarle algún broche o colgante para el cuello.
—Claro, señor, tenemos un gran surtido de piezas que le pueden gustar a su hija. ¿Cómo es ella?
—Es castaña, de ojos acaramelados, con la piel morena, de un metro setenta y cinco.
—Perfecto, creo que le puedo ofrecer algo que nos acaba de llegar. Es una exclusiva, una gargantilla de platino con rubíes y zafiros que hará que destaque su cuello con un color vivo y realzará su imagen. Está aquí. ¿Qué le parece? —El hombre sonrió mientras examinaba la pieza.
—Es preciosa. Pero es muy clásica, no sé si le gustará. —La dependienta, preparada para este tipo de respuestas, contraatacó rápidamente.
—También tenemos este colgante de oro con una diadema del amor. Es algo único en el mundo. Exclusivo como usted y su hija.
—Ah, sí, muy bonita. —Javier Pascual, que era el nombre del caballero, depositó el colgante con la diadema en el cristal de la mesa. Mientras tanto, el transcriptor digital que llevaba alojado dentro del cráneo recogía toda la telemetría de la tienda, tanto pasiva como activa. Las cámaras de vídeo, las cámaras de infrarrojo, los sensores de movimiento, los sensores radar, y los drones de control que vigilaban la tienda dentro y fuera de la misma.
—¿Y qué precio tiene esta joya, si es tan amable?
—Bueno, primero, permítame decirle que esta maravilla ha sido diseñada personalmente por el famoso diseñador internacional Pierre Graffé en exclusiva para nuestra tienda. El oro, de 24 kilates, y de una pureza sin igual, se encaja perfectamente con la diadema de zafiro y esmeraldas, en un conjunto arrebatador que ensalzará la natural belleza de su hija. El precio sin duda es uno de sus atributos, y podemos ofrecerle esta maravilla por solo ciento veinte mil euros. —Javier dudó un momento.
—Bueno, pues me la llevo. Si no, voy a estar toda la tarde dándole vueltas a este asunto, y de todas formas voy a arrepentirme de cualquier cosa que le compre. Siempre tiene uno miedo a fallar con los regalos para los hijos.
—Por supuesto señor, pero, si me permite mi opinión, esta joya será admirada por todos los presentes en ese importante momento que es el día de la boda de su hija. Seguro que triunfa usted con este regalo. Será la admiración del evento, tras su propia hija por supuesto.
—Sin duda —confirmó Javier sonriendo—. Y además podré decir que quien me la ofreció es también una joya de la belleza, que hace que París sea aún más bella, si me lo permite. —La joven se ruborizó.
—Es usted muy amable.
—Ni mucho menos, sólo constato una realidad evidente.
—Ponga el dedo en el panel y la transacción estará finalizada en un momento. —Javier colocó su dedo índice en un pequeño panel, e inmediatamente se registró su huella dactilar y su ADN mitocondrial, el cual se comparó con la base de datos de pruebas ADN para comprobar que coincidían. Al momento se encendió una luz verde. La dependienta guardó la alhaja en una impresionante caja de plata que era por sí una joya propia, y la metió en una delicada bolsa de seda para entregársela a Javier.
—Muchas gracias señor, ha sido un placer atenderle. Y, si desea cualquier otra cosa, sólo tiene que decírmelo.
—Bueno, que la más bonita joya de la tienda me haya atendido tan amablemente es ya de por sí otro regalo —respondió Javier con una sonrisa. Ella se rió entre dientes.
—Bien, ha sido un placer. Au revoir, mademoiselle.
—Au revoir, monsieur.
Javier Pascual salió de la tienda, y caminó durante treinta minutos por las calles de París, hasta un pequeño apartamento situado al sur. Llamó a un timbre clásico, y la puerta se abrió al cabo de unos instantes.
—¡Dios santo, creí que te ibas a acostar con esa tonta! —exclamó Alice mientras cerraba la puerta deprisa.
—Hay que hacerse el interesante en estas tiendas —se defendió Javier—. Si uno no se insinúa o demuestra que es un tipo duro y sexy delante de una guapa dependienta parece que algo falla. Todos los millonarios actúan así, lo he podido ver mil veces. Y he cometido un error: preguntar el precio. Esta gente no suele molestarse en esas banalidades.
—¿Eso es un error? —preguntó Alice asombrada¬—. Ese dinero me permitiría pagarme cinco carreras universitarias y tres alquileres durante los próximos diez años. Y aún me sobraría para unas buenas juergas.
Sandra examinó los parámetros biológicos de Javier, y encontró los valores que ya le eran conocidos de decenas de casos similares. Intervino entonces mirándole de reojo.
—Pues, por tu actividad sináptica y hormonal, no parece que estuvieras actuando precisamente.
—Muy graciosa —contestó Javier—. ¿Vamos a hablar de trabajo, o me habéis llamado para analizar mi vida sexual y sentimental? Además, recordad que soy un hombre casado.
—Esos son los peores —comentaron casi al mismo tiempo Alice y Sandra…
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