Cuando escribo estas líneas faltan 48 horas aproximadamente para que se lance el cohete Ariane V, que transporta el costosísimo y complejísimo telescopio de infrarrojos James Webb. Una obra de ingeniería portentosa, que ha tenido un gran retraso en su finalización, y unos costes muy por encima de los estimados inicialmente.
El telescopio James Webb sustituye, en muchos aspectos, al venerable y también impresionante Hubble, que durante décadas ha prestado un servicio increíble a la comunidad científica. Con el Hubble hemos hecho descubrimientos asombrosos, y su coste ha tenido un retorno de inversión en cuanto a datos muy por encima de lo estimado.
Se espera que lo mismo ocurra con el James Webb, un telescopio con un espejo combinado de hexágonos seis veces mayor que el del Hubble, y que además trabaja en la banda de infrarrojos del espectro electromagnético, no en la banda de luz visible, es decir, la banda que vemos los seres humanos.
La razón de trabajar en la banda de infrarrojos es la de poder ver mucho más lejos, y con mucha mayor claridad, fenómenos muy distantes cuya luz se mueve sobre todo en la banda de infrarrojos. Me refiero a objetos muy, muy lejanos, que se dieron durante las primeras fases del inicio del universo después del Big Bang, y cuyo espectro lumínico en el infrarrojo nos permitirá conocer con mucho detalle.
También el telescopio explorará exoplanetas, en los que la banda de infrarrojo permitirá ver los mismos con un nivel de detalle imposible de alcanzar con otros instrumentos. Incluso se podrían detectar señales e indicios de vida, analizando las atmósferas de esos planetas. Porque la composición de la atmósfera de un planeta con vida difiere en gran manera de un planeta sin vida. La Tierra, sin ir más lejos, tiene un 21% de oxígeno en su atmósfera, algo imposible en un planeta sin vida, ya que el oxígeno reacciona y genera óxidos. Marte es un ejemplo.
De todas formas, podría haber otras composiciones que también indicaran vida. Recordemos que los primeros organismos vivos en la Tierra era anaeróbicos, es decir, vivían sin presencia de oxígeno. Las bacterias de nuestros intestinos son una prueba remanente de aquellos primitivos organismos. Así que, en cierto modo, cada ser humano porta en su interior el origen de la vida, en muchos aspectos.
Mis temores.
La humanidad debería tener, a estas alturas, una nave tripulada o robotizada capaz de viajar más allá de órbitas cercanas a la Tierra, las conocidas como LEO (Low Earth Orbit). Estas órbitas son las que hemos ocupado, las únicas que hemos podido ocupar, desde el fin del proyecto Apolo. Y es una pena que la humanidad haya perdido cincuenta años en volver a construir naves para el viaje a la Luna, y luego a Marte, una tarea que por supuesto no está terminada, y que llevarán a cabo la NASA con su cápsula Orión, y SpaceX con su Starship. Ambos proyectos inconclusos, con lo que no podemos todavía disponer de esos recursos.
¿Y eso qué significa? Es muy sencillo: el Hubble ha requerido mantenimientos periódicos, especialmente el problema del espejo, a lo largo de su historia. Estos mantenimientos se llevaban a cabo con los transbordadores, ahora también retirados. De hecho, si quisiésemos hoy crear la ISS, la Estación Espacial Internacional, tendríamos muy serios problemas. De nuevo, hemos ido atrás en el progreso del espacio.
El James Webb es un telescopio tremendamente complejo, que además deberá colocarse en una posición, a 1,5 millones de kilómetros de la Tierra, muy lejos de lo que el ser humano puede llegar ahora mismo. Esa posición se conoce como punto de Lagrange L2, y es un lugar donde las fuerzas gravitatorias entre la Tierra y el Sol se equilibran. Ahí se situará en una posición permanente, lo que facilitará su uso.
Pero esa es una maniobra muy compleja, como lo será desplegar los espejos, y la puesta a punto del telescopio. Pueden fallar muchas cosas, y aunque hay previstas soluciones, todo se ha de hacer en remoto. Cualquier problema adicional, y el telescopio, su enorme coste, y todas las ilusiones puestas en este complejísimo instrumento, se irán por la borda.
Por qué el James Webb.
Finalmente, algunos podrían preguntarse por qué este gasto de tiempo, material y dinero en el James Webb. Es la misma pregunta que se hicieron algunos cuando otros quisieron salir de aquella pradera donde vivían para explorar otros lugares. Sin esos exploradores, hoy no existiríamos.
Explorar, conocer, aprender, investigar, estudiar lo desconocido es una fuente inagotable de información, y la información es la clave para el futuro de la humanidad. El conocimiento más inútil siempre será mejor que la mejor de las ignorancias. Porque un conocimiento inútil espera su oportunidad de ser empleado en alguna idea nueva, mientras que la ignorancia jamás nos aportará nada nuevo; solo más ignorancia.
Espero, de todo corazón, que el James Webb pueda viajar a su punto de destino, desplegarse, y operar como se espera. Pero, sinceramente, estoy preocupado. Porque es un instrumento tremendamente complejo, y no podemos mandar a personal especialista, como hicimos con el Hubble.
Si todo va bien, tendremos un ojo inmenso en el espacio para descubrir básicamente el origen del universo. Las respuestas a muchas preguntas, y otras informaciones que ni podemos imaginar en este momento. Sorpresas increíbles que revolucionarán el mundo de la astronomía, de la física, y que darán una nueva concepción del cosmos al ser humano.
Si todo eso no vale la pena, entonces, sinceramente, no sé qué estamos haciendo como especie que se autodenomina inteligente. Si lo somos, tenemos que descubrir nuestro pasado, nuestros orígenes. Porque solo conociendo el pasado podremos abrir una puerta al futuro. Un futuro que dé a la humanidad una oportunidad de supervivencia.
Actualizaré esta entrada cuando el telescopio haya sido desplegado, en la esperanza de que todo vaya bien. Ojalá sea así. Porque, de otro modo, habremos perdido una oportunidad única de viajar más allá del tiempo y el espacio, a una frontera inexplorada llena de respuestas a muchas preguntas que hoy desconocemos.
Mis mejores deseos para el equipo que ha construido el telescopio, y para aquellos que deben llevarlo a destino.
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