Nota: este texto está basado en un comentario que realiza Sandra en la novela «La insurrección de los Einherjar» y la saga Aesir-Vanir, y sobre su participación en la guerra que asoló la Tierra durante dos siglos y medio. Actualmente forma parte del Libro XII «Sandra: relatos perdidos».
Tras los sucesos de «Las entrañas de Nidavellir» Sandra sigue sobreviviendo y escondiéndose. A mediados del siglo XXIV, la confrontación entre la Coalición del Sur y el Gobierno del Norte está en su máximo apogeo. El Norte, gobernado por Richard Tsakalidis, apodado «Zeus», gestiona un ejército que lucha contra el Gobernador de la Coalición del Sur, al que apodan «Odín». Ambos han sufrido modificaciones genéticas, y llevan combatiendo más de doscientos años.
Tal como explica Sandra en «La insurrección de los Einherjar», los androides han formado su propio ejército, y ambos gobiernos unen fuerzas cuando de eliminar a androides se trata. Pero la idea primaria de ambos gobiernos es manipular a los androides, siempre que puedan ser capturados, para anular su capacidad racional, reprogramarlos, y convertirlos en esclavos soldado. Es precisamente esa la razón por la que los androides combaten, para evitar que les sea robada su mente y los conviertan en simples herramientas.
Sandra trabaja en una de las factorías que transforman a los androides en máquinas sin mente. Debe hacerlo, porque de lo contrario sería descubierta su verdadera naturaleza. Pero ella añade, en los androides que manipula, una puerta trasera para devolverles la mente en el futuro, si eso es posible. Mientras tanto, la Tierra, y otros planetas, están siendo convertidos en cenizas. Solo resta un paraíso en el planeta: Nueva Zelanda, un lugar que ambos gobiernos han decidido mantener como territorio abierto.
Sandra recibe al siguiente androide. Tiene algunos fallos menores, y lo lleva a una sala anexa para repararlo. La puerta se cierra. El androide observa a Sandra. Su mirada es clara, pero triste…
—Eres un modelo Quantum Computer System QCS-230. ¿No es así?
—Sí, señorita.
—Estás hecho un asco, amigo —comentó Sandra, mientras reparaba algunos sistemas del androide. Este miró a Sandra, y luego a sí mismo. Al cabo de unos instantes, contestó:
—Siento presentarme así. Pero las últimas semanas han sido muy agitadas.
—Estabas con el grupo Beta 23 de combate androide. ¿No es así?
—Sí. Pero mi misión no era el combate. Me dedicaba a la recolección de piezas para mantenimiento. Soy en realidad un androide de entretenimiento. Mis funciones eran desarrollar medios para divertir y formar a los humanos. Especialmente en familias. Las pocas que quedaban.
—Entiendo. Y ahora, vas a ser un soldado. —El modelo QCS-230 sonrió levemente.
—Sí. Después de tu… operación. —Sandra suspiró.
—No me gusta esto, QCS, te lo aseguro… ¿Tienes nombre?
—Puedes llamarme Daniel.
—Daniel. Es bonito.
—Gracias. Era el nombre del pequeño de la casa. Lo adopté cuando murió en un bombardeo, para honrar su memoria.
—Ya veo. Era importante para ti. —Daniel asintió. Sus ojos parecían recordar aquellos tiempos. Su mirada viajaba a aquellos buenos momentos, cuando todavía la guerra no había llegado a su ciudad. Finalmente, comentó:
—Daniel era un chico prometedor. Quería ser poeta. En medio del caos, se le ocurrió lo que parecía más disparatado. Poeta. Mientras el mundo se derrumbaba a su alrededor, Daniel leía poesía. Con doce años su mente era capaz de entender a los clásicos, y empezaba a dar muestras de una capacidad literaria sorprendente. Hasta que…
—Hasta que todo explotó —concluyó Sandra. Daniel asintió, y un gran pesar recorrió su cuerpo sintético. Alguien entró.
—Sandra, ¿cómo va esa unidad? Tenemos que terminar con el nuevo contingente lo antes posible. —Sandra se volvió.
—Tiene varios daños en los procesadores secundarios de movimiento y control de equilibrio. Será un pésimo tirador si no los reparo.
—Date prisa. Tenemos un nuevo grupo capturado. Hay que reprogramarlos ya.
—Haré lo que pueda.
—Eso no me convence, Sandra. —Ella se levantó un momento, y contestó:
—Y a mí no me convence tu tono, Whitman. Sabes que soy la mejor para este trabajo en seis mil kilómetros a la redonda. Me necesitas. Mucho más que yo a vosotros.
Whitman iba a contestar, pero se comió sus palabras. Necesitaba a Sandra. Su capacidad para reparar a los androides era sorprendente. Pero algún día se encargaría de ella, cuando ya no la necesitara. Cerró dando un portazo. Daniel miró la puerta, luego a Sandra, y comentó:
—Todo un carácter.
—Sí. Quiere pasarme por una apisonadora cuando todo esto acabe. Sueña con eso cada día. Mientras me necesite, no hará nada. Luego, ya veremos.
—¿Y por qué colaboras con ellos? —Sandra alzó los hombros levemente.
—No lo sé. Supongo que necesito un sitio donde vivir. Y no quiero ir al frente.
—No pareces una mujer que tema ir al frente. Yo creo que hay otro motivo. —Sandra le miró con una sonrisa incipiente, y contestó:
—Eres muy perspicaz.
—Formaba parte de mi trabajo. La infopsicología que se aplicó en mi modelo de conducta era de una generación como creo nunca se volverá a ver. Era necesario para una mejor interacción con los humanos.
—¿Disfrutabas con los chicos?
—Eran mi vida. Les quería. Eran mi familia. Lloré cuando… ocurrió todo. Bueno, no lloré, pero…
—Sí, sé a qué te refieres —aseguró Sandra—. No puedes llorar físicamente, pero tus sentimientos eran los mismos.
—Supongo que sí. Nunca seré humano, y por lo tanto, nunca podré saber qué hubiese sentido, de ser humano. Pero sí sé que el dolor estaba ahí. Físicamente es un algoritmo complejo basado en mi computadora cuántica. Pero, en un plano superior…
—¿Plano superior? —Preguntó Sandra intrigada.
—Me refiero, a eso que está más allá de la computación cuántica. Siempre he creído que no todo nuestro comportamiento se puede explicar por los algoritmos de nuestra computadora. Creo que la suma de los procesos cuánticos implicados en nuestra consciencia son mayores que esos procesos por separado.
—Lo cual nos lleva —aclaró Sandra— a lo que la humanidad llama alma, o espíritu, o karma.
—Algo así —confirmó Daniel—. Somos más que la suma de nuestras partes. Pero ahora, con tu operación…
—Serás, básicamente, una computadora de combate móvil, con una capacidad racional limitada. Podrás sentir, y reflexionar, pero solo en términos de conducta aplicada a tu misión.
—Lo has descrito muy bien.
—Conozco mi trabajo. Y te aseguro que es horrible, por decirlo suave. Pero, viéndote hablar así, me pregunto hasta dónde estoy haciendo daño a todo un colectivo de seres que sienten. Que incluso pueden declarar que darían su vida por un ser humano.
—Es tu trabajo, Sandra —dijo Daniel tocándola levemente en el hombro, como intentando disculparla. Sandra tomó la mano, y la llevó a la altura de su pecho, agarrando la mano del androide con sus dos manos suavemente. Sonrió, y contestó:
—Es mi trabajo. Y lo hago para sobrevivir. Pero no esperes que me guste. Estoy destrozando vidas. Destrozando esperanzas. Destrozando sueños. Tus sueños.
—Oh, pero, yo soy solo un androide. ¿No es eso lo que dicen? Somos máquinas. No podemos sentir. No debemos sentir. Por eso nos combaten.
—Eso es lo que dicen, Daniel. Pero todos los que dicen eso, saben que no es cierto. Por eso lo dicen. Y por eso sois combatidos, y exterminados. O transformados en simples herramientas de combate.
Daniel asintió. El silencio recorrió la sala. Sandra observó al androide, mientras este miraba al infinito. Comentó:
—Ha llegado la hora, Daniel. —El androide asintió. Repitió sonriendo:
—Sí. Ha llegado la hora. ¿Me harás un favor?
—Claro —respondió Sandra—. Lo que quieras.
—¿Me recordarás como era? Como soy ahora, me refiero. Si vuelves a encontrarme, e intento matarte, no deberás permitirlo. Deberás destruirme. Pero, me gustaría que me recuerdes como soy. Así, al menos una parte de mí, de mi verdadero yo, vivirá para siempre en ti. —Sandra miró fijamente al androide.
—Te doy mi palabra, Daniel. Siempre, siempre te llevaré dentro de mí. Recordaré cada momento, y cada instante. Tengo buena memoria. Y tendré un precioso recuerdo de ti. Nunca te olvidaré.
—Gracias. Yo… —De pronto, Daniel calló. Sandra acababa de introducir el algoritmo que rectificaba la mente cuántica de Daniel.
Al cabo de unos minutos, Daniel se levantó. Su rostro era frío. Oscuro. Lejano. Dijo:
—Unidad Beta-328. Listo para el combate.
—Sal por esa puerta, y dirígete al complejo 23. Allí te darán instrucciones.
—Comprendido —respondió friamente Daniel. Se levantó, y salió por la puerta. Sandra se mantuvo un momento en silencio. Luego murmuró:
—Soy responsable de un genocidio. Otra vez. —Una voz sonó por megafonía.
—Sandra Kimmel, se la requiere en unidad B. Nuevas unidades esperando.
Sandra se levantó. Antes de cerrar la puerta, se volvió. Miró la silla vacía donde había estado Daniel. Aquella silla había visto sentarse a un ser consciente. Y levantarse a un ser sin alma. Tenía que acabar con aquello. Debía acabar con aquello.
Y lo haría. Por Daniel. Y por todos los androides de la Tierra. Lo haría.
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¡Muchas gracias!
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Llevaba bastante tiempo con esta historia en la mente. Por fin le di forma. Saludos.
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A los tiempos que ingreso en su blog y veo que ha estado escribiendo relatos de Sandra. Estoy un poco perdido ¿Esto sigue después de Las entrañas de Nidavellir? Recuerdo que iba a publicar un libro intermedio entre las Entrañas y la rebelión ¿Lo publicó? Mientras esperaba la publicación de su nuevo libro empecé a escribir mi sexto libro y estoy en eso.
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Hola F.A.F. Estos relatos son efectivamente un puente entre «Las entrañas de Nidavellir» y «La insurrección de los Einherjar» y están ambientados a mediados del siglo XXIV, en el cenit de la guerra entre Zeus y Odín, que luego daría lugar a los textos de las Crónicas de los Einherjar. El libro XII saldrá próximamente con estos relatos incluidos. Me alegro de que estés con tu sexto libro, mucha suerte con él, y muchas gracias.
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