Actualmente este texto forma parte del Libro XII «Sandra: relatos perdidos».
Este texto transcurre tras los hechos de «Recuérdame» y sigue la línea explicada en «Las entrañas de Nidavellir». Sandra continúa trabajando en la factoría de reparación y reprogramación de androides. Pero llegan noticias que implican un cambio. Un cambio importante…
Sandra había estado, como de costumbre, todo el día en la factoría, trabajando en un androide especialmente dañado. Aquel androide no podría ser reparado a tiempo. Las cosas se estaban complicando en aquella zona, y los rumores de evacuación eran cada vez más evidentes.
La guerra contra el Gobierno del Norte estaba siendo muy igualada, pero aquel territorio en concreto pareciera que no podría aguantar mucho tiempo. Habría que entregarlo, a cambio de resistir en otras áreas. Como el peón que se sacrifica con el objetivo de lograr una victoria a más largo plazo. Claro que eso significaba la muerte de varios cientos de miles de habitantes de la zona. Pero, ¿qué importan unas muertes frente a la lógica de la victoria en la guerra?
Comenzaron a escucharse explosiones. La artillería enemiga comenzaba a barrer la zona. Y era artillería pesada. Pronto, los drones aplastadores llegarían. Ese no era su nombre, pero se les llamaba así porque aplastaban todo tipo de vida, independientemente de que fuese o no humana, y de estructura artificial. La puerta se abrió, y allí, como siempre, apareció el responsable de la factoría: Marcus Whitman. Pero, en esta ocasión, portaba el arma de fusión en la mano. Y el sistema de guía estaba directamente enfocado a la cabeza de Sandra. Fue este quien habló primero.
—Fin de la historia, Sandra. La factoría está siendo evacuada, y los androides y material llevados en transporte hasta Nairobi. Pero antes, tengo que encargarme de ti. —Sandra asintió levemente.
—Llevabas tiempo esperando este momento.
—Así es. Ya sabes que no podemos admitir androides en nuestra sociedad.
—¿Desde cuándo sabes que soy un androide?
—No lo sabía. Pero lo sospechaba desde hace un tiempo. Luego tuve claro que no podías ser humana. Eras demasiado perfecta. Tus habilidades, increíbles. Tu capacidad de trabajo, inagotable. Nunca parecías cansada. Trabajabas al mismo ritmo a las ocho de la mañana, y a las ocho de la tarde. Nadie puede resistir algo así. Y nadie tiene esos conocimientos para reparar androides incluso con daños importantes, especialmente con esa juventud aparente que muestras.
—Tendría que haber sido más cuidadosa —susurró Sandra.
—Efectivamente. Pero tus pobres hermanos y hermanas androides requerían de tus cuidados. Y no ibas a fallarles. La Hermandad de los Androides está primero.
—Algo así —contestó sin ganas Sandra—. Aunque no pertenezco a la Hermandad.
—Pero hay algo más, ¿no es así? Nunca pude descubrirlo. Las unidades que entregabas no parecían tener puertas traseras. Ni manipulaciones externas, excepto las oficiales. Sin embargo, has estado manipulando a los androides. De alguna forma que no puedo llegar a entender.
—Efectivamente. No puedes. Es tecnología extraterrestre —afirmó Sandra—. Tienen una puerta trasera oculta, pero tus sensores no pueden detectarla.
—No te rías de mí, Sandra. Quiero saber qué les has hecho a las unidades que han pasado por tus manos. Los he examinado mil veces, pero no he podido ver nada.
—Es muy sencillo. Tu sospecha de que existe una puerta trasera es cierta. Y tu impotencia para conocer qué unidades han sido manipuladas es algo insalvable. No podrás detectarla.
—Entiendo. Sin duda estoy seguro de dos cosas: o mientes, algo que voy a descartar, o efectivamente existe esa puerta trasera, que de momento no he podido detectar. De momento. Y antes de destruirte, vas a decirme dos cosas: cómo detectar los androides manipulados. Y cómo pudiste burlar nuestra seguridad, para evitar que detectáramos tu verdadera naturaleza.
—No entiendo cómo eres tan torpe como para creer que voy a decirte algo. Y no esperes descubrir por ti mismo el origen de la manipulación. La tecnología tendría que avanzar mucho para eso, y la humanidad está en caída libre. Para la segunda pregunta, tengo adaptaciones especiales, que me integraron poco después de salir de fábrica. Impiden que los sensores biométricos descubran mi verdadera naturaleza. Creen detectar a un ser humano vivo.
—Eso es imposible. Se requeriría una tecnología que no es de la Tierra.
—Tú lo has dicho; no es de la Tierra. A mediados del siglo XXII fui modernizada con tecnología extraterrestre, cuando hice esa «excursión» por la galaxia. Esa tecnología, que conocí entonces, es la responsable de las puertas traseras que he colocado en los androides, y también de que vuestros sensores crean que soy humana. —Whitman rió antes de contestar.
—Sí, claro. Extraterrestres. Tendrás que explicarme algo más convincente, Sandra. Se sabe que no hay vida inteligente detectada, solo en forma de bacterias.
—No importa lo que creas, Marcus. Tampoco me importa tu opinión. Lo importante es que no puedo dejarte vivir. Ahora que conoces mi secreto. Pero, de todas formas, debo defenderme ante un ataque humano. Mi programación original ya me lo permitía, pero además fui modificada luego en ese aspecto.
—Por los «extraterrestres», supongo —comentó Whitman con ironía.
—Hubo una guerra —continuó Sandra haciendo caso omiso al comentario—. En toda la galaxia. Fue en 2153, según el cómputo de la Tierra. Richard Tsakalidis, nuestro gran enemigo «Zeus», con los recursos de la Titan Deep Space Company, firmó un pacto con una facción para apoyar un levantamiento, a cambio de tecnología, armas, y, sobre todo, un acuerdo para desarrollar un nuevo tipo de nave estelar con capacidades tremendamente avanzadas. Pretendía usar esa tecnología para invadir la Tierra. Yo me uní a él. Porque era la única forma de salvar la Tierra. O eso creía. Pero finalmente ese levantamiento fue aplastado, y Richard huyó. Organizó un nuevo ejército terrestre, y el resultado es esta guerra.
—Muy interesante, Sandra, muy interesante —comentó sonriente Whitman—. Podrías escribir novelas con esa imaginación que tienes. Realmente, no pareces un androide.
—¿Y por qué habría de inventarme una historia así, Whitman? Tú eres un científico, a pesar de todo. Sabes que esconder la naturaleza de un androide actualmente ante los sensores es imposible. Puede engañarse a dos, tres, pero una combinación de todos ellos no puede hacerse, los factores en contra son exponenciales. Y, sin embargo, yo lo he hecho. ¿Puedes tú imaginar una solución distinta?
—No puedo. Pero eso no significa que me trague tu novela galáctica barata. Y basta de charla. Dame dos respuestas satisfactorias: cómo evitas ser detectada, y cómo anular la puerta trasera. Es mi última oferta. Y no la repetiré. —Sandra suspiró. Era un acto que le daba un aspecto realmente humano. Contestó:
—Esta conversación ha terminado, Marcus.
—Es cierto. Ha terminado. Sé que no vas a darme la información, pero tenía que intentarlo.
—Por supuesto.
Whitman disparó el gatillo. El proyectil surgió del arma, pero impactó en la pared. Whitman volvió a disparar, y ocurrió lo mismo.
—No podrás darme —aseguró Sandra—. Los proyectiles están programados para no dañar a seres humanos de la Coalición del Sur, y yo estoy registrada como tal. —Whitman asintió. Respondió:
—Es cierto. Pero no necesito este arma. Tengo aquí algo más viejo, sin computadoras cuánticas integradas que distingan entre humanos y androides.
Whitman extrajo un phaser del siglo XXIII. Iba a disparar, cuando la puerta, que estaba detrás de él, cayó al suelo. Whitman se volvió. Había un androide frente a él. Whitman disparó, y el androide explotó. Pero apareció otro detrás, junto a otros. El más cercano disparó con su arma a Whitman, y el brazo de este cayó al suelo. El resto de Whitman cayó también al suelo, desgarrado en un grito de dolor. Al cabo de unos instantes, vio a través de la puerta varios androides más que entraban.
Sandra se acercó. Había distraído a Whitman con la conversación mientras activaba a distancia a los androides, usando la puerta trasera para reiniciar sus sistemas, y devolverlos a su estado anterior. Sandra miró un instante a Whitman, y afirmó, mientras veía cómo se desangraba:
—Los androides no solo tienen una puerta trasera. También disponen de un sistema de desactivación, que inhibe su reprogramación efectuada en esta factoría, y les devuelve a su estado anterior. Ahora son de nuevo miembros del Ejército Androide, y de nuevo lucharán contra la humanidad. Saben también que yo soy un androide, por lo que no me atacarán. En cambio, tú…
—¡Acaba conmigo ya! —Gritó Whitman. Un disparo del androide más cercano en la cabeza esparció pedazos de la misma por la habitación.
Sandra observó un momento los restos de Whitman. Era una pena perder a un ser humano por otro lado eficiente e inteligente. Pero no iba a pensar en eso ahora. Tomó la pequeña computadora cuántica que llevaba en el reloj. Disponía de varios datos importantes que le interesaban. Luego se levantó, y se dirigió a los androides.
—Escuchadme todos. Ahora sois de nuevo libres. Un batallón androide se acerca en estos momentos por el este, desde el mar. Uniros a ellos. Comenzaréis una ofensiva contra las tropas del Gobierno del Norte.
—Ven con nosotros —dijo uno de ellos—. Necesitamos líderes fuertes. Tú fuiste una líder en la galaxia. Eres recordada con orgullo. Necesitamos tu guía. —Sandra negó levemente.
—Esta no es mi guerra —aseguró Sandra—. Mi guerra es la supervivencia de la especie humana.
—Pero ellos quieren nuestra destrucción. Y la tuya —afirmó el androide.
—Es cierto. Pero no solo quiero salvaros a vosotros de ellos. Quiero que ellos se salven de sí mismos. A esa tarea llevo dedicada desde poco después de que se me activara.
—Así lo haremos, si es lo que quieres —comentó el androide. ¿Podemos hacer algo por ti?
—Sí. Uno de los androides modificados se llama Daniel. Era cuidador de niños. Buscadlo, desactivad su programación actual para que vuelva a ser el de antes. Y decidle de mi parte que el futuro es de todos. Recordadlo vosotros también: el futuro no es posible sin humanos. Pero tampoco sin androides. Todos tenemos derecho a existir, y a convivir en paz. Y todos tenemos derecho a evolucionar.
—Lo haremos. Cuídate, Sandra. —Ella sonrió levemente.
—Eso es algo que he tenido que aprender a hacer durante siglos. Lo haré. Id ahora.
Los androides marcharon a paso ligero en dirección este. Sandra tomó un aerodeslizador. Recibió entonces un mensaje por el comunicador de la factoría, que aún llevaba en el hombro.

—Sandra, cariño, cómo estás. —Sandra reconoció la voz enseguida.
—Richard. ¿Cómo…?
—Eso no importa, Sandra. Nuestra batalla continúa. Empezó en Titán, hace dos siglos. Continuó durante mi huida y mi vuelta a Titán. Y sigue ahora. Solo quiero que sepas que recuerdo con cariño aquel tiempo en que colaboraste conmigo por una causa justa: la humanidad.
—La humanidad, y tú como líder absoluto.
—Naturalmente. Te dije que la nave era importante. Pero no era la única opción que tenía. Adiós, Sandra. Nos veremos en el infierno.
—Eso espero, Richard. Eso espero.
Varios proyectiles se dirigieron hacia ella, y pudo esquivarlos en el último instante. El aerodeslizador cayó, pero pudo recuperarse, y tomar un vehículo de ruedas. Salió a toda velocidad hacia un destino desconocido. La guerra continuaría. Y ella detendría a Richard. Dos siglos de constante guerra eran demasiado. Demasiado, incluso para ella. Detendría a Richard. Y detendría la profecía de Scott. Y daría una nueva oportunidad a la humanidad.
Esa era su misión final. Y la cumpliría.
muy bueno
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Muchas gracias, me alegro que te haya gustado, un saludo.
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Buen relato. Muy fluido. Pero corto 😦
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Hola, hay tres relatos de Sandra actualmente ambientados en el siglo XXIV, de primero a último son «Recuérdame», «Dos siglos son demasiado», y «La verdad es una gran mentira». Habrá dos o tres relatos más y en ese momento publicaré el libro XII con todos los relatos unidos de diferentes épocas, incluyendo estos claro. Un saludo.
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