Extracto del tercer relato para «La luz de Asynjur»

Segunda parte y final en este enlace.

Nuevo relato para el libro «La luz de Asynjur» titulado «La tierra de nuestros antepasados», dentro del universo de la saga Aesir-Vanir. La humanidad ha retrocedido a una nueva Edad Media, debido a las guerras que asolaron todo el planeta, excepto un refugio creado en las islas de Nueva Zelanda y mares e islas cercanos. El libro, situado antes de «La insurrección de los Einherjar», y tres siglos después de los sucesos de «Sandra: relatos perdidos», concretamente a mediados del siglo XXVII, ve a una joven princesa Skadi, ahora ya con veintiún años, preparándose por primera vez para una misión oficial…

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Skadi

Los primeros rayos de Sol cayeron sobre el Monte Sagrado Aoraki, cuando las trompetas sonaron en el castillo de Helgi. El patio lucía brillante, con la escolta de la reina a punto para pasar revista. Las tropas mostraban sus mejores galas, y las armas brillaban como espejos. La reina Eyra se colocó en lo alto frente a las tropas, asintió levemente, y dijo:

—Hoy tenemos una misión especial. Esa misión se llama paz. Y el objetivo de esa misión solo puede ser uno: negociar con el Reino del Norte un tratado de comercio que permita a personas y mercancías moverse libremente entre los dos reinos, terminando con las interminables disputas territoriales, y acabando con la amenaza de la guerra, de una vez y para siempre. Y, como sabéis, la princesa Skadi quedará al mando del castillo por primera vez. Ahora que el rey ha muerto, ella tomará el mando cuando yo no esté. Y vosotros la obedeceréis.

La reina bajó de la tarima, y se acercó al oficial que comandaba las tropas. Se colocó a su altura, y lo miró friamente primero. Luego, sonrió. Tyr se mantuvo impertérrito. Al fin, la reina habló:

—Tú, mi joven y fiel Tyr, has sido elegido como protector y guía primero de la princesa. Sois joven, pero sois de mi entera confianza. Guiaréis y guardaréis a Skadi, para que sea su voluntad forjada con templanza y con el fuego de la justicia y la libertad, sabia pero no arrogante, fuerte pero no vengativa. Fría, pero no perversa. Amante de su pueblo, al que entregará su cuerpo y su alma para protegerlo. ¿Harás esto por mí? —El soldado, firme y con el rostro alzado, contestó:

—Daré mi vida por ella, mi reina. Si fuere preciso.
—No esperemos llegar a ese punto —comentó la reina. Y añadió:
—Ahora harás algo más que servir de mensajero de citas clandestinas entre mi hija y Njord, el hijo de Yngvi, uno de mis fieles guardianes de la zona norte. ¿No es así, Tyr? —El soldado tragó saliva, y no dijo nada. Eyra asintió levemente, sin decir nada tampoco.

Luego, la reina Eyra se subió a la tarima de nuevo, y dijo en voz alta:

—Y ahora, demos la bienvenida a la princesa Skadi. Ella os dará unas palabras de aliento, en estos momentos aciagos y difíciles. Hora es de que la niña que fue ayer dé paso a la joven que es hoy, y a la reina que será mañana. Esta será su nueva tarea. ¡Skadi! ¡Preséntate ante tu nueva Guardia de Honor!

Sonaron las trompetas. Los lanceros presentaron sus lanzas, los soldados sus espadas. Se hizo el silencio. Del portón interior debía surgir Skadi.

Pasaron unos segundos sin ningún efecto. Eyra gritó de nuevo, con más fuerza:

—¡Y ahora, demos la bienvenida a la princesa Skadi! ¡Ella os dará unas palabras de aliento, en estos momentos aciagos y difíciles! ¡Hora es de que la niña que fue ayer dé paso a la joven que es hoy, y la reina que será mañana. Esta será su nueva tarea! ¡Skadi! ¡Preséntate ante tu nueva Guardia de Honor!

Pasaron de nuevo unos segundos. Silencio. La reina Eyra susurró:

—¡Por todos los dioses! —Bajó de la tarima, y entró en el castillo. Se dirigió a las habitaciones de la princesa. La encontró vestida, tumbada en la cama. Durmiendo.

—¡Skadi! ¡Skadi! —gritó la reina Eyra. Skadi susurró:
—Qué quieres, madre? ¿Me he quedado dormida? ¿Es ya hora para la cosa esa de la Guardia de Honor? —La reina exclamó:
—¡Están abajo! ¡Esperándote en formación! —Skadi levantó la cabeza, miró de reojo a su madre, y se levantó de un salto de la cama.
—¡Madre! ¡Ya voy!
—¿Ya vas? ¿Sabes cómo me has dejado ante toda la Guardia Real?
—Pero ellos ya me conocen, madre…
—¡Por supuesto que te conocen, y eso solo lo complica más! ¿Qué imagen de guardiana del castillo, del reino, y de futura reina del Reino del Sur estás dando, mientras te quedas dormida en tu alcoba?
—¿Una imagen… desagradable? —Eyra miró fijamente a su hija. Esta susurró:
—De acuerdo madre, creo que lo entiendo.
—¿Crees que lo entiendes? Tú no entiendes nada, Skadi. Solo piensas… —De pronto, Eyra trastabilló y cayó al suelo.
—¡Madre! —gritó Skadi. Se echó al suelo, y movió a su madre. Pronto salió a la puerta, y pidió auxilio. De inmediato llegaron dos físicos y dos ayudantes. La revisaron unos instantes, y se intercambiaron unas palabras. Skadi gritó:

—¿Qué sucede? ¿Qué sucede, por todos los dioses?
—¡Skadi, por favor, salid de aquí! —gritó uno de los físicos mientras el otro colocaba a la reina en la cama con la ayuda de los ayudantes.
—Ven conmigo —le rogó uno de los ayudantes—. Deja que los físicos trabajen.
—¡No! ¡Yo tengo que…!
—¡Skadi, por favor! ¡Deja que hagan su trabajo!

Skadi salió de su habitación, y el ayudante del médico la llevó a la sala de recepciones. Pronto corrió la noticia por todo el castillo. Al cabo de media hora, se presentó uno de los físicos ante Skadi. Esta se levantó. Miró fijamente al físico, y exclamó:

¿Y bien? ¿Qué sucede con la reina? ¡Hablad! —El físico miró seriamente a Skadi, y contestó:
—No sabemos muy bien qué le sucede, pero sus constantes son débiles. Deberemos tenerla en observación hasta que…
—¡Pero debéis hacer algo! —El físico se acercó a Skadi.
—Llevo al servicio de vuestra madre, y después al vuestro propio, treinta años. ¿Os he mentido alguna vez? ¿Os he dado falsas esperanzas? ¿Habéis visto que cejara en mi empeño por hacer mi trabajo en alguna ocasión? —Skadi bajó la cabeza. Luego le miró, y contestó:
—Nunca. Habéis sido y sois un noble corazón al que os debemos muchas alegrías durante estos años. Os ruego me perdonéis. Sé que hacéis todo por la reina.

En ese momento entró Tyr.
—¿Cómo está la reina?
—Descansa ahora —contestó el físico—. Pero no podrá viajar al Reino del Norte para esa importante misión de paz, eso queda completamente descartado. Otro habrá de llevarla a cabo.

Tyr se acercó a Skadi. Le dijo:
—Lo que os voy a decir no lo sabía sino la reina, y pocos más.
—¿Qué sucede?
—Recibimos recientemente un mensaje de Yngvi.
—¿Está bien? ¿Y… Njord?
—No temáis. Están bien los dos. Podré seguir haciendo de «secreto» mensajero. Pero ahora la información es crítica. Y pone en peligro a todo el reino.

Skadi había conocido al hijo de Yngvi, Njord, seis años atrás, durante aquella fiesta previa a su viaje a la isla de Rakiura. Luego se habían visto algunas veces, y habían forjado una amistad que había derivado en un amor puro y sincero. Ellos pretendían que era un secreto. Y sus respectivos padres habían pretendido que no sabían que existía tal secreto. Skadi preguntó:

—¿Qué mensaje es ese de Yngvi?
—Tropas del Reino del Norte se apostan en la isla de Arapawa, en el estrecho. Tememos una invasión inmediata. Tu madre debía viajar para mediar en cualquier nueva petición que tuvieran los reyes del Norte, y negociar un acuerdo de paz, aunque no a cualquier precio. Ahora… deberás viajar tú.
—¿Yo? —Preguntó Skadi con cara de asombro—. ¡Yo no estoy preparada para algo así!
—Deberás estarlo. Tu padre nos dejó. Tu madre está enferma. Y tú eres la voz de nuestro pueblo ahora. Durante años todos te han aclamado como la Gran Heredera. Aquella que fue bendecida por la propia diosa Atenea. Esto que vivimos hoy es un mensaje del destino. Serás tú quien acuda al norte.
—¿Cómo va el destino a querer algo así?
—Porque el destino siempre nos pone a prueba, mi princesa. Y ahora, la prueba te ha llegado por fin.

Skadi miró asustada a Tyr, que la observaba serio. Aquello no era ninguna broma, ni ningún juego del pasado. Aquello era un golpe del destino. La propia Idún le había advertido de aquello, en la isla de Rakiura. Y ahora, ese destino se estaba cumpliendo.

Skadi salió del castillo a caballo. Las tropas de escolta que fuera esperaban a la reina para iniciar el viaje sabían ya de la enfermedad que la misma había sufrido. Cuando apareció Skadi, todos alzaron las espadas, y gritaron de júbilo. Skadi no pudo contener la emoción ni las lágrimas. Se aproximó a la primera fila en su caballo, dio la vuelta, y miró a Tyr, que cabalgaba a su lado, y que iría con ella hasta el fin del mundo para protegerla.

—¿Qué he decir? —Le preguntó Skadi a Tyr angustiada.
—Diles la verdad, como siempre ha de ser en una reina, en una princesa, o en cualquier gobernante. La verdad es el principio por el que se rige la autoridad. Sin verdad, ningún hombre, ni ninguna mujer que ejerza la autoridad, puede gobernar para su pueblo. Habla pues. Y di lo que surja de tu corazón. Ellos lo entenderán.

Skadi le miró temblando. Luego se volvió a los soldados, y gritó:

—¡Soldados del Reino del Sur! ¡Hoy los dioses han querido que yo sea la elegida para una misión crítica! ¡La reina se halla enferma, y los físicos cuidan de ella! Ella… siempre me advirtió que este momento llegaría. Y ahora ha llegado. Nuestro pueblo se apresta de nuevo a una guerra. Y es misión de la reina evitarla. Ahora esa misión es mía. Y haré todo lo que esté en mi mano por detener una nueva contienda. ¿Estáis conmigo?

Todos los soldados alzaron los escudos, y gritaron el nombre de Skadi varias veces. Ella se volvió a Tyr, que sonreía a su lado. Este se acercó, y entre los vítores, le dijo:

—Vamos ya, mi princesa. Hoy se inicia una nueva era, en el reino, y en el mundo. El destino, y la historia, os esperan…


Autor: Fenrir

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4 opiniones en “Extracto del tercer relato para «La luz de Asynjur»”

    1. Muchas gracias Vanessa, un placer que te haya gustado, espero tener la historia terminada pronto y la publicaré aquí para quien desee leerla completa, ¡un abrazo!

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Comentarios cerrados.

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