Vamos con una nueva entrada sobre literatura, en la que de nuevo intento reflejar mis experiencias y mis pensamientos, los cuales quizás puedan servir a algunos para sus trabajos y sus obras. Si es así, me sentiré plenamente satisfecho. Porque el hecho literario no se basa solo en la obra, sino, de forma mucho más abierta, en todo lo que rodea a la obra. Un libro es mucho más que palabras; es todo el mundo que se encierra en ellas.
Puedo decir, sin temor a equivocarme, que mis últimas semanas literarias han sido bastante complicadas, por decirlo de una forma suave. También en lo personal, pero eso queda para mi testamento y mi libro de memorias.
El caso es que estoy terminando el Libro XIV, «Mensajero del Nastrond», y me he encontrado en una tesitura que me ha dejado completamente bloqueado. Se trata del final de la novela. ¿Y por qué he llegado a esta situación? Ese será el motivo de esta nueva entrada en la lista de «recetas literarias» que he ido cocinando en estos tiempos. Vamos a ello.

Este Libro XIV tenía un final definido, como suele ocurrir en muchos casos cuando se comienza una novela. Sí es cierto que, a veces, los finales cambian. Pero la idea ya está en la mente: ocurrirá esto, o aquello. Ya hablé en su momento de finales. Pero aquí me extenderé en una situación algo más compleja:
¿Qué ocurre cuando un autor tiene una gran revelación, y decide cambiar completamente el final? Que las cosas se complican. Y mucho.
Primero veamos tres tipos de finales muy habituales:
1.- El final clásico. Las cosas más o menos acaban como se espera. El chico se casa con la chica, el bueno captura al malo, el caballero derrota al dragón. El chico rescata a la chica, o, dados los tiempos actuales, la chica rescata al chico, que también ellos merecen ser rescatados por una poderosa guerrera, por supuesto. Y he conocido a alguna que otra guerrera perfecta para una novela de aventuras y acción, puedo dar fe de ello.
Pero, en todos estos casos, el final es el acostumbrado. Eso sí, que nadie piense que por ser el acostumbrado va a ser fácil. Ni muchísimo menos. Si queremos escribir una novela que tenga una calidad, ese final clásico debe ser elaborado, trabajado, y puesto a punto. Efectivamente, la chica da patadas y puñetazos que ríete tú de Chuck Norris, pero eso no sirve de nada si la gente cierra la última página y piensa: «¿y ya está? ¿Eso es todo?»
Queda un regusto como a «vale, me ha gustado la obra, pero no pondré este libro en el altar de los grandes». Llegar a lo más alto con finales convencionales es difícil, y muy meritorio sin duda.
2.- El segundo final es el inesperado. Este tipo de final es peligroso, porque ha de trabajarse bien. El malo gana al bueno, la chica no consigue rescatar al chico, el planeta explota, el dragón se come al caballero, a la guerrera, y de paso también al caballo. Estos finales inesperados deben trabajarse bien. Blade Runner es una película que tuvo un final esperado, y el director lo cambió por un final inesperado. Y la obra ganó muchísimo. El final inesperado y malo es mucho mejor que «el chico y la chica escapan y son felices». Uno siente que es real, que sabe a realidad.
Atención, el final inesperado puede también acabar bien, pero no suele darse. En general, dejamos que todo explote y se vaya al infierno. Hay que tener cuidado: si no está bien elaborado, el lector nos odiará, y no leerá ningún libro nuestro más en la vida. Ese final inesperado, y muchas veces negativo, tiene que ser coherente, y tener sentido. «Ella murió, pero su recuerdo y su memoria perdurarán para siempre entre los suyos». Qué bonito, qué heroico. De eso se trata. De un final quizás triste, pero donde el lector dice: «oye, pues así es la vida, y así la refleja el autor, me gusta» Y suelta una lágrima. Objetivo cumplido.
3.- El tercer final es el absurdo. Si el anterior era peligroso, este lo es más que un político prometiendo cosas en campaña electoral. El final absurdo es un final inesperado como en el punto 2, donde además la trama da un giro completo, y la atención del lector se lleva a una situación diametralmente distinta a la que ha vivido durante toda la lectura de la novela.
Este tipo de final conseguirá a buen seguro una de dos cosas: o bien sus lectores saltarán de un sofá al otro de alegría tras leer la última página, gritando hurras y dando vítores a su memoria, o bien esos lectores contratarán a un asesino psicópata para que le arregle el cuello con una motosierra. No existe término medio; me estoy refiriendo a ese final donde todo lo que había ocurrido se deja de lado, se le da un giro copernicano, y se lleva la acción de la novela a una situación, personajes, y hechos que sí, cierran la historia, pero de la forma y manera más alejada posible de lo que el lector podría llegar a imaginar.
Esta opción, la 3, es la que he elegido para «Mensajero de Nastrond». No sin antes haberlo meditado largas horas, profundamente y en silencio, mientras echaba unas partidas a la Playstation. Pero, ¿por qué elegir esta opción? ¿Por qué no ir a lo fácil? Porque el riesgo merece la pena. Y el riesgo está en intentar sorprender al lector. Y porque ya está bien de convencionalismos. A mi edad tengo que dejar de lado lo convencional, e intentar ir un poco más allá. Arriesgar. Creo que me lo he ganado con los años que llevo en este oficio.
Para ello, creo que es importante, en primer lugar, tener una cierta experiencia con lo que se escribe, y conocer las reacciones del lector, que, de todas formas, son siempre inesperadas. En mi caso, creo que puedo permitirme el lujo de arriesgarme, sabiendo que este tipo de finales pueden ser del agrado del lector. En este caso concreto, además, con trampa: un hilo secundario que queda abierto en una novela anterior, se cierra precisamente gracias al giro final en esta novela.
La ventaja de esto es que, quien haya leído la anterior novela, «Las entrañas de Nidavellir», quedará satisfecho, o eso se desea, viendo cómo la historia queda terminada completamente. Aquella trama secundaria tiene un final, en definitiva. ¿El peligro? Que quienes no hayan leído la novela anterior no saben de qué va la historia. Para poder sortear este problema, que me encuentro a menudo después de trece libros de la saga, añado al texto la información suficiente como para que el lector pueda recibir todos los datos necesarios para contextualizar ese final. E, incluso, podría animarse a leer el libro anterior, para conocer el origen de la trama. Pero esto solo complica aún más ese punto 3, ese giro inesperado y absurdo que pretende sorprender, pero que puede tener el efecto contrario. Por eso, sacar adelante un final con este punto 3 debe meditarse con mucho cuidado.
Las últimas semanas han sido complicadas en ese sentido para mí, por tener que elegir entre las opciones 1 y 3, por las que he ido saltando una y otra vez. La 3 es tremendamente arriesgada. La 1 no tiene riesgo, pero es convencional, y ya llevo escrito lo suficiente como para andarme con convencionalismos. El día que alguien haga una reseña de este libro (recuerde que cuando se haga una reseña de alguno de los libros de la saga llegará el fin del mundo), ese día quizás quien haga la reseña escriba: «vaya, el final me dejó anodadado, es maravilloso y brutal». O quizás diga: «¿pero qué diablos se fumó este loco cuando estaba escribiendo el final de esta novela? ¿Alguien puede lanzarle una jauria de lobos hambrientos por favor?»
Ese es el riesgo. Con el final tipo 1 el margen de maniobra es pequeño. Se puede conseguir un «está bien», o un «no está mal», o bien un «podría mejorar». Es difícil conseguir un «¡Vaya, es increíble!».
Con el tipo 2 la cosa se complica. Pero, con el tipo 3, el final absurdo, es jugárselo todo a una carta. Y si, como tenía planeado al principio, además la historia no acababa, sino que quedaba abierta para un nuevo libro, entonces las puertas del infierno se abrirían inexorables para expiar mis pecados.
Porque la historia iba a continuar en un nuevo libro. Pero tengo que terminar la saga, no continuarla por otros derroteros. O no acabaré nunca. Y eso lleva a otra pregunta: ¿cuándo se ha acabado un libro? ¿O una saga? De eso hablaremos en la próxima entrega. Muchas gracias.
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