Trece almas (II)

Para leer la primera parte, pulse en este enlace.
Para leer la tercera parte, pulse en este enlace.

Ya está publicada la segunda parte de este relato, ambientado en el universo de la saga Aesir-Vanir, donde podemos ver a Sandra en su primera misión encubierta. La tercera parte cerrará esta historia. La narración transcurre a finales del año 2049, y se desarrolla entre los hechos vistos en “Ángeles de Helheim” y “Operación Fólkvängr”.

Como todo relato o novela de la saga Aesir-Vanir es independiente, y no es necesario conocer otras obras, aunque lógicamente quienes hayan leído “Ángeles de Helheim” verán algunos elementos de esa novela reflejados aquí. Este relato se basa en una conversación entre Sandra y Vasyl Pavlov en “Operación Fólkvangr” cuando Pavlov se interesa por los inicios de las operaciones llevadas a cabo por Sandra. En cualquier caso, muchas gracias por su interés.

13almas2

—Delta Sigma 6, informando. ¿Me recibes? —Una voz grave sonó al otro lado de la comunicación. Era una voz fría, y tensa.
—DS6, soy Albert Clark. Recibo alto y claro. Informe de estado.
—Me encuentro tumbada en una cama, con las mujeres secuestradas. Nos han llevado al punto esperado. Estoy a doscientos veinte metros del emplazamiento principal. Deduzco que la información objetivo debe estar en ese área. El dron está escaneando la zona, recopilando datos del complejo.
—Conforme. ¿Cuándo piensas acceder al área?
—Al amanecer seremos llevadas allá. Entonces podré realizar una valoración más concreta. La seguridad es alta. Los drones van equipados con transmisores de alta frecuencia. Estoy transmitiendo en una banda muy alta para evadirlos.
—De acuerdo, ¿alguna cosa más?
—Sí. Estas mujeres están siendo maltratadas. Van a ser usadas como esclavas sexuales y mano de obra a coste cero.
—Afirmativo. En los seis últimos meses se han recibido tres grupos en ese punto, este es el tercero. La misión continúa tal como se estableció. Y recuerda: es fundamental no levantar sospechas.
—Pero estas mujeres son víctimas de la trata, y hay una niña…
—Son víctimas de trata de seres humanos, correcto. Y son sacrificables. La niña también. La misión tiene prioridad.
—Deberíamos intentar…
—Sandra, tu misión es la que ha sido programada. Tiene prioridad absoluta. Obtener la información. Escapar sin levantar sospechas del robo de dicha información. Y enviar la totalidad del contenido de los datos desde un punto de transmisión totalmente seguro y verificado. Estos parámetros de la misión eran conocidos desde el principio por ti. ¿No es cierto?
—Así es.
—De acuerdo.  Entonces cumple con la misión tal y como está planificada. Concéntrate. ¿Es que hay algo que no funciona correctamente en tu interior?
—Todo se encuentra dentro de los parámetros estándar.
—Bien. Entonces cumple las órdenes, y olvídate de esas mujeres. Y de la niña. Es una orden. Transmisión terminada.

La comunicación se cortó. Clark se volvió a otro hombre. Era un hombre mayor de pelo blanco, relativamente alto, enjuto, con bastón. Tenía una pipa en la boca, y se encontraba sentado tras la mesa en la que estaba Clark. Este se dirigió a aquel con una voz seca:

—¿Qué ocurre, Héctor? Se supone que Sandra es la herramienta perfecta para este tipo de operaciones. Y me convenciste de que llevaría a cabo la misión sin incidencias, y con un resultado perfecto. —Héctor dio una calada a su pipa. El humo salió despedido lentamente en todas direcciones. Luego respondió:
—Sandra es la mejor preparada para esta misión. Puedes estar seguro de ello. Todas las pruebas de campo que le hicimos terminaron con resultados excelentes. Incluso sorprendentes. Hará su trabajo. Y lo hará bien.
—¿Y ese repentino interés por esas mujeres? Ellas son solo la excusa para mezclarse y que pase desapercibida entre las demás. ¿A qué se debe ese repentino interés de Sandra por liberarlas?
—No lo sé, Albert. Ella no está sujeta solo a los parámetros de la misión. Eso le permite crear distintas estrategias, y adaptarse mejor a las circunstancias. Puedo imaginarme algunos escenarios por los que está actuando así.
—¿Imaginártelo? Con Sandra nada debería quedar dentro del mundo de la imaginación. Va en contra de su naturaleza. —Héctor sonrió, y contestó:
—Me temo que, Con Sandra, todo va a quedar dentro del mundo de la imaginación…

 

La zona oscura.

La puerta se abrió de golpe, y seis hombres entraron rápidamente donde habían dejado a las trece mujeres, armados con fusiles de asalto. Tras ellos, el mismo hombre del día anterior, el jefe de la guardia.

—¡Vamos! ¡Todas en pie! ¡Os concedo diez minutos para ir al lavabo y vestiros! ¡Si alguna falla, todas tendréis problemas!

Las trece mujeres se asearon como pudieron, y se vistieron rápidamente. Ana, la pequeña, no se despegaba mientras tanto de Sandra, que la ayudaba en todo momento. Las hicieron formar en una fila de dos, y salieron a un camino de tierra que se dirigía hacia el sureste. Los seis guardias controlaban a las mujeres en todo momento. Uno de ellos observó que la niña iba de la mano de Sandra. Se acercó y le dijo a esta:

—Suelta a la niña inmediatamente. —Sandra le reprendió:
—Es pequeña. Tiene miedo.
—No ha visto nada todavía. Haz lo que te digo, o tomaremos medidas contra ti, contra ella, y contra alguna otra al azar. Y no os gustará.

Sandra soltó a Ana, que la miró asustada. Sandra le hizo un gesto con la mano para que estuviese tranquila. Ambas siguieron caminando juntas.

Al cabo de diez minutos llegaron a un edificio que tenía un aspecto mucho más cuidado y moderno que la vieja casa en la que habían dormido. Entraron, y las llevaron a una sala subterránea, bajando unas escaleras, donde fueron formadas en línea.

—¡Venga, desnudaos todas! ¡Ya! —ordenó el jefe de la guardia. Unas se miraron a otras. Lentamente se fueron quitando la ropa, que quedó tendida en los pies. El guardia continuó:
—Muy bien. Ahora vendrá una inspección. No habléis, no os mováis, no parpadeéis, excepto si os lo ordenan, y no habrá que lamentar daños innecesarios.

La sala disponía de una puerta de gran tamaño, que se abrió inmediatamente. Por ella entró un hombre con un traje impecable, moreno, de unos treinta y tantos años, que iba escoltado por dos guardias.

Aquel hombre se acercó a un extremo de la fila, y comenzó a caminar lentamente, mirando una a una a las trece mujeres, sin mover el gesto y sin decir nada.

Cuando hubo terminado, se volvió al jefe de la guardia, el mismo hombre que el día anterior las había llevado hasta la vieja casa, y le preguntó:

—Janos, ¿es esto todo lo que puedes suministrarme? —Janos, que era el nombre del jefe de aquella guardia, replicó:
—Los controles de seguridad han aumentado. Algunos jefes de policía ya no colaboran como antes, y hemos sufrido incluso alguna detención. Además, algunas mujeres se han organizado para ir en grupo, con lo que dificultan las operaciones.
—No me vengas con historias, Janos. Esas excusas siempre han estado ahí. Y ahora dime, ¿es que no me he expresé con claridad con respecto al tipo de mujeres?
—No le entiendo, señor.
—Esta negra. —Aquel hombre se dirigió a Babila. La agarró del cabello, y tiró hacia atrás, con lo que Babila quedó mirando hacia arriba. Luego la empujó para arrodillarse en el suelo diciendo:

—Así está mejor. Los negros deben arrodillarse siempre ante un blanco. ¿No es cierto, negra? —Babila vio cómo aquel hombre la miraba directamente. Hizo un pequeño gesto afirmativo con la cabeza. El hombre trajeado sonrió. Luego la soltó.

—¿Lo ves, Janos? Hay que educarlas, y aprenden rápido si los estímulos son los correctos. ¿Qué le digo yo ahora al jefe de las escuadras de Helheim cuando vean que les suministramos como material a una negra? ¿Quieres que les diga que eres tú el responsable?
—Me encargaré de ella, señor —replicó el jefe de la guardia.
—No. Necesitamos urgentemente mano de obra. Se queda. Algunos tienen gustos muy raros, e incluso son capaces de acostarse con una negra sin vomitar. Pero si ocurre algo fuera de lo normal por culpa de la negra, te hago directamente responsable.
—Sí, señor —susurró el jefe de la guardia.

El hombre del traje dio unos pasos atrás. Miró de un lado al otro, y dijo:

—Muy bien. Esperamos la llegada de un grupo de hombres, que vienen de realizar una serie de operaciones por todo el mundo. Estos hombres llegan cansados y exhaustos. Han hecho un trabajo magnífico, y Rojas en persona quiere agradecerles el esfuerzo llevado a cabo. Vosotras os encargaréis de que su estancia aquí sea lo más grata posible. Eso incluye a la negra, si alguien está tan enfermo como para acostarse con ella claro. Aunque siempre podrá servir de diversión un rato antes de partirle el cuello, que es en todo caso lo que terminará pasando tarde o temprano. Y recordad: Obedeceréis todas y cada una de sus instrucciones y órdenes. Haréis lo que os pidan. Al momento. Y sin preguntar. Espero que os haya quedado claro.

El hombre del traje se acercó a Sandra. La miró de cerca un instante, y comentó:

—Esta pieza no está nada mal, tengo que confesarlo. Te eché el ojo cuando llegasteis. Con esta has hecho un buen trabajo, Janos. Por una vez tengo que reconocer que has acertado.
—Gracias, señor.
—No me lo agradezcas. El resto son en su mayor parte pura basura. Pero esta no está nada mal, tengo que confesarlo. —El hombre del traje se dirigió directamente a ella.
—¿Tienes nombre?
—Sandra. Sandra Kimmel.
—Muy bien. Veo que no quieres despistarnos con nombres falsos. Si hubieses intentado engañarme, habrías tenido problemas. Las que mienten no duran mucho aquí. Sabemos más de vosotras de lo que imagináis. Procuramos informarnos detalladamente sobre cada individuo que traemos aquí. Y, por cierto, a mí me llaman Octavio. Ya sabes, por lo del emperador. Eres estadounidense.
—Sí. —Octavio sonrió.
—Se dice «sí, señor».
—Sí, señor.
—Muy bien, Sandra. Eso está mejor. Y unos hombres malos te trajeron aquí, ¿no es así?
—Fui a ver a mi madre. Señor. —Octavio puso cara de sorpresa.
—¿De verdad? Qué tierno. Fue a ver a su mamaíta, y mira dónde ha acabado. Tú vendrás conmigo. —Janos intervino:
—Pero señor, son para la escuadra de Helheim, tengo órdenes de… —Octavio le cortó:
—¿Órdenes de qué? Querías quedártela para ti antes de que venga el grupo de la escuadra de Helheim, ¿no es eso? Acuéstate con la negra si quieres, pero no olvides lavarte con lejía después, queremos unas instalaciones limpias. Pero esta se viene conmigo.

Octavio empujó levemente a Sandra, y le señaló con el dedo la puerta.

—Vístete, y vete afuera. Espérame ahí. —Luego se dirigió al resto, y les dijo:

—Escuchadme todas, y la negra también: ya podéis vestiros. Escuchad esto porque es importante para vuestro futuro. Tenéis que entender que aún podéis salir vivas de aquí. Si os portáis bien. No deis problemas, eso es todo lo que os pedimos. Las que sobrevivan y comprendan las reglas, las acaten, y las cumplan convenientemente, podréis vivir. Incluso con ciertas comodidades en algunos casos, y durante un tiempo. Luego seréis devueltas a vuestro lugar de origen, normalmente en seis meses, o un año. Alguna podría quedarse, si demuestra una verdadera fidelidad, y es eficaz para algún puesto. El resto, seréis eliminadas. Normalmente una cuarta parte de cada grupo no superan todo esto. Alguna vez he llegado a ver sobrevivir a la mitad del grupo durante los primeros tres meses. Yo espero que sobreviváis todas. Necesitamos mano de obra. Pero, en última instancia, dependerá de vosotras. Ahora os asignarán unas habitaciones individuales, donde tendréis algo de comida, agua, ropa, y un baño. Ahí esperaréis a que vengan los hombres de Helheim. Y recordad algo importante: ellos son dioses. Y vosotras les obedeceréis en todo lo que digan y os pidan. Sin preguntas. Y sin dudas. Pensad en ello. Ah, y una última cosa: está bien eso de que queráis escapar. Me decepcionaría que alguna de vosotras no lo intentara. Siempre hay algunas que lo intentan. Y sirven de ejemplo para las demás cuando fracasan. Así que ya veréis quién sirve de ejemplo en esta ocasión entre vosotras. Eso es todo. Pensadlo bien. Os va la vida en ello. Si os pasa algo, será vuestra única responsabilidad.

Octavio se volvió, y se dirigió a Sandra:

—Vamos, acompáñame. Has despertado mi curiosidad. Entre otras cosas.

Octavio salió con su escolta. Sandra le acompañó, pero antes y desde la puerta se volvió y miró a Ana, que la miraba horrorizada. Sandra le guiñó un ojo y le sonrió. De algún modo, Ana se tranquilizó ante aquel gesto.

Octavio y Sandra caminaron por un largo pasillo, hasta la base de una escalera de mármol enorme que subía a la zona superior. Allá se dio la vuelta y ordenó a la escolta:

—Está bien, podéis ir a la cantina a tomar algo. Ya me encargo yo de todo. —Uno de los guardias intervino:
—Pero señor, nuestras órdenes son no dejar nunca sin vigilancia a ninguna mujer recién llegada, y…
—¿Y qué soy yo, imbécil? —Le espetó Octavio—. Yo soy toda la vigilancia que hace falta. ¿No la ves? Es una mujer, nada más. Y casi una niña. No me dará problemas, te lo aseguro. Y, si lo intenta, yo puedo encargarme solo. No necesito tu patética ayuda. ¿Está claro? Y ahora, ¡largo!

Los guardias de la escolta se alejaron. Octavio indicó con el dedo que subiera las escaleras. Llegaron a una enorme habitación de gran lujo, con una mesa con sillas, un sofá, televisión, una suntuosa cama, y unas repisas con libros. Varios cuadros con motivos clásicos colgaban de las paredes. Octavio indicó a Sandra con el dedo que se sentara en el sofá. Él lo hizo en una silla con el respaldo hacia delante a una corta distancia de ella. Tras unos instantes, Octavio comentó:

—¿Sabes? Tengo un problema contigo. —Sandra enarcó las cejas ligeramente.
—Ah, ¿sí? —¿Y cuál es?
—¿Me tomas por estúpido? Tú no eres como esas otras. Eres completamente diferente.
—¿Por qué?
—Porque tienes clase. Educación. Presencia. Vi ayer cómo gestionabas el conflicto con las nuevas mujeres, con esa Cristina por ejemplo. Hiciste bien en evitar que matara a nadie. La hubiésemos matado de inmediato, y a otra, al azar.
—Suponía que ocurriría algo así. Tenía que evitarlo.
—Fue muy inteligente por tu parte. E insisto, eres especial. No tienes que mezclarte con esas zorras. Tú eres mucho mejor que esa basura de abajo. Ese cuerpo, por mucho que la naturaleza te haya favorecido, no se cultiva solo. Se nota que haces deporte, que sabes vestir. Vi la ropa que llevabas cuando te trajeron, marcas importantes y de lujo. Con un peinado perfecto, y una personalidad magnética. Dos tarjetas de crédito de un importante banco. Un carnet de colaboradora en SIGMA, el organismo para la defensa del planeta. En resumen: lo que se dice, una niña de la alta sociedad. ¿Y te dejaste atrapar simplemente y sin más? ¿En un barrio conflictivo, sin tomar las debidas medidas de seguridad que tomáis todas las niñas de la alta sociedad cuando os movéis por esas zonas? ¿Sin al menos un par de escoltas con armas automáticas, y pagados a precio de oro por tu papi? Lo siento, pero no me lo creo. Tú estás aquí por algún motivo. Y yo voy a averiguarlo.
—Cuánta imaginación tienes. ¿Me vas a torturar quizás? ¿Me vas a poner delante de un foco en una sala oscura, y a pegar con un puño de hierro?
—Es una posibilidad. Podría hacerlo. Y ese grupo que viene, los de la escuadra de Helheim, son expertos en esos temas. Pero no lo haré.
—¿No? ¿Por qué no?
—Por dos razones: primero, porque sería una pena estropear ese cutis. —Sandra sonrió.
—¿Y la segunda razón?
—Porque creo que puedes ser de interés para nosotros. Siempre que se demuestre que estás limpia, claro.
—¿Yo? ¿De interés? ¿Por qué? ¿No acabas de decir que soy una simple niña de la alta sociedad?

Octavio giró la muñeca. El pequeño emisor láser tridimensional que llevaba acoplado en la parte inferior proyectó una imagen en el aire. Poco a poco se formó una figura, con datos aledaños. Era Sandra, y un informe completo sobre ella. Octavio comentó:

—Sandra K. Kimmel. Nacida en San Francisco, Estados Unidos. Edad: veintitrés años.  Padre: desconocido. Madre: Eleanor Wells. Número de la seguridad social: 23230-9337-1M. formación: básicamente, una niña prodigio. Terminados los estudios secundarios con quince años. Estudios superiores de economía y empresa en Harvard, matrícula Cum Laude en análisis de riesgos para mercados internacionales. Ofertas actuales para trabajar como agente exterior en empresas de primer nivel en Nueva York, San Francisco, París y Tokio. Experta en artes marciales, computación cuántica, y algoritmos de lógica difusa… Cuando lo leí no me lo podía creer. Pero lo hemos verificado tres veces. Todo es cierto. En cuanto vi este informe, entendí que tenía que sacarte de ese grupo.
—Vaya, cuántas cosas sabéis de mí. Pero falta mi curso de cocina italiana. Soy una experta. —Octavio asintió, y continuó:
—Eres. básicamente, una niña prodigio. ¿Quieres que siga?
—¿De dónde habéis sacado toda esa información?
—Principalmente de la Global Security Agency por supuesto, y de SIGMA, esa agencia supuestamente ecologista para la que colaboras de vez en cuando. Tenemos contactos allí. Accedimos a su base de datos de ciudadanos, y extrajimos tu información. Queríamos saber qué teníamos delante. Lo hacemos con todas las mujeres que capturamos. La gran mayoría son basura, no sirven excepto como carne. Algunas se pueden aprovechar para tareas administrativas y de gestión. Pero tú, con ese currículum, digamos que tienes proyección. Y muy importante.
—Ya veo. Estáis muy organizados. Lo tenéis todo controlado. ¿Es por eso por lo que estoy aquí?
—No. Pero, al ver estos datos de ti, entendí que tenemos un diamante. No tienes por qué aceptar todo esto. Pero es mi deber buscar personal cualificado, y motivarlo para que colabore. Necesitamos gente preparada en tu campo. Y forma parte de mi trabajo conseguir convencerte de tus posibilidades con nosotros. Con dinero. Mucho dinero.
—Qué interesante. Una oferta de trabajo. Me secuestran, y me ofrecen trabajo.

Octavio se levantó. Sandra se levantó a su vez. Este la tomó del cuello, se acercó a su rostro, y le dijo:

—Una oferta, sí. No te imaginas cuánta gente secuestrada cambia de parecer cuando les pones delante suficiente dinero para ellos y sus familias como para vivir cómodamente toda la vida, sin preocupaciones, ni tener que trabajar doce horas diarias. Entonces se olvidan de repente del secuestro y de los males sufridos, y abrazan la causa con pasión.
—Entiendo. Parece interesante.
—Eso está bien. —Octavio soltó suavemente a Sandra, y continuó:
—Pero te lo he dicho antes, y te lo repito: eso será cuando estés limpia, y estemos seguros de tus intenciones. De momento, creo que tú has venido a buscar algo aquí. O a alguien. Eres demasiado brillante. Demasiado impresionante a todos los niveles. Físicamente perfecta. Con una mente perfecta. No puedes ser real. No pareces real. Tu informe tampoco parece real. El problema es que hemos verificado tus datos. Pero sigue sin parecerme real.
—Claro, Octavio. Porque no soy real. Soy un sueño en tu mente, y todos esos datos han sido fabricados para engañaros. ¿Es eso lo que quieres oír? —Octavio sonrió.
—Si estoy soñando, dime una cosa: ¿cuándo se va a transformar este sueño en pesadilla?
—De inmediato, si es necesario. Si no me prometes que protegerás a la niña, y la dejas conmigo, a mi cargo. —Octavio torció el gesto.
—¿La niña? ¿Qué obsesión te ha entrado con esa maldita niña? Son para el grupo de las escuadras de Helheim. Las niñas de esa edad están muy cotizadas. Las escuadras de Helheim están sorteando quién violará a la niña primero. Y quién la despedazará luego. Además, hay cien mil niñas como esa donde la recogimos. Explotadas, maltratadas, muchas de las que sobreviven se apuntan a bandas callejeras para poder comer, y se convierten en asesinas despiadadas, muy eficaces por cierto. Algunas, con quince años, son verdaderas máquinas de matar.
—Lo sé. Pero quiero a la niña. Y haré lo que digas. Todo. Pero la niña es el precio.
—¿El precio? Escúchame bien: tú no estás en posición de exigir nada. Podría forzarte ahora mismo, y cortarte en pedazos luego. ¿Es que no me has oído abajo?
—Te he oído perfectamente. Pero no lo harás. No me forzarás, ni me cortarás en pedazos.
—¿Por qué no?
—Porque no quieres. Porque soy un capital potencial para vuestros negocios. Y porque tú no eres así en realidad. Tú no eres uno de esos de las escuadras de Helheim. Te haces el duro. Necesitas mostrarte ante tus hombres como un ser frío, manipulador, calculador, sin sentimientos. Desde pequeño tuviste que demostrar que eras el más fuerte. Tuviste que ganarte el miedo de los demás.
—Qué interesante. Me estoy divirtiendo. Sigue.
—En tu interior hay un artista. Un pintor. Puedo verlo. —Octavio torció el gesto.
—¿Cómo sabes eso?
—Es muy fácil. Esos cuadros de atrás, con motivos mitológicos. Tienen las letras «Oct.» en la firma. Es obvio que Octavio es un pseudónimo. Te lo pusiste porque amas la historia antigua. Y pintas motivos relacionados con Roma y Grecia. Octavio es muy adecuado a tus gustos.
—Vaya. Impresionante. Eres muy observadora.
—Lo soy. Tengo ojos en todas partes. Y tú lo que quieres es mantener una relación íntima conmigo, es cierto. Pero calmada, suave, y llena de pasión. No con amenazas, sangre, o dolor, mucho menos con torturas. Esa es la imagen que vendes de ti. Pero no la que consumes. Sabes que yo puedo ofrecerte todo eso. Y lo más importante: yo sé que tú lo sabes. Por eso me has separado de las demás, y me has traído aquí. Esto no es una sala de torturas precisamente. Te has deshecho de la guardia. Has querido empezar todo esto con una conversación, en lugar de ir directamente al grano, porque necesitas urgentemente un contacto humano real, basado en la cercanía, y no en el miedo. Tu interés comercial y profesional por mí es grande. Pero tu deseo sexual por mí es mucho más grande. Y yo puedo satisfacer ese deseo. Sabes que puedo. Por eso, accederás a darme a la niña. Porque es un precio asequible, a cambio de todo lo que buscas en una mujer, y ves en mí. Algo que solo yo puedo ofrecerte.

Octavio se mantuvo en silencio un instante, intrigado. Luego dijo:

—Sabía que eras especial. Desde que te vi llegar junto a las demás. Ciertamente has acertado conmigo. En todo. Tu currículum no miente, es evidente. Tienes una mente brillante. Y eso te hace más atractiva, si cabe. En cuanto a la niña, puedo buscar alguna excusa. Está enferma. Está muerta. Es una niña más, reservada para más adelante. O es de una familia rica, y merece la pena pedir un rescate. Esas excusas podrían servir. En cuanto a mi arte, procuro pintar cuando no me ve nadie. Pero no queda bien que uno de los jefes de Rojas pinte. No da la imagen adecuada de mí. Pero sí, pinto desde que era pequeño. Mi madre guarda mis cuadernos de pintura en su casa todavía. Pareces saberlo todo de mí. —Sandra sonrió, y contestó:
—Por supuesto. Nunca me acuesto con un hombre sin saberlo todo primero de él. Es la forma de llegar a su interior, y explorar sus lugares más recónditos y oscuros.

Sandra no dijo nada más. No lo necesitó.

 

Son solo datos.

Al cabo de un rato, la puerta sonó dos veces, golpeada por unos nudillos. Inmediatamente sonó una voz.

—¡Señor! ¡Tiene una llamada de Rojas para una reunión virtual! ¡En la sala de conferencias!
—¡Está bien, dile que voy enseguida!

Octavio se levantó, y comenzó a vestirse, mientras Sandra continuaba desnuda en la cama, observándole. Al fin ella dijo:
—¿Ya te vas? ¿Tan rápido? —Octavio levantó los hombros levemente en un gesto de resignación, y contestó:
—El deber llama. Rojas no admite esperas.
—¿Nos veremos luego? —Octavio sonrió, y la señaló con el dedo.
—Escucha, tú no me vas a causar problemas, ¿verdad? —Sandra puso una cara de sorpresa total.
—¿Yo? ¿Por qué?
—Te lo he dicho antes: porque eres demasiado perfecta para ser real. A cada momento siento que haces lo que quiero que hagas, dices lo que quiero oír, y todo por esa niña. Porque todo eso lo haces solo por la niña, ¿verdad?
—Es cierto. Lo hago por la niña. Pero de ti depende que empiece a hacerlo por ti también. —Octavio pareció ponerse nervioso.
—No sé qué me ocurre contigo, pero no puedo obsesionarme con una mujer. No es bueno para el trabajo.
—Pero yo no soy una mujer, Octavio. Y tú lo sabes. Soy tu fantasía más viva hecha realidad. Y sabes que eso solo se da una vez en la vida. ¿Vas a renunciar a eso? ¿Vas a entregarme a las escuadras de Helheim?
—Ni en sueños. Tú eres mía.
—Lo seré. Pero tiene un precio.
—Te traeré a esa maldita niña. Mandaré que vayan a buscarla. Puedo entender tu interés en protegerla. Lo respeto. Pero no todo depende de mí aquí.
—Claro que lo respetas. Tras esa máscara de monstruo, eres un artista. Hay un ser sensible ahí, en tu interior. —Octavio pareció dudar.
—Lo soy… pero es algo enterrado en lo más profundo de mí. Y es peligroso que emerja. Me deja al descubierto frente a los demás. Y eso es muy peligroso para mí.
—Pero no puedes negar lo que eres. Esa vida que llevas, y la gente con la que te relacionas, han enterrado esa parte de ti. Yo puedo ayudarte a redescubrir al artista que hay en tu interior. Sería un viaje que podríamos hacer juntos. Podemos explorar esos rincones de ti que has escondido todos estos años. ¿Te gustaría? —Octavio sintió cómo se aceleraba su corazón. Cada vez se sentía más abrumado por aquella mujer.
—Claro que me gustaría. Espérame. Mandaré que te traigan ropa. Pero no esa basura que se ponen las demás.
—Y…
—Y la niña. Llegará enseguida. —Sandra sonrió dulcemente, y afirmó:
—Al final va a resultar que hay un ser humano debajo de esa piel y esa coraza.

Octavio no dijo nada. Esa afirmación de Sandra, que alguien lo viese como a un ser humano, le dejó fuera de lugar. Aquello le tenía completamente superado. Pero ahora tenía que atender la llamada de Rojas. Daría la orden de traer a la niña. Y luego seguiría aquella conversación.

Al cabo de unos minutos, llegó una mujer portando un vestido suntuoso y zapatos. Sandra se vistió. Luego se abrió la puerta. Era Ana. En cuanto vio a Sandra, corrió hacia ella. Sandra la tomó por la cintura y la levantó sonriente. Ana la abrazó con todas sus fuerzas. Sandra susurró:

—Tranquila, no te preocupes. Vamos a salir de aquí. Tú, yo, y todas las demás. Pero tienes que estar tranquila. Y no llamar la atención. —Sandra se separó levemente de Ana, que mantenía los ojos húmedos. Esta asintió levemente.
—Muy bien. Ahora voy a hacer una llamada. Piensa que me comí un teléfono, y puedo hablar por él.
—¿Llevas un emisor interno? —Sandra alzó las cejas.
—Vaya, vaya, muy bien. Los chicos de ahora sois una caja de sorpresas.
—Mi mamá me quería comprar uno, para poder hablar siempre.
—Pues yo voy a hablar ahora. Pero no oirás mi voz, porque no hablaré. Yo te diré cuándo he terminado. ¿De acuerdo?
—Sí. ¿Cómo puedes hablar sin hablar?
—Es como un truco de magia. Ya te lo enseñaré, ¿te parece?

Ana asintió. Sandra, de pronto, cerró los ojos.

—Clark, responda. —Clark contestó al otro lado.
—Sandra, informe de situación.
—Tengo los datos. Tal como imaginaba, Octavio los lleva codificados en forma de moléculas de proteínas en su torrente sanguíneo. He recogido muestras de sangre y semen mientras mantenía relaciones sexuales con él. También otros datos de interés.
—Muy bien Sandra. Continúa.
—Tengo la información relevante. Para transmitirla de forma segura tendré que salir de aquí, y enlazar con un satélite seguro.
—Afirmativo, tal como acordamos. Ahora escápate cuando puedas, y transmite los datos.
—Primero tendré que liberar a estas mujeres. Y a la niña, por supuesto. Se vienen conmigo. —Se hizo un momentáneo silencio.
—Sandra, eso no formaba parte de la misión. Lo hemos hablado. Y lo sabes.
—Lo sé. Y estaba de acuerdo, antes de empezar la operación. Pero he cambiado de planes.
—¿Qué? ¡Tú no puedes cambiar de planes! ¡No volvamos de nuevo con esto, Sandra! ¡Hablaré con tus superiores!
—Hable con quien quiera. Con Héctor, si quiere. Tengo una misión nueva. Y voy a cumplirla. Transmitiré los datos, según sus instrucciones. No sabrán que los datos han sido sustraídos. Cumpliré la misión que me asignaron. Pero no abandonaré a estas mujeres. Ni a la niña. Esté preparado. Cierro conexión.

Sandra volvió a abrir un canal de comunicación nuevo. Este era más cercano. A unas decenas de metros, Cristina, que estaba alojada en la habitación que le habían asignado, escuchó una voz en su oído izquierdo.

—Cristina. ¿Me recibes? —Cristina miró a izquierda y derecha sorprendida.
—¿Quién es?
—Tranquila, soy Sandra. —Cristina no podía creerlo.
—¿Sandra? ¿Y cómo diablos?…
—Te introduje un nanodrón con un receptor emisor nanométrico en el torrente sanguíneo sin que te dieses cuenta.
—¿Qué dices que has hecho?
—Calla y escucha. El receptor se ha acoplado a tu oído interno. No te preocupes, se disolverá en unos días. Mientras tanto, me permite comunicarme contigo.
—Ah, ¿sí? Ya sabía yo que eras rarita, además de la típica niña malcriada. ¿Y tú, con qué transmites? ¿Te comiste una emisora en el desayuno?
—No hay tiempo, Cristina. Necesito tu ayuda.
—¿Mi ayuda? ¿Para qué?
—¿No querías salir de aquí?
—Sí. Pero este lugar está muy protegido. Y…
—Deja eso ahora. ¿Vas a colaborar, y a hacer exactamente lo que te diga?
—¿Por qué debería hacerlo? Podría denunciarte, y ganarme la confianza de ellos.
—Podrías. Pero el receptor nanométrico de tu oído incluye una dosis mortal de un potente paralizador nervioso. Y, de todas formas, sabes que te lo agradecerían con una sesión de tortura por vender a una compañera. —Cristina tragó saliva antes de contestar.
—Vaya, de pronto se me han quitado las ganas de denunciarte. Veo que sabes cómo funciona este mundo. Algo raro para una niña de la alta sociedad.
—Alguna idea tengo. Además, tus ganas de huir son demasiado grandes como para venderme a nadie.
—Eso no puedo negarlo —confesó Cristina.
—¿Sabes manejar armas?
—¿Me tomas el pelo?
—Está bien. Te diré lo que vamos a hacer. Y tendremos que actuar deprisa. Tú tienes experiencia, eres rápida y ágil, y no tienes miedo.
—¿Que no tengo miedo? Me lo estoy haciendo encima ahora mismo.
—Sí, pero lo haces con valor. Y ahora escucha atentamente. Porque cuando empiece todo, no habrá tiempo de hablar, ni de pensar. Seguirás mis instrucciones, una por una. Solo habrá dos alternativas: huir, o morir. ¿Te ha quedado claro?
—La historia de siempre. Soy toda oídos, Sandra. Nunca mejor dicho…


Media hora más tarde…

—¿Pavlov? ¿Vasyl Pavlov?
—Al habla.
—Soy Albert Clark. Tenemos un asunto urgente.
—Todos lo son, o no me llamarían.
—Una agente infiltrada se ha vuelto loca, y está dispuesta a empezar una guerra propia contra una base de Rojas. No atiende a las instrucciones. La situación es muy inestable. No puedo darte su nombre ni datos de ella. Pero necesito que intervengas. Es una de las prisioneras esclavas.
—Entiendo. Le han entrado ganas de convertirse en la heroína del barrio.
—Algo así. Escucha, Vasyl. Ya que esa mujer se ha vuelto loca y va a crear una situación de conflicto, quiero que vayas allá. De ese modo se ocultará el robo de datos que acaba de efectuar. Quiero que lleves a cabo el procedimiento habitual.
—Habitual, es decir: llegamos, arrasamos, y nos vamos.
—Exacto. Pero protege a esas mujeres. Una de ellas tiene que darme muchas explicaciones. Y es posible que esto pudiera salir a luz de la opinión pública. No me interesa que se sepa que no las protegimos. Que corra la noticia de que hemos defendido a un grupo de pobres esclavas sería una buena publicidad para nosotros.
—De acuerdo. Entiendo que esa mujer se cree la nueva libertadora de la humanidad. La idea es protegerla a ella y a sus compañeras, y ganarnos la simpatía de las masas.
—Exacto. Protegemos el robo de datos, y obtenemos una publicidad positiva inesperada.
—Muy bien. ¿Qué hago con el resto del personal de la base?
—Lo acostumbrado.
—Entiendo.
—Tampoco te excedas, Vasyl.
—¿Cuándo me he excedido yo?
—Siempre.
—Está bien. Te mandaré una postal.
—¿Cómo llevas lo de Kathryn?
—No va mal del todo. Digamos que el ejercicio me ayuda a llevarlo adelante. Como esta operación por ejemplo. Estaremos en contacto, Albert…

 

 

 

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

2 opiniones en “Trece almas (II)”

Comentarios cerrados.

A %d blogueros les gusta esto: