La frase de la semana que traigo hoy es, no podría ser de otra manera, de Charles Darwin, el padre de la teoría de la evolución.
Debe decirse que las teorías originales de Darwin y las actuales se parecen muy poco. Muchas veces se recurre a los escritos originales de Darwin para desacreditarlo, pero eso no es jugar limpio; actualmente la evolución es una teoría contrastada y definida y muy evolucionada, valga la redundancia, que ve en el cambio el elemento fundamental para la adaptación de las especies.

Los seres humanos nos hemos arrogado muchas veces el papel de líderes de la evolución. ¿Es un organismo complejo como el ser humano realmente el líder de la Tierra? Si definimos que llevamos unos cuatro millones de años en la Tierra, dependiendo un poco de cómo se calculen los primeros ancestros, se puede decir que los virus nos llevan cierta ventaja: llevan aquí al menos dos mil millones de años aproximadamente. Y seguirán aquí mucho después de que nosotros seamos historia.
A los virus no les interesan nuestras pequeñas disputas, nuestro orgullo, nuestro poder, nuestro carisma, nuestras guerras, nuestras obras y logros. Los virus nos matan sin paliativos, y sin tener en cuenta cualquier condición previa de cualquier ser humano. Es la máquina perfecta evolutiva: simple, sencilla, y tremendamente eficaz. Por eso, quiero recordar, además de a Darwin, a otro gran genio, Carl Sagan, cuando dijo:
«En la vida, la extinción es la norma, la supervivencia, la excepción».
Básicamente las frases de Darwin y de Sagan se entremezclan perfectamente. Ambas definen un concepto básico: la supervivencia es aquella cualidad de una especie de superar el cambio, y prosperar en ese cambio constante.
Ahora vemos cómo los distintos países del planeta se afanan en conseguir material para sobrevivir, y se entra en lo que se conoce como una «economía de guerra» donde el más fuerte gana, y el más débil perece. Aquí mismo, en España, vemos cómo cada comunidad autónoma trata de conseguir más y más recursos, y lo hacen porque quieren sobrevivir. Cataluña, Andalucía, Madrid, Murcia, y el resto, sin excepciones. Todas quieren liderar el control de la gestión en sus respectivas fronteras. Yo no voy a entrar en el tema político de lo bueno y malo de todo esto, cada cual tiene su opinión. Sí voy a dejar algo muy claro: todos queremos sobrevivir.
Pero, ¿qué ocurre cuando no hay recursos para todos?

Es la vieja historia de los ecosistemas y la supervivencia. Creemos que actualmente estamos viviendo algo nuevo, pero solo es nuevo para esta generación. A lo largo de la historia cada tribu primero, y cada nación después, ha luchado por conseguir sobrevivir, muchas veces a expensas de otras. ¿Recuerdan la pelea de homínidos por el agua en la película «2001: una odisea del espacio»? Lo que ocurre ahora es exactamente igual. Nos peleamos por respiradores, por mascarillas, por personal, y llegaremos a donde sea por sobrevivir.
No solo funciona a nivel de naciones o zonas, por supuesto, sino a nivel del individuo. Las peleas por llevarse todo lo que se pueda llevar de los comercios, la necesidad de recolectar provisiones hasta el infinito es propio de nuestro instinto primario, que nos dice «vienen tiempos difíciles, debemos cazar presas para superar el invierno». El invierno es el coronavirus Covid-19, y la presa es el supermercado más cercano. La competencia, cualquiera que se lleve ese paquete de papel higiénico. Y «ay de aquel que intente que mis hijos no tengan todo lo que necesiten«. Los instintos de agresividad y supervivencia se alían. Y, cuando lo hacen, cualquier rastro de civilización desaparece en un instante.
En Estados Unidos la venta de armas es ahora mayor que nunca. A falta de poder superar el miedo con la razón, se supera con armas. El virus no se puede controlar, pero tener un arma en la mano da una falsa sensación de seguridad, que implica algo muy sencillo: «tengo provisiones, y tengo mi tribu. Si intentas entrometerte, sufrirás consecuencias». Hemos vuelto, en pocas semanas, a una especie de nueva Edad Media de la supervivencia. No entendemos de nada que no sea sobrevivir y cazar recursos para hacer efectiva esa supervivencia.
Y, de nuevo, sobrevive el más fuerte. Fuerte no solo significa fuerza física. En nuestras sociedades, sobrevive quien tiene los recursos económicos primero, y, cuando estos se agotan, los recursos físicos: alimentos, ropas, herramientas… Es el darwinismo social de la supervivencia, que tan bien saben explotar los extremistas de todos los bandos, y que enseña que la razón se ha de supeditar a la fuerza y al poder, y solo los más aptos deben sobrevivir, en una eugenesia que no alcanza a tener un final definido.
Qué pronto se pierde la compostura, y qué pronto sale el depredador que llevamos dentro. Homos lupus homini est, el hombre es un lobo para el hombre.
Ahora vienen tiempos difíciles en muchos países. En Estados Unidos parece que vamos a ver en directo una de esas películas de catástrofes de domingo por la tarde, solo que esta vez va a ser real, y en directo. Países con sistemas sanitarios muy débiles van a ver comprometidos sus sistemas en muy poco tiempo, y de nuevo Darwin y su frase resonará en las calles y ciudades. El más apto sobrevivirá. El débil, no lo hará.
Nos creíamos infalibles. Cada vez que la humanidad se centra en su autocomplacencia llega alguien para demostrarnos que, ni somos tan poderosos, ni somos tan fuertes, ni somos la especie dominante. Una partícula con una capa de lípidos que cubren una molécula de ARN nos tira por el suelo y destroza toda civilización del planeta. Nuestro orgullo nos ciega, y nuestra creencia de ser superiores nos lleva a la perdición.
¿Solución? La de siempre: superar esto, y aprender de la experiencia. Pero, como dice el personaje del mago Merlin en la película Excálibur:
«Desgraciadamente, la perdición del hombre es el olvido«.
Es cierto que hemos desarrollado soluciones para muchos virus. También es cierto que estamos muy lejos de una solución definitiva. Aquí se mezclan intereses comerciales con un desinterés por la investigación que es un tema muy complejo, y que enseguida saca a relucir a los conspiranoicos. Separarlos de los hechos reales es complejo, baste ahora decir que hay un cierto poso de verdad en ciertas ideas, pero que, como siempre, el tema es mucho más complejo que lo que los conspiradores nos plantean. Ojalá fuese así de fácil, pero no lo es. El virus no se creó en un laboratorio. Ojalá dispusiéramos de esa tecnología tan avanzada, pero no es así. No todavía.
Esperanza y una luz al final del camino.
Quisiera acabar, sin embargo, con una palabra de esperanza. Porque hay mucha gente sufriendo, viendo perder a sus seres queridos sin ni siquiera poder despedirse de ellos. Padres que no pueden abrazar a sus hijos, familias rotas, y personas rotas intentando solucionar esto en hospitales y en todas partes. Todo eso es cierto.
Pero somos una especie fuerte, y, como se dice ahora, resiliente. Saldremos adelante. No todos, desgraciadamente. Yo mismo estoy obsesionado con acabar mi libro ante la posibilidad de morir de nuevo, y es que ya he estado a punto de morir tres veces, la última fue por poco, y no quiero tentar más a la suerte. Pero lograremos superarlo, y lograremos disfrutar de nuevo de la vida. Lo haremos, no porque sea necesario o importante, eso también; lo haremos porque debemos hacerlo. Porque se lo debemos a nuestros hijos y nietos. Ellos aprenderán que este horror tuvo un precio muy alto, pero también que debemos captar el mensaje: «todo tiempo es limitado. Cuidemos cada instante de la vida. Y dejemos el orgullo y la vanidad de lado, para cambiarlo por la cooperación, el altruismo, y la generosidad«.
Esa será la forma de crear nuevas sociedades, más libres y más justas. Merecerá la pena intentarlo. Y, para ello, la ciencia es nuestra aliada. Dejemos a los investigadores los recursos y medios necesarios, y ellos nos darán medicamentos adecuados para este virus y para otros virus. Lo harán. Ellos son perfectamente capaces. Solo necesitan tiempo, y muchos recursos. Debemos darles ambos. Y en grandes cantidades.
Cuídense mucho. Sigan las instrucciones de los profesionales. Lávense las manos bien y a menudo, que es una estrategia muy efectiva. Y piensen que estas semanas de cuarentena son un impasse pequeño que merecerá la pena para salvar, literalmente, miles de vidas. Muchas gracias.
Un comentario en “Covid-19 y la esencia del darwinismo social”
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