Es cierto; quizás hubiese votado a Hitler

Vaya título, ¿eh? Sorprendente, cuando menos. Pero es cierto: es posible que yo hubiese votado a Hitler en 1933. Esta entrada sobre historia y política de la semana quiere hablar de ello. Quiere hablar de qué fácilmente caemos en los fanatismos, en el discurso rápido, en la demagogia, y en el lenguaje que nos dice lo que queremos oír.

Soy culpable. Todos somos culpables cuando aceptamos que la verdad es única y exclusivamente aquella que queremos oír. Y bloqueamos, insultamos, amenazamos, y desprestigiamos todo aquello que no represente nuestros valores…

De eso habla esta entrada. De cómo nos alzamos en una torre de la Verdad Absoluta que creemos indestructible, para comprobar luego que, en realidad, hemos caído en el más profundo de los agujeros de la perversión y la oscuridad.

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Porque tras las amenazas verbales, tras los insultos, tras las acusaciones infundadas, y las tergiversaciones de la verdad, el único camino que queda es el de huir de las amenazas y las acusaciones. Y fue en los años treinta del siglo XX cuando miles y miles de hombres y mujeres tuvieron que huir de Alemania por una sencilla razón: por la implantación de una única verdad, absoluta y dirigida al pensamiento único.

Ay de aquel que no piense como el estado. Ay de aquel que no se convierta en el estado. Será enemigo del estado. Y como tal será tratado.

Muchos hombres, antes fieles ciudadanos de la verdad, de la razón, de la justicia, cayeron frente a la lógica corrupta y viciada del nazismo. ¿Por qué? Por dos razones:

Unos, porque no tenían otro camino. En su desesperación, en su infortunio, tuvieron que agarrarse a la única esperanza que tenían. Y qué mejor que aquella que te promete un futuro para ti y tus hijos. ¿Qué importan algunas absurdas ideas? Lo importante es que tendré pan y agua en la mesa para mi familia. Y un techo donde cobijarles.

Otros, porque, sabiendo lo que se acercaba con el nazismo, sin embargo creyeron que era una etapa más para levantar Alemania. E incluso podrían aprovechar esa oportunidad para afianzar su poder y su corrupción.

Todo esto queda maravillosamente postulado en los dos fragmentos que traigo hoy de una gran película:

«Vencedores o vencidos» (en inglés «Judgment at Nuremberg»).

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¿Por qué podemos perdernos en la dialéctica de un monstruo como Hitler? ¿Por qué podemos aceptar sus premisas?

Verán, para mí es bastante sencillo: tras la primera guerra mundial Alemania no solo perdió la guerra, sino también la dignidad. El Tratado de Versalles de 1919 era humillante para el pueblo alemán. La posterior y democrática República de Weimar era un pozo de corrupción sin fin. La inflación que sufrió Alemania durante los años veinte en la República de Weimar fue y es la más grande de la historia. El paro, el hambre, y la pérdida de toda esperanza fueron constantes en los años veinte del siglo XX en Alemania.

Cuando estalló el crash de 1929, Alemania ya se encontraba en una situación lamentable a todos los niveles. Además, el ya mencionado tratado de Versalles imponía condiciones draconianas a Alemania. Unas condiciones que conllevaban una sumisión a las potencias ganadoras cuando menos insoportables.

En ese momento apareció un hombre que se había ido haciendo popular. Era un ignorante. Un déspota. Un enfermo. Un obsesionado con la raza, la mística y el poder. Su nombre: Adolf Hitler. Un pequeño cabo que, en circunstancias normales, sus delirios de grandeza solo hubiesen servido para hacer reír a algunos niños…

Pero aquellas no eran circunstancias normales. Y el pueblo alemán estaba hastiado y abandonado. En ese momento, Hitler fue un revulsivo. Un referente. Una mecha para hacer arder todo el odio, la rabia, y la desesperación que el pueblo alemán había ido almacenando durante aquellos años de posguerra.

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¿Podemos acusar a aquellos que votaron a Hitler en 1933? Mucho cuidado con hacerlo. Desde nuestra perspectiva es muy fácil acusar a aquellas gentes. Debemos acusar, eso sí, a sus dirigentes, a aquellos que vieron su oportunidad de hacerse de oro. Pero, ¿el pueblo alemán llano? Fue una víctima más de Hitler.

Repito, una vez más: el pueblo, en su conjunto, fue usado y manipulado. El hambre, el paro, la desesperación, les llevaron a votar a un monstruo que destrozó el país, y fue el responsable de millones y millones de muertes.

Pero, desde el fondo de mi corazón, cuando veo esas imágenes de pobreza en Alemania en el siglo XX, ese horror del paro, del sufrimiento, de la desesperación, me veo en la tesitura de tener que acusarlos, a todos ellos, y debo entonces enfrentarme a una cruda realidad:

Que quizás yo también hubiese votado a Hitler. Desesperado, con una familia hambrienta, sin futuro, sin esperanza… ¿Qué otra opción tenía? ¿La de votar a aquellos que llevaban años dándome paro, pobreza, y hambre?

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Alguien dirá que quiero defender a un pueblo entero. Sí, es verdad: quiero hacerlo. Quiero defender a un pueblo.

Y quiero hacerlo porque fue víctima de su propia desesperación. Quiero acusar a los responsables del horror nazi. Pero, ¿acusar al pueblo alemán en su conjunto? No puedo hacerlo. No creo que cada hombre, mujer, niño, y anciano, fuese consciente de lo que iba a pasar en  aquellos inicios de 1933.

Los que lo sabían, y no hicieron nada, son los culpables. Ellos debieron ser juzgados. Y muchos no pasaron por un juicio. Pero el pueblo alemán sí pasó por un juicio: por el juicio de la historia. Destruidos por aquellos que les prometieron mil años de gloria.

Muchos de los responsables de los horrores nazis fueron luego a Estados Unidos a servir como científicos en nuevas armas. El propio padre del cohete Saturno V que fue a la Luna, Wernher von Braun, fue el responsable de la construcción de las bombas volantes V1 y V2, que mataron a miles de británicos. ¿No es paradójico que el mayor logro de Estados Unidos se lograse con la ayuda de un hombre que debía haber sido llevado a juicio? ¿Por qué vivió tranquilamente hasta sus últimos días sin preocupaciones?

Creo, honestamente, que hay más culpables de los que que nos dicen son culpables. Creo, honestamente, que hemos culpado a quienes no podían tener defensa, y hemos mirado a otro lado cuando hemos podido aprovecharnos de ellos para nuestro propio beneficio. En definitiva: también somos culpables de ello.

Populismos y «yo acuso».

Por eso debemos ser muy cuidadosos, y no dejar que estos populismos crezcan. Porque engañan a las masas. Y las masas votan y provocan que esos populismos ganen victorias en las urnas, para luego llevar el horror a todos.

«Yo acuso» es un término que empleamos constantemente hoy en día. Es fácil acusar. Las redes sociales están llenas de acusaciones constantes. Muchas de ellas muy hostiles.

Pero no es fácil tener la empatía de entender la desesperación de un pueblo perdido y hambriento.

¿El resultado de la llegada del partido nazi al poder? Austria anexionada en 1938. Y Polonia invadida en 1939, entre otros muchos horrores. Por cierto, Polonia fue un país arrasado por el oeste por el nazismo, y por el este por la Unión Soviética. Las barbaridades y horrores que tuvo que soportar el pueblo polaco hasta el fin de la guerra son motivo suficiente para dejarlo para su propio artículo.

Y no entro ahora en el holocausto, porque eso requiere de otro artículo completo. Baste decir que, si existe una definición de infierno, esa palabra, holocausto, le da forma.

Los fragmentos.

Les dejo con los fragmentos de la película, que se deben ver en orden, en los que el juez Ernst Janning (Burt Lancaster), uno de los jueces acusados de perjurio y otros crímenes durante su etapa en la Alemania nazi, explica por qué él, en principio un hombre de justicia y de paz, se dejó llevar por Adolf Hitler.

El segundo fragmento trata del abogado de Janning, Hans Rolfe (Maximilian Schell) en otra actuación brillante.

Por favor, le rogaría que preste atención a las palabras del personaje en boca del genial actor Burt Lancaster, en una actuación memorable. Porque es el testimonio de una época, de una era, donde el éxito pasaba por la destrucción de todo aquello que no fuese un ideario extremista, perverso y lleno de terror para muchas minorías. Y el segundo vídeo, donde su abogado defensor explica su punto de vista y responde las palabras del primer testimonio.

Un testimonio brutal de cómo los más grandes hombres pueden caer al abismo de un ser llamado a convertirse en el monstruo más sangriento del siglo XX. Y, si hombres así cayeron en la tentación, ¿qué podríamos hacer nosotros, simples mortales?

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

2 opiniones en “Es cierto; quizás hubiese votado a Hitler”

  1. muy sentsato a mi aprecer, muy maduro. necesitamos este tipo de análisis para alimentarnos del pasado — las masas tienden olvidar y caen en mismos errores que son faciles de evitar si tan solo podrímoms razonar.

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