Historia de una araña

De verdad les digo que, en esta lucha denodada por la defensa de la vida, y de los ecosistemas, y del planeta, siempre me he sentido como el pobre idiota que va contando la necesidad de cuidar la Tierra, mientras todos se ríen del tonto ecologista, que además debe de haberse vuelto loco de tanto hablar de derechos y de la vida.

Esto me ha pasado hace unos minutos, cuando he ido a tomar mi café de la mañana a mi cafetería habitual tras comenzar mi jornada laboral. Ya saben: ese café que nos da fuerzas para poder continuar la mañana con ánimo y ganas, o al menos intentarlo.

Enfermedades transmitidas por mosquitos

Hoy vengo con una anécdota agridulce. Porque, cuando se trata de salvar el mundo, somos muy pocos los que parece estamos por la labor. Y, cuando se trata de convencer a otros de que es posible salvar al mundo, parecemos locos paranoicos, como quijotes luchando contra los molinos, en una guerra perdida de antemano ante una sociedad que, ni comprende la importancia de los ecosistemas, ni quiere comprender. Solo quiere matar. Solo entiende de muerte.

El caso ha ocurrido hace unos minutos. Estaba en la cafetería, que estaba en ese momento bastante vacía, ensimismado como siempre en mis pensamientos, viajando de galaxia en galaxia.

En ese momento, una madre con un niño de unos cinco años, que estaba como a unos tres metros de mí, preparada para pagar su consumición, le dice a su hijo:

«¡Mira, una araña! ¡Mátala!»

Yo he despertado en la mesa de mi viaje galáctico, y he dado un salto, mientras decía (y me ha salido de lo más profundo del corazón):

«¡No! ¡No la mate!»

Claro, la pobre mujer, y lo entiendo, se ha asustado, cuando ha visto cómo me he puesto tras haber escuchado las instrucciones de matar a la araña. La camarera y el camarero, y un señor del fondo, me han mirado asombrados.

He tenido que explicarme. He tenido que decirles que, cada vez más, en España estamos sufriendo el contagio de enfermedades importantes, algunas muy peligrosas, que se transmiten por la picadura de mosquitos. Y que las arañas, con su trabajo de consumir cientos de mosquitos y moscas, nos libran de su presencia. De las molestas moscas, y del peligro de las picaduras de los mosquitos.

He tenido que explicarles que una sola araña puede llegar a consumir ingentes cantidades de mosquitos. Son nuestras aliadas, y matándolas estamos provocando que los mosquitos proliferen sin freno, y alguno de nosotros podría sufrir una de esas enfermedades víricas transmitidas por mosquitos.

Luego, viendo la mirada de la camarera, que es la mujer dueña del local, he añadido que, por supuesto, la última palabra la tiene ella. Pero que tengan en cuenta que ir matando todo lo que se mueve sin tener en cuenta las consecuencias es terminar con nosotros a medio y largo plazo. Un ejemplo perfecto es China, cuando decidieron matar a todos los gorriones del país.

Al final, el hombre del fondo se ha aliado conmigo, no sé si porque lo sentía o porque pensaba aquello de «vamos a seguirle el hilo a este loco, no sea que empiece a romperlo todo«.

Somos locos. Locos de atar.

Porque eso es lo que, al parecer, somos los amantes de la defensa de la naturaleza: unos locos que quieren salvar el mundo evitando la muerte de una araña, o de unos peces, o de unas ballenas. Locos que pretendemos cambiar el rumbo de la historia y el camino de la humanidad en su destrucción de todo tipo de vida en la Tierra.

La dueña del local ha tomado a la araña con una servilleta de papel, y la ha echado fuera. Misión cumplida: el tonto ecologista ha ganado esta vez; ha salvado la araña.

Mi pregunta es muy clara: por cada pequeña victoria como esta, ¿cuántas derrotas habremos de sufrir? Prefiero no pensarlo. Prefiero no verlo. Prefiero volverme a sumir en mis pensamientos. Y dejar que el mundo muera.

Lo peor es que me siento como un estúpido. Sé que estarán diciendo «ojo con el tipo ese de pelo blanco, que es peligroso; se dedica a salvar arañas. ¡El loco!»

Esa locura es la que podría salvarnos. Lo que temo es a una humanidad demasiado cuerda como para poder comprender el mensaje. Y el mensaje es simple: destruyendo la vida de la Tierra, nos estamos destruyendo a nosotros mismos.

Dejo aquí mi pequeño microrrelato, «El día de la Tierra», sobre el tema relacionado con el Covid, que parece está gustando en ciertos lectores. Y el vídeo «Rejoice in the Sun» de la película «Silent Running«, donde los robots son más humanos que los humanos. Una película muy recomendable sobre el tema. Y muchas gracias.

Mayo. Año 2050.

—Pero madre, tú lo pasaste muy mal, en 2020… —La madre sonrió, acarició el largo cabello de su hija, y después de unos momentos, respondió:
—No es comparable, cariño. Mucha gente murió ese año, es cierto. Y fue terrible, es verdad. Pero esto es distinto.
—¿Por qué, madre? —La madre se volvió hacia la ventana. Señaló la tierra yerma y seca, y contestó:
—Porque hoy, mi niña del alma, la que está muriendo, es la Tierra…

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

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