Oppenheimer y el peso de la historia

La frase de la semana nos la trae Robert Oppenheimer, un nombre quizás no demasiado popular, aunque fue el padre tecnológico de la bomba atómica. No el padre teórico, porque otros ya habían teorizado con la idea de la fisión nuclear y probado que era posible. Oppenheimer lo llevó a la realidad, y creó las dos primeras bombas atómicas: Little Boy, basada en uranio, y Fat Man, basada en el plutonio.

La primera fue lanzada sobre Hiroshima, y la segunda sobre Nagasaki, con las consecuencias que todos conocemos, o que deberíamos conocer. Porque no debemos olvidar ese horror nunca.

Como nota curiosa, solemos hablar de «bombas atómicas», pero en términos técnicos, una bomba atómica es aquella basada en la reacción de átomos, es decir, las convencionales. Estas bombas de uranio y plutonio deberían ser llamadas «bombas nucleares». Pero bueno, este es un pequeño detalle.

La frase que nos dice Oppenheimer, fue pronunciada ante la comprensión final de lo que había creado: un verdadero monstruo destructor de mundos, literalmente. Pero la frase, a fuer de ser sinceros, no es de Oppenheimer. Él la cita en referencia a un antiguo libro sagrado Hindú, el Bhagavad-Gita, como bien se comenta en la increíble película «Octubre rojo». La frase es:

«Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos».

Oppenheimer luego fue acusado de ser comunista, en esa época de los cincuenta y sesenta del siglo XX en Estados Unidos, donde un senador llamado McCarthy acusó de ser comunistas a una gran cantidad de artistas y científicos, destrozando la vida de muchas personas. Ese fenómeno, una mancha negra en la historia de Estados Unidos, se conoce como Macartismo. Oppenheimer nunca fue comunista, ni se probó nada de lo que se le acusó, como ocurrió con otros miles de falsos acusados.

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Siete formas de hacer realidad el Apocalipsis (más bonus)

El fin del mundo se acerca. ¡Arrepentíos, pecadores! Cada seis meses surge en Internet la enésima profecía del fin del mundo. Algunas han sido hasta televisadas. Y luego, claro, queda en nada, hasta la siguiente.

Todas las mitologías tienen algunos puntos en común, y uno de ellos es que siempre definen un fin para el mundo, aquel en el que se desarrollaron claro. Los libros sagrados son esencialmente el resultado de los miedos, los sueños, y las pesadillas de los pueblos que los escribieron. Cada mitología nace del pueblo que le dio forma, y cada mitología se adapta a la cultura que la sigue y adora. Los dioses son el reflejo de las ambiciones humanas que nunca podrá alcanzar.

Ese fin del mundo se define como un final para todo cuando existe. Se producirá algún tipo de situación límite, sea un juicio, sea simplemente que el lobo-monstruo Fenrir se libera de sus cadenas, para comenzar una cadena de acontecimientos que den fin al universo como lo conocemos. Luego, también según cada mitología, se produce el fin de todo, o un nuevo ciclo, como el universo de Idafeld de la mitología escandinava, donde dioses y mortales vivirán en paz y armonía. En otras religiones los fines son los que soñaron aquellos hombres y mujeres de sus tiempos y formas de entender la vida.

Pero tenemos que entender que sí puede haber un final, y que, de hecho, el final es inevitable. Hemos visto sociedades muy poderosas caer en el pasado, y nosotros no tenemos nada en especial que nos haga diferente. Creemos, como creyeron aquellos pueblos del pasado, que nunca dejaremos de existir. Pero las civilizaciones, como los mortales, ceden a su caos final, y desaparecen para siempre. Luego llega una nueva sociedad, hasta que llegue la última. ¿Cómo sucederá? Aquí hablaremos de eso. Pero sin mitos ni dioses.

tierra_fuego El Apocalipsis de San Juan es el libro que describe el final del mundo, en un texto muy complejo, lleno de metáforas y símbolos que he querido reflejar en esta composición

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75 aniversario del desembarco de Normandía

El día 6 de junio de 2019 se conmemora el 75 aniversario del desembarco de Normandía, la conocida como «Operación Overlord». La segunda guerra mundial seguía embarrada, aunque era evidente que la Unión Soviética había tomado la iniciativa en el frente este tras aquella locura llamada Stalingrado. Pero Stalin quería un segundo frente en el oeste, y lo quería tan pronto como en 1942, y luego en 1943. Por razones logísticas y de organización esto no pudo ocurrir hasta junio de 1944. El número de tropas y material requerido era simplemente impresionante.

Gran Bretaña se convirtió en una especie de gigantesco portaaviones desde el que atacar el continente europeo. Después de que Hitler fracasara en su idea de invadir el territorio británico en 1940 (Batalla de Inglaterra), el resto del continente estaba en su práctica totalidad controlado por Alemania, o bien por sus satélites. Todo aquello se centró en un día, el llamado día D. Si triunfaba el desembarco, se podría considerar el fin de la guerra. Si fracasaba, muchos interrogantes se abrirían para el futuro de Europa.

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Situación estratégica de fuerzas alemanas y aliados el 6/6/1944

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