El pasado 15 de septiembre la sonda espacial Cassini, tras 13 años sobrevolando el planeta Saturno y sus satélites, especialmente los muy interesantes Encélado y Titán, se estrelló contra el propio Saturno, en una maniobra hecha a propósito para analizar las capas superiores del planeta gigante. Su combustible se acababa, y hundir la sonda en la atmósfera permitiría conocer muchos datos sobre su composición y estructura.
Han sido 13 años gloriosos de investigación pura y científica, que nos ha permitido conocer incontables datos y conocimientos sobre esos (todavía) lejanos mundos. Y alguien preguntaba, de nuevo: ¿por qué no preocuparnos de nuestro mundo?

Le daré la respuesta. O mejor, dos respuestas, a su pregunta:
La primera: porque conocer otros mundos nos permite conocer mejor el nuestro. Como el médico que estudia a un niño sano que no sufre un virus que otro niño sí sufre. Si el niño sano no es atacado por el virus, ¿por qué no conocer qué le hace resistente? Una vez sabido, podremos con suerte curar al niño enfermo.
Con la Tierra pasa lo mismo. Conocer otros mundos nos permite estudiar mejor el nuestro, simplemente por comparación.
Pero aquí quisiera dar la segunda respuesta a la eterna pregunta de «por qué gastar dinero estudiando esos mundos». Se lo diré: porque son nuestro mundo también.
Dicho de otro modo: ¿coloca usted la frontera de la humanidad en la Tierra? ¿En su superficie, quizás? ¿A 10.000 metros? ¿A 100.000? Dígame: ¿a qué altura cree usted que debemos dejar de investigar el universo, y todo lo que contiene? ¿Cuál es la distancia según usted máxima para investigar? ¿Dónde acaba el «mejor que estudiemos nuestro mundo? ¿Sabe usted decirme si debemos estudiar la atmósfera a 200 km de altura? ¿O a 300? ¿Debemos descartar la Luna? ¿Marte?
¿Cuáles son sus límites a la hora de investigar? Le diré los míos, y se lo diré de una forma espero que muy clara: los límites que yo me impongo para estudiar el universo son el mismo infinito. O, simplemente, no hay nada que mi vista alcance que no me interese. Todo en el universo me interesa. Todo. Sin excepción. Desde el corazón mismo del centro de la Tierra, hasta la galaxia más lejana jamás encontrada. Mis límites son ilimitados.
¿Quiere usted limitarse a conocer y a estudiar la Tierra? Hágalo. Al final, usted conocerá la Tierra, pero no podrá explicar muchas cosas, porque no puede conocer todos los aspectos estudiando un ejemplo. Para conocer algo, necesitamos compararlo con todo lo demás. Volviendo al caso de antes, una enfermedad se estudia en tantos pacientes como sea posible. ¿Por qué centrarnos en uno? Con la ciencia, con el conocimiento en general, pasa lo mismo.
Así que, cuando usted pregunte de nuevo, qué hacemos estudiando esos mundos, le diré: esos mundos también son nuestros mundos. Son parte de nuestro hogar. Al principio la humanidad estaba encerrada en un pedazo de Tierra en África. ¿Y si hubiesen dicho aquellos hombres y mujeres que lo que había detrás de las montañas no era de su interés?
No. Saturno es nuestro mundo también. Lejano, de momento. Encélado es nuestro. Titán es nuestro. Pero no es un «nuestro» posesivo. Debemos dejar de pensar en esos términos. Tanto en la Tierra, como en el resto del universo. Es un «nuestro» en forma de hogar. Allá también hay belleza. Allá también hay futuro para la humanidad. Muchos fueron los que en los siglos XVI a XIX emigraron buscando nuevos mundos. ¿Hemos de parar ahora? Claro que no.

Claro que la humanidad tiene un hogar: la Tierra. Pero sus fronteras no acaban a 10 kilómetros, o a 100. Acaban donde nuestra vista, y nuestros sueños, puedan alcanzar. Por eso nuestro legado para el futuro es el universo al completo. Cada mundo, cada satélite, cada estrella. Cada galaxia. Todos ellos son nuestro hogar. Todos ellos merecen nuestra atención. Y nuestro estudio.
No nos pongamos límites. Seamos ilimitados. No cortemos nuestras alas a nuestros sueños, ni al futuro de la humanidad. Será la única forma de salir adelante, de progresar, y de crear un mundo, qué digo un mundo, un universo mejor para todos. Por eso exploro el infinito. Desde el día en que tuve conciencia del universo.
Y hasta el último día de mi vida. Cada día. Y cada minuto de mi vida.
Gran entrada. Muy buena reflexión
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Muchas gracias Marina.
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