Situemos una escena imaginaria. La hija de la vecina de arriba, esa jovencita tan agradable que siempre te sonríe cuando te cruzas con ella en la escalera, o en el ascensor, es ya toda una señorita. ¡Cómo crecen los chicos! Pero la joven tiene una sorpresa más que darnos: acaba de escribir su primer libro. De aventuras. De acción. De un romance apasionado. Incluso podría ser de ciencia ficción, si es muy atrevida y le gusta el riesgo.
En cualquier caso, el libro está ahí, y los padres lo cuentan orgullosos allá por donde pasan. Ahora toca publicarlo, claro. Y es entonces cuando se desatan las mil preguntas sobre publicaciones que ya comenté en este enlace. Los vecinos, la familia, los amigos, y un señor que pasaba por allí, compran el libro, y felicitan a la joven por su temprana obra literaria. Muchas palmaditas en la espalda, muchas promesas de que tiene un futuro brillante como escritora, y muchos halagos por su calidad literaria. La joven escritora crece y crece en su ego como un pez globo, y toca las estrellas con sus manos. Todo es felicidad y alegría. Vende libros a la familia, a los amigos, y al señor que pasaba por allí. Incluso vende algunos libros en la librería de su barrio.
Luego, la joven escritora se pone en contacto con alguna editorial, que le dice que han leído su trabajo, que es lo mejor que se ha escrito desde Hamlet, y que por un módico precio le publicarán la obra, y la harán famosa. La joven cae en la trampa, paga el dinero, y el libro sale, si llega a salir, para quedar en el olvido. Ha sido víctima de esas editoriales que se dedican a engatusar a escritores, muchos de ellos ilusionados. Editoriales que de editoriales solo tienen el nombre, y que juegan con la ilusión de seres que buscan su primera oportunidad en el mundo de las letras.
Pasa el tiempo. Las felicitaciones se van agotando. Las palmaditas en la espalda terminan. La vida sigue adelante, indiferente a las ilusiones y los sueños de la joven escritora. Los vecinos ya no preguntan por la niña superdotada que ha escrito el libro, y ya nadie le promete un futuro de luces y oro en el cenit de las letras. El mundo se muestra indiferente. Todo ha cambiado, para que no cambie nada.
Pero la joven es persistente. Y escribe un segundo libro. Y un tercero. ¡Esta es mi oportunidad! El segundo libro crea la mitad de expectativas entre los vecinos y amigos que el primero. Las palmaditas, son la mitad también. Las promesas, pocas y vacías. Con el tercer libro la indiferencia es prácticamente total. El factor sorpresa ha desaparecido. Ya no hay nada interesante que pueda atraer la atención de vecinos, familia, amigos. Sí, la niña es un portento, pero eso no lleva a nada. Escribir es un hobby, ¿qué pretende la niña? ¿Que se la considere una escritora? El mundo está demasiado ocupado en superficialidades y banalidades como para penetrar en la lectura profunda y directa de los libros de la joven escritora. En las redes sociales, los primeros «me gusta» que cosechó con su primer libro, son menos de la mitad en el segundo, y casi ninguno en el tercero. Frustración. Frustración es la palabra.
¿Qué ha pasado con la joven? No ha pasado nada, en realidad. Ella no tiene ningún problema. Ha seguido el camino que seguimos la inmensa mayoría de amantes de las letras cuando empezamos a escribir: recibimos un apoyo con nuestro primer libro, apoyo que se da por el factor sorpresa y la novedad. Sobre todo, cuando el escritor, en este caso imaginario, es una joven escritora que comienza a escribir un material de cierta calidad. Y debo decir que he tenido el placer de conocer a escritores reales entre los veinticinco y los treinta con obras realmente buenas, al menos me lo parecieron a mí.
Este proceso de ascenso y caída es muy habitual, lo hemos vivido casi todos, y muchos escritores no se recobran del golpe. Se sienten frustrados, abatidos, y muchas veces incluso puede que contraataquen, culpando al mundo de no reconocer su trabajo, su obra, su valía. En las redes sociales puede verse a gente que, tras publicar varios fragmentos de sus libros, y no recibir más que indiferencia, terminan atacando a los lectores, por ignorar su trabajo, o bien comienzan compulsivamente a hacer spam. Y terminan renegando del mundo, y de la literatura, cuando al mundo le es indiferente que un escritor más, entre los millones de escritores que pueblan la Tierra, se avenga o no a seguir desarrollando su obra.
Ese escritor ha caído, definitivamente, en los infiernos de la literatura.
¿Qué hacer en esta situación? Mi consejo personal: usar esa frustración, esa rabia, en cosas mejores que atacar a los demás, o culpar al mundo. Mejor usar esa frustración en crear un nuevo libro, donde se vuelque ese dolor. Es una terapia excelente, y es además un modo de explorar los demonios que todos tenemos dentro. Pero sigamos explorando ese particular viaje al vacío.
En cualquier caso, ese viaje a los infiernos supone que comenzaremos con apoyos diversos, con algunas ventas, a veces incluso importantes, para luego ir cayendo poco a poco en un olvido y ostracismo literario. Un caso real: una amiga escribió hace un par de años un relato de fantasía, de una calidad excepcional en mi opinión, no en vano es un ser muy sensible, con un gran conocimiento literario, lo cual la dota de una maestría con la palabra, que sabe desarrollar con gran nivel.
Hablé con ella hace un par de meses sobre este tema, y sus palabras pesaban como bloques de cemento. Había vendido sus libros, pero luego se habían olvidado de ella. Editoriales diversas la rechazaron porque era imposible de engañar con el truco de «dame dinero y te haré famosa». Y su cuento, como digo excepcional desde mi punto de vista, tanto a nivel técnico como literario, ha quedado en el olvido. Y digo excepcional porque lo es; su maestría con la técnica literaria es realmente impresionante.
¿Hemos perdido a una escritora? Bueno, habrá que ver si es así. En todo caso, no está el mundo para perder grandes artistas, que saben jugar con el alma de adultos y niños para que disfruten de universos de fantasía inagotables. No queda sitio para los soñadores en este mundo. Este mundo está demasiado ocupado en no profundizar en nada que roce el alma humana y la sensibilidad de quienes no tienen miedo a llorar en público, y que muestran sus sentimientos y su dolor, en lugar de mostrar en las redes sociales sonrisas perfectas, y vidas imposibles que jamás existieron.
Claro que no está todo perdido. Queda un reducto de soñadores, y quedará siempre. El club de las letras sinceras y profundas siempre tendrá adeptos y seguidores. Pero la realidad se impone: el mundo no está hecho para los escritores, aunque los escritores sean los que dibujan el mundo en sus libros.
Todo esto es una realidad dura, pero no vamos a negar la realidad de muchos escritores de calidad. Vamos a afrontar esa realidad. Y, como siempre, me pregunto: ¿hay soluciones? Para cambiar este mundo superficial y banal que vivimos, las soluciones son difíciles. Pero, para superar esa caída a los infiernos, que supone ver cómo tus obras son olvidadas tan pronto como son publicadas, sí hay soluciones.
El primer paso es creer en uno mismo. Si no crees en ti mismo, y en tu obra, difícilmente va a haber una oportunidad de que un día las tornas se vuelvan. No podemos arrastrarnos por el fango ardiente del infierno, acusando al mundo de ser culpable de todos nuestros males. No. Debemos ser fuertes, y debemos entender que el mundo no va a cambiar, ni va a preocuparse por ese pequeño gran artista que vive en nuestro interior. Somos nosotros, solo nosotros, los que deberemos valorar nuestra obra, nuestro esfuerzo, nuestro trabajo, y darnos a nosotros mismos el premio de una pasión desmedida por escribir.
Creamos en nosotros. Y en nuestra obra. Con sencillez. Con honradez. Pero con determinación y orgullo.
El segundo paso es tener claro a dónde queremos ir. Ya lo dijo Schopenhauer: «no hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige». El viejo filósofo lo definió muy bien: tenemos que tener muy claro, antes que nada, qué queremos hacer con nuestra carrera artística, en este caso, literaria. ¿Soñar con el éxito y la fama, y sentirnos frustrados porque nunca llega? Jamás. Si tomamos ese camino, la frustración será constante.
Más del noventa y nueve por ciento de los escritores jamás veremos publicada una obra por una gran editorial. Sí, podemos publicar en esas pequeñas editoriales, que realmente son imprentas, o en pequeñas editoriales que puedan hacer tiradas de doscientos, trescientos libros a lo sumo. Quinientos libros vendidos sería ya un gran éxito para una de esas pequeñas editoriales. Y no lo digo yo; lo dicen las propias editoriales. Por eso publican mucho, por ver cuándo y cómo alguno de esos libros, no se sabe muy bien por qué, permitirá unas ventas que ayuden a recuperar las pérdidas de los otros libros. Si vamos a sentirnos frustrados por no tener ventas, o porque estas sean pequeñas, estamos errando en nuestro camino como creadores. Y ahí vamos con el tercer punto.
Somos escritores. Nuestro deber es y está con nuestros lectores. Pero nuestro deber primario está, ante todo, con nosotros mismos. ¿El mundo nos ignora? Ignoremos el mundo. No nos importa que no nos den palmaditas en la espalda. No nos importa que no nos digan si somos más buenos o malos. No nos importa que nuestro booktrailer en Youtube tenga diez visitas. Lo que nos importa es que somos seres creativos. Que necesitamos lanzar esas palabras que nacen en nuestro interior al papel de nuestras obras literarias. Esas palabras que se pudren y nos envenenan si no las plasmamos en un papel. ¿Quién es el mundo para decirme cómo debo sentirme? Si el mundo me ignora, porque el mundo es solo una serie interminable de sucesos superficiales y banales, y si el mundo no atiende al arte, a la ciencia, a la creatividad, eso no nos importa, ni nos compete.
Debemos recordar que no estamos solos. Hay otros escritores como nosotros por ahí. Podemos hablar con ellos. Comunicar ideas. Incluso, llorar en el hombro de alguno de ellos si es necesario. Compartir el dolor es un camino para superarlo. Pero yo soy de los que cree que no debemos sentir dolor. Sí, habrá días mejores, otros peores, y otros que quieres mandarlo todo al infierno. Nos pasa a todos, me pasa a mí. Pero luego comprendes que tu vida son las letras, y que, sin ellas, somos una cáscara vacía.
Somos escritores. Escribimos porque está en nuestra sangre. En nuestro ADN. En nuestra alma. Nada, ni nadie, va a impedir que sigamos escribiendo nuestras obras, creando nuestros personajes, nuestros mundos, nuestros sueños. Tendremos cinco, diez lectores, veinte. Da igual. Como si tenemos uno solo. Porque un solo lector, solo uno, que aprecie nuestra obra, la valore, y la disfrute, ya hace que el esfuerzo merezca la pena.
Y si nos dejamos nuestra alma y nuestra piel en nuestras obras, siempre terminará llegando un lector ansioso por leer nuestra siguiente obra. Y el viaje iniciático hacia las letras, que puede durar años, o décadas, habrá valido la pena.
Escribe. Llueva, haga sol, nieve, o sea el fin del mundo. Cada palabra escrita es una liberación del alma. Y esa liberación es la forma más hermosa, completa, y absoluta, de felicidad que podremos disfrutar, y compartir con los demás. Merece la pena.
Impresionante artículo, muy gráfico y real. El paradigma literario ha cambiado, se ha masificado: se publica mucho pero se vende muy polarizado y la escritora de la que hablas somos muchos. Las editoriales ya no están al lado de los escritores, lanzan tiros al aire a ver cuál triunfa. Y ya no digo las aprovechadas que comentas, también las grandes. Yo he publicado con Pengüin Random y no he sentido ventaja ni apoyo. Tampoco les culpo, esto se ha masificado y así son las cosas.
Los que tenemos que reaccionar somos los escritores, darnos cuenta de que las editoriales ya no son un santo grial, ni siquiera un mal necesario. Yo actualmente solo leo autoeditado, yo elijo lo que leo y los escaparates ya no me afectan. Elijo yo. Y he leído cosas muy buenas. La ventaja de esto es la cercanía a los autores, que ya no son estrellas mediáticas sino personas comunes que tienen cosas muy interesantes que decir.
Esa es mi propuesta, ser selectivos y aprovechar este nuevo paradigma para diversificar. Confío en la capacidad de discernir que nos da la lectura para que este modus operandi triunfe. Puede que así no se haga nadie rico, pero las élites literarias no secuestrarán esta ilusión literaria que tenemos muchos. Gran artículo el tuyo, compañero. Un saludo!
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No podría estar más de acuerdo. Efectivamente, si no tenemos a las editoriales, tenemos nuestro trabajo, y tenemos el esfuerzo y la ilusión que ponemos cada día con para llevar nuestras letras a todas partes. Muchas gracias por tus palabras y un fuerte abrazo.
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