Este es un fragmento de «La isla de las mil promesas» relato incluido en el libro «La luz de Asynjur», saga Aesir-Vanir. Mediados del siglo XXVII. La joven princesa Skadi, que luego será reina en «La insurrección de los Einherjar», es aquí una joven alocada de quince años, que realiza su primer viaje sola. Ha ido a la isla de Rakiura, para explorar la isla. Pero de pronto ha aparecido una extraña dama, que la ha interrogado por su presencia.
Skadi preguntó:
—¿Eres Nuestra Señora, la Divina Atenea? —La dama sonrió.
—No soy una diosa, si a eso te refieres. Mi nombre es Idún, y vivo en estos bosques desde hace años.
—¿Y qué haces aquí? ¿Vives con alguien?
—Vivo sola. No es mi misión tener compañía.
—¿Y cuál es tu misión?
—Eso depende. —Skadi frunció el ceño.
—No te entiendo.
—Depende de a quién tenga delante. Si es a una joven princesa terca y cabezota, mi misión es esperar su llegada a este bosque. A este lado del río. A este claro a la luz de la Luna.
—Pero nadie sabía que iba a llegar hasta aquí. Ni siquiera mis padres.
—Tú sí lo sabías, ¿no es así? De todas formas, tus padres te han enviado a esta isla para que crezcas en experiencias, y para que combatas tus miedos, tus temores, tus dudas. Quieren que la princesa se convierta en reina, la joven en mujer, y la imprudente en precavida, reflexiva, y cautelosa. Mi misión es que tu camino se abra ante ti, para que puedas caminar segura en las difíciles decisiones que te esperan en la vida.
—¿Eres una enviada de mis padres? —Idún sonrió de nuevo, y respondió:
—No, mi dulce princesa: eres tú la que me envías.
Idún hizo un gesto con la mano, Y Skadi entendió que quería que la acompañara. La princesa comenzó a recoger sus cosas, pero Idún la interrumpió:
—No temas, puedes dejar tus cosas aquí. No las necesitarás. Skadi dudó unos instantes, pero la fuerza y convicción de aquella dama eran enormes. Dejó sus cosas, y caminó en silencio con Idún en dirección al oeste, a través del bosque. Al cabo de un rato, Skadi preguntó impaciente:
—¿A dónde vamos? —Idún la miró extrañada.
—No sé a dónde vamos. Tú comenzaste a caminar. Yo te sigo.
—Eso no es cierto —negó Skadi—. Me has indicado el camino. Con la mano.
—¿Yo? Qué va. Estaba quitándome una pelusilla del vestido. En ese momento te pusiste a caminar, y yo te seguí.
—¿Me tomas el pelo? —Preguntó Skadi con enojo. —Idún se detuvo, y observó a Skadi con los brazos cruzados.
—¿Yo? Me parece que no comenzamos muy bien, mi joven e impetuosa princesa.
—Eso creo yo —confirmó Skadi.
—¿Tú sabes a dónde vamos?
—No. Tú has indicado el camino. Yo te he seguido.
—Así que alguien a quien no conoces te dice que la sigas, y tú obedeces. ¿No es así? ¿No te das cuenta?
—¿Cuenta de qué? —Preguntó Skadi sorprendida.
—Eres una princesa. Serás una reina en el futuro. ¿Cómo se te ocurre seguir a alguien solo porque te lo pide?
—Pero…
—Pero nada —cortó Idún—. Si has de ser una gran líder, son los demás los que han de seguirte y obedecerte. Siempre. ¿Has entendido, princesa cabezota?
—Sí, supongo que sí —contestó Skadi bajando la cabeza.
—¿Y ahora? ¿Vas a seguir cometiendo errores? —Skadi comenzó a impacientarse.
—¿Qué error he cometido ahora?
—¿Cómo permites que alguien te diga que eres cabezota, y te dé consejos sin más?
—Pero…
—Pero, pero. ¿Sabes decir algo más que “pero”? Los grandes líderes, los grandes reyes, escuchan lo que se les dice, pero no se dejan amilanar por palabras huecas y gentes que les someten. Tienes que tener tu propio criterio, Skadi.
—Es… ¡es muy complicado! —Idún negó con la cabeza.
—Veo que voy a tener mucho trabajo contigo. Ahora, sigamos.
—¡Seguiremos cuando yo lo ordene!
—Vaya, la señorita se ha enfadado —comentó Idún.
—¿No me has dicho que se me ha de obedecer?
—Sí, es cierto; pero eso no significa que puedas imponer tu criterio libremente y con exigencias. Si das una orden, debe ser con calma, con respeto, y con una intención clara y precisa. Y, por supuesto, sin imponer tu liderazgo. Los verdaderos líderes, Skadi, lo son cuando la gente los acepta como tales, no cuando se les impone por ley.
—¿Y por qué me explicas todo esto?
—¿Cómo que por qué? ¿No vas a ser reina?
—Sí, voy a ser reina.
—Si has de ser reina, debes aprender que de ti dependerán muchos, y que la calma, la tolerancia, y el respeto, serán la base para crear un mundo donde todos puedan vivir en paz y armonía. Ven, te lo demostraré…
De pronto, el bosque desapareció. Una luz impresionante apareció blanca y brillante, pero no hacía daño a los ojos. Skadi quiso decir algo, cuando, de pronto, se encontró en un camino empedrado. Al fondo se podía ver una ciudad. Era muy distinta de cualquier otra que hubiese visto antes. Edificios bellísimos de piedra se podían ver por todas partes, y en lo alto de una colina, un conjunto de edificios todavía más bellos, con una enorme estatua que Skadi reconoció enseguida. Exclamó, señalando con el dedo:
—¡Es Nuestra Señora, la Divina Atenea! ¡Está ahí, esa estatua!
—Así es, joven princesa. Esa es la estatua de Atenea Promakhos, defensora de la ciudad, y garante de su supervivencia. Y esos edificios tan bellos son la Acrópolis de Atenas. —Skadi se dio cuenta de que algo raro ocurría:
—¿Dónde estamos? ¿Dónde está el bosque?
—¿Qué bosque? No recuerdo ningún bosque. Caminábamos cuando te has detenido, y has señalado la estatua. —Skadi se dio por vencida. Aquella dama era realmente muy rara.
Fue entonces cuando Skadi vio llegar desde la ciudad a una comitiva. Varios hombres escoltaban a otro que caminaba en el centro. Llevaba un extraño casco sobre la cabeza. El hombre, sorprendentemente, se dirigió a Skadi, y la interpeló:
—Princesa Skadi, mi nombre es Pericles, líder de la ciudad de Atenas, y tengo el honor de haber sido elegido por mi pueblo para representar a mi ciudad. En mi nombre, y en el de mi pueblo, os doy la bienvenida. Quieran los dioses que vuestra estancia en nuestra ciudad sea de vuestro agrado, y que podamos acordar beneficios mutuos para nuestros mundos. —Skadi miró de reojo a Idún, que con un gesto con la mano le dejó claro que debía contestar a aquel hombre.
—Eeeh… Hola, señor… Pericles… Yo soy Skadi, princesa del Reino del Sur, y me siento muy feliz de encontrarme en vuestros brazos, quiero decir, en un abrazo de amistad eterna entre nuestros pueblos. —Skadi se giró hacia Idún, que con las cejas alzadas y cara de preocupación le movía el dedo como diciendo que no la mirase. Pericles le preguntó:
—¿A quién miráis, noble princesa? —Skadi se volvió a Pericles. Era evidente que ni él ni su escolta podían ver a Idún.
—A nadie… Solo bromeaba.
—Ah, sí, me han dicho que tenéis muy buen humor. Y buena puntería con el arco.
—Soy la mejor con el arco —aseguró Skadi orgullosa.
—Demostradlo.
Skadi se quedó asombrada. Pero, antes de que quisiese darse cuenta, ya tenía a un soldado hoplita griego a su lado, entregándole un carcaj con flechas y un arco. Era muy diferente del suyo, pero ella no iba a intentar poner excusas. Pericles indicó un árbol cercano, y sobre el mismo colocaron una diana.
Pericles disparó primero. Casi dio en el blanco. Luego lanzó Skadi. La flecha ni siquiera tocó el árbol. Se escucharon algunas risas contenidas. Skadi sacó otra flecha. Dio en el borde del árbol, más cerca, pero sin tocar la diana siquiera. Otras risas se oyeron alrededor. Pericles miraba fijamente a la princesa. Esta dijo con enojo:
—Este arco está defectuoso. Me has engañado con un arco mal equilibrado. No es justo. —Pericles negó con la cabeza, y respondió:
—No es el arco el que falla. Es tu brazo. ¿No lo ves, joven princesa?
—¿Qué he de ver?
—Que este arco es distinto a los que tú has usado en el pasado. Conocer un arco no significa conocerlos todos. Que sepas reinar en un mundo no significa que puedas reinar en todos. Cada arco tiene su técnica y su estilo, y cada mundo tiene su rey, y sus reglas. Cuando aprendas que otros reinos distintos al tuyo tienen otros reyes, y otros arcos requieren de otras técnicas, crecerás como princesa, crecerás como arquera, y habrás dado un gran paso para convertirte en reina…
Pericles dijo esa frase, y, de pronto, desapareció. Estaban de nuevo en el bosque de la isla de Rakiura. Idún estaba a unos metros, sentada en una piedra, leyendo un pergamino, al lado de un pequeño río que serpenteaba por el bosque. Skadi no entendía nada. Se acercó a Idún, y preguntó:
—¿Qué ha ocurrido? ¿Dónde está Pericles?
—Eso no importa, joven princesa —respondió Idún indiferente—. Has suspendido la prueba del arco.
—¿Qué prueba? ¿Eso era una prueba?
—Todo en la vida es una prueba, joven princesa. Aquella en la que tú has de adaptarte al arco, y no el arco a ti. Cada nuevo reto es diferente en la vida, Skadi. Cada nuevo problema supone comenzar de cero. Puedes valerte de la experiencia de momentos pasados. Pero un arco nuevo, distinto al tuyo, te hará aprender otra técnica. Cuando seas reina, tu reino tendrá una forma, y un estilo. Pero deberás aprender que otros reinos tienen otras formas, otros estilos. Y deberás adaptarte a ellos si quieres que ellos se adapten a ti, te comprendan, y te respeten. ¿Te ha quedado claro?
Esta historia pertenece a la saga Aesir-Vanir, y cronológicamente se situa unos años antes de «La insurrección de los Einherjar», donde Skadi, ya como Reina del Sur, tendrá un papel primordial en la lucha de su pueblo contra una amenaza total.
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