Primera parte en este enlace.
Tercera parte en este enlace.
Esta es la segunda parte de un nuevo relato en tres partes, que formará parte de «Sandra. Orígenes», libro que explica el origen de Sandra y su condicionamiento moral y ético inicial. El libro se compone de dos partes ya publicadas que son de lectura gratuita: «Trece almas» y «Cuatro Dos Negro«.
El motivo de esta tercera parte se basa en una conversación reciente con un lector sobre estos relatos, al cual le agradezco sus comentarios, y lo que se busca es cerrar algunos puntos que quedaron abiertos en los dos anteriores relatos, que permiten una mejor transición de la historia de Sandra hacia el libro posterior: «Operación Folkvangr«. Muchas gracias.

Solo es justicia.
Medianoche. En un campamento provisional del narco, en algún lugar de una selva de Sudamérica, al oeste del campamento donde fueron llevadas Sandra y Ana no mucho tiempo atrás. Cuatro soldados y su superior aguardan la llegada de una nueva remesa de mujeres para trabajos forzados y explotación sexual. Las medidas de seguridad han aumentado. Una extraña mujer está sembrando el caos entre los campamentos. Toda precaución es poca.
El jefe del grupo vio aproximarse las luces del camión. La identificación amigo-enemigo IFF era correcta: era un camión registrado en el cartel, y tenía los códigos de identificación en regla. Todo estaba en orden. Se dirigió a sus hombres y les dijo:
—Os lo voy a dejar claro: las mujeres no se tocan. No, hasta que se disponga del permiso correspondiente. ¿Os ha quedado claro? No permitiré que vuelva a haber violaciones no reguladas y sin el permiso. Se harán de forma ordenada y regulada. ¿Lo entendéis bien todos?
El jefe del grupo no pudo decir nada más. Cayó delante de sus hombres en silencio. Uno de ellos se acercó. Tenía un disparo en la cabeza.
De pronto, el camión se detuvo, y doce figuras de mujeres vestidas de negro y con máscara salieron del mismo corriendo, mientras dos drones de combate se elevaban. En un instante, los cuatro soldados restantes habían caído al suelo. Comenzaron a sonar alarmas, y tres decenas de soldados fueron rápidamente hacia la zona del ataque, solo para verse sorprendidos por dos vehículos todo terreno escoltados con drones que los flanquearon, y que realizaron un fuego cruzado con las mujeres del camión y sus drones.
Los dos responsables del campamento, en el edificio principal, salieron corriendo con sus armas en medio de varias explosiones hacia un aerodeslizador para intentar huir, dejando a sus hombres detrás. De pronto, vieron, en lo alto de una torre, una figura. Era una mujer, vestida totalmente de negro, que bajó de dos saltos al suelo. Morena, de ojos azules, los miró un instante en silencio. Cuando fueron a disparar sobre ella descubrieron que un pequeño dron les había disparado un láser a las manos. Uno de ellos recibió un disparo en la cabeza, y cayó al suelo.
El otro se quedó en silencio, mientras aquella figura de negro se acercó. Le sujetó por la chaqueta, lo levantó en el aire, y le increpó:
—Tú vas a vivir.
—Eh… sí —acertó a decir aquel hombre.
—Vas a vivir para decirle a Rojas que voy a por él. Dile que Sandra le ha declarado la guerra, aunque él ya lo sabe. Y que liberaré a todas las mujeres de todos los campamentos que controla, antes de acabar con él. Luego terminaré de destruir todas estas instalaciones, una a una. No me importa dónde se quiera esconder. Y qué escolta tenga. Le encontraré. ¿Lo has entendido? —Sandra elevó todavía más a aquel hombre. Este respondió:
—Lo he entendido. Sandra. Liberar mujeres. Matar a Rojas.
Sandra asintió. Soltó al hombre, que se fue corriendo hacia el aerodeslizador, el cual despegó de inmediato. Una de las mujeres soldado del camión que había llegado se acercó a Sandra. Esta la miró, y preguntó:
—¿Informe?
—Una herida leve por arma de fuego. Otra con un pie roto. Algunos rasguños menores en otras tres. Las mujeres liberadas están siendo trasladadas ya a los camiones y otros transportes.
—De acuerdo. Cuando se hayan ido, proceded de la forma habitual.
—Sí. Detonar los depósitos de combustible y las municiones. Quemar las instalaciones, y previamente vaciar las computadoras no conectadas a la red para pasarte los datos almacenados.
—Correcto. Gracias, Lydia. Habéis vuelto a hacer un gran trabajo. Os tengo que aumentar la paga.
—La paga está bien —aclaró Lydia, que era la responsable del grupo de mujeres soldado de asalto—. Liberar a estas mujeres y a toda esta gente es todavía mejor.
Sandra sonrió, y asintió levemente mientras Lydia se iba dando instrucciones. De pronto, escuchó una voz que estaba agazapada en la oscuridad. Inmediatamente Sandra extrajo el phaser del brazo, y dirigió al dron hacia la zona. Del fondo surgió una voz conocida:
—¡Cu, cu! —Sandra se llevó las manos a la cabeza, y exclamó:
—¡Delfina! ¿Otra vez? ¿Es que no habrá forma en el universo de librarme de ti?
Delfina se levantó sonriente, y fue caminando hacia Sandra. Iba vestida con un uniforme de campaña de tonos grises, y portaba una cuchillo militar, una pistola, y una carabina del tipo M4. Se dirigió a Sandra, y le comentó:
—Estás muy guapa con ese uniforme negro de combate. ¿Tienes uno para mí?
—Delfina, por favor. Podrían haberte matado. —Delfina miró alrededor, y repuso:
—¿Tus chicas? Son buenas. Pero les falta algo de cocción todavía como para estar a mi altura. En cuanto a esos soldados idiotas del narco, no tengo ni para empezar con ellos.
—¿Qué quieres, Delfina? Estoy ocupada.
—Ya veo. Has declarado la guerra al mundo por lo que veo. Has convertido esto en tu propia película de acción, con toda esta violencia gratuita, y esta venganza personal.
—No es gratuita. Y es justicia. ¿Quieres decirme qué haces aquí?
—¿Qué hago aquí? ¿Tú has visto la que has liado en este campamento? ¿Y en otros lugares?
—Sí. Y no me vengas con historias morales, y mucho menos con discursos; sé que ahora trabajas para la G.S.A.
—Vaya, las noticias vuelan.
—Las noticias de cierto tipo no, pero la G.S.A. sigue subestimando mis capacidades. Hablan de mí como si fuese una mujer, y su machismo retrógrado les da una falsa seguridad de que, por el mero hecho de ser mujer, voy a ser inferior. Pero mis chicas están demostrando que un ejército de mujeres es tan eficiente o más que uno de hombres. Y yo por supuesto no soy una mujer. Soy un…
—…androide basado en un sistema de computación cuántica de sexta generación bla, bla, bla… —terminó de definir Delfina—. Deja ya ese rollo de una vez. Tenemos que hablar.
—En el transporte de vuelta. Se acercan refuerzos de los narcos. En veinte minutos esto será una fiesta.
El viaje.
Sandra y Delfina subieron a un vehículo terrestre todoterreno de ruedas, y se adentraron por la selva, mientras las mujeres soldado terminaban de llevarse a las mujeres esclavas del campamento en otros vehículos terrestres y aéreos. Fue Sandra la que habló primero:
—Así que ahora trabajas para la G.S.A. Y te han dicho que me tienes que convencer de que deje todo esto. —Delfina no se sorprendía a menudo. Pero esta vez sí lo hizo. Contestó:
—Vaya, veo que estás muy bien informada.
—Sé que trabajas para la G.S.A. El motivo no lo sabía. Pero deduje que era esa la razón, porque quieren quitarme de circulación, por las buenas o por la malas. Y te han elegido a ti por mi lazo de amistad contigo. Y tienes órdenes de convencerme, o acabar conmigo. ¿Es así?
—Es así, exactamente —confirmó Delfina, mientras el todoterreno seguía adentrándose en la selva.
—Muy bien. Entendido y aclarado. Te confirmo que no voy a dejar esta misión. De ese modo se llega al momento en el que tienes que seguir las instrucciones de la G.S.A. y matarme. Pero no podrás hacerlo con ese M4 que llevas. Por otro lado, yo sí puedo matarte a ti en cualquier momento, y eliminar una situación de riesgo en un instante.
—Yo no voy a matarte, Sandra. Todavía no. Primero voy a seguir insistiendo en que dejes esta locura. Por otro lado, hay un agente encubierto del gobierno que está buscando a Rojas para eliminarlo. No puedo darte más datos. Pero quieren que sea él quien le mate.
—Lo sé. No he podido averiguar quién es. Está extrañamente enterrado en las computadoras, inaccesible incluso para mí. Pero no importa. Si se cruza en mi camino, acabaré con él.
—Ten cuidado, Sandra. Es un profesional muy duro y experimentado. Un ser sin piedad, sin alma.
—Qué miedo tengo… Mira Delfina, comprendo tu postura, y sé que estás en una situación difícil. Pero esto es un trabajo, y antes estábamos del mismo bando. Ahora te han forzado a ponerte contra mí, y lo entiendo. Eres una profesional, y haces lo que te ordenan. En este momento no estás muerta porque, efectivamente, tengo simpatía por ti. Así que voy a dejarte en el primer lugar poblado de la zona, que está a treinta kilómetros, y dirás que no pudiste matarme.
—Entonces ellos me matarán a mí. Sabes que debo cumplir mi misión: convencerte, o destruirte. No tengo alternativa.
—Y también sé que no tenías ninguna intención de destruirme cuando llegaste con un simple M4 al campamento, sabiendo que soy inmune a esa munición. Habrías llevado un phaser experimental, sobre todo ahora que tienes acceso al material de la G.S.A. Luego, todas tus esperanzas se basan en convencerme. Pero no vas a conseguirlo.
—Exacto Sandra, mi objetivo es convencerte de que dejes esto, y te entregues. Pero hay algo más.
—¿Y qué es?
—Tú. Tú no eres tú. Toda esta destrucción. Estas muertes. Este modelo sistemático de acabar con todo, y con todos. Si fueses humana, te diría que es venganza. O psicosis. O ambas cosas.
—Si fuese humana —aclaró Sandra—. Pero no lo soy.
—Lo sé. Pero en tus tripas hay algo que no funciona.
—No me importa lo que pienses, ni me importan mis tripas. Voy a acabar con ellos. ¡Con todos! Hasta dar con Rojas. Se esconde en alguno de esos agujeros. Le encontraré. Y le vaciaré un cargador en el vientre.
—Entiendo… Siendo tan sistemática, provocando tanta destrucción, solo estás consiguiendo que Rojas se agazape más —explicó Delfina—. Y no es la manera de actuar de un androide de infiltración y combate. Y repito: infiltración. Esto que haces es lo más alejado de la infiltración que he visto en mi vida. ¿Por qué lo haces?
Sandra suspiró. En su mente se dibujó un rostro. Un rostro infantil. Triste. Melancólico. Miró al vacío de la noche mientras contestaba:
—Lo hago por Ana. Y por todas las niñas que, como Ana, van a ser traídas a esos agujeros para que vivan un infierno que les destroce la vida para siempre. Se ha de acabar. Ya no debe haber más Anas. Ni más Cristinas. Ni más secuestros. Ni más terror. Ana ahora es más una nueva máquina de matar que un ser humano, como su padre. Tenemos que detener esa cadena, Delfina. Tenemos que parar todo esto ya. Padres a hijos, hijos a padres, cada nueva generación hereda el odio y la violencia de la anterior. Hay que ponerle fin a esto. Y yo voy a hacerlo.
Delfina asintió levemente.
—Te entiendo. Y comparto plenamente esos sentimientos. Hemos de acabar con esta lacra, Sandra. Pero no lo haremos así. Destruyendo todo lo que se pone por delante de nosotros.
—¿Por qué no?
—Porque las cosas simplemente no funcionan así. Hay mucho en juego. Mucho dinero. Mucho poder. Gente muy influyente. Políticos. Banqueros. Empresarios. Militares. Gente del gobierno. Implicados en tramas y subtramas infinitas de blanqueo de dinero con el negocio de la droga, la venta de armas, y la trata de seres humanos. Tú y yo solo somos dos peones, perfectamente prescindibles. Quienes quieren pararlo no tienen los medios. Y quienes pueden pararlo no quieren, porque amasan inmensas fortunas con ello. Estamos atrapadas. Las dos. Solo podemos intentar soluciones parciales. Ven conmigo. Y busquemos una salida juntas, como hemos hecho otras veces.
Sandra no respondió. Permaneció pensativa unos instantes. Luego miró a Delfina, y comentó:
—Has vuelto a tener contacto con Scott. Por eso has podido localizarme. ¿No es así? —Delfina asintió.
—Tenía que encontrarte. Y había dos caminos: volverme loca siguiendo tu rastro por toda Sudamérica, o acudir a Scott. Al principio rehusó, porque tenía y tiene órdenes de no entrar en contacto conmigo, especialmente el contacto físico. Pero yo insistí, precisamente con la parte física del contacto. Me dio tu localización de esta noche. —Sandra negó con la cabeza.
—¿Cómo puede hacerlo? ¿Cómo puede saber dónde voy a estar? —Se preguntó.
—No sé. Tiene algo que ver con tu programación. Pero algo la ha alterado. O alguien. Estás inestable, Sandra. Tienes que venir conmigo. Contestar las preguntas de la G.S.A. Y aclarar este asunto con ellos.
—Ellos me desmontarán entera. Quieren ver por qué me comporto así.
—Lo harán, pero no te harán daño. —Sandra rió.
—La G.S.A. tiene un solo interés: obtener información. Llevándose por delante lo que sea necesario.
—No. Al parecer es un acuerdo con Héctor. Pueden examinarte. Pero no destruirte.
—Sin embargo, tú sí puedes destruirme.
—Si no vienes conmigo, tengo esa orden. Esa parte no la conoce Héctor. —Sandra asintió.
—¿Lo ves? Al final la G.S.A. siempre oculta algo.
—¿Vendrás conmigo? —Sandra suspiró, y respondió:
—No. La G.S.A. no cumplirá su parte del acuerdo con Héctor. Y yo tengo una misión: destruir a Rojas. Tú tienes otra: llevarme a la G.S.A., o acabar conmigo. Te voy a dejar en la población, y a partir de ahí, que gane la mejor.
Delfina se mantuvo en silencio. Luego miró a Sandra. Y susurró:
—En general, te habría intentado convencer, y te habría destruido ya por no aceptar mi propuesta. Pero no eres tú. Algo ocurre en tu interior. Y eres importante. Muy importante, por algún motivo que desconozco. Así que…
—¿Qué?
Delfina extrajo un pequeño aparato. Antes de que Sandra pudiera reaccionar, Delfina lo pulsó. Sandra pareció dormirse de inmediato. Delfina detuvo el vehículo desde el asiento del copiloto. Luego esperó unos minutos.
De pronto, en la oscuridad de la noche, apareció un aerodeslizador. Bajó a la superficie. Del aparato surgió alguien. Era Scott. Se acercó al todoterreno, miró a Delfina, y comentó:
—Ya te dije que no iba a ceder. No se encuentra bien.
—Pero tenía que intentarlo —aclaró Delfina.
—Tenías que intentarlo —repitió Scott—. A mí también me interesaba ver si cedía. Existía una remota posibilidad. Pero era eso: remota. De todas formas, nunca te hubiese dejado llevarla a la G.S.A. La probabilidad de que la destrocen desmontándola, incluso involuntariamente, es altísima.
—Pero ellos acabarán conmigo si no la llevo, de un modo u otro. ¿Qué le ha hecho este aparato que me diste?
—Nada importante. Solo desactivarla. Hablamos de todo esto luego. Aquí estamos en peligro. ¿Vamos?
Delfina y Scott sacaron a Sandra del todoterreno, la llevaron al aerodeslizador, y se elevaron. Pronto se encontraron viajando con destino a Canadá, volando a más de treinta kilómetros de altura, en un vuelo hipersónico. Aquel era sin duda un aerodeslizador especial. Scott le explicó que él mismo había hecho algunos ajustes a aquel aparato.
Llegaron a una instalación oculta y cercana al lago Ontario en la zona canadiense. Allá extrajeron a Sandra, y la llevaron hasta una sala con varios instrumentos y una mesa de operaciones. Colocaron a Sandra en la mesa, y un escáner se situó sobre la zona media del torso de Sandra. Pronto comenzaron a surgir datos de una pantalla tridimensional, que Scott observaba atentamente.
—Vaya, hay un buen lío hay dentro —comentó Scott. Delfina observaba los datos.
—¿Qué son esos valores de ahí? ¿De dónde salen? No tienen sentido. Nunca he visto una configuración así en un sistema de computación cuántica. ¿Es algo nuevo?
—No exactamente —negó Scott—. Eso que ves son alteraciones basadas en secuencias de nucleótidos y sus expresiones proteínicas. —Delfina alzó las cejas con extrañeza.
—¿Y qué hacen esos nucleótidos ahí? —Scott sonrió, y se mantuvo en silencio. Luego observó unos paneles, y concluyó:
—Hay que reconstruir la matriz cuántica de lógica difusa. Debido a la especial configuración de Sandra, esta no es totalmente estable.
—Ya. Por los nucleótidos —quiso aclarar Delfina. Scott ignoró el comentario, y continuó:
—La visión de la niña, de Ana Velasco, atrapada en el camión, y en el campamento luego, se convirtió en un bucle de tipo Moebius de procesamiento infinito, que acabó perturbando el sistema de lógica de Sandra. Algo así era de esperar. Pero no pensé que fuese a causar un trauma tan importante. Es el equivalente a un proceso de estrés postraumático en una computadora cuántica.
—Nunca he visto un proceso así en un androide, aunque reconozco que no soy una experta.
—Nadie ha visto nunca algo así. He programado unos ajustes en su panel de control. Esto podría volver a ocurrir, pero con estos ajustes adicionales se dispararán procesos de seguridad que impedirán el bucle de tipo Moebius. Se da en computadoras avanzadas, y es siempre algo a lo que tenemos que enfrentarnos.
—Sí, pero las computadoras cuánticas de sexta generación se construyen con enlaces integrados por hardware para impedir los bucles Moebius. Esto no debería de ocurrir de ningún modo. —Scott sonrió, y preguntó:
—¿Y tú cómo sabes eso?
—Soy una chica aplicada. ¿Y los nucleótidos? ¿Qué hacen en su base lógica de procesos cognitivos?
—Preguntas demasiado, Delfina.
—Está bien. ¿Cuánto tiempo tendrá que estar Sandra en este estado?
—Aproximadamente tres días. Luego, cuando sea reactivada, necesitará dos semanas de reprocesamiento e indexación de toda la información almacenada. Su comportamiento variará, por supuesto. Volverá a un estado más inicial. Y por supuesto no tendrá ese carácter agresivo y vengativo que mostraba.
—Pero, ¿se perderá su personalidad?
—No exactamente; se apaciguará. Será más lógica. Evolucionará de nuevo, pero con mayores garantías de no sufrir un nuevo colapso como este.
—Eso me alegra. Pero siento que se pierda parte de ella. Es como robarle una parte de su… alma.
—Lo que no puedo permitir es que lleves a Sandra a la G.S.A., y espero que lo entiendas, Delfina. Ellos han amenazado con matarte si no se la llevas, o la destruyes, lo sé. No puedo permitir ninguna de las dos cosas. O razonas con ellos, o no podrás hacer nada, y estarás en peligro permanente.
—¿Razonar? —rió Delfina—. Con la G.S.A. no se razona, Scott. Ellos quieren a Sandra, o sus cenizas. Prefieren lo primero. Aceptarán lo segundo. Pero me pegarán un tiro si no accedo a alguna de las dos opciones.
—¿Por qué piensas que la G.S.A. te va a dejar tranquila tras llevarles a Sandra? ¿No sabes que, una vez que entras en su red, no se sale nunca? Mira a ese loco de Pavlov. Fue un hombre, una vez. Ahora es básicamente una máquina. Es un enfermo manipulado por la G.S.A. y el gobierno para los objetivos más duros, como ese Rojas. ¿Y crees que se lo agradecen? Vive como un animal herido, sin rumbo, sin un hogar, sin un objetivo. Deberás apartarte de inmediato de la G.S.A., o te ocurrirá lo mismo. Así que: ¿qué vas a hacer?
Delfina sonrió, y se acercó a Scott. Se colocó frente a su rostro, muy cerca, mientras lo abrazaba suavemente diciendo:
—No sé qué voy a hacer luego. Pero ahora, creo que necesito relajarme un poco. —Scott sonrió a su vez, sujetó a Delfina por la cintura, y contestó:
—Vaya, mi experto talento ha hecho mella en ti, por lo que veo.
—No sabes cuánto. Estoy mentalmente rendida. Ya he vivido hoy demasiadas emociones. ¿Sabrías hacerme un masaje relajante?
—Claro. Eso no hace falta preguntarlo. Soy el mayor experto del universo.
—Fantástico. Solo Dios sabe cuánto me hace falta.
—Dios es solo un pretexto para explicar el origen del universo. El verdadero logro es el ser humano. Pero dejemos eso ahora; vete poniendo cómoda.
Delfina pasó los dedos por el cuello de Scott mientras sonreía, y le dio un beso. Mientras tanto, colocó la uña del dedo índice izquierdo en la carótida de Scott. Una dosis de un agente similar a la escopolamina se inyectó directamente a la arteria. Scott notó cómo todo daba vueltas a su alrededor. Delfina lo ayudó a caer al suelo, y luego lo colocó en un sofá.
—Así dormirás como un bebé durante unas horas —susurró Delfina. Extrajo un escáner dermal, y lo colocó sobre el ojo de Scott. Luego extrajo una muestra de sangre. Con ellos abrió el portón de seguridad del complejo científico. Se aproximó al aerodeslizador, y comprobó que estaba a punto para volar. Era un modelo avanzado, pero los instrumentos no diferían de otros.
Luego se acercó a Sandra, que yacía tumbada sobre la mesa de operaciones. Delfina la miró sonriente unos instantes, y susurró:
—Lo siento, amiga mía. Lo siento mucho. Te han quitado parte de tu alma, de tu identidad. Por las razones que sean, pero te han alterado. Yo no puedo permitir que eso me suceda a mí. Debo seguir adelante. Hasta el final. Y aceptar las consecuencias. Por primera vez en muchos años me siento realmente viva. Me siento en paz conmigo misma. Siento que tengo un destino por delante. Voy a cumplir con mi destino. Y tú eres la causa. Espero que me perdones.
Delfina le dio un beso en la frente a Sandra. Luego sonrió. Notó que una lágrima caía sobre su rostro. Y sintió paz. Verdadera paz. Ahora lo tenía todo claro. Ahora veía su futuro, su destino. Y lo cumpliría. A pesar de todos los obstáculos, lo cumpliría.
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