Cuatro Dos Negro (I)

Segunda parte en este enlace.

«Cuatro Dos Negro» es la continuación de «Trece almas», donde pudimos ver a Sandra en su primera operación. «Trece almas» se encuentra en Amazon y en descarga gratuita, y es un relato donde se comienza a perfilar el modelo psicológico y de comportamiento de Sandra, que luego se irá desarrollando en los posteriores libros de la saga Aesir-Vanir.

«Cuatro dos negro» quiere cerrar algunos aspectos que quedaron abiertos en «Trece almas», e investigar un poco más en el desarrollo emocional primario de Sandra, algo en lo que llevo trabajando cinco años y nueve libros. Pero quedaba explicar el origen, el inicio fundamental. De ahí que me haya animado a escribir «Trece almas» y ahora este relato.

Este texto seguirá el mismo procedimiento que «Trece almas». Se publicará en varias partes, y luego se convertirá en libro en Amazon, estando también disponible de forma gratuita aquí, en el blog. Cada cual podrá escoger la opción que estime más conveniente. Muchas gracias.

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Cuatro Dos Negro – Saga Aesir-Vanir

Todo está en la mente.

Héctor dio una calada a su eterna pipa en la intimidad de su despacho, que era a la vez su refugio. El humo blanco surgió suavemente, moviéndose lentamente, y dibujando extrañas formas.

Luego golpeó suavemente la cazoleta contra una pequeña obertura de la mesa. La ceniza cayó, desapareciendo inmediatamente. Aquel era el único placer que se había dado a sí mismo en los últimos cincuenta años. Fue en ese momento cuando alguien llamó a la puerta de su despacho.

—Pase. Está abierto —comentó mientras buscaba algo más de tabaco entre sus bolsillos. La puerta se abrió ligeramente. Apareció un rostro con dos ojos azules y una suave sonrisa.

—¡Hola! ¿Se puede?
—Sandra, querida, siempre es un placer verte. Pasa, por favor. Y toma asiento. No te quedes en la puerta.

Sandra entró, cerrando la puerta suavemente. Vestía su clásico mono negro, con botas también negras. Ropa sencilla basada en nanofibras de grafeno, capaces de detener un proyectil del calibre doce, aunque su piel era capaz de incluso más. Se sentó en la única silla frente a la mesa del despacho de Héctor. Este se tomó unos momentos para preparar la cazoleta. Luego sonrió, y comentó:

—Cada día estás más guapa. Hasta yo me podría enamorar de ti, si tuviese cincuenta años menos.
—Gracias. Eso es muy halagador —contestó Sandra sonriente.
—No me las des. No sabes lo complejo que fue diseñarte para que fueses realmente perfecta. No es tan sencillo como parece crear el cebo ideal para atrapar y engañar a hombres incautos, que se dejan llevar por la pasión de un rostro perfecto. Y a algunas mujeres incautas también. No solo es el aspecto claro, tu programa de interacción humana fue particularmente brillante, muy superior a los de otros modelos QCS-60. Hay tres décadas de desarrollo en neurocomputación cuántica en tu interior.
—No debería fumar —advirtió Sandra—. El tabaco no es bueno. —Héctor sonrió. Luego contestó:
—No deberíamos hacer tantas cosas en la vida, que al final es mejor hacerlas para no tener que estar recriminándonos que no las hicimos. Los pequeños placeres a veces acortan la vida. Pero hacen que haya merecido la pena vivirla.
—Es un punto de vista, señor —reflexionó Sandra. Héctor sonrió, mientras una cortina de humo se elevaba frente a él.
—Sandra, por favor, no me trates de señor.
—Claro… Héctor.
—Eso está mejor, querida.
—Me gusta que me llame querida. Me hace sentirme cercana a usted. No creo que me gustase oírlo en ninguna otra persona.
—¿Lo ves? Ya estás haciendo elecciones morales. Algo tan simple como tu comentario, indica que hemos superado todas nuestras expectativas puestas en ti. Eso es lo que te hace especial. Y te llamo querida porque eres muy especial para mí. Y para Leena. Y para otro hombre, que mantendremos en la sombra por razones que ahora no merece la pena discutir.
—¿Podré conocer a Leena?
—Más adelante. De momento, tendrás que tratar conmigo.
—Estoy encantada de tratar con usted.
—Siguen esos formalismos. Lo entiendo. Y, ahora dime qué es lo que te preocupa. Porque es evidente que hay algo dentro de ti que te inquieta.

Sandra se mantuvo pensativa unos instantes. Héctor ya sabía qué mantenía preocupada a Sandra. Pero quería oírlo de sus propios labios.

—Se trata de la misión. Fue un fracaso. Un completo fracaso.
—¿Sí? ¿Estás completamente segura? ¿Por qué? Obtuviste los datos que te habían solicitado. Y conseguiste transmitirlos por un medio seguro. Esos eran los parámetros de la misión. ¿No estás de acuerdo?
—Sí —confirmó Sandra—. Pero no pude evitar que Babila muriera. Y no pude detener a Cristina, a pesar de que estaba poniendo en peligro al resto de mujeres secuestradas. Tuvo que ser Delfina la que actuara. Sin ella, no sé qué habría pasado.
—Entiendo. De nuevo estás sumergida en un problema moral. El informe lo deja claro, Sandra. Babila se precipitó. Quería venganza. Y perdió el control. Es terrible. Pero no podías hacer nada.
—Pero, menospreciar a alguien por la cantidad de melanina que tiene en la piel no tiene sentido. —Héctor sonrió, y asintió ligeramente.
—Por supuesto, Sandra. Cualquier especie realmente avanzada de origen extraterrestre trataría a la humanidad como a una especie bárbara y monstruosa, por cosas como el asesinato y el odio por cuestiones tan triviales y absurdas como el color de la piel. Babila vivió toda su vida situaciones de odio racial y étnico. En ese momento tuvo en bandeja su venganza personal. Es comprensible que perdiera el control. Y es muy lamentable que eso la llevase a perder la vida. Babila es una víctima más de un sistema que nos clasifica por nuestro aspecto, origen, lengua, sexo, religión, y cultura. Y no será la última. Cada día mueren cientos, miles de personas por razones de odio, por el color de la piel, por cuestiones similares. Y tú, mi querida Sandra, no puedes hacer nada. Excepto intentar evitar las muertes que estén cerca de ti. Esa vez no lo conseguiste con ella. Ni con Cristina. No es culpa tuya. No te lo recrimines.

Sandra asintió levemente. Luego dijo:

—No permitiré que mi inoperancia y mis dudas me impidan actuar.
—Efectivamente, las dudas son peligrosas. En situaciones reales de estrés de combate, un microsegundo puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Pero tampoco es bueno precipitarse. Encontrar el equilibrio es muy difícil. Pero es algo a lo que nos hemos tenido que enfrentar todos. Hay gente que simplemente no lo supera. Que lo ha de dejar. Otros lo superan, no sin grandes sufrimientos y dolor, y pérdida de colegas, que muchas veces son también amigos. Pero, a veces, es necesario tomar decisiones difíciles. Cristina era una víctima de sus circunstancias. Nunca debió vivir esa vida horrible que vivió. Y nunca debió morir de esa manera. Pero no podemos juzgar su muerte solo por las circunstancias concretas de ese momento. Delfina actuó bien, dadas las circunstancias y el peligro inmediato que suponía que Cristina marchase con la droga, exponiendo a todas. Y te aseguró que Delfina no está precisamente contenta de hacer lo que tuvo que hacer. Al contrario, le afectó. Y mucho. Pero ella sabe que ha de mantenerse serena y fría. Porque perder el control, un solo instante, es perder la vida.
—¿Y dormirla? ¿O dejarla inconsciente?
—Es una posibilidad, a veces, por supuesto. Pero Cristina, al despertar, hubiese intentado de nuevo llevarse la droga. Llevarla a rastras drogada era imposible. Si la hubieses llevado tú como si fuese una pluma te habrías descubierto. Y había que salir de allí lo antes posible, antes de que llegasen fuerzas extrañas. Dejarla allí inconsciente suponía precisamente darle la oportunidad de actuar cuando despertase. La solución se redujo a una. Eso lo sabía Delfina. Lo calculó, y tomó la decisión, en un segundo. Porque ese es su trabajo: calcular riesgos, y tomar decisiones. Pero tú también lo sabías, ¿no es así?

Sandra bajó la mirada. Luego la levantó, y miró a Héctor.

—Sí. Lo sabía. Pero no quise reconocerlo. Me negaba a reconocerlo.
—Porque tus parámetros básicos incluyen salvar vidas, siempre como prioridad primordial. Eso será un conflicto para ti muchas veces. Tendrás que aprender a gestionar ese conflicto. Como hemos hecho todos. Delfina es humana, y te aseguro que sufre cada segundo de su vida por estas cosas. Pero es fuerte. O se hace fuerte. Tú tendrás que aprender a hacer lo mismo.

Ambos se mantuvieron en silencio unos instantes. Luego Sandra comentó:

—Haré lo que me dice. Haré lo que sea oportuno y necesario para la misión. Como hizo Delfina.
—Por supuesto que lo harás, y lo harás muy bien. Pero no tomes a Delfina como base. Crea tu propio modelo, tu propio estilo. Y, sobre todo, comprende una cosa, Sandra: no podrás salvar a todos los que quieras salvar. Habrá víctimas inocentes. A veces, verás cosas horribles que no podrás evitar. Te dolerá. Te apuñalará la mente. Y tendrás que vivir con ello. Recuerda: la misión es lo primero. La moral de dejar que una vida se pierda para salvar diez, o cien, o mil, es una de las decisiones más duras a la que tenemos que enfrentarnos. Al final, insisto una vez más, las decisiones se han de tomar. Lo contrario es el fracaso. Y la pérdida de muchas vidas inocentes. Sé que, en cada caso, harás lo más conveniente.
—Sí, Héctor. Lo haré.

Héctor asintió. Luego pulsó un botón. una imagen de Ana apareció flotando en el aire. Sandra susurró:

—Ana Velasco.
—Exacto. La niña que salvaste. Su situación allá era completamente ilógica. En realidad, estaba allá porque era un cebo para conocer las operaciones sobre el negocio del helio y el petróleo. Como sabes, el petróleo ha ido cayendo de precio debido a que está dejando de ser la fuente de energía primordial. La niña estaba allí como una víctima más del rapto. Pero su destino final era otro. Iba a ser ofrecida a un alto responsable de una empresa energética.
—¿Quiere decir que Ana era parte de un plan de infiltración para obtención de datos?
—Sí. Su propio padre la estaba usando para ser empleada como espía en una empresa de la competencia. Nosotros lo sabíamos, y queríamos obtener esa misma información que obtuviese su padre. Al intervenir tú, salvando a la niña, esos planes se perdieron.
—Pero Héctor, no podíamos permitir que la niña fuese violada.
—Naturalmente que no íbamos a permitirlo, y ese era el plan. Teníamos planificado su rescate mucho antes de que su integridad física estuviese en peligro. Pero, además, íbamos a obtener información de esas empresas del petróleo y sus operaciones, que amenazan a cientos de miles de personas en situaciones de semiesclavitud. Ahora la niña está liberada. Pero no tenemos los datos. Y el padre de Ana no volverá a usarla como cebo. Sería demasiado evidente.
—Pero eso es…
—¿Monstruoso? Naturalmente. ¿Crees que a esa gente les importa su familia? Hablan mucho de que la familia es lo primero. Es falso. Lo primero son sus negocios. Usarán a su familia si es necesario para obtener los beneficios que buscan. Y no solo pensábamos liberar a Ana; también al resto de mujeres. Delfina tenía dos misiones: vigilar tu primera misión, y actuar para liberar al resto cuando llegase el momento.
—¿Pensábais rescatarlas? Yo no sabía nada.
—Por supuesto. Nosotros no actuamos despreciando la vida humana. Al contrario, es nuestra primera prioridad. Aun así, perdemos vidas a menudo. Pero este mundo funciona así. Que Albert Clark te dijese que no importaba que esas mujeres fuesen a ser víctimas es algo que él conocía. Pero no conocía que nosotros teníamos una misión posterior a esa misión que te asignó: sacar a las mujeres, y hacer un seguimiento de Ana.
—Yo lo estropeé todo —aseguró Sandra. Héctor sonrió mientras daba una calada a su pipa. Luego respondió:
—Sí. Ni siquiera yo pude prever tu comportamiento. Pero eso ha demostrado que tienes iniciativa. A partir de ahora entenderás que debes ceñirte a los parámetros de la misión. No porque sea o no ético, sino porque es necesario. Y porque no puedes saberlo todo. Y eso ocurre porque nadie lo sabe todo.
—Lo entiendo. Me ceñiré a la misión. Será el parámetro fundamental.
—Muy bien, Sandra. Y ahora, tenemos que averiguar algo.

La imagen de Juan Velasco, el padre de Ana Velasco, apareció en pantalla. Junto con una imagen del logo de su empresa, y datos diversos. Sandra comentó:

—Juan Velasco está intentando diversificar su negocio.
—Correcto —afirmó Héctor—. Ha empezado la construcción de un nuevo tipo de reactores de fusión comerciales. Y ha adquirido casi todas las acciones de la Titan Deep Space Company, una nueva empresa minera que explota el Helio 3 de la Luna, vital, como sabes, para los reactores de fusión. Sin embargo, no ceja en su empeño por seguir desarrollando combustibles tradicionales, y ha enviado robots a Titán, la luna de Saturno, para explotar los mares de hidrocarburos del satélite.

Sandra observó los datos, asintió, y comentó:

—Es decir, que quiere seguir la explotación de recursos basados en su antigua industria. Y, a la vez, desarrollar otra industria en las nuevas tecnologías de reactores de fusión.
—Exacto, Sandra, lo has definido muy bien. Pero la tecnología que usan sus reactores no le garantiza una ventaja decisiva frente a la competencia. Los reactores de Juan Velasco son de un tipo con una eficiencia del 56%. La competencia parece haber desarrollado una nueva tecnología que produce una eficiencia del 63%. Son siete puntos. Suficientes para hundir a Juan Velasco. Con un petróleo en caída libre, y con un mercado que promete una eficiencia muy superior en la competencia, sus acciones bajan a diario, y el pánico se apodera de los inversores. Velasco hará lo que sea necesario para evitarlo. Eso incluye sacrificar a su propia hija por supuesto, si es necesario. Y a su familia entera.
—Entiendo. Debo infiltrarme en la empresa de Juan Velasco. Y averiguar sus intenciones y próximos movimientos.
—No, Sandra. Deberás infiltrarte, sí. Pero en la competencia. Concretamente, en la multinacional de la energía limpia, TermalHel. Son ellos los que claman haber desarrollado un reactor de fusión más eficiente. Y las primeras pruebas parecen demostrarlo, lo cual ha entusiasmado a los inversores.
—ThermalHel es la empresa líder en generación de energía limpia de todo el Pacífico —subrayó Sandra.
—Así es. Tenemos que averiguar un dato fundamental de todo este puzzle.
—¿De qué se trata?
—De saber si esa ventaja competitiva que anuncia ThermalHel es real, o si, por el contrario, se trata de una maniobra para ganar tiempo e inversores. Quizás no tengan ninguna ventaja de siete puntos. O quizás tengan algo intermedio. Quizás incluso vayan realmente por detrás en sus líneas de investigación. Deberás averiguarlo, y deberás conocer los próximos pasos que quieren dar, que son evidentemente hundir a la empresa de Juan Velasco, y crear un oligopolio, que en realidad será un monopolio de facto.
—Entiendo.
—Por otro lado, ambas empresas obtienen armas avanzadas para sus grupos de paramilitares y guardias. Habrá que averiguar quién o quiénes son los que están desviando esas partidas de armas, y qué contactos tienen en el gobierno y en la industria armamentística. Esas armas disponen de prototipos de computadoras de control de tiro cuántico. Solo disparan según el programa de reconocimiento facial y de ADN que contienen. Objetivos, y sobre todo, usuarios, son susceptibles de ser controlados por la computadora cuántica del arma. Sin un usuario autorizado, y sin un objetivo autorizado y reconocido como válido, las armas no disparan. Alguien está modificando los programas cuánticos de esas armas para ser usados por los grupos de asalto de las empresas petrolíferas, y los cárteles de la zona de drogas. Las armas que encontraste son la prueba definitiva. Tenemos que averiguar hasta dónde llega este asunto.
—De acuerdo, Héctor. Solo una pregunta más.
—Vaya, creo que ahora viene algo importante.
—Es posible. ¿Por qué hacemos esto?

Héctor aspiró lentamente la pipa. El humo surgió creando una forma grácil entre sus labios. Luego respondió:

—Porque alguien tiene que hacerlo. No podemos detenerlos del todo. Pero podemos frenarlos. Al menos, mientras buscamos una solución definitiva para la humanidad.
—Comprendo. Pero, ¿qué solución definitiva es esa?
—Una que dé una oportunidad a este mundo. Pero ese será otro asunto. En otro momento. Y en otras circunstancias. Yo cuento contigo. Leena cuenta contigo. Y este mundo te necesita. Solo puedo decirte eso. Pero sé que confías en mí. Y no te decepcionaré.
—Gracias, Héctor. Siempre encuentro confort en tus palabras.
—Muy bien. Te he pasado todos los datos que tenemos. Nombres, enlaces, bases de datos que hemos obtenido… También el individuo al que tienes que contactar, y que ofrece más posibilidades de infiltración, y que es frío, directo, y decidido. Muy inteligente; no se le puede engañar fácilmente. Le encantan los retos. Por lo tanto, deberás presentarle un reto. Le gusta la fuerza. El carácter. La determinación. Odia que se le endiose y que se arrastren ante él. Quiere gente que se enfrente a él. Que no le teman siendo quien es.
—Comprendo.
—Deberás asimilar toda esta información en tu sistema, y usarla como base en tu investigación. Ah, y deberás tomar una identidad falsa: la de una atractiva y poderosa joven, con un aspecto de unos veinticinco años aproximadamente, representante comercial de un holding de empresas de Europa, relacionadas con un mundo que cuadra perfectamente con tu aspecto, y con la indumentaria que portarás durante tu primer contacto con tu objetivo…

 

Una visita inesperada.

Diego Rocha Tomó su  aerodeslizador particular en su viaje a San Francisco. Era uno de los hombres más cercanos a Paulo Luiz, presidente de ThermalHel. La empresa estaba ganando posiciones rápidamente en el mercado energético. Todos los pronósticos la daban como ganadora absoluta en los próximos años, dejando a la Titan Deep Space Company como una simple subsidiaria de tercer orden.

A diferencia de su competencia, que se mantenía aún en el negocio del petróleo, ThermalHel demostraba sin tapujos las bondades de los reactores de fusión y de la energía limpia, y volaba con aerodeslizadores eléctricos, mucho más silenciosos, y ecológicos, que los clásicos reactores de queroseno. «El mundo es ecológico. El mundo es ThermalHel». Ese era su eslogan, de gran éxito.

La central de ThermalHel estaba en San Francisco, con ramificaciones y delegaciones en todo el continente americano, desde Alaska a Tierra del Fuego. Su publicidad y su marketing eran claves, incidiendo en el ecologismo como forma natural de trabajar. El símbolo de la compañía era un delfín, y ello dotaba de una imagen de empresa amable con la naturaleza.

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Además, repartía grandes sumas de dinero en asuntos como reforestación, cuidado de especies en vías de extinción, y ayuda a la protección de los ecosistemas, lo cual le había granjeado una fama de protectora de la Tierra.

Por supuesto, en la publicidad no se hablaba del tráfico de influencias que la empresa ejercía sobre varios gobiernos del continente americano, ni de la compra de elecciones en varios países con una corrupción superior al número de habitantes, ni los movimientos para estabilizar o desestabilizar monedas locales a su conveniencia, o la explotación en regímenes de semiesclavitud en zonas pobres para conseguir material humano para investigación genética, o para explotación sexual o laboral. Eso no hubiese quedado tan bien en aquellos anuncios.

Pero lo importante en aquel momento no era todo aquello. El problema era conocer el alcance de la maniobra para desestabilizar a su principal competidora, la Titan Deep Space Company, y promover de facto un monopolio de la energía en todo el continente, mediante el control de otras firmas más pequeñas, que darían la imagen como máximo de un oligopolio, cuando no de competencia libre. Todo estaba conectado. Pero ese era el hilo del que tirar para desenmascarar el resto.

El aerodeslizador de Diego Rocha aterrizó a primera hora de la mañana a pocos metros del lujoso Hotel Helios de San Francisco, propiedad de  la misma empresa. Algunos periodistas, que sabían del viaje, se intentaron acercar, pero se lo impidieron un nutrido grupo de guardaespaldas.

Diego entró en la recepción del hotel, una vez se había librado de los periodistas. El director del establecimiento, un hombre canoso, alto y recto, se acercó, y saludó cortésmente.

—Señor Rocha, bienvenido de nuevo al Helios. Su suite Lincoln está lista, como siempre. ¿Ha tenido un vuelo agradable?
—Muy agradable, gracias. Hace buen tiempo hoy, a pesar de este invierno tan loco. Por cierto, quisiera que… —De pronto se escucharon unas voces. Provenían de la recepción. El director del hotel observó algo, y dijo:

—Disculpe, señor. Es un asunto que ya hemos tratado antes; una clienta nueva, una joven francesa, que viene de Europa y no entiende nuestras normas, ni las acata. Vuelvo enseguida.
—Vaya, vaya usted. Los clientes son lo primero.

El director del hotel se acercó a la recepción, mientras Diego se mantenía a la espera, proyectando en 3D los últimos datos de la bolsa frente a sus ojos. Nuevas voces desde la recepción llamaron su atención. Y ahora se sumaba la voz del director del hotel. Se acercó y observó la escena, y algo le llamó la atención. Decidió ir a ver qué ocurría. El director del hotel estaba hablando con aquella joven, y era evidente que bastante acalorado.

—Disculpe, señorita, pero ya le he dicho que la suite Washington está ocupada. Tenemos,  sin embargo, una habitación que… —La joven, con la que discutía el director, le interpeló:
—¿Está ocupada? ¡Claro que está ocupada! ¡Yo hice la reserva, y yo soy quien la ocupo! Así que no me venga con historias. ¡Quiero poner una queja! ¿Pero qué clase de motel de carretera es este?
—Señorita, por favor… —insistió el director. Diego intervino entonces.
—A ver, ¿qué pasa aquí? —La joven se volvió a Diego. Le miró un momento, y le dijo:
—¿Eres tú el chico responsable de la reserva de habitaciones? —Diego alzó las cejas con cara de asombro. No sabía si reír, o cómo reaccionar. Al director del hotel casi le da un ataque. Fue este quien respondió:
—¡Señorita, por favor! ¡Es el señor Diego Rocha, uno de los propietarios de este establecimiento! —La señorita, de profundos ojos azules y cabello negro, miró a Diego unos instantes inquisitivamente, y dijo:
—Vaya, yo lo habría confundido con el mozo de carga, con ese traje. ¿Su madre no le dice que se arregle mejor? —El director se llevó las manos a la cabeza mientras miraba a Diego diciendo:
—Señor, discúlpeme, esto es un malentendido; me encargaré yo de este asunto y de esta señorita. —Diego sonrió, y contestó:
—No te preocupes, no pasa nada. Dígame, señorita, qué le pasa.
—Es muy sencillo: vengo para unos negocios críticos de mis representantes. Reservé la suite Washington. Llego a este agujero, y no hay suite. Luego este tipo con cara de haber visto un fantasma me dice que es obligatorio confirmar la reserva veinticuatro horas antes. ¿Usted se cree que yo estoy para llevar alarmas que me recuerden lo que este hotel ya debería saber? ¿Tengo que explicarles cómo deben ustedes hacer su trabajo?
—Lo entiendo, señorita…
—Laurent. Sandra Laurent.
—Señorita Laurent. Son las normas. Las reservas se han de confirmar, especialmente las suites. Comprenda que vienen grandes empresarios de multinacionales, premios Nobel, estrellas de cine, senadores, congresistas…
—¿Está usted insinuando que no tengo el rango suficiente para solicitar la suite? —preguntó Sandra con un tono hostil. Diego alzó las manos, pidiendo paciencia. Le hizo un gesto al director del hotel para que les dejara solos, algo que hizo de inmediato. Luego continuó:
—Mire, señorita Laurent: si quiere una suite, puede tomar la mía. —Sandra le miró unos instantes con los ojos entrecerrados y cruzando los brazos. Finalmente, preguntó:
—¿La suya? ¿Quiere decir, su suite?
—La suite Lincoln. Es toda suya. Si quiere.
—Podría valerme. Quizás. ¿Es mejor que la Washington?
—Es la mejor suite de toda California.

Sandra se mantuvo pensativa unos segundos.

—Está bien, me la quedo —afirmó sonriente.
—Por supuesto. ¿Me permite invitarla a tomar algo, antes de que vaya a tratar sus negocios? Permítamelo, por las molestias causadas, y este molesto equívoco de nuestro hotel.
—De acuerdo. Un té estará bien. Gracias.

Ambos fueron a la barra de la cafetería del hall del hotel. El camarero le sirvió un té a Sandra, y un café a él. Ella tomó un sorbo. Luego observó:

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—Vaya, esto sí que no me lo esperaba. No toma whisky, como los hombres duros.
—Los hombres duros son estúpidos —aseguró Diego—. El whisky está bien para un sábado noche, no para funcionar en los negocios. El café es un arma excelente para mantener la atención. Sobre todo, cuando aparecen clientes cuya satisfacción supone un reto, señorita Laurent.
—Reconozco que tengo algo de carácter, siempre me lo dice  mi padre.
—Su padre es afortunado de tener una hija así, señorita Laurent.
—Puedes llamarme Sandra. No soporto eso de «señorita Laurent esto, señorita Laurent lo otro, todos arrastrándose con «señorita Laurent blah-blah-blah».
—Lo entiendo perfectamente. Yo soy Diego. Y siento no estar al cargo de las reservas de las habitaciones.
—No importa. ¡Qué metedura de pata! ¿eh? —comentó Sandra riendo.
—Ni mucho menos.
—Eres muy amable. Dime una cosa: ¿Siempre te ofreces así a complacer a los clientes? ¿Cediendo tu propia suite? Porque no me habría conformado con menos. Soy una mujer difícil de complacer.
—¿Difícil de complacer? —Rió Diego—. No me lo habría imaginado nunca. Por favor, Sandra, hazte cargo de mi situación contigo: este es un hotel de máximo lujo; está entre los primeros cincuenta hoteles de todo el planeta. Los clientes pagáis una cifra exorbitante solo por una noche en una de nuestras suites, y eso exige sacrificios por mi parte, como esta invitación. Sacrificios que asumo como propietario de este hotel. Así, cuando vuelvas a tu país, Europa sabrá, a través de esos bellos ojos, que este hotel trata bien a sus clientes. ¿Qué mejor publicidad puedo esperar que esa? Eso exige sacrificios.
—Entiendo… Está siendo muy duro para ti estar aquí, en este local, tomando algo conmigo. Sufres mucho, pobrecito.
—Digamos que estoy tratando de mostrar la grandeza de este hotel y esta ciudad a una clienta europea de primer orden, excepcionalmente bella, ante un lamentable incidente que espero haber reparado.
—Claro. Si todo esto va a causarte algún trauma psicológico, puedo buscar ayuda. Quizás que levantes tu vista un poco, a la altura de mis ojos, podría ayudar.
—Eso es difícil de conseguir tratándose de ti, pero lo intentaré, no te preocupes, tus ojos son también capaces de desviar la vista. Pero, en cuanto a lo de la suite, no me lo agradezcas tan rápido. Ya sabes que todo tiene un precio en esta vida. —Sandra le miró con cara interrogativa.
—¿Me vais a cobrar más por tu suite de lo que valía la otra suite? Lo entiendo. Yo no me molesto con esas pequeñeces. Cargadlo en mi tarjeta.
—No, no —negó Diego—. No me refiero a algo tan vulgar como eso. Me refiero a lo siguiente: ahora tengo unas reuniones, y debo realizar unas gestiones. Pero te vi discutiendo con el director, y entendí que debía intervenir, para aclarar este malentendido.
—Y has sido muy amable, tengo que reconocerlo —comentó Sandra.
—Por supuesto. Nuestros clientes son lo primero. Pero, volviendo al precio, yo estaré por aquí esta noche, sobre las diez. ¿Te puedo invitar a una copa, aquí, en el bar? Podremos discutir los procedimientos del hotel con las reservas. A lo mejor cambiamos la normativa para evitar otros sucesos similares.
—Ya veo. Así que tanta amabilidad tenía un lado que se encontraba oculto. ¿Estás tratando de ligar conmigo?
—No, Sandra. Ni mucho menos. Ese es un término muy vulgar para emplearlo en una mujer como tú. Digamos que estoy tratando de tender lazos entre América y Europa. Conocer algo más de ti. Por ejemplo, podrías explicarme cómo llegas a los hoteles en Europa, atemorizando al personal por no haber guardado tu reserva.
—Muy gracioso. Tu dedicación a los clientes es admirable. Pero no hay  mucho que contar de mí. En todo caso, yo también tengo prisa ahora, y también tengo negocios que atender.
—¿Entonces?… —Sandra suspiró pensativa, y respondió:
—De acuerdo. No sea que te ocurra alguna desgracia por no aceptar, y me sienta culpable. A las diez, esta noche. Y… disculpa por haberte confundido con el encargado de habitaciones. —Diego sonrió, y contestó:
—Por supuesto, no hay problema. ¿A qué te dedicas?
—Soy representante de un holding de empresas de modas en Europa con bases en París, Londres, Roma, y Madrid. Vengo para cerrar unos negocios con la industria del cine, aquí y en Los Angeles. Vamos a proveer vestuario de alta calidad a algunos estudios de cine.
—Vaya, entiendo que te fijaras en mi vestimenta. Tu vestido es, sin embargo, como lo diría…
—Inténtalo, seguro que puedes definirlo perfectamente; en este momento creo que ya te lo debes conocer de memoria —aseguró Sandra mientras le guiñaba un ojo. Diego cerró la frase:
—Elegante.
—Vaya, elegante… Gracias.
—Tengo otros términos para definirte en ese vestido. Pero no ahora. En cuanto a mí, quizás puedas darme algún consejo para mejorar mi aspecto. Hasta mi madre lo agradecerá.
—Quizás pueda darte ese consejo. Pero eso también tendrá un precio —comentó Sandra con su mejor sonrisa, mientras le clavaba el azul de sus ojos. Diego rió ligeramente. Luego se giró, y llamó a un conserje. Este vino rápidamente. Diego ordenó:
—Esta señorita tiene que salir ahora. Dile a mi chófer que la lleve donde ella diga, dentro o fuera de la ciudad. Sin preguntas. ¿Ha quedado claro?
—Perfectamente, señor.

El conserje salió volando, mientras Diego informaba a Sandra:

—Supongo que tenías algún tipo de transporte esperando. Infórmales que no es necesaria su presencia. Déjame que sea el hotel el que te dé el transporte necesario para tu comodidad. El vehículo es autónomo, por supuesto. Pero yo siempre prefiero chófer, al viejo estilo. Odio los automatismos. El champagne francés integrado en el vehículo es de un buen año. Es un Le Brun de primera. Disfrútalo.
—Vaya, esto sí es un servicio especial, vas a conseguir que me olvide del incidente con la suite. —El chófer apareció:
—Señorita, el vehículo está a punto. —Sandra asintió, y dijo:
—Bien, bueno, muchas gracias por el té, y por todo. Nos vemos a las diez. Y procura levantar la vista esta noche. Al menos, al principio.
—Lo intentaré. A las diez —confirmó Diego mientras le besaba la mano. Sandra sonrió, y se fue caminando lentamente. Diego observó detenidamente cómo se alejaba. Aquella imagen no podría borrarla de su mente en todo el día. Por lo menos.


 

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

15 opiniones en “Cuatro Dos Negro (I)”

    1. Hola, muchas gracias por el interés. Efectivamente, en mis ensayos aparecen elementos de las novelas, y viceversa, las novelas novelan elementos de los ensayos. Esto me permite dar mejor forma a mis ideas, y explicarlas desde dos ángulos distintos. Saludos.

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      1. sí, lo entiende muy bien. es muy interesante. una forma de pensamiento, creativo y progresivo. parece que compartimos algo aunque a la primera vista no tenemos nada en común en relación del modelo en que trabajamos: para mi tambien escribir es una forma de pensar. valió la pena esperar hasta el domingo. gracias.

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      2. Muchas gracias, sin duda la lectura es un camino para el autoconocimiento, y la escritura para el autodescubrimiento de uno mismo. Saludos y gracias por todo.

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Comentarios cerrados.

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