Cuatro Dos Negro (III)

Primera parte en este enlace.
Segunda parte en este enlace.
Cuarta parte en este enlace.

Ha habido un problema con el texto de esta entrada debido al uso de caracteres extraños que estaban provocando algunos problemas en ciertos navegadores. Ya está corregido en esta nueva versión. Disculpen las molestias.

Nota: agradecer a todos los lectores que se han interesado en este relato. Espero que esta tercera parte les satisfaga igualmente. Muchas gracias.

“Cuatro Dos Negro” quiere cerrar algunos aspectos que quedaron abiertos en “Trece almas”, e investigar un poco más en el desarrollo emocional primario de Sandra, algo en lo que llevo trabajando cinco años y nueve libros. Pero quedaba explicar el origen, el inicio fundamental. De ahí que me haya animado a escribir “Trece almas” y ahora este relato.

Este texto seguirá el mismo procedimiento que “Trece almas”. Se publicará en varias partes, y luego se convertirá en libro en Amazon, estando también disponible de forma gratuita aquí, en el blog. Ambas partes además se publicarán en un libro conjunto cuyo título final será «Sandra. Orígenes». Cada cual podrá escoger la opción que estime más conveniente de lectura. Muchas gracias.

cuatro_dos_negro_iii

Tres problemas.

Leena recibió una llamada. Vio quién era el autor del origen de la misma, suspiró, y contestó.

—Qué te pasa ahora… Estás muy pesado, Héctor. ¿Otra vez algún asunto relacionado con Sandra?
—Efectivamente —confirmó Héctor—. Has estado muy bien en tu papel de abuela. Podrías ser actriz.
—En realidad no tuve que actuar mucho. Lo que dije de ella lo siento de verdad.
—Claro. Todo alabanzas y piropos. Quizás tendríamos menos problemas si no le dieses tanta libertad «para que exprese su voluntad libremente». —Leena asintió.
—Sabes que Sandra es un ser sensible. Toda libertad inferida a un ser humano debe serlo también a cualquier ser sensible, capaz de mostrar comportamientos avanzados referentes a la conducta. Sandra entra dentro de ese grupo. No es una preferencia personal que yo tenga con ella.
—No, claro. Seguro que no. Pero ahora resulta que tu criatura está entendiendo esa libertad de una forma demasiado personal, y va a crearnos problemas. —Leena suspiró antes de contestar.
—¿Te das cuenta, Héctor?
—¿Cuenta de qué?
—»Mi criatura». No dices eso cuando la alabas constantemente. Entonces es «tu criatura», y no la mía. Ahora que ha empezado a complicarte la vida un poco, empiezas a intentar hacerme responsable de su comportamiento.
—¿Un poco, dices? La primera misión tuvo una razón de ser. Pero ahora Sandra se ha obsesionado con esa niña. Con esa Ana Velasco.
—Por supuesto. Y no parará hasta que la niña esté sana y salva. Se ha convertido en su obsesión personal. Pude comprobarlo cuando repasé el informe final que preparó. La dejó con sus padres. Pero no dejó de preocuparse por ella. Tiene a quién salir, eso está claro. Rebelde, contestataria, y de ideas fijas. Para ella las normas son aquello que debe seguirse mientras sea útil a sus intereses. A quién me recordará…
—Y luego está el tema de Delfina, como si no tuviésemos bastante.
—¿Vas a dejar de quejarte en algún momento, viejo fósil del triásico?
—Lo haré cuando se me empiece a tener en cuenta en esta casa. Tres mujeres, tres problemas.
—Ya veo. Cuando los hombres os sentís rodeados y sin argumentos, siempre acudís al machismo para justificaros. Es matemático.
—En todo caso, creo que esta vez Delfina se ha excedido. Sé que es una mujer muy independiente, y que tiene una personalidad muy fuerte. Pero está tomando decisiones que no le corresponde tomar.
—Mira, Héctor. Alguien dijo una vez que no se debe contratar a gente inteligente y apta para decirles qué han de hacer, sino para que nos digan qué hemos de hacer nosotros. Delfina es una de las mejores agentes que he conocido nunca. Y eso tiene un precio, que se traduce en que es independiente, toma sus propias decisiones, y sigue su propio camino. Ahora ha decidido que debe proteger a Sandra, dándole información que toda veterana da a una novata. Y Delfina ve a Sandra como la novata que no debe perderse en las redes de las reglas estrictas, ni en dilemas morales. Que debe aprender a tomar sus propias decisiones. Eso comporta un peligro, es cierto, no lo pongo en duda. Pero, si queremos gente espléndida, gente abierta, gente imaginativa para resolver todo tipo de situaciones, necesitaremos arriesgar. No podemos contratar a gente de muy alto nivel y esperar que sigan las reglas a cada momento. Las cosas no funcionan así con este tipo de perfiles.
—¿Y ya está? ¿Eso es todo? ¿Qué vamos a hacer si Sandra pierde el control del todo en esta operación, Leena? —Ella alzó levemente los hombros.
—Tú, no lo sé. Yo voy a pedir que me traigan un té con galletas. Y a olvidarme de todo. Especialmente de ti.

Héctor frunció el ceño y aspiró de su pipa antes de contestar.

—No sé por qué llevo tantos años trabajando para ti. —Se oyó una pequeña risa por parte de Leena, que respondió:
—Porque no sabes hacer otra cosa. Y porque sabes que siempre termino teniendo razón. Y ganándote. Ah, y hablando de ganar, torre a D3. Jaque. —Héctor resopló.
—Es el movimiento más absurdo que he visto en mi vida —susurró.
—Es mejor que vayas preparando tu rey para una nueva caída. ¿En qué estabas pensando en los últimos movimientos?
—En decidir si Sandra es más rebelde de lo que tú lo fuiste nunca. Tan distintas. Y tan iguales. Dime una sola cosa: ¿por qué siempre has de tener razón? ¿Por qué siempre ganas? —Leena sonrió, y contestó:
—Quizás, mi querido Héctor, lo que deberías hacer es preguntarte a ti mismo por qué pierdes siempre. Ese sería un nuevo comienzo para ti.
—¿Y por qué no te has deshecho de mí en todos estos años?¿Puedes explicármelo?
—Es evidente: me divierte ganarte y humillarte con el ajedrez. No lo cambiaría por nada. Tu cara cuando te digo «jaque mate» es uno de los motivos que me inspiran a seguir adelante, aguantándote año tras año.
—Algún día descubriré cómo lo haces. Pareces leerme el pensamiento. Eres una maldita bruja. Solo te falta la escoba.
—Quizás sea eso. Cuídate, Héctor. Y no te obsesiones con Sandra y sus ideas. Al menos, no demasiado. Entiendo tu preocupación. Pero saldremos adelante. Solucionaremos este asunto.
—Eso espero… Por cierto, ¿sabes algo de Delfina, desde que se fue de San Francisco?
—Nada. ¿Ocurre algo?
—No, pero suele informar de su llegada a destino.
—Estará pasándolo bien. Que es lo que debe hacer. Y deja ya de mirar el tablero, Héctor. En la partida, como en la vida, la solución al problema no se basa en el tiempo observando un problema, sino en el tiempo que se emplea buscando soluciones a ese problema… Ah, me traen el té. Tengo que dejarte ahora, Héctor. Esto es importante.

La comunicación se cortó. Héctor estuvo un tiempo mirando las piezas de ajedrez en su tablero. El jaque mate era inevitable. Finalmente, susurró:
—Maldita bruja… Debí dedicarme al póker…

Vino, espías y decepciones.

La primera cita de Sandra con Diego no estaba desarrollándose como se esperaba. Sandra se mantuvo en silencio unos instantes. La amenaza estaba sobre la mesa: confesión, o Delfina perdería la vida. Diego miraba intensamente a Sandra, y esta le devolvió la mirada.

Tras aquellos cinco segundos de una enorme tensión, Sandra tomó su copa de vino de la mesa, y lanzó el contenido de la misma sobre el rostro de Diego, el cual reaccionó cerrando los ojos y saltando de la silla. La camisa y el pantalón se mancharon. Entonces Sandra se levantó de la mesa y gritó:

—¡Esta es la situación mas vergonzosa, grotesca y miserable a la que me he visto sometida en toda mi vida! ¡Yo no soy alguien a quien puedas acosar o perseguir con falsas acusaciones propias de un paranoico esquizofrénico! ¡Estás enfermo! —La gente se volvió, sorprendida. Sandra continuó, mirando fijamente a Diego:

—¡A mí se me trata con respeto! ¡Buenas noches, por decir algo!

Sandra empujó su silla, que casi da en la mesa de al lado, y salió caminando a paso ligero con pasos decididos. Detrás fue Diego, una vez se hubo limpiado con una servilleta.

—¡Sandra! ¡Sandra! ¡Déjame que te explique!
—¡Vete al infierno! ¡Olvídame! —Fue la respuesta que oyó de ella, mientras continuaba caminando, en dirección a los ascensores.
—¡Sandra! ¡Tenía que asegurarme! ¡Es un procedimiento habitual en estos casos! ¡Tenía instrucciones! —Sandra entró en el ascensor, y Diego pudo entrar también, justo antes de que se cerrara la puerta. Sandra le recriminó:
—¿Tú te escuchas, Diego? ¿Es tu procedimiento habitual acosar a la gente en tu primera cita? ¿Qué será lo siguiente? ¿Atarme a la cama con cadenas y torturarme, para que confiese que soy una fría espía que intenta manipularte?
—¡Escúchame! ¡Déjame explicarte!
—No hay nada que explicar. Está todo explicado. En cuanto se abra esta maldita puerta, quiero que te pierdas. ¿Me has entendido?
—¡Escucha! Es cierto que vimos a tu amiga, es cierto que estaba limpia, y es cierto que alguien creyó reconocerla. Pero no estaba seguro. Yo les dije que era imposible que tú estuvieses implicada en nada raro, y que, incluso si esa tal Delfina lo estaba, tú no tenías por qué saberlo. Esa tal Delfina podría ser una agente, y haber vivido realmente contigo.
—Ya veo. Has visto demasiadas películas de espías, Diego. Estás paranoico. Y no necesito paranoicos en mi vida, ya he visto los suficientes. Y ahora vete a tu habitación, no sea que haya alguna bella espía intentando robar tus secretos.
—¡Escucha! El tema de tu amiga y la sospecha llegó a mi jefa directa, a la vicepresidenta de ThermalHel: Sharon Neisser. Ella lo consultó con Paulo Luiz, el presidente de la compañía.
—Sé quién es Paulo Luiz. Dile de mi parte que deje de protagonizar vuestros anuncios. Es patético. Que ponga un mono, dará más resultado. —Diego ignoró el comentario, y continuó:
—Escucha, Sandra: fue Sharon quien me obligó a comprobar que no estabas implicada en ningún asunto turbio. Tenía que decirte que habíamos secuestrado a tu amiga. ¡Quería verificar que estabas limpia!
—Ah, sí, Sharon Neisser, otra paranoica. La Reina de la Luz la llaman. Posible futura presidenta de ThermalHel. Pues muchas luces no ha tenido contigo. Confundirme a mí con una simple espía. ¡Yo he venido aquí a trabajar! ¡Hice negocios esta mañana! ¡Y pensé que eras un ser humano, y no un imbécil manipulado por tus superiores!
—¡Lo sé, lo he verificado! Yo sabía que estabas limpia, pero, ¡no podía negarme!
—Ah, ¿no? Pues parece que en esta ocasión tu jefa te ha enredado a ti con algún cuento. Y bien, además. En cualquier caso, es la cita más corta que he vivido nunca. ¡Y la más vergonzosa!

La puerta del ascensor se había abierto hacia unos segundos. Sandra fue hacia la puerta de su suite. Diego dijo:

—Mañana estarás más calmada. Y podremos hablar de esto.
—Mañana tengo un vuelo a las doce con destino a París, Diego. Au revoir. Ha sido un placer. Sobre todo el perderte de vista.

La puerta de la suite se cerró frente a Diego. Este suspiró, y se fue a su propia suite. Desde allí llamó a Sharon Neisser. Desde el otro lado apareció la imagen de una mujer de algo más de cuarenta años, vestida y peinada con un estilo algo clásico, alta y de aspecto severo. Miró con indiferencia a Diego, y preguntó:

—¿Qué tal tu conquista, Diego? ¿Le has demostrado ya tus patéticas habilidades en la cama? ¿O ella también ha quedado decepcionada?
—Sharon, por favor… Se lo dije. Tal como me pediste.
—¿Y bien?
—Me tiró el vaso de vino por la cara. —Sharon no pudo dejar de reír.
—Por supuesto. Es lo mismo que habría hecho yo.
—¡Pero tú me obligaste! ¡Era absurdo, ella está limpia! ¡Y me obligaste a montar un número muy violento! ¡Amenazar con acabar con su amiga! —El rostro de Sharon se torció.
—Yo decidiré quién está limpio, y quién no, no tú. Es cierto que esa joven no parece peligrosa.
—¿Entonces?
—Entonces, te has quedado sin juguete, Diego. Aunque la probabilidad de que esté implicada en algún asunto turbio sea mínima, eso de hoy puede haber sido perfectamente una actuación por parte de ella. Que se marche lo antes posible. Y el asunto quedará cerrado. Por mi parte no seguiré investigándola en Europa. Pero la quiero lejos de ti y de ThermalHel. ¿Te ha quedado claro? Ni sueñes con tocarla, ni hablar con ella de nuevo. Que se largue. Y asunto cerrado. Y tienes suerte, Diego. —Este asintió levemente.
—Está bien. Mañana tiene un vuelo a las doce. Vuelve a París.
—¿Ves qué bien? Ya encontrarás alguna otra que te aguante media hora. Eres tan patético como hombre como eficiente como asesor y gestor de la empresa. Ahí eres el mejor, el número uno, y no tengo ningún problema en reconocerlo. Por eso te pago la fortuna que te pago. Te quiero en ese segundo papel. El primero, el de conquistador patético, déjalo para tus amiguitas de fin de semana. Además, así esa tal Sandra tendrá la oportunidad de conocer a un hombre de verdad, y no una imitación. Espero haberme expresado con suficiente claridad.
—Perfectamente, Sharon.
—Bien. Buen chico. Ahora date una ducha fría, y sueña con convertirte en un hombre de verdad algún día, si luchas por ello. Seguiremos en contacto.

La comunicación se cortó. Diego bajó al bar. Tomó un whisky, se rascó la cara, y se fue a dormir. Aquel no había sido su mejor día. Pero iba a arreglar eso. Lo iba a arreglar.

Todo es negociarlo.

Eran las seis de la mañana. Sandra trataba de analizar todo el edificio para poder imaginar dónde se encontraría el acceso a la computadora de Diego. Probablemente, si es que existía ese acceso, algo no confirmado pero probable, estaría en su suite. Sería un acceso portable. Quizás lo llevaba encima, aunque eso no era lo habitual, por el peligro que podría suponer que se lo extrajesen. Aunque, en general, sistema e individuo estaban conectados. Sin el individuo, el sistema era completamente inútil.

Entonces recibió un mensaje. Eran unas coordenadas geográficas.

Eso era todo. No había más datos. Pero lo importante era el origen. El emisor era Juan Velasco. La estaba citando en aquellas coordenadas, que correspondían a las afueras de Sausalito, una población al norte de San Francisco, tras atravesar el puente del Golden Gate. No daba una hora, lo cual significaba que la esperaba lo antes posible. Era evidente que esperaba los datos. De ellos dependía la vida de Ana. Y, además, Juan Velasco querría hablar con ella. Hablar de algo que no debía ser explicado ni siquiera por un medio digital seguro, sino de forma presencial.

Pero el vuelo a París era a las doce, y ella tenía que simular que se iba para Europa. ¿Podría irse antes sin levantar sospechas? Sí. Porque su enfado era enorme. Era normal que quisiese salir de allí cuanto antes. Pero, si se iba, no podría volver. Diego entendería que la marcha era definitiva, y se olvidaría del asunto. Lo que ella esperaba es que él insistiese esa mañana en todo aquel asunto, y ella, rota de dolor, y tras unas dudas, aceptaría una tregua, y una nueva cita. Eso podría ser factible si se daban dos supuestos: que él fuese realmente a buscarla, y que ella no hubiese abandonado el hotel camino del aeropuerto. Esperaría un tiempo. No demasiado. Se suponía que estaba muy dolida, y marcharía temprano.

Por fin, y a través de las cámaras del hotel, a las cuales se había conectado, a las siete apareció Diego en el vestíbulo del hotel. Vestido con ropa ligera, parecía nervioso. Preguntó a la recepcionista si Sandra se había ido. Esta le dijo que no. Él asintió, en un gesto que parecía claramente de alivio.

A las siete y media Sandra bajó con su maleta al hotel. Puso su mejor cara de ira mientras salía del ascensor. Diego fue nervioso hacia ella.

hotel

—¡Sandra! ¡Espera! —Sandra se detuvo, y suspiró.
—Estás muy pesado, Diego. Empiezas a cansarme.
—¿Te vas ya? ¿Tan temprano?
—No quiero seguir aquí ni un minuto más del necesario.
—Lo entiendo. Lo de ayer fue muy desagradable para ti.
—¿Desagradable? Esa palabra no empieza ni a definir lo de ayer. Intentar que confiese algo para evitar la muerte de una amiga. Estás enfermo. Y tus jefes han perdido todo el sentido de la realidad.
—Escucha, Sandra. Si quieres irte, vete. No quiero molestarte, mucho menos acosarte. Pero, antes de que dejes el hotel, quiero pedirte una oportunidad. Déjame demostrarte que lo de ayer lo hice forzado por las circunstancias. Que lo hice forzado por mis superiores, o mejor, por Sharon en concreto. Además, Sharon me ha ordenado que no mantenga más contacto contigo. Te quiere en Europa lo antes posible.
—Pues estoy de acuerdo con ella; así que me largo ya.
—Sí, pero yo no quiero obedecerla. Si te quedas, te demostraré que puedo actuar por mi propia voluntad, y que no necesito a Sharon para organizar mi vida, y las personas con las que comparto mi tiempo. Te demostraré que no soy un títere de ella.
—Te despedirá si haces eso. Tiene fama de ser un hueso.
—Es una fama bien ganada, te lo aseguro. Pero correré el riesgo. Por ti, merecerá la pena. —Sandra puso cara de sorpresa.
—¿Te juegas tu puesto por mí?
—Sin duda. Te lo repito: estoy convencido de que, por ti, merece la pena. Además, nadie me va a decir con quién puedo estar y con quién no. Es mi vida.
—El caso es que tengo el avión a las doce, Diego. Y tengo que volver. Es un tema de trabajo. Ayer pudimos pasar un rato agradable. Hoy, tengo trabajo.
—¿Trabajo? Claro. El trabajo es lo que te hace volver, ¿no es así?
—Así es. Tengo que recibir instrucciones para más pedidos.
—De acuerdo. Vamos a arreglarlo. —Sandra puso cara de extrañada, y cruzó los brazos diciendo:
—Ah, ¿sí? ¿Cómo vas a arreglarlo?
—Como sabes, tenemos varios hoteles por el mundo.
—Sí, lo sé.
—Y resulta que, de pronto, hemos pensado que el vestuario de nuestro personal de hostelería está completamente obsoleto. También el personal de la propia ThermalHel necesita nuevo vestuario. Digamos que necesitamos vestir a… al menos, unas cinco mil personas, eso solo en una primera fase. Uniformes, trajes, vestidos, complementos… Y conozco a una representante que tiene los mejores modelos. ¿No sabrás por casualidad de quién hablo? —Sandra le miró un momento. Sonrió, y respondió:
—Creo que tengo a la persona que estás buscando.
—¿Lo ves? Ahora empezamos a entendernos. Un negocio así moverá un montón de dinero. Tus superiores estarán encantados. ¿No lo crees?
—Creo que muy encantados.
—¿Entonces?
—Sharon te matará. No solo no obedeces sus instrucciones. Además, organizas una excusa que valdrá un montón de dinero solo para que me quede. Te cortará en pedazos.
—Exacto. Y disfrutaré viendo cómo me grita cuatro barbaridades. Pero no le voy a consentir que me diga lo que tengo que hacer. Y no se atreverá a despedirme. Me valora demasiado como gestor de la empresa como para usar esto como excusa para cualquier acción represiva contra mí.
—Eso está bien. Me gusta. Iba a hacer unas gestiones personales antes de tomar el avión, Diego.
—¿Ese era el motivo real por el que salías antes? ¿O era solo despecho?
—En parte, sí, salía para gestionar un asunto personal. Avisaré a mis superiores de que hay una nueva oferta de pedidos para los hoteles y personal de ThermalHel. Y que debo quedarme, diríamos… un par de días más.
—Eso es magnífico. ¡Fantástico!
—Quedamos esta noche, a las diez, a la misma hora de ayer. En el mismo sitio. Olvidamos lo de anoche, y le damos una nueva oportunidad.
—¿Lo haces por los pedidos? —Sandra negó con la cabeza, y respondió:
—No. No se me compra con dinero. Lo hago porque pareces sincero. Estabas presionado por tu jefa. Y tuviste que montar el numerito. Pero ahora has sido muy amable, y muy atento, y te has disculpado, arriesgando tu puesto por mí. Y yo soy de las que reconozco que todos podemos cometer errores.
—Así es. No volveré a cometer errores. Y me estoy jugando el puesto. Pero, al diablo con Sharon. Ella no va a dictar mi vida.
—Eso me parece muy inteligente. Pero el pedido debe ser en serio. O serán mis jefes los que me despidan a mí.
—Lo es. Estoy harto del uniforme actual.
—Muy bien. Entonces informaré a mis superiores, y les explicaré que ha surgido una nueva oportunidad de negocio importante aquí. Nos vemos a las diez.

sandra_6

Sandra sonrió, se acercó a Diego, y le dio un suave beso en la boca. Luego le guiñó un ojo, y se despidió. Alguien se ocupó de subir la maleta de Sandra de nuevo a su suite.

Diego hubiese despegado allí mismo si hubiese sido un cohete. No sabía qué le hacía más feliz; si haber convencido a Sandra para que se quedara, organizar un costoso pedido imprevisto de trajes y vestidos completamente innecesarios que pondría de los nervios a sus superiores, o mandar al infierno a Sharon. Probablemente era esto último lo que más le hacía sonreír. Probablemente.

Víctima circunstancial.

Tras salir del hotel, Sandra llamó a Héctor.

—¿Hector? Soy Sandra.
—¡Por fin! ¡Me tenías muy preocupado! ¿Qué ha ocurrido?
—Ayer no pude ir a la habitación de Diego. Su jefa, Sharon Neisser, sospechaba. Me hicieron creer que tenían prisionera a Delfina, a la que habrían secuestrado. Era todo un truco para ver si confesaba.
—¿Y qué hiciste?
—Pensar que era un bluff. No tenía sentido que hubiesen atrapado a Delfina y montasen ese show. El sistema límbico de Diego no era coherente con la situación. Demasiado relajado. Y no creo que Delfina se hubiese dejado atrapar tan fácilmente. Hubiese intentado usar su arma personal, por lo menos.
—Es decir, decidiste no caer en una trampa.
—Exacto. Me hice la ofendida, y salió bien.
—¿Y si hubiese sido cierto?
—Delfina estaría muerta, y la misión habría fracasado. —Héctor se llevó las manos a la cara. Dejó la pipa en la mesa.
—Sandra, fue un riesgo muy grande.
—Estoy diseñada para gestionar estas situaciones.
—Sí, pero la vida de Delfina…
—Ella habría dicho que actuase así. La misión es lo primero. Arriesgar forma parte de este juego.
—Sí, pero no podemos decidir la vida de los demás.
—Estoy de acuerdo, Héctor. Pero tampoco podemos ganar sin arriesgar. De nuevo, es lo que diría Delfina.
—Para empezar, Delfina no tendría que haber aparecido en medio de San Francisco. El riesgo fue de Delfina. Ir a verte en medio de una misión, fue totalmente inapropiado y muy arriesgado. Y el riesgo fue también tuyo, al abandonar la misión por Ana Velasco.
—Pues tengo malas noticias para ti, Héctor.
—No te preocupes. Ya me estoy acostumbrando.
—Voy de nuevo a ver a Juan Velasco. Quiere verme. Me ha dejado un mensaje. Está en Sausalito, en unas coordenadas que me ha pasado.
—La niña no es prioritaria, Sandra. ¿Cuántas veces tendré que decírtelo?
—La niña es lo único que de verdad me importa en todo esto, Héctor. Te lo repetiré las veces que haga falta.
—Esperaba esa respuesta. Me vais a volver loco.
—Lo sé. Pero todo saldrá bien. Te doy mi palabra.
—A estas alturas, me conformo con terminar esta operación sin demasiadas pérdidas.
—No las habrá. Te lo aseguro. Corto.

La comunicación se cortó. Sandra fue en un aerotaxi hasta Sausalito. Allá tomó la  decisión de alterar todas las cámaras que podrían tomar imágenes de ella, proyectando imágenes donde su imagen era sistemáticamente borrada, fotograma a fotograma. Quizás había sido demasiado precavida en ese ámbito. Además, colocó el dron en una posición de vigilancia según avanzaba, para detectar posibles intromisiones de cámaras no controladas como las que observaron a Delfina con ella, un fallo que no volvería a repetir. No debía descubrir su naturaleza. Pero no podía permitir ser descubierta si podía evitarlo gracias a sus capacidades.

Se acercó a las coordenadas que le habían dado, un pequeño chalet en el interior de Sausalito. Estaba vacío. En ese momento registró unas nuevas coordenadas. Se encontraban en una cafetería, a pocos metros. Se acercó al establecimiento, y, entre los pocos clientes allí situados, detectó una firma infrarroja conocida. Pero no era Juan Velasco. Era otra firma. Y pudo reconocerla perfectamente, sentada en una de las mesas. Sandra entró en el local.

sausalito

—¡Sandra! ¡Sandra! ¡Aquí! —Sandra se acercó a la mesa, y se sentó.

—Patricia, ¿dónde está tu marido? ¿Y Ana? ¿De qué va todo esto? —Patricia estaba conmocionada. Sandra pudo verificar que su estado físico y mental eran deplorables.
—¡Gracias a Dios que has llegado! ¡Gracias a Dios! —Sandra levantó las manos, intentando comprender.
—¿Qué ocurre? Primero me vendes a tu marido con una trampa. Y ahora apareces aquí, aparentemente agitada. ¿De qué va todo esto?
—Por supuesto que te vendí, Sandra. Era la única forma de contactar contigo.
—¿A qué te refieres?
—Juan está desesperado. Hasta hace poco aún se comportaba con cierta lógica y coherencia. Pero ha perdido la cabeza. Desde que compró esa empresa, la Titan Deep Space Company, para entrar en el negocio de las energías limpias, no es el que era. Lo ha invertido todo, y ahora ve cómo sus reactores quedan obsoletos.
—Sí, eso ya lo sé. ¿Qué tiene que ver contigo?
—Tenía que contactar contigo. Eres la única persona que sé que está fuera del círculo de influencia de Juan con total seguridad. Otras personas pueden estar comprometidas. Pero tú no.
—¿Y qué haces aquí, expuesta a todo el mundo?
—No podía quedarme en la casa. Pensarías que era otra trampa.
—Eso es cierto. Has huido. ¿No es así? —Patricia asintió entre lágrimas.
—Tenía que huir. Y poner a Ana a salvo. Se ha vuelto loco. Nos matará a todos. Y yo sabía que tú te preocupabas por Ana. Por eso hice todo ese papel, Sandra. Necesitaba localizarte. Ana te dio una patada porque yo se lo pedí. Debía parecer que estaba con su padre. ¡Debes creerme!
—Te creo. Pero aquí corres un riesgo enorme. Continúa.
—Con esa trampa conseguí localizarte. Ana me contó cómo la protegiste. Entendí que eras la persona adecuada. La única fiable. Tenía que contactar contigo. No hubiese permitido nunca que Juan te matase, si decidía hacerlo. Le hubiese contado cualquier cosa.
—Eso se agradece. Porque pensé que estaba condenada. Y ser el entretenimiento de los hombres de tu marido no era algo que me entusiasmase precisamente.
—Lo sé. Lo entiendo, y lo siento. Pero era necesario. Por Ana.
—En eso voy a estar de acuerdo.
—Y con el dispositivo receptor de Juan tuve un medio para contactar contigo. Yo también tengo el código de transmisión. Ahora Juan se ha llevado a Ana a Venezuela. No pude impedirlo. La mantendrá allá hasta que tú le pases los datos. La matará si no le das esa información, Sandra. ¿La tienes? ¿Pudiste obtener esos datos?
—Intentaré conseguirla esta noche. Ayer fue imposible. Tu marido tendrá que esperar. Puedes comunicárselo.
—¡No! ¡No puedo! Estoy aterrorizada. Acabará con Ana, y conmigo, si esto no se soluciona. Y yo no tengo a dónde huir. Esta casa es de una amiga. He arriesgado mucho pidiéndole que me dejara esconderme aquí.

Sandra reflexionó. Parecía que Patricia era sincera.

—¿Tienes las coordenadas del lugar donde está Ana?
—No. Solo sé que está a algunos kilómetros al sur de la ciudad de Caracas.
—Tendrás que venir conmigo, Patricia. Te alojaré en mi hotel, conmigo. Ahí estarás a salvo.
—Necesito ir a la casa. Tengo allí mi documentación, mis papeles, todo. No me atreví a venir con documentos que pudieran delatarme.
—Está bien. Vamos.

Sandra y Patricia salieron, caminaron hasta la casa, y Patricia entró. Salió al cabo de un minuto con un bolso. En ese momento, Sandra detectó un emisión de radio característica. De pronto, Patricia cayó al suelo, de forma fulminante. Sandra extrajo el phaser y el dron, que enseguida analizó el terreno circundante. No había nadie en esa zona. Era un ataque a media o larga distancia.

Sandra se acercó a Patricia. La observó detenidamente. Tenía un disparo en el pecho, con una importante hemorragia interna. Aquella munición no la afectaría a ella, por lo que podía concentrase en Patricia. Ésta alzó la mano levemente, miró a Sandra, le tomó la mano, y dijo con voz rota:

—Salva a Ana, por favor. Y quédate con ella. Ella irá donde tú le digas. Ella confía en ti…

Patricia no pudo decir nada más. Sandra llevó el cuerpo al interior. Debería esconderlo hasta que aquel asunto acabase. Que saliese a la luz que había muerto no era conveniente. Había podido descifrar la señal que detectó un instante antes del impacto: era de una bala-dron: proyectiles del tamaño de una bala estándar, sin sistema de impulsión, excepto la energía cinética del disparo, y controlados por un sistema de guía desde el arma lanzadora, con un alcance máximo de dos kilómetros.

Ahora debería localizar la fuente del disparo, y al responsable de esa muerte. Envió al dron en una búsqueda directa hacia el origen de la señal. La sospecha principal recaía en una acción de Juan Velasco. Pero algo le decía que aquella opción era la más probable. Pero no la única. Tendría que averiguarlo. Porque esa muerte podría ser la pista definitiva para encontrar a Ana. Quizás. El primer paso era encontrar al asesino, e interrogarlo.

Nada la detendría. Absolutamente nada. Ni Héctor, ni Juan, ni Diego. Dejaría de lado lo que fuese necesario. Pero daría con Ana. Y acabaría con cualquiera que se enfrentase a ella para impedirlo…


 

Autor: Fenrir

Amateur writer, I like aviation, movies, beer, and a good talk about anything that concerns the human being. Current status: Deceased.

A %d blogueros les gusta esto: