Primera parte en este enlace.
Segunda parte en este enlace.
Tercera parte en este enlace.
Quinta parte en este enlace.
Nota: agradecer a todos los lectores que se han interesado en este relato. Espero que esta cuarta parte les satisfaga igualmente. Muchas gracias.
Esta es la cuarta parte de «Cuatro Dos Negro», relato que explica la segunda misión operativa de Sandra, personaje de la saga Aesir-Vanir.
“Cuatro Dos Negro” quiere cerrar algunos aspectos que quedaron abiertos en “Trece almas”, e investigar un poco más en el desarrollo emocional primario de Sandra, algo en lo que llevo trabajando cinco años y nueve libros. Pero quedaba explicar el origen, el inicio fundamental. De ahí que me haya animado a escribir “Trece almas” y ahora este relato.
Este texto seguirá el mismo procedimiento que “Trece almas”. Se publicará en varias partes, y luego se convertirá en libro en Amazon, estando también disponible de forma gratuita aquí, en el blog. Ambas partes además se publicarán en un libro conjunto cuyo título final será “Sandra. Orígenes”. Cada cual podrá escoger la opción que estime más conveniente de lectura. Muchas gracias.
Siguiendo una pista.
Patricia había muerto, pero la señal de guía de la bala-dron era clara y precisa. Sandra siguió esa señal, que había detectado a través del dron, y que provenía de los satélites GPS en su versión militar.
Con esa señal pudo moverse al punto original del disparo, desde donde había operado el francotirador. Se encontraba en el interior de un edificio semiderruido, tras una calle escondida y abandonada, en realidad bastante cercana. Una mujer guardaba un fusil, capacitado para lanzar balas dron, mientras fumaba un cigarrillo. No parecía especialmente preocupada.
Sandra se acercó al edificio. Vio la señal infrarroja de la mujer en el interior. Entró, y la mujer del fusil extrajo con mucha calma una pistola. Apuntó a Sandra. Esta comentó:
—Tú eres la asesina de Delfina.
—Si te refieres al objetivo de esa casa cercana, es correcto. Pero ese nombre no me dice nada. Para mí es solo un código a eliminar. Y lo siento, pero en mi negocio no se admiten testigos. Te vi con ella con los prismáticos. Mala suerte que pasaras por aquí.
—¿No me perdonarás la vida?
—No es nada personal. Será rápido, no te preocupes.
—Lo que yo voy a hacer contigo tampoco es personal.
La mujer disparó su arma, que incorporaba un silenciador. La bala simplemente rebotó sobre la estructura defensiva de grafeno de Sandra, que incorporaba bajo la piel sintética. Extrañada, volvió a disparar. La bala de nuevo simplemente rebotó.
—¿Qué te pasa? —Preguntó Sandra—. ¿A qué estás esperando?
—Vaya, resulta que tenías una sorpresa escondida. ¿Qué tipo de blindaje llevas? Ese vestido no parece…
—Este vestido es muy caro. Y le has hecho dos agujeros. Afortunadamente es autorreparable. Diseñado para situaciones como esta.
—¿Quién eres tú?
—Soy un androide de infiltración y combate modelo Quantum Computer System QCS-60 avanzado. Pero puedes llamarme Sandra.
En ese momento, el láser del dron de Sandra, que se había colocado en la situación idónea, incidió en la mano de la mujer, que soltó el arma inmediatamente, en un gesto de dolor. Luego dos disparos más en las rodillas quemaron el tejido exterior del traje, y le produjeron dos quemaduras en las piernas. Cayó de rodillas en medio de gestos de dolor, y luego al suelo.
Sandra se acercó, y le inyectó una solución de un derivado de la escopolamina, tres veces más potente. La mujer comenzó a tener convulsiones. Sandra extrajo una sonda de su dedo, que se introdujo por la nariz portando un filo hilo de grafeno. Conectó la sonda con el área del dolor, en la ínsula posterior dorsal del cerebro. Con ello podría simular cualquier tipo de dolor, en cualquier parte del cuerpo, y con la intensidad que estimase oportuna. Luego preguntó:
—¿Por qué has matado a Patricia? Responde.
—Ya te lo he dicho: no conocía su nombre. Para mí solo es un código. Un objetivo a eliminar. No me dan ni razones, ni motivos, ni explicaciones, y no me interesan. Elimino el objetivo, y fin de la historia.
—¿Quién te ha contratado?
—Recibo mis instrucciones codificadas. Solo objetivo y tiempo máximo para actuar, zona del objetivo, y método recomendado. Nada más. —Sandra activó el punto del cerebro donde residía el sensor. La mujer gritó de dolor.
—Habla. Esa es la intensidad mínima.
—Soy una asesina profesional. No tengo datos, excepto los de mi objetivo. —Sandra verificó que probablemente decía la verdad. Iba a hacerle otra pregunta, cuando se escuchó una voz conocida. Sandra se volvió, y exclamó:
—¡Delfina! —Delfina se acercó despacio. Miró a aquella mujer, y le dijo:
—Tienes que disculpar a mi compañera. Es novata. Todavía no entiende cómo funciona este negocio, y pierde el tiempo inútilmente.
—Eso es evidente —aseguró la asesina—. Y tu amiga no es humana. ¿Lo sabes?
—Lo sé. Pero eso no la hace especial. Muchos humanos hemos dejado de serlo por circunstancias diversas. Tú y yo somos dos buenos ejemplos.
Delfina no dijo nada más. Extrajo su arma, y disparó sobre la mujer, la cual quedó tirada en un charco de sangre. Delfina la remató una vez más en la cabeza. Sandra la interpeló:
—¡Delfina! ¿Qué has hecho?
—He hecho exactamente lo que tendrías que haber hecho tú desde el primer momento. Hasta ella lo sabía mejor que tú. ¿Cómo puedes ser tan inútil, Sandra? ¿Ahora tus víctimas te tienen que decir cómo y cuándo han de morir?
—¿Era necesario eso? ¿Matarla así, a sangre fría? —Delfina observó a Sandra seria. Respondió:
—¿Sangre fría? ¿En qué mundo vives? Esto no va de carácter, Sandra, sino de supervivencia. Ella no sabía nada. Era una asesina profesional contratada. Nunca saben nada. Solo reciben unos datos muy concretos y precisos. No pierdas el tiempo con estos perfiles. Llegas, acabas con el objetivo, registras, te llevas lo que tenga y pueda ser de interés, y te vas.
—¿Y qué haces aquí? ¿Otra vez apareciendo por sorpresa?
—Otra vez, sí. Y menos mal que es así. Ya estás de nuevo perdiendo el tiempo, y no tomando las decisiones que hay que tomar. Al parecer tengo que acabar siempre lo que no sabes acabar tú. Eres un desastre, Sandra. Tienes que ser sistemática. O te volarán la cabeza cualquier día. No me extrañaría que acabases un día con un agujero en el vientre.
—No has contestado a mi pregunta. ¿Qué estás haciendo…?
—¿Aquí? Me has estropeado las vacaciones. ¿Qué te parece?
—¿Qué? Yo no te he estropeado las vacaciones, Delfina. Eres tú la que no eres capaz de irse de una vez. Yo lo tengo todo controlado. —Delfina rió.
—Controlado, dice. Claro que sí. Lo tienes todo controlado… —Delfina señaló con el dedo el cadáver de la asesina de Patricia—. ¿Y esto qué es? Yo te lo diré: ¡es un desastre! Estás perdiendo el tiempo con juegos inútiles, una vez más. Tengo que vigilar lo que haces, antes de que termines por estropearlo todo.
—¿Eres mi madre?
—Ahora mismo soy tu madre, tu padre, y tu abuela, todo a la vez. Tuve una intuición, llamé a Héctor, y me lo contó todo.
—¿Te dijo… que arriesgué tu vida simulando no conocer tu actividad como operativa?
—Exactamente.
—Supuse que lo entenderías… Espero… que no te lo tomaras a mal.
Delfina se acercó dando grandes pasos a Sandra, pasando por encima del cuerpo de aquella asesina. La agarró de los hombros, y la puso contra la pared diciendo:
—Óyeme bien, trasto mecánico. Vamos a ver si aclaramos algunas cosas, tú y yo. Sé que tienes diez veces mi fuerza, y que podrías arrancarme los brazos ahora mismo sin inmutarte, y luego cortarme en pedazos. —Delfina soltó a Sandra, y continuó:
—Tienes que enterarte de una maldita vez: Delfina es prescindible. Y el resto del mundo es prescindible. Repítelo. —Sandra no dijo nada. Delfina insistió:
—¡Vamos! ¿A qué esperas? ¡Repítelo! ¡A ver si te entra de una vez en esos circuitos tan preciosos que tienes! —Sandra accedió:
—Delfina es prescindible. El resto del mundo es prescindible.
—Muy bien. Y tú eres prescindible. Lo que importa es la misión. ¡Repítelo!
—Yo soy prescindible. Lo que importa es la misión. —Delfina asintió, señaló a Sandra, y dijo:
—Eso está mejor. Gracias por no arrancarme los brazos.
—No hay de qué —respondió Sandra.
—A ver si te vas enterando de una vez. No te la juegues nunca por mí. ¿Lo entiendes? ¡Nunca! Yo nunca me la jugaré por ti. Esto es un tratado de supervivencia, Sandra. Y aquí cada uno sobrevive como puede. ¿Te ha quedado claro?
—Perfectamente. Entonces, ¿por qué has vuelto? ¿Por qué todo este teatro, y estos consejos? ¿Por qué interviniste con Cristina, y ahora con esta asesina? ¿por qué esa obsesión en hacer de consejera conmigo? Algo te falla en la cabeza, Delfina. Te contradices.
—Me contradigo porque lo que yo haga contigo no es de tu incumbencia. Si quiero ayudarte es cosa mía, pero mis argumentos prevalecen. ¿Queda claro?
—Muy claro. ¿Podemos continuar?
Delfina se acercó a la mujer muerta, y comentó:
— ¿Quién ha sido la víctima de esta asesina?
—La madre de Ana. Había huido de su marido, el cual ha raptado a la niña. La tiene como moneda de cambio de los datos de ThermalHel. —Delfina silbó, dejando bien clara su sorpresa. Sandra continuó:
—No tiene por qué haber sido Velasco.
—¿Por qué?
—Porque puede haber sido alguien de ThermalHel, y provocar que corra el rumor de que Velasco la mató. Esto dañaría aún más su reputación, ahora que su empresa se hunde en la bancarrota.
—Tiene sentido —comentó Delfina. Luego se acercó a los brazos de aquella mujer. Extrajo un dispositivo con un escáner, y lo pasó por la piel. Finalmente, sonrió, y dijo:
—Aquí está. ¿Lo ves? Esto es lo que tenías que haber hecho desde el principio.
—¿Aquí está, el qué?
—Tiene un dispositivo de seguimiento subcutáneo insertado quirúrgicamente. Se los colocan a aquellos que son grandes profesionales. Los novatos o los poco eficientes pueden morir. Pero los eficientes merece la pena tenerlos bajo control, por si necesitan ayuda. En un buen asesino profesional merece la pena el esfuerzo de un rescate. Esto no te lo explican en los cursos de supervivencia. Claro que tú nunca has estado en los cursos de supervivencia.
—Eso significa que en este momento saben que está muerta —observó Sandra.
—Sí. Y significa que tenemos que salir de aquí. Esta casa derruida y este callejón perdido no llaman la atención, pero los que seguían a esta mujer pueden aparecer en cualquier momento.
Sandra observó el área del brazo de aquella mujer donde se situaba el dispositivo de seguimiento. Extrajo un pequeño bisturí, hizo una incisión, y luego extrajo unas pinzas de cirugía. La introdujo en la dermis, y extrajo el dispositivo. Luego lo introdujo en su muñeca.
En ese momento, apareció por el callejón un vehículo blindado entrando a gran velocidad. Sandra lo vio, y empujó a Delfina mientras extraía el phaser del brazo. Una lluvia de balas surgió del vehículo mientras cruzaba el edificio derruido, y mientras Sandra respondía con un disparo del phaser al motor del vehículo. Este estalló inmediatamente, lanzando a sus ocupantes a pedazos por toda la zona. El vehículo quedó destrozado.
La explosión había sido muy potente. Había que salir de allí de inmediato. Sandra vio en el suelo a Delfina, que se quejaba de un brazo. La tomó en su hombro, y observó una pared que daba a una calle trasera. En unos segundos aquello estaría atestado de gente, drones y policía. Disparó a la pared, que cayó de inmediato en un fuerte estruendo. Luego salió corriendo con Delfina al hombro a toda velocidad. En treinta segundos se habían alejado lo suficiente, a una zona boscosa cercana.
Comprobó que no la seguían, y que cualquier cámara cercana hubiese sido controlada por ella para evitar, y si era necesario borrar, cualquier grabación que les hubiesen podido hacer. A lo lejos comenzaron a escucharse sirenas acercándose a aquel edificio. También drones y curiosos.
Sandra dejó a Delfina en el suelo, apoyada a un árbol, y preguntó:
—¿Cómo estás? Déjame ver eso. —Sandra observó la herida de bala.
—Estoy bien. Es una herida de bala. Entrada y salida limpias. He tenido suerte. Pero tengo que detener la hemorragia.
—Ya me encargo yo.
Sandra limpió la herida, la cauterizó, y la cosió en menos de tres minutos. Luego miró a Delfina, y dijo:
—Listo. Quedará bien. He comprobado el tejido subcutáneo, musculatura y hueso. No habrá problemas. Es superficial. Pero ahora tendrás que retirarte de esta fiesta de inmediato. Y esta vez soy yo tu madre. ¿Te ha quedado claro?
Delfina la observó unos segundos, y dijo:
—Entre esa potencia de fuego que tienes, y cómo me has llevado como si fuese un saco de patatas a una velocidad increíble, es evidente que este tipo de situaciones críticas las puedes solucionar perfectamente.
—Sí, pero solo se ha de usar esta potencia de fuego en situaciones límite.
—Ciertamente. Que el objetivo nunca sepa que has existido. Ese es el lema. En todo caso, gracias, Sandra. Me has salvado la vida.
—Sí, claro. Te he salvado la vida. Y tú no deberías de haber estado ahí. En eso estoy de acuerdo con Héctor. Has podido perder la vida por querer ayudarme otra vez. Y yo no tendría que haberte sacado de ahí. Todo si seguimos tu lógica, que tienes tan clara. Algo no funciona aquí, Delfina. Cuéntame todo. Cuéntame por qué te obsesiona tanto protegerme.
Delfina se miró el brazo unos instantes, y respondió:
—Mis ideas son válidas. Mi actitud contigo se aparta de la norma, es cierto. Tómate esto como una dispensa papal.
—Muy graciosa. Pero sigues contradiciéndote. Vamos, no me hagas torturarte. Dime por qué has vuelto. —Delfina sonrió. Luego se mantuvo pensativa. Algo tenía en la cabeza. Sandra se dio cuenta, y preguntó:
—¿Qué pasa, Delfina? Tú Me ocultas algo. —Delfina asintió levemente. Su mirada era lejana, como recordando algo del pasado. Dijo al fin:
—Sí. Tienes razón. La culpa es de Héctor. —Sandra se sorprendió:
—¿Héctor? ¿Qué tiene que ver Héctor con todo esto?
—Hace un tiempo, antes de la primera misión, me dio un discurso. En relación a ti.
—¿Un discurso? ¿Sobre mí?
—Sí. Ya sabes cómo es él. Siempre da discursos. Esa historia de la humanidad, de salvar el mundo, del futuro de la especie. Discursos de esperanza para una nueva humanidad, más pura, más justa, más solidaria. Le encanta todo eso. Es un hombre de fe. Una fe en la humanidad que yo admiro, pero en la que no creo. Sus palabras, sin embargo, eran profundas… Él realmente cree en ti. Y cree en sus historias de grandes logros y futuros prometedores… Y te tiene en un pedestal. El caso es que me dijo que eras importante. Muy importante. Que eras especial.
—¿Eso te dijo? —Delfina se levantó lentamente y con gesto de dolor, y miró fijamente a Sandra.
—Sí. Mira, Sandra, yo no sé si eres importante, y, si lo eres, por qué lo eres. Sí sé que eres especial. Héctor me dijo que tu supervivencia es primordial. Y yo me dije a mí misma que tenía que ayudar a alguien así. Puede que yo no tenga fe en el futuro. Pero creo que debo apoyar a los que sí la tienen, porque son los que pueden cambiar el mundo, y darle una oportunidad a la humanidad. Héctor te admira. Y yo creo que, si lo hace, debe ser por algún motivo importante. Por eso he venido.
—¿Y tus principios?
—Tengo otros, si es necesario, como decía aquel. Además, tú estás obsesionada con Ana.
—Sí, es cierto. A veces es bueno que dejemos de lado lo necesario, para empezar a ocuparnos de lo que nos importa.
—Eso es muy cierto. Y muy impropio de…
—¿Un pedazo de acero y grafeno? —Delfina sonrió, y respondió:
—Creo que dejaré de definirte por esos términos. Pero dejemos ahora todo ese rollo filosófico y místico. ¿Sabes algo de la niña? ¿Te dijo la madre algo antes de morir?
—Me dijo que la niña está en Venezuela. A algunos kilómetros al sur de Caracas. Nada más.
—Bueno, algo es algo. Pero me temo que tendrás que reducir el espectro si quieres encontrarla. —Sandra alzó los hombros con resignación.
—Sí, supongo que sí. Y, ahora, te vas a ir de una vez a Nueva Zelanda.
—Sí, pero antes, ¿has analizado los datos de ese sistema de seguimiento de esa mujer?
—Sí. Y, efectivamente, tiene una serie de puntos de geolocalización. No sé si serán de mucha ayuda. Los datos que pude extraer de la unidad de datos de Patricia sí pueden ser de interés. Ella intentó llevarse toda la información posible sobre Ana, pero está cifrados, y para abrir estos datos necesitaré tiempo.
—De acuerdo. Pásame esos datos. Déjame al menos entretenerme en el avión intentando romper ese cifrado, y analizando esos datos camino de Nueva Zelanda. Quizás pueda ver algo que te sirva de ayuda.
—Se supone que vas a Nueva Zelanda a descansar.
—Sí, pero se supone que eso lo haré cuando llegue. En el avión puedo mirar ese cifrado.
—Eres muy persuasiva cuando quieres.
—Forma parte de mi trabajo. —Sandra suspiró levemente, y sugirió:
—No se te ocurra descubrir algo en esos datos y darle la vuelta al avión. Te veo capaz de algo así. Si encuentras algo de interés, me lo mandas codificado por el canal habitual. ¿Está claro?
—Por supuesto, ¿de verdad me ves capaz de una locura así?
—Y de muchas otras locuras.
—Por cierto, te he pasado los datos de mi destino en Nueva Zelanda. Voy a un hotel, a la falda del monte Aoraki. Hay un parque nacional impresionante. Cuando hayas terminado la misión, ven a verme allí. Estaré tres semanas, relajándome. Te estaré esperando.
—¿Estás intentando conseguir una cita conmigo? —Delfina rió.
—Sí, claro, ahora me gusta hacerlo con cafeteras que caminan. Tengo un amigo allá. Quizás él pueda presentarte a un amigo.
—Por supuesto. Para que entres y le des dos tiros en la cabeza a sangre fría.
—No suelo hacer eso con mis amantes, o los amigos de mis amantes. Al menos, no al principio. En cualquier caso, si quieres venir, ahí estaré. Te gustará aquello. Si puede inspirarme a mí, podrá inspirar a una máquina.
—Eso es muy amable de tu parte —dijo Sandra en tono jocoso—. Y, ahora, lárgate. A trescientos metros hay un servicio de transportes. Te escoltaré con el dron. Toma un transporte, y vete al aeropuerto.
Delfina saludó militarmente a Sandra de forma burlona, y se fue caminando.
Sandra, mientras tanto, había estado rastreando la zona, asegurándose de que ni cámaras fijas ni móviles pudieran detectarlas, esta vez incluyendo las de Diego, o de cualquier curioso.
Doble juego.
De pronto, sonó el aviso de llamada en el receptor que le había entregado Juan Velasco. Éste había dejado un mensaje:
«Hola Sandra. No tengo noticias tuyas. Y eso me molesta. Sé que tu cita acabó rápido, y mal. Tal como quedamos, dos observadores controlaban tu intento de obtención de datos. No sé la razón por la que dejaste la mesa de la cena con Diego, y no me importa. Lo que sí me importan son los datos. Tienes cuarenta y ocho horas. Ni una hora más. Si recibo los datos, y estos me satisfacen, nuestro acuerdo quedará cerrado. Si no es así, tendré que actuar. Ana se sacrificará por la familia. Sé que es joven, pero lo entenderá. Debemos dar la vida por la familia. La familia lo es todo. Y ella es una Velasco, fuerte y segura de sí misma y de su padre. Patricia ha desaparecido. Pero no me importa. Pensaba acabar con ella de cualquier modo, y he dado orden de que se localice. Ten los datos a punto. En cuarenta y ocho horas. Ni una más».
Sandra leyó el texto con preocupación. Se confirmaba, al menos aparentemente, que Juan no era el responsable de la muerte de Patricia. Y esa noche tenía una nueva cita con Diego. La verdad es que tener el apoyo de Delfina no hubiese estado mal. Pero ella no debía ser vista de nuevo por la zona. Tendría que obtener los datos. Y tendría que localizar el paradero de Ana. Porque la palabra de Juan Velasco no valía nada. Era un demente. Un perturbado. Un psicópata. Y lo único que importaba era la vida de la niña.
Luego llamó a Héctor.
—¿Sandra? Cómo estás?
—Patricia, la madre de Ana, ha muerto. Ha sido una asesina profesional, de un disparo mediante una bala-dron. Desconozco el móvil exacto y quién ordenó su muerte. Pero no creo que fuese Juan Velasco.
—Yo tampoco lo creo. No de una forma tan rápida y limpia. Y por un profesional anónimo. De ese tipo de cosas se encarga él personalmente. Quiere asegurarse de primera mano de que el trabajo se hace bien. Sí ordena búsquedas para eliminar personal, pero en este tipo de casos, con familia cercana o gente en la que ha confiado, el disparo final lo da él mismo. Ya acabó con su hermano cuando empezaron en el negocio. Lo torturó tres días antes de morir. Qué más datos tienes.
—Delfina volvió.
—¿Otra vez? Esta mujer es imposible.
—Sí. Me ayudó a localizar información de la asesina de Patricia. Un dispositivo oculto, invisible en cualquier frecuencia. Muy ingenioso, yo no podría haberlo detectarlo sin un escáner activo.
—Delfina es una experta. Se pueden aprender muchísimas cosas de ella. Ha visto de todo. Quizás demasiado para su edad. Pero no tendría que haber vuelto. Esto empieza a ser obsesivo para ella, como tú estás obsesionada con la niña.
—Me dijo que lo hizo por lo que le explicaste de mí. Que soy importante. Que mi existencia es vital. Desde ese punto de vista, tú eres el responsable de que ella me haya estado apoyando. Creo que se siente de algún modo obligada a evaluarme y a controlar mis progresos. La convenciste de mi importancia, y ahora siente que debe protegerme.
—Lo entiendo. Pero no le dije eso para que arriesgara la misión dos veces. En todo caso, lo que le dije es la verdad.
—Yo no soy tan importante, Héctor. Solo soy un androide de infiltración y combate modelo QCS-60 avanzado. Nada más. —Héctor sonrió.
—Eres eso, Sandra, y mucho más. Pero ya tendremos tiempo de hablar. Termina la misión. Consigue los datos de ThermalHel relacionados con la empresa de Juan Velasco, y los datos de las armas. —Sandra insistió:
—¿Por qué soy importante, Héctor?
—¿Crees en el destino? ¿Crees que algunos seres humanos nacen destinados a hacer algo importante?
—No estoy programada para tener creencias, sean estas filosóficas o religiosas. Y ni siquiera soy humana.
—Esa respuesta no es creíble ni para ti misma. Pero deberás descubrirlo tú sola. De momento, sigue adelante. Consigue los datos. Y, por favor, ten cuidado.
La comunicación se cortó. Sandra tenía que obtener esos datos. Primero, atender la nueva cita con Diego, y obtener los datos, para satisfacer a Juan Velasco.
Luego, localizar a Ana en algún lugar al sur de Caracas, y llegar allí a tiempo para salvarla. El tiempo era muy justo. Solo encontrarla le podría llevar las cuarenta y ocho horas, si no conseguía los datos de Diego.
Si las cosas se complicaban con Diego, si obtener los datos se tornaba imposible, viajaría en un aerodeslizador supersónico a Caracas. Y encontraría la niña. Sin importar sutilezas. Emplearía todas sus posibilidades a su alcance. Y lograría salvar a la niña. A cualquier precio.
Esa era una promesa hecha a Ana desde la distancia. Y no habría lugar para incumplirla.
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