Con la inminente salida de «La ira de Freyja» en inglés el próximo día 12, se habrán completado dos terceras partes del proceso de traducción de «La leyenda de Darwan», y para celebrarlo me gustaría traer aquí un fragmento del libro en español. En el mismo se puede ver a Helen, que es una mujer cercana a los treinta años, que llevó una vida normal y corriente, con un trabajo normal y corriente, y con una muerte por cáncer que le sobrevino de forma repentina.
Ella, junto a miles más, despierta de nuevo en un mundo completamente distinto, y se encuentra con la difícil situación de ser elegida como líder de la especie humana. En ella conviven la mujer sencilla, que solo quiere divertirse, ir a conciertos, y reír con los amigos, junto a la proclamada Freyja, la diosa nórdica, que es como la llaman, y que debe mostrarse fría, temperamental, y enérgica, para llevar adelante a la especie humana en una guerra brutal que asola la galaxia.
En muchos aspectos esa dualidad forma una de las claves principales de «La leyenda de Darwan», una trilogía que llegó a ser número 1 en categoría absoluta en la red literaria «Entreescritores», y cuyos comentarios de lectores fueron los que me animaron a seguir con la saga. A todos ellos, y a todos ustedes, muchas gracias por su apoyo e interés en estas obras.

Fragmento de «La ira de Freyja»
Finalmente, Helen salió del éxtasis, y vio, en el umbral de la puerta, a su fiel Kim, esperándola con paciencia infinita. Sentía un afecto especial por aquel androide. Quizás era el último rasgo de un sentimiento noble, puro y verdadero que quedaba en ella. El resto era un caos de dolor, venganza, odio, y guerra.
—¿Cuánto rato llevas ahí? —preguntó Helen a Kim mientras se vestía.
—Un ratito solamente, señora. No quería molestarla. Y ya sabe que me preocupa su estado mental, cada vez más agitado. Siempre le aconsejo estas sesiones de relajación, y siempre me alegro de que siga mis consejos.
—La verdad es que es una forma de autoengaño, Kim. Es cierto que encuentro paz en la meditación, pero también lo es que, cuando salgo por esa puerta, la realidad se impone. Y tengo la sensación de que mi mente puede terminar de estallar en cualquier momento.
—Señora, hemos hablado de esto durante la anterior guerra, cuando fue liberada de la prisión, y fue sometida al segundo tratamiento de la manipulación mental. Y sabe, señora, que debe cuidarse cada día y cada minuto de su vida. Tiene una misión que atender con la humanidad, y debe hacerlo en las mejores condiciones.
—¿Una misión? ¿Con la humanidad? ¿Tú me has visto aspecto de gran heroína guerrera? ¿Me parezco quizás a Aquiles o a Odiseo? ¿Tú también me ves como la salvadora de la humanidad? ¿La que llevará a la especie humana a un Nirvana de paz y poder ilimitados? ¿La que convertirá el universo en el hogar de nuestra especie?
— Sabe que no es así, señora. Eso es propaganda, y recuerde que la propaganda es importante para crear un halo de poder alrededor de usted, de sus amigos, y sobre todo, de sus enemigos. Pero usted sabe la realidad: todo eso no son más que palabras. Usted sabe, como yo, el verdadero peligro que acecha a la humanidad. El motivo de la guerra, de la lucha incansable, de que no debe desfallecer ni en los momentos más duros. Piense en eso, y olvide esa propaganda, y que la rebautizaran como Freyja. Eso está bien para dar una imagen que todos sabemos es necesaria. Pero no servirá para conquistar el éxito y acabar con la guerra.
—Es cierto, mi fiel guardián y escudero. Yo, sin embargo, no soy más que una mujer. No soy Freyja, no soy una diosa, ni tengo sus poderes, ni los quiero. En cuanto a ti, tú y vuestras series sois la cumbre de la ingeniería biotecnológica en androides. Pero tú eres especial, Kim. Siempre atento a mis necesidades, y siempre por delante de mis miedos y mis temores.
—Bueno, no es tan difícil, señora. Para mí, leer vuestra mente es sencillo. Puedo anticiparme a muchos de los conflictos y requerimientos antes de que emerjan. Puedo ver vuestros anhelos, y vuestras frustraciones, y atajarlos. Los veo cuando están al fondo, naciendo en lo más profundo de la mente. Puedo entonces tomar las medidas necesarias para evitarlos, o al menos, para hacerlos menos dañinos.
Helen sonrió. Era algo muy difícil de ver en ella. En las pocas ocasiones en las que su rostro mostraba una sonrisa, incluso, por un momento, podría pasar por una simple joven mujer de veintitantos, normal y corriente, que anduviese corriendo por la calle, o en un concierto de rock.
—¿Bailamos? —preguntó Helen sonriendo, y adelantando la mano para tomar la de Kim.
—Señora, no le conviene agotarse.
—¿Qué dices? Soy joven, y tengo ganas de bailar. Y tú sin duda bailas muy bien.
—Estoy versado en más de mil quinientas cincuenta formas de baile de los siglos XVII a XXII.
—Pues vamos. ¡Computadora! ¡Pon algo ligero de Sheryl Crow!
—Siempre está escuchando a esa cantante —comentó Kim suavemente mientras tomaba a Helen por la cintura y comenzaban a girar lentamente. Ella apoyó su rostro en el hombro de Kim. Sentía el calor del tejido vivo tras la ropa sintética del androide.
—Es cierto, me relaja escucharla. Estoy algo obsesionada quizás con su música. Pero no me importa. Ojalá pudiera escucharla a todas horas.
Helen y Kim bailaron durante unos minutos. Ella recordó a un novio que tuvo con dieciocho años con el que había bailado varias veces. Recordó cómo temía estar con él, y cómo él la traicionó. De repente, se sintió incómoda, y cansada, hasta que ella se echó sobre un sillón.
—Tengo que hacer algo de deporte. Este cuerpo que han regenerado los LauKlars no aguanta nada.
—No es eso, señora. Es su agotamiento, recuerde. Su mente. Y sus recuerdos.
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