Cambio de planes, de nuevo. ¿No es la vida aquello que planificamos para que luego sea modificado por obra y arte del caos? En cualquier caso, mi trabajo con «La leyenda de Darwan IV: Idafeld» se está convirtiendo en un viaje místico a un camino impredecible, donde el hecho de escribir cada línea es un esfuerzo de titanes, y cada nueva línea escrita me lleva a un final que nunca querría alcanzar. Porque el final de la saga significa mi final literario, y mi final literario significa que la parte esencial de mi vida muere, como el Señor Oscuro, que vertió todo su poder en el Anillo único. Yo he hecho lo mismo con la saga, y ahora que se acaba, se disuelve para siempre, y yo con ella.
Pero los finales son y están para alcanzarlos. Los antiguos vikingos creían que el arco irís era el puente que llevaba a Asgard, la ciudad de los dioses, a través del puente llamado Bifröst, que une Midgard, la Tierra, con Asgard, dos de los Nueve Reinos. Por eso no podía alcanzarse a tocar nunca el arco iris; porque estaba reservado a los dioses inmortales. Inmortales mientras tomasen la manzana del manzano de Idún, y mientras no llegase el Ragnarok.
Admiro a un pueblo cuyos dioses están destinados a morir, porque denota que los vikingos eran conscientes de que todo tiene un fin, y que incluso los dioses más grandes deben dar paso a nuevas historias, nuevos caminos, nuevos sueños. Como yo he vivido la vida, así deberé entregarla para que otros puedan vivirla luego, en un círculo eterno de vida que nunca cesa. Donde cada cual recoge el testigo del anterior. Y donde llegar, o marchar, son acciones marcadas por el destino. Y puedo decir que ha sido un honor vivir esta vida. Pero también es un honor saber que otros vendrán detrás para reclamar nuevos sueños, nuevas historias, nuevas metas. Así es el orden de las cosas en el universo. Y así debemos aceptarlas.
En cualquier caso, mi cambio significa que iré publicando el último libro aquí. Porque así puedo ver cómo nace y crece, y puedo darle una forma final cuando lo haya terminado, sin la presión de unir todas las piezas demasiado tarde, cuando ya no quede nada de mí excepto un recuerdo que se desvanece para siempre. Ay de aquel que graba su nombre en piedra en un signo de orgullo y vanidad, porque esta será horadada por el fuego y la lluvia del viento. No debemos temer al olvido, ni gritar nuestro nombre para que su eco se torne eterno. Debemos en cambio procurar que lo que dejamos atrás sea amor, y la marca de un nuevo camino para los que vendrán.
Es extraño ver cómo la vida insufla fuerza y poder, y luego la mente y el alma se van diluyendo en la nada. Veremos nacer nuevas estrellas de nuestros átomos. Y seremos parte de ellas. Por ello, haber vivido habrá merecido la pena. Saber que somos uno con el universo. Que somos uno con la materia, el espacio, la energía y el tiempo. ¿Puede haber mayor gloria?
Idafeld es un libro sin duda especial, y es el único en el que recomiendo que el lector haya leído la trilogía de «La leyenda de Darwan» y «La insurrección de los Einherjar», aunque no es obligatorio, ya que procuro introducir personajes y acontecimientos. Simplemente el lector tendrá una visión más amplia de los hechos.
En esta escena, Yolande Le Brun, la primera oficial de la flota que ha llegado a ese extraño castillo de luz en medio del universo, donde vive un grupo de seres humanos que son a la vez humanos y dioses, está en su habitación, recordando tiempos pasados. Los momentos que pasó con quien fue su amor, Vasyl Pavlov, y la muerte de este. Recuerdos. Muchos recuerdos, demasiados recuerdos para una mujer con una tarea titánica: ser la mano derecha de Helen Parker, a la que apodan Freyja, la líder de un grupo de supervivientes, que debe buscar un camino para la humanidad, más allá de las estrellas…
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