De vez en cuando aparecen titulares falsos en periódicos importantes, que dicen que un asteroide va a estrellarse contra la Tierra. Luego, cuando se entra al detalle, se dice que, si ocurre, será dentro de cien años con una probabilidad entre cien mil. Y, en realidad, teniendo en cuenta un rango de cien años, o de doscientos, tampoco ese cálculo puede darse como real, debido a las inherentes deficiencias de la mecánica celeste y del problema de los tres cuerpos.
Pero eso no significa que no pueda ocurrir, incluso en un mes. Podría detectarse un asteroide nuevo directo hacia la Tierra, capaz de destruir una ciudad, o un continente, o el planeta entero. Ha ocurrido en el pasado. Y la pregunta no es si volverá a ocurrir, sino cuándo volverá a ocurrir.
Por eso hay que poblar Marte. Es un planeta bastante más pequeño que la Tierra, con recursos naturales abundantes. Su superficie corresponde a la superficie seca de la Tierra. Sin embargo, llegar hasta allá supone retos muy diversos. Recientemente se ha comprobado que uno de los problemas más graves a los que se enfrentarán los astronautas está en las relaciones personales.
En experimentos de aislamiento simulando el viaje, los astronautas perdían el control, debido a roces y conflictos. Es normal, somos seres humanos, y las relaciones son ya difíciles en circunstancias normales, podemos imaginarnos lo que puede ser un viaje de unos tres años y medio metidos en unas zonas extremadamente pequeñas. Para volverse locos.

La imagen superior muestra el primer prototipo del cohete para ir a Marte por parte de SpaceX, la empresa de Elon Musk, que por cierto ya no dirige debido a sus salidas de tono constantes. ¿Les suena el aspecto de la nave? Lo habrán visto en muchas películas de ciencia ficción antiguas, aquellas de los años cincuenta, en comics, etc. Este cohete tiene algo muy distinto a los otros: no tiene etapas, es decir, no va perdiendo elementos. El cohete como un todo se recargará de combustible en el espacio, en órbita con la Tierra, con algo parecido a una gasolinera espacial, y luego tomará camino a Marte, con cien personas a bordo.
Esas son las previsiones para 2024, tal como informó Elon Musk. ¿Será así? En lo que refiere al viaje, no lo sé. En lo que refiere al tiempo, ya se lo adelanto yo: es imposible. Nadie va a mandar a Marte a cien personas en 2024, puede usted estar seguro de ello, No porque yo lo diga claro, mis afirmaciones tienen nulo valor científico, pero sí lo dice la lógica, la ingeniería, y las leyes de la física. Y no se van a mandar a cien personas porque no tiene sentido mandar a tantos individuos en un primer viaje. Las leyes de la lógica, una vez más, dicen que se minimicen los riesgos mandando una tripulación pequeña, muy entrenada y muy especializada, que puedan abrir el camino para futuros viajes.
Todo eso no le importa a Elon Musk, que llena estadios y salas con aplausos efusivos, con gente que se cree cualquier cosa que se les diga, y si se les dijese que van a mandar la nave de Star Trek aplaudirían igual. Pero otros preferimos, desde puestos mucho más modestos, contar la verdad. Una verdad que no recibe aplausos efusivos ni abre portadas de los telediarios, pero que cuenta las cosas como son. Yo procuro estar en ese bando: el que cuenta la realidad de las cosas, con mejor o peor acierto, pero de forma realista.
El momento crítico del viaje a Marte, de todas formas, no se circunscribe a la tecnología, ni a la nave, ni a cosas similares. Se circunscribe, sobre todo, a una especie que sigue obsesionada con las ideas de tribalidad, con «mi raza, mi credo, mi lengua, mi país, mis ideas, mis convicciones, mis pensamientos, mi filosofía, están por encima de las de los demás».
Se le ha cambiado el nombre, pero la idea constinúa. Antes se hablaba de tribus. Ahora se habla de naciones, y de nacionalismos, pero la idea persiste: mi país, mi religión, mi lengua. ¿Tiene posibilidades de alumbrar algún futuro una especie así?
Es difícil de decir. Mi opinión es que esta sociedad tiene muy difícil dar el salto a los planetas, y luego, a las estrellas. Pero se han superado retos increíbles en el pasado, y podría ocurrir de nuevo. Elon Musk propone meter a cien personas en una caja de cerillas, mandarlas tres años para que vivan juntas en esa caja de cerillas, y esperar que vuelvan contentas y felices. Y el problema no es que él lo diga y lo crea; el problema es que sus fanáticos seguidores lo crean. Ese es el verdadero problema. Porque cuando un hombre de la influencia de Elon Musk se dedica a contar cuentos solo para satisfacer su orgullo y su ego, sin tener en cuenta ningún aspecto científico y humano de lo que dice, es que algo grave, muy grave, ocurre en este mundo.
De acuerdo, los políticos mienten, pero eso es lo que esperamos de ellos. Que nos digan que si les votamos el mundo será de color de rosa, todo será maravilloso, la gente ganará dinero a millones, y todos iremos en Ferraris por la calle. Los políticos nos manipulan, forma parte de su trabajo contarnos mentiras, lo vemos todos los días. Pero, ¿Elon Musk? ¿Y otros hombres y mujeres como él? ¿Gente que debería ser responsable y sensata? ¿Por qué nos mienten?
Por vanidad. Por orgullo. Por megalomanía. Por no dejar de ser el centro de atención de los focos.
Al final, ocurre lo de siempre: la mentira y la irracionalidad se disparan tanto que se pierde el norte. Actualmente Elon Musk ya no dirige SpaceX ni Tesla. Sin embargo, los logros de estas empresas, se los sigue asignando él, cuando él nunca ha participado en ningún proyecto excepto para llenar estadios. ¿Dónde está el reconocimiento a los hombres y mujeres que sí han logrado grandes éxitos en estas empresas? ¿Alguien conoce sus nombres, sus carreras, sus vidas? Nadie. No se puede dar fama a esa gente, porque entonces se descubriría que Elon Musk no es más que un personaje de novela, puesto ahí para llenar campos de deportes con escenarios repletos de seguidores fanatizados y rock estridente sonando por los altavoces.

Es la hora de buscar nuevas formas de encontrar caminos para promocionar el viaje al espacio, y a Marte, de una forma racional. Es la hora de que se hagan las cosas en condiciones, y se entienda que ir a Marte no es un paseo por el campo. En ese sentido, una organización, la NASA, con su proyecto Orión, está dando los pasos necesarios. En silencio, con precaución, y con datos reales, están llevando a cabo un verdadero proyecto para llevar a un pequeño equipo de hombres y mujeres a Marte.

Incluida Alyssa Carson, una joven admirable de la que ya he hablado alguna vez, y que se entrena desde los once años, teniendo ahora diecisiete. Ella, y otros como ella, son el futuro real de la especie humana. Esos chicos y esas chicas son la esperanza de la humanidad. Hombres y mujeres entrenados física y mentalmente para algo tan increíblemente duro como para ir a Marte. Hombres y mujeres que vivirán una verdadera pesadilla durante el viaje, y lo saben. Pero lo hacen no porque se consideran héroes, o porque quieran llenar estadios con aplausos. Sino porque creen que deben hacerlo. Que alguien debe dar el primer paso, como se hizo en el pasado en otras exploraciones. Y quieren ser ellos.
Todos ellos tienen mi respeto, y mi apoyo. Sin aplausos. Sin estridencias. Sin gritos. Simplemente, son quienes trabajan en silencio, lentamente, con cuidado, para crear una nueva civilización humana fuera de la Tierra. La primera colonia marciana, y la simiente de una nueva sociedad.
Ese es el futuro que todos queremos para la humanidad: el de un futuro lleno de ciencia, de humanidades, de progreso. Y ellos serán quienes lo lleven a cabo. Es más emocionante que el mayor de los discursos. Porque no serán palabras. Serán hechos. Y los hechos son los verdaderos valedores del futuro de la especie humana.
P.D.: recomiendo el reportaje «La generación de Marte», un programa especial donde se explica cómo estos hombres y mujeres se preparan para viajar a Marte. Simplemente maravilloso e impresionante.
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