Una de las expresiones más asombrosas del ser humano es su capacidad para incumplir con su palabra, o directamente tergiversar la verdad. Cuando no mentir directamente. Algunos ejemplos son «te amaré toda la vida», «te pagaré mañana», sin olvidar el clásico y famoso «esta noche has estado increíble». Siempre encontramos una nueva forma de saltarnos nuestras propias palabras.
Eso es lo que estoy haciendo hoy, publicando un fragmento más de «La leyenda de Darwan IV: Idafeld». La razón es que el texto anterior, que pueden leer en este enlace, quedaba demasiado colgado, y he optado por completarlo ahora, para que quienes lo lean tengan una visión más amplia de los hechos narrados.
En todo caso, tras la aparición fortuita de Idún en la cámara donde están Scott y Helen, aquella ordenaba a Helen que despertara del estado de coma, o de animación suspendida, en el que se halla. Y este será el inicio de la historia final de Helen Parker, y de una saga que he diseñado durante los últimos cincuenta años. Muchas gracias.
Luego Idún se volvió. Miró a Scott, y sonrió, algo que desconcertó totalmente a este. Ella susurró:
—Aún hay esperanza para ti. —Scott la miró extrañado, y preguntó:
—¿Esperanza? ¿Para mí? ¿La ha habido alguna vez?
Idún no respondió. Simplemente, desapareció. Y, mientras su cuerpo se desdibujaba en el aire, Helen comenzó a moverse suavemente. Primero las piernas, luego los brazos, finalmente las manos y el cuello. Scott se encontraba a su derecha, observando asombrado el proceso.
Tras unos instantes, Helen se estiró. Parecía que había estado durmiendo sin más. Abrió los ojos, y las pupilas azules miraron el techo de la sala. Luego miró a su izquierda, y a la derecha. Vio a Scott a su lado. Tras unos instantes, comentó:
—Scott…
—Mi señora Freyja.
—¿Qué diablos ha pasado?
—Has despertado. Te tuve que situar en un estado de coma inducido. Debido al estado de tu mente. ¿Recuerdas?
—Sí. ¿Y qué hago desnuda, con solo este trapo cubriéndome? ¿Estás intentando proponerme algo? Porque incluso en este estado puedo abrirte la cabeza solo parpadeando.
—Mi señora vuelve a bromear. Me alegro mucho. Eso es una gran señal.
—No estaba bromeando.
Helen movió las piernas, y se volvió, quedándose sentada en la camilla. La sábana cayó mientras decía:
—Muy bien. Si ya has terminado de mirar el paisaje con esa cara de embobado, hazme un favor, y ve a buscarme algo de ropa. Iría desnuda por la nave, ya lo hice una vez, pero prefiero no repetirlo.
—Aquello fue debido a tu enfermedad, Helen.
—Espero que algún día te decidas a llamarme solo Freyja, o solo Helen.
Scott salió de la sala, y volvió enseguida con el uniforme militar de Helen, que había guardado para ella esos tres años. Un mono negro, con el cubo y los tres octógonos en un lado, y unas botas militares, también negras. Además de un conjunto de ropa interior. Helen se vistió lentamente. Pesadamente. Luego se ató el cinturón, y se colocó el arma personal en el lado izquierdo. Miró a Scott, sonrió, y preguntó:
—¿Qué tal? La verdad es que me siento francamente bien. ¿Estoy guapa? —Scott contuvo la respiración. Luego pudo balbucear:
—Mi señora está… radiante. —Helen alzó las cejas, y rió. Luego empezó a toser.
—Ten cuidado, por favor. Han sido tres años. —Helen negó con la cabeza, mientras se colocaba la mano derecha en el cuello.
—Tres años como una planta. Yo, Helen Parker, que no puedo estarme quieta ni un instante. Menos mal que mi padre no está aquí para verme así.
En ese momento entró Yolande Le Brun. Scott solo le había dicho que fuese rápido a la cámara de Helen. Le Brun se había asustado. Pensó que ocurría algo malo. Cuando entró, no pudo reprimir un grito.
—¡Mi señora! ¡Estás…! —Helen asintió.
—¿Cuándo vais a dejar eso de «mi señora»? No soy un ídolo o una diosa, ni llego a la treintena, o al menos eso es lo que indica la edad biológica de mi cuerpo, claro. Ahora lo importante es que estoy viva, gracias al trabajo de este podenco, al parecer. ¿Y bien, Le Brun? ¿No me vas a dar un abrazo?
—¿Ya puedes?…
—¡Yolande! ¡Ven a darme un abrazo! ¡Es una orden!
Yolande y Helen se abrazaron con fuerza sonrientes. Helen puso su mano en la cara de Yolande. Le dijo:
—Siento mucho lo de Pavlov. Fue determinante en la victoria. Su pérdida es irremplazable. Siempre le recordaré.
—Sí, señora —comentó Le Brun—. Será siempre recordado como el gruñón machista, insoportable, tozudo, y retrógrado que era, mi señora. Pero, sobre todo, será recordado como el hombre que lo dio todo por nosotros. Sus acciones fueron cruciales para la victoria. Era un desastre. Pero fue clave en la victoria. Casi tanto como tú.
Helen sonrió. Luego miró a Scott, que seguía embobado mirándola.
—Míralo. Ahí está: el hombre de hielo, una vez más. Te daría un abrazo, pero no quiero congelarme de nuevo. Te debo la vida. Y eso me va a costar mucho esfuerzo tener que recordarlo cada día.
—Es cierto —confirmó Le Brun, mirando a Scott—. ¿Cómo lo has hecho, Scott? Cuando salí de aquí, tu voz era de una muy honda preocupación. Temías por su vida. ¿Has hecho alguno de tus trucos de última hora?
—Yo… yo no hice nada —aseguró Scott—. Sí, es cierto. Mantuve a la señora viva estos tres años. Eso es verdad. Pero su vida se me escapaba de las manos.
—¿Entonces?… —Scott carraspeó. Miró a Le Brun, y comentó:
—Es uno de esos… esos seres… Esos seres, humanos, que lo son y no lo son.
—¿Qué? —Exclamó Le Brun—. ¿Una de esas personas, de esa gente que hemos encontrado, de ese grupo que lidera ese tal Freyr?
—¿De qué estáis hablando? ¿Qué gente? —Preguntó Helen extrañada.
—Ahora os lo explico, mi señora —contestó Le Brun—. Scott. ¿Uno de esos seres?
—Más… o menos.
—¿Cómo que más o menos? ¿Quieres dejar de hablar con acertijos, como haces siempre?
—Es y no es. Ella… está más allá del bien y del mal. Ha dejado atrás la humanidad, pero ni siquiera es una diosa. Ella es… Idún. Es difícil de explicar.
—¿Difícil? Contigo todo es siempre un galimatías. —Helen intervino:
—Bueno, sea quien sea, si dice que ha sido ella, yo creo a Scott. Eres un egoísta egocéntrico, pero siempre dices la verdad. Aunque sea con acertijos. Y ahora, vamos a ver: ¿qué asuntos tenemos para hoy?
Scott y Le Brun se miraron. Ante aquella pregunta, estaba claro: Helen Parker había vuelto. Y era, una vez más, la líder de un grupo de supervivientes desesperados.
La recepción.
Al día siguiente, ya con más fuerzas, Helen convocó a toda la población superviviente de aquel viaje, tras haber dejado el que fuese el hogar. En la sala de conferencias de la nave Charles de Gaulle, apareció radiante, con su uniforme, y con la promesa de decir unas palabras.
La gente la vitoreó durante unos minutos, mientras ella intentaba comenzar a hablar. Finalmente, las voces se fueron calmando. Y comenzó su discurso, como siempre, totalmente improvisado:
—Hermanos y hermanas supervivientes de la Segunda Guerra LauKlar. Porque así habremos de llamar a lo que vivimos hace ahora tres años. Hoy siento decepcionaros: ¡Sigo viva!
Un clamor impresionante se alzó en la gigantesca sala, donde más de ochenta mil seres humanos aplaudían con pasión, mientras Yolande Le Brun, a su derecha, aplaudía sonriente también, con lágrimas en las manos. Karl se encontraba detrás, admirado de la recuperación de Helen, y atento a la seguridad de la nave y de ella. Scott permanecía en una esquina, en silencio.
Tras la vuelta a la calma, Helen continuó:
—Hoy no vamos a recordar a todos los que dieron su vida para que hoy estemos aquí. Eso ya lo habéis hecho vosotros durante tres años. Les habéis llorado. Les habéis echado de menos. Les habéis hablado en vuestros sueños. Ahora eso se ha acabado, al menos en lo que concierne al futuro de la especie humana. Ha llegado el momento de que yo cumpla la promesa que os hice durante la Primera Guerra, y luego durante la Segunda Guerra LauKlar: encontrar un hogar. Encontrar un camino. Una senda. Un final de un larguísimo viaje en el espacio y en el tiempo, para que la humanidad de nuevo florezca. Para que la humanidad aprenda que la guerra es la peor de las pesadillas. Que, cuando la verdad muere, el monstruo de la guerra nace para convertir todo lo que toca en muerte y podredumbre. Nosotros ya hemos visto de eso. Hemos visto demasiado dolor. Demasiada guerra. Demasiadas pérdidas…
Algunas voces clamaron desde distintos puntos de la sala. Helen continuó:
—Ahora me dicen que hemos llegado a nuestro destino, solo para encontrarnos con otros seres humanos. Otros hermanos de sangre, que viajaron aquí antes que nosotros. Son humanos. Pero son especiales, muy especiales, al parecer. Y yo tendré que hablar con ellos. Y con su líder, ese tal Freyr, y con su madre, Skadi. Tendré que conocer su historia. Y ellos deberán conocer la nuestra. Y, aunque nuestra naturaleza parece ser muy distinta, estoy segura de que encontraremos un camino para el entendimiento. Porque lo único que queremos es un hogar. Un futuro de paz y libertad para la especie humana. Nunca perfecta. Nunca segura. Pero siempre anhelante de encontrar un camino para todos los hombres y mujeres de la antigua Tierra. Ese es mi deseo. Como os juré que os traería aquí, ahora os juro que os llevaré a Idafeld: la tierra de promisión, donde nuestros cuerpos y nuestras mentes, y también nuestras almas si sois creyentes, puedan descansar por fin. Esa es mi promesa. Hora es de que se cumpla.
Helen se mantuvo en silencio un instante. Luego alzó los brazos sonriente, y gritó:
—¡Victoria! ¡Victoria!
Todos gritaron y jalearon su nombre: Freyja. Ella sonrió. Fuera de aquellas paredes metálicas le esperaba su destino. Y su destino era encontrarse con aquellos extraños seres humanos. Les haría entender sus peticiones. Y ellos no se interpondrían.
Helen miró a todos. Sonrió a Yolande Le Brun, que le sonrió a su vez. Luego a Karl. Y en su recorrido encontró a Scott. En el rostro y en los grises ojos de aquel extraño hombre notó una sombra de confusión. Incluso de terror.
Y, en medio de la algarabía, y de la fiesta, Helen comprendió la verdad: sus palabras eran de aliento. Pero el futuro no era de ese color brillante que clamaba una nueva primavera; en los ojos de Scott solo había invierno. Y eso solo podía significar una cosa: dolor. Mucho, mucho dolor…
Debe estar conectado para enviar un comentario.