El decimosexto e, hipotéticamente, último libro de la saga Aesir-Vanir, se resiste a ser terminado. En realidad, la saga Aesir-Vanir actual de quince libros está terminada. Pero este decimosexto libro es como una función de onda probabilística: a veces parece que será publicado, y otras veces no. Todo depende de cómo me sienta ese día.
El libro se engloba en lo que en la cronología de la saga se conoce como «Era Anterior», mil millones de años después de los acontecimientos vistos en «La insurrección de los Einherjar». Y explica en detalle la naturaleza y origen de los Xarwen, una especie que se menciona en la trilogía de «La leyenda de Darwan», pero de la que solo existen datos confusos.
En cualquier caso, este libro es un verdadero caos. Que ese caos tome forma y se termine convirtiendo en algo es algo que se ha de ver todavía. Si es que termino el libro. ¿Hoy tocaba estar convencido de que sí, o de que no? Ya lo decidiré luego…
Helen entró en el bar. La decoración era realmente una simulación casi perfecta de cualquier tugurio de los años noventa del siglo XX, en alguno de los lugares más profundos y perdidos de Estados Unidos. Solo que Estados Unidos no era más que un recuerdo lejano, como lo era la civilización humana de esa época. Había, sin embargo, elementos europeos y orientales, para agradar a todo tipo de visitantes. Helen se sentó en una de las mesas más apartadas. Karl se acercó sonriente. Helen le miró sorprendida, y preguntó:

—¿Qué haces de camarero?
—Yolande Le Brun me ha arrestado. Luego tengo que fregar dos cubiertas completas de la nave.
—¿Qué has hecho esta vez?
—Te lo diría, pero eres demasiado joven, y podría corromper tu impoluta alma.
—A ti te voy a corromper el hígado de una patada. Ya has estado proponiendo alguna obscenidad a alguna de las recién llegadas para los puestos de ingeniería. ¿Me equivoco?
—Helen, por favor, yo soy un caballero. Es esa chica pelirroja tan simpática asignada a reactores. Yo solo quería mostrarle el camino al puente de la nave.
—Claro. Pasando por tu camarote, seguramente. Tendrían que advertir al personal femenino de tu presencia antes de enviarlas a esta nave.
—Bueno, dejemos eso ahora. Me alegro de verte por aquí. ¿Te has librado ya de Pavlov?
—Sí. Pero no hay forma de convencerlo.
—Sigue a lo suyo, ¿eh? —Helen hizo un gesto de derrota.
—Intentar razonar con Pavlov es como querer atravesar un muro de hormigón con un taladro de mantequilla. —Karl rio.
—Bueno, yo tengo que decir que apoyo su idea. —Helen alzó las cejas.
—¿Tú también? ¡Estáis todos enfermos! En fin, vamos a ver, ¿Qué tienes por ahí para tomar?
—El veneno de siempre.
—Tráelo anda, a ver si me olvido un rato de ese monstruo de Pavlov.
Karl le sirvió una imitación de algo que podría parecerse remotamente a whisky de malta. Helen lo probó, y lo escupió al momento gritando:
—¡Lo de “veneno” no era literal! —Karl miró consternado. Probó algo de la botella, lo escupió con cara de asco, y dijo:
—Lo… Lo siento. La planta química no funciona aún exactamente como debería…
—¡Ya lo veo! ¡Esto no es un bar, es una factoría de residuos!
Karl intentó secar las piernas mojadas de Helen con el trapo, las cuales se habían manchado con el sucedáneo de whisky, y esta le sacó la mano con una mirada certera y directa. En ese momento entró Irina. Observó la escena, y comentó:
—Ya se ha vuelto a desequilibrar el procesador molecular de bebidas, ¿eh?
—No entiendo nada de lo que dices —aclaró Helen—. Pero sí.
—Te traeré un zumo —dijo Karl en tono de disculpa. Helen lo miró seria mientras se limpiaba los pantalones y las zapatillas deportivas, y contestó:
—Está bien. Tráeme un zumo, o lo que sea que tengas ahí. ¡Y desaparece de mi vista!
Karl se marchó, mientras Irina se sentaba con Helen. La observó un instante, y dijo:
—Has estado con el grandullón, ¿eh? —Preguntó Irina.
—¿Con Pavlov? ¡No me hables! ¿Cómo pudiste salir con ese bestia?
—No lo sé. Al parecer todo formaba parte de una conspiración cósmica universal, en la cual él juega un papel central. Algo así me contaron una vez.
—¡Pues va arreglado el universo si Pavlov es el centro de algo! Lo más probable es que termine explotando todo. ¿Has visto lo que ha hecho con esa nave que le han entregado? ¡Le ha pintado el rostro de un lobo en la superestructura! ¿Es que se cree que es su transporte personal? —Irina asintió levemente. Luego dijo:
—Pavlov tiene toda la confianza puesta en ti, Helen.
—Pavlov es un engreído machista soberbio y cabezota, cuyo tacto con la gente, y especialmente con las mujeres, es el de un elefante en estampida. —Irina asintió, y contestó:
—Todo eso es cierto, te lo aseguro. Lo viví personalmente en la Tierra. Pero tiene un don para reconocer a las personas y sus valores. Y está completamente cegado contigo.
—¿No pretenderá?…
—No, no es eso. Él no es así, no es de los que se lanza. Es más astuto; cuando estás con él, juega a hacerse el simpático, despistado e inocente, hasta que te hace verlo como si fuese un osito de peluche grande, y acabas cayendo en sus redes como una tonta y una estúpida. Puedo asegurarlo, me ocurrió a mí, la que se suponía era la mujer más fría de la Tierra. Si va a por ti, es porque le interesas, pero de otro modo. Y, debo decir que yo comparto su entusiasmo en ti. —Helen alzó las cejas.
—¿Te has aliado con Pavlov tú también? Pensé que podrías ser mi amiga. Y ya estás pensando en arruinarme la vida. ¿Es que no me has visto? ¿No te das cuenta del desastre que soy?
—No es lo que se ve en ti lo que ha llamado la atención de Pavlov, te lo aseguro, Helen. Es, lisa y llanamente, lo que no se ve en ti.
—¿Lo que no se ve en mí? Si te refieres a mi ropa interior, puedo sacarme los pantalones ahora mismo. Seguro que a alguno por aquí no le importará demasiado.
—Ese es el carácter que aprecia Pavlov en ti. Por eso te admira. Por eso te llama Freyja. Por eso te llamamos Freyja.
—¿Sí? ¡Qué bonito! Te diré lo que voy a hacer, Irina. Voy a ir a ver a Pavlov, y le voy a decir que se meta su admiración donde le quepa. Ya estoy harta. El otro día me enredó con su maldito partido de baloncesto. Y ahora tú le apoyas. No encuentro salida. Iré, y le mandaré al infierno. ¡Eso haré!
—Eso solo reforzará su fe en ti. —Helen se sintió derrotada. Preguntó:
—¿Hay algo que pueda hacer para librarme de esto, Irina? Dime, ¿hay algo?
—Sí. Aceptar de una vez tu situación, hacerle frente, y salir adelante.
—¿Y si fracaso?
—Viéndote ahí, con esa fuerza, y con esa energía, a punto de tirarle la botella a alguien por la cabeza, te lo aseguro: nunca consideraré el fracaso contigo. Te lo repito: nunca.

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