La física teórica actual es, en muchos aspectos, la frontera última del conocimiento de la humanidad. Se enfrenta a unos retos de enorme complejidad, y sin duda sus preceptos son tales que intimidan incluso a muchos científicos.
Sin embargo, el mundo del conocimiento y la capacidad de progreso no han de verse mermados por esas razones. La teoría de cuerdas, de la que ya he hablado en alguna ocasión, es un galimatías matemático de enorme complejidad, pero eso no es lo preocupante; lo realmente preocupante es que, hoy por hoy, no es falsable. Es decir, no podemos verificar su autenticidad. No digo que sea falsa, no digo que no sea cierta. Digo que nadie lo sabe. Que ha de verificarse si lo es, lo cual no es posible, porque juega con distancias y tamaños de la distancia y longitud de Planck, muy por debajo de lo medible.
Si no podemos verificarla, debemos desarrollar teorías cuyos datos puedan medirse y contrastarse. Debemos buscar nuevas teorías que apunten en las mismas direcciones si es preciso, pero que nos permitan verificar los hechos predichos por esas nuevas teorías. En última instancia, debemos hacer ciencia, es decir, verificar ideas con hechos.
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