Para acceder al capítulo II pulse en este enlace.
Este es el tercer capítulo de «Mensajero del Nastrond I: Omega», Libro XIV, ambientado tres años después de «Las entrañas de Nidavellir». Sandra decide que Martin puede serle de ayuda en la investigación, aunque va a imponerle sus propias condiciones…
Sandra volvió de la base abandonada, donde había estado hablando con Susan, la cual le había dado todos los detalles de ese grupo de fanáticos conocidos como «Hijos del Nastrond». También hablaron de los recuerdos de tres años atrás, y Sandra insistió en saber algo más de Scott. Susan insistió en no contarle nada. El misterio de Scott parecía seguir siendo impenetrable.
La puerta del hotel se abrió. Martin apuntó con el phaser hacia el exterior. No hizo falta disparar. Era Sandra, que le miró indiferente, mientras pasaba al interior cerrando la puerta, conectando la terminal de la computadora de la habitación, y examinando algunos datos. Tras unos segundos, Martin comentó:
—Vaya, ya estás… aquí.
—Ya estoy aquí —respondió Sandra mecánicamente.
—¿Y bien? ¿Qué tal la reunión con… esos “amigos”? —Sandra, sin volverse, respondió:
—Bien. Voy a trabajar para ellos.
—¿Qué? ¿Trabajar para ellos? ¿Pero qué dices? —Preguntó Martin con asombro.
—Es lo más conveniente. También será el mejor modo de averiguar qué está pasando aquí. Y evitaré nuevos atentados con bombas de antimateria. De momento, no me queda otra salida. Son realmente muy peligrosos. Y ya has visto cómo han jugado conmigo. No veo otra opción.
—¿Sabes si son parte de las Escuadras de Helheim?
—No. Pero tienen muchos recursos. Hay gente muy importante detrás apoyándolos. De ahí que tengan acceso a material exclusivo, como bombas de antimateria.
—Entiendo. Hay peces gordos detrás. Como de costumbre.
—Exacto.
Sandra no creía que Martin tuviese que ignorar el verdadero sentido de aquella operación. Y era evidente que algo sospechaba. Pero Susan le había pedido que no dijese nada a nadie, ni siquiera a Martin. Y era cierto que aún no tenía suficiente información sobre Martin para poder confiar en él. Pero, una vez asegurado que era un operativo limpio de Jan, y que no tenía conexiones con ninguna mafia, debería contar con él. Aquello requería de un socio. Martin preguntó:
—¿Y vas a darles la información que quieren? ¿Accederás a las computadoras para extraer la información que te han pedido?
—Sí. De momento haré todo lo que me pidan.
—No puedes hacer eso, Sandra. No puedes colaborar con ellos.
—Sandra se volvió, miró a Martin, y preguntó:
—¿No puedo? ¿Por qué no?
—Porque vas a tener que acabar con vidas humanas. Tu programación…
—Mi programación me ordena sopesar mis acciones en función del número de vidas humanas que salvo. Ayudar a esta mafia me permitirá conocer mejor su estructura, y eso me dará información para poder desmantelarla. El resultado neto son más vidas salvadas a largo plazo que las pérdidas a corto plazo. Las ecuaciones de ética de mi computadora lo consideran equilibrado. Lo que no sé qué voy a hacer es contigo. Yo estoy metida en esto, pero tú no eres más que un estorbo.
Martin tragó saliva. Sandra tenía que sondearlo, y tenía que hacerlo de forma que estimulase a aquel hombre para colocarlo en una situación de verdadero stress. Tenía que ver cómo reaccionaba a la presión. Con esos datos podría concluir de forma segura la idoneidad de Martin para ayudarla a resolver aquella operación. Martin titubeó:
—Sandra, yo… —Ella le interrumpió:
—Hay tres opciones: o sigues aquí escondido y armado, esperando y rezando para que nadie te vuele la cabeza, o vuelves a la Tierra en la primera nave esperando llegar vivo, o acabo contigo para evitar que puedas crearme más problemas, a mí y a Jan. Eso también es factible y equilibrado, y puede salvar vidas. Esta última opción tiene la ventaja de que me muestra como un ser duro y frío frente a ese grupo mafioso y al resto de grupos, y deja claro ante todos que soy capaz de cualquier cosa para conseguir mis propósitos, tal como me recordaste antes. —Martin se mantuvo en silencio unos instantes. Luego comentó:
—Me hubiese gustado no presentarte la opción. Me siento como un pelele.
—Eres un hombre. Lo de pelele va incluido en el género.
—Qué graciosa eres, Sandra. ¿Y qué han calculado como más factible las ecuaciones de tu computadora? ¿Cuál de las tres opciones tiene un peso mayor?
—De hecho he calculado una cuarta opción.
—Ah, ¿sí? ¿Vas a arrojarme a la atmósfera de Titán, para que sirva de ejemplo, como en las películas de mafiosos ambientadas en Las Vegas?
—No. No voy a arrojarte a ningún lado. Voy a ser tu amiguita. —Martin enarcó las cejas sorprendido. No podía creer lo que acababa de oír.
—¿Mi… amiguita? ¿Es eso lo que has dicho? —Sandra suspiró, y contestó:
—Sí. Estás comprometido completamente. Todas las mafias saben quién eres: lo que en el mundo del hampa se conoce como un pato muerto. Un cadáver que aún respira esperando el tiro de gracia. Te tienen localizado. Te pueden volar la cabeza en un segundo, en cualquier instante. O abrirte con un cuchillo. O torturarte y jugar con tus intestinos mientras sigues vivo y te desangras. Esta última práctica les encanta.
—Gracias por ser tan descriptiva.
—No hay de qué. Te diré lo que vas a hacer: vas a demostrar que no te preocupa asomar tu cabeza por los pasillos y las salas del hotel, o en la estación espacial donde se celebra la Math Combat Challenge. Vas a ir de tipo duro. Y que lo parezca. Porque, de momento, más que un agente especial de alto nivel, pareces…
—Un pelele.
—Exacto.
—¿Y por qué debería yo hacer eso? ¿Por qué debo hacerme pasar por tu «amiguito» cuando me estoy jugando el cuello en un asunto tan turbio, y con una organización que parece mucho más poderosa y organizada de lo habitual? —Sandra se lo aclaró rápidamente.
—Por dos razones. La primera: si haces eso, pensarán que estás loco, o que tienes un nivel de protección especial, o que tienes un padrino con un gran poder detrás que se ocupa de tu seguridad, hasta el punto de que no temes nada ni a nadie. No estarán seguros de ninguna de esas opciones, creerán que todas son posibles, y pensarán que existe la posibilidad de que todo sea un farol. Pero no se arriesgarán. Al menos, no al principio. El hecho de que sigas vivo ya es una muestra de ese poder que pareces tener.
—Genial. ¿Y la segunda razón?
—La segunda razón es muy simple: si no haces lo que te diga, exactamente como yo lo diga, y en el momento en el que yo lo diga, yo misma te volaré la cabeza.
—Comprendo. Siempre me han gustado las mujeres que hablan claro.
—¿No estás casado? Sería conveniente, para dar mejor imagen de amantes.
—Lo siento, no puedo satisfacerte en ese aspecto. Mi mujer me dejó hace tres años. Me acusó de abandono. Mi trabajo me tenía demasiado tiempo fuera de casa.
—Bueno, pues inventaré una mujer y dos hijos maravillosos, todos falsos, en tu ficha oficial de ciudadano.
—Fantástico. Esto se pone mejor a cada momento. Hasta que tú o alguien decida acabar conmigo claro.
—Lo siento. Quisiera ofrecerte otras opciones. Pero, de momento, este es mi mejor plan. Y mi único plan. Además, estoy harta de las insinuaciones de los hombres de negocios, que han dejado a sus mujeres en sus casas, y deciden echar una canita al aire. Me ven, y soy por supuesto un objetivo prioritario para ellos. Que me vean contigo les frenará. Al menos, a algunos de ellos.
—No creo que ese sea el motivo principal para que juguemos a los amantes —aseguró Martin.
—No lo es. Pero es una ventaja adicional. Además, te inscribieron en el equipo Gamma, ¿no es así?
—Sí, pero eso era solo una tapadera, muchos abandonan…
—Tú, no.
—¿Yo no?
—Tú, no. ¿No te has lavado los oídos recientemente? Yo también estoy inscrita. En el equipo Delta. —Martin se extrañó ante aquella afirmación.
—¿Estás inscrita? Pero las listas estaban ya cerradas, y tú no estabas…
—Tengo amigos influyentes —aseguró Sandra.
—Ya veo. Tienen que ser realmente muy influyentes.
—Lo son. Puedes estar seguro de eso.
—Y eso de que seas mi amiguita, ¿hasta qué punto va a ser realista? Pueden verificar mi nivel de testosterona y dopamina. ¿No habría que…? —Sandra cruzó los brazos, miró a Martin con seriedad unos segundos, y contestó:
—No te hagas ilusiones ni por un instante.
—Yo lo decía… por el realismo. Si hay que sacrificarse por la misión…
—Lo dicho: los hombres sois unos peleles. Ahora, vamos.
—¿A dónde?
—¿A dónde va a ser? A enseñar la cara por el salón principal del hotel. Tenemos que demostrar que estamos seguros de que está todo bajo control. Eso preocupará a quienes nos estén vigilando. Y que la gente corriente vea que somos una pareja feliz y enamorada, o, al menos, en la que cada uno sabe qué busca en el otro. Puedes agarrarme de la cintura para darle más realismo.
—¿Así?
Martin se acercó a ella y le pasó el brazo. Sandra le miró unos instantes, y comentó:
—He dicho por la cintura. Eso no es la cintura. O tendré que romperte el brazo.
—Si somos amantes tendremos que aparentarlo ¿no te parece?
—Sí. Pero sin pasarse. La cintura está más arriba.
—Lo había olvidado.
—Claro. Ya te lo recordaré yo si vuelves a olvidarlo, no te preocupes. Y recuerda: ahora eres el hombre más feliz del mundo a mi lado. Aunque solo sea porque tienes una aventura con una joven veinte años menor que tú.
—Tengo a la peor mafia que he visto nunca en mi vida dispuesta a volarme la cabeza. Tú me romperás un brazo en cualquier momento. No entiendo nada de lo que está sucediendo en realidad en este asunto. No creo ni una palabra de lo que dices. Y me siento usado y manipulado por todo el mundo. ¿Y tú quieres que sonría?
—Claro. Eres un hombre duro y de acción ¿recuerdas?
—Eso déjalo para el cine. Ahora mismo creo que voy a necesitar un tranquilizante de caballo triple.
Martin y Sandra salieron de la habitación sonrientes agarrados de la cintura, y caminaron por el pasillo. Llegaron al salón principal del hotel, y se dirigieron a las taquillas del sistema de transportes de la Titán Deep Space Company.
—No sé qué diablos hacemos montando este circo —susurró Martin—. ¿De qué sirve este paseo?
—Calla la boca —ordenó Sandra—. Este paseo sirve para ir a comprar los billetes para la estación espacial.
—Ya tengo billete, desde hace días.
—Compramos otros billetes, con otros nombres. Además, me sirve para controlar a quienes nos estén controlando, sean personas, drones, cámaras, o sistemas de seguimiento centrales, por no hablar de la G.S.A. Ahora, vamos a la taquilla, y compra el billete como si fueses el típico marido idiota que va con su amante al campeonato.

Ambos se acercaron a la señorita encargada del sistema de emisión de billetes. Martin la miró sonriente, y le dijo:
—Buenas tardes. Quisiera dos billetes para lo del torneo en la estación espacial, por favor.
—Por supuesto señor, aquí tienen ustedes las máquinas expendedoras de billetes. Solo tienen que colocar su brazo con el chip integrado de identificación de la G.S.A., y el sistema les emitirá el billete y les descontará el importe. Elijan primero el tipo de asiento que desean en el transporte a la estación espacial.
—¿Tiene de esos…? Ya sabe… —Sugirió Martin.
—¿Se refiere usted a asientos anatómicos personales con protección sonora? Perfectos para esos momentos íntimos, cuando usted y su pareja no quieren que se les moleste por ningún motivo.
—Cariño ¿crees que hace falta eso, mi amor? —Repuso Sandra. Martin respondió:
—Claro, cielito, todo para mi reinita…
—Qué bueno eres, mi rey —sentenció Sandra mientras le pisaba el pie, y él aguantaba el dolor como podía. La señorita miró el panel de datos, y comentó:
—Pues tienen suerte. Nos queda una plaza doble. Solo son un poco más caros. Una cúpula de grafeno hermética otorga total intimidad, para que puedan descansar sin molestias. Las ventajas son evidentes. —Martin miró a Sandra, y le dijo sonriente:
—Claro que son evidentes ¿verdad, cariñito? —mientras le guiñaba un ojo, y le daba un pellizco en el trasero.
—Ay, qué tonto eres —le respondió Sandra también sonriente, mientras le tomaba la mano, y le suministraba una pequeña descarga eléctrica. Martin dio un pequeño salto conmocionado, y se puso a reír diciendo:
—Cariño, ya siento cómo fluye la energía entre nosotros, qué buena eres. —La señorita sonrió, y dijo:
—Se les ve muy enamorados, felicidades. Espero que disfruten del vuelo. Y del campeonato.
Sandra y Martin caminaron sonrientes desde la zona de billetes a un bar cercano. En realidad, Sandra llevaba a Martin, arrastrándolo prácticamente hasta una mesa. Se sentaron, y Martin preguntó:
—¿Qué pasa ahora? ¿No has tenido suficiente pisándome y electrocutándome?
—Si no pusieras la manita donde no debes no te pasarían estas cosas. Y esa fantasía de volar en asientos herméticos, espero que solo quede en tus sueños.
—Pero Sandra, es por la misión. Hay que darle realismo a la escena de los dos amantes, comprando los billetes para su viaje romántico. Y viajando juntos en un asiento doble hermético.
—Claro que sí, faltaría más. Ponerme la mano en el trasero debe ser muy duro para ti, todo un sacrificio. La próxima vez te dejaré la mano de tal forma que tendrás que recogerla con una cuchara. Y ahora escucha, deja de desvariar y atiende. Nos están vigilando.
—Lo sé. Dos individuos. En la planta superior. Una mujer. Y un hombre. La mujer blusa azul. Pantalón negro. Pelirroja. Unos treinta años. Hombre de chaqueta gris. Corbata oscura. Pantalón gris. Pelo gris. Unos cincuenta años. —Sandra asintió levemente.
—Confirmado. No puedo identificarlos. No están conectados con la red global de la G.S.A. Me voy al baño —anunció Sandra.
—¿Al baño? ¿Tú vas al baño?
—Por supuesto. Voy a cambiarme las pilas. Ahora vuelvo.
—Entiendo…
Era evidente para Martin que Sandra estaba pensando en algo con respecto a esos dos individuos. Acudir al baño les daba una oportunidad de actuar, que probablemente era lo que ella buscaba. Y sería mejor que esta vez no explotara nada más. O no quedaría mucho del hotel. Ni de ellos.
Sandra se fue caminando, y entró al baño de señoras. Se acercó a un grifo, por el que empezó a fluir agua automáticamente. Se lavó la cara y las manos durante unos instantes. Al cabo de un par de minutos, entró aquella mujer que habían observado. Se dirigió a Sandra, y le interpeló:
—Tienes que estar muy segura de ti misma para entrar aquí sola. Especialmente sabiendo que te vigilan.
—Siempre fui una chica muy aventurera y atrevida —aclaró Sandra, sin dejar de mirar al espejo. Aquella mujer extrajo un arma. Sandra la miró de reojo. Comentó:
—Vaya, veo que te gustan las antigüedades.
—Mucho —confirmó aquella mujer—. Especialmente porque no son detectadas por los sistemas de vigilancia y control de la G.S.A.
—En Marte sí lo son —aclaró Sandra—. Desde que mataron a alguien importante hace tres años.
—No estamos en Marte. Y este revólver del calibre 38 te hará un bonito agujero en la cabeza. Pero no es nada personal.
—No me matarás sin pedirme algo primero. Vosotros no perdéis el tiempo en tonterías. Si me quisieras muerta, ya habrías disparado, y te habrías largado. ¿Me equivoco? Es típico de cualquier organización mafiosa. —Aquella mujer asintió.
—Normalmente estarías en lo cierto. Pero ahora no es así. Yo no pertenezco a alguna estúpida banda mafiosa. Vengo en nombre de Richard. Mis órdenes son averiguar por qué has venido a Titán. Habla.
—Eso es que me estás contando es completamente falso —aclaró Sandra—. Tú no trabajas para Richard. Richard nunca trabaja con androides. Y mucho menos en tareas críticas y de vital importancia, como un asesinato selectivo.
—Así que sabes que soy un androide.
—Modelo QCS-160, aunque modificada de forma importante, y sospechosa —afirmó Sandra—. Y tú sabes que yo también soy un androide. Y que soy inmune a las balas de un arma de proyectiles como la que portas. Un 38 ni siquiera dejará una marca en mi epidermis.
—Perfecto. Eso es lo que necesitaba saber. Efectivamente, soy un modelo QCS-160 de búsqueda y eliminación. Tengo órdenes de destruirte. Pero debía confirmar el objetivo primero.
—Por supuesto. Un error en un asesinato selectivo se paga caro. Ahora ya has confirmado mi identidad. Y supongo que no me vas a decir para quién trabajas en realidad. Pero puedo imaginarlo. En todo caso, puedes proceder a destruirme.
—Lo haré encantada.
Aquel androide extrajo un phaser y disparó, pero erró el disparo. El dron de Sandra había estado oculto, y había lanzado un láser que no destruyó a aquel extraño androide, pero sí le hizo perder la precisión. Mientras, Sandra ya se había apartado del punto de impacto. Se lanzó sobre el modelo QCS-160, y aquel androide introdujo una nanosonda invasiva en el cuerpo de Sandra. La nanosonda solo tenía una función: alcanzar el nodo de datos principal de Sandra, y destruirlo, inyectando un virus cuántico que provocaría un masivo colapso de la información almacenada en la computadora central. Eso destruiría completamente el sistema de lógica difusa, y la haría colapsar, destruyendo a Sandra irremediablemente.
Sandra notaba cómo la nanosonda se deslizaba por el interior de su cuerpo, intentando penetrar en su computadora. Eso sería su muerte segura. Su computadora había sido sellada ciento seis años atrás, por motivos que no podía comprender del todo, pero que, en todo caso, estaban relacionados con la Operación Fólkvangr y con aquel extraño personaje, Scott. Tenía que destruir la nanosonda, que podría introducirse físicamente en la computadora central usando una enzima, pero tenía primero que deshacerse de aquel androide, que ya la amenazaba con un taladro de grafeno que había surgido de su mano. Ella no podía disparar su phaser, porque la deflagración podría destruirla a ella también.
En otras circunstancias, no hubiese sido difícil para Sandra deshacerse de ese androide. Las mejoras aplicadas en sus sistemas tres años atrás tendrían que permitirle una ventaja suficiente sobre aquel modelo QCS-160. Pero aquel androide estaba mejorado. Increíblemente mejorado. Su lógica principal era demasiado sofisticada. Parte de sus sistemas eran conocidos, pero otra parte eran de una tecnología extremadamente avanzada. Y ella había visto aquella tecnología antes. Pero no en el sistema solar. Sino en la nave donde se refugió Yvette tres años atrás con Robert: la nave de Deblar. La avanzada DSS Alice. ¿Cómo había llegado esa tecnología hasta aquel androide? La respuesta era evidente. Aquel androide no era cómplice de Richard. Ni pertenecía a ninguna mafia, como era de esperar. Solo quedaba una respuesta posible.
Entretanto, aquella era una situación de empate. Ella misma disponía de mejoras basadas en la computadora de la DSS Alice. Tecnología extraída de los equipos de investigación de Deblar, extremadamente sofisticada. Podía comprenderla en parte. Pero no combatirla con eficacia.
De pronto, se oyó un ruido seco que vino del fondo del cuarto de baño, y luego otro. Al instante, aquel androide modelo QCS-160 cayó con la cabeza abierta. Sandra miró, y vio a Martin, que acababa de disparar su phaser un par de veces, a plena potencia. En ese momento entró el hombre de pelo blanco con un arma en la mano. Iba a disparar, pero Sandra extrajo el phaser de su brazo, y lo abatió al instante. El hombre sí era orgánico. Pero era uno de esos seres cultivados, y controlados por una inteligencia artificial.
Sandra miró el cuerpo caído del hombre. Luego miró a Martin, y le espetó:
—¿Cómo se te ocurre entrar en el lavabo de señoras, Martin?
—Era el sueño de mi vida —contestó. Martin se acercó al androide. La examinó con un instrumento de mano, y comentó:
—Un androide. Modelo QCS-160. Pero con mejoras que el escáner no puede identificar.
—Sí —confirmó Sandra—. Ese androide es ciertamente una caja de sorpresas. Afortunadamente la nanosonda que me introdujo era tremendamente sofisticada, pero tu oportuna intervención librándome de ella me permitió controlarla a tiempo. —Martin sonrió antes de decir:
—Vaya, vaya. ¿Detecto un lejano amago de agradecimiento en tu voz?
—Sí. pero no te entusiasmes demasiado con este pequeño y fortuito gesto de amabilidad por mi parte.
—No pienso hacerlo. No antes de que queden claras algunas cosas —comentó mientras examinaba al androide.
—¿Qué cosas? ¿Ya empiezas a desvariar?
—No me vengas con sermones ni con quejas, Sandra.
En ese momento entró una joven, que miró a Sandra, y especialmente, a Martin. Luego vio los cuerpos en el suelo, y salió corriendo a toda velocidad. Martin comentó:
—Se ha llevado un buen susto. Tendríamos que salir de aquí. Esto sigue siendo un lavabo de señoras. Y la seguridad puede venir en cualquier momento.
—He estado emitiendo señales falsas desde las cámaras del lavabo y las zonas colindantes. Cuando salgamos verán solo los restos de estos dos, y no tendrán ninguna prueba de lo que ha pasado que les dirija a nosotros. Pensarán en algún ajuste de cuentas entre bandas rivales, y se olvidarán del asunto. Estas cosas pasan cada día aquí.
—Vaya, veo que estás en todo.
—Soy una chica muy aplicada.
Sandra se levantó, pero antes de irse, destruyó todo el material no reconocible en aquel androide QCS-160 con el phaser. No podía dejar pruebas de tecnología de otros mundos allá. Aquello en sí ya representaba un peligro. Y ella sabía exactamente por qué.
Ambos salieron del lavabo de mujeres, y se dirigieron a la habitación. Llegaron, y Martin se sentó en la cama, mientras Sandra manipulaba la terminal de la computadora. Martin luego se levantó, fue a la nevera, y extrajo dos cervezas. Le hizo un gesto a Sandra, que recibió una de las cervezas por vía aérea. Luego Martin abrió su cerveza, dio un trago, y continuó:
—Vamos a aclarar algunas cosas, Sandra. Puedo ser un pelele, pero no soy idiota. Este androide que te ha atacado es muy sofisticado, demasiado, incluso para la mafia más poderosa que podamos encontrar aquí. Estos modelos QCS-160 solo los usan agencias gubernamentales como la G.S.A., y solo en situaciones críticas. Pero el número de identificación de este androide está borrado, y no lo niegues, lo he verificado. Luego, fue robado y manipulado por alguien. Y ese nivel de manipulación está por encima de las capacidades de cualquier mafia de apuestas.
—No lo creas —negó Sandra—. Se han organizado mucho.
—¿Me tomas por tonto? Puede que me descubrieran el primer día, y puede que no sea un genio. Pero tengo cerebro, aunque te pueda parecer increíble. ¿Vas a contarme lo que está pasando de verdad? ¿Cómo has podido inscribirte en el campeonato con las listas ya cerradas? ¿Quién está detrás? ¿Quién es ese alguien que tiene tanto poder como para algo así? ¿Por qué has destruido con tanto esmero varios elementos clave de ese androide? ¿Por qué no has mirado su número de serie en su nodo principal para tratar de identificarla? ¿Y qué pasó realmente con esa reunión con aquella mafia, en la estación abandonada? Porque ninguna mafia solicita una reunión. Te secuestran, te llevan atado y a rastras a una sala, y te preguntan lo que quieren saber con la ayuda de un bisturí y unos alicates. ¿Una reunión concertada? Ese no es su estilo.
—¿Cuándo se te ha ocurrido esa tontería, Martin? Esta mafia actúa así. Empieza a aceptarlo.
—¿Que lo acepte? Ni en un millón de años. En cuanto me dijiste la ubicación donde te habían citado, entendí que había algo más que un grupo mafioso. No estaba seguro claro, pero lo sospeché. Y ahora, con todo esto que ha pasado, es evidente que hay mucho más aquí de lo que cuentas. Algo que me ocultas. Las mafias no actúan así. No montan salas de reuniones en medio de la nada. Usan las instalaciones más importantes del hotel, las suites más impresionantes, los escenarios más sofisticados. Forma parte de su estilo de trabajo, intentando impresionar siempre. Una base abandonada en medio de la superficie de Titán… Absurdo. Y no organizan reuniones. No se dejan ver físicamente nunca. Solo sus títeres son visibles. Y nunca mandan una nota de aviso que puede ser detectada; el aviso siempre es por voz, y con un intermediario que luego suele ser sacrificado. Y este androide está muy fuera de su alcance, mucho más la manipulación que ha sufrido. Así que no me vengas con historias, Sandra. Porque no me creo nada. Mejor empieza a contarme la verdad, y así podremos resolver este asunto cuanto antes mejor.
Sandra se vio sorprendida ante las afirmaciones de Martin. Quizás lo había subestimado. Al principio le había parecido extraño que Jan contratase a alguien así. Pero, al parecer, Jan no se había equivocado con Martin. Quiso ver hasta dónde llegaba la sospecha de él. Dijo:
—Estás delirando, Martin. Deja ya de soñar.
Él dejó la cerveza en una mesa, se acercó lentamente, observándola con rostro serio, y dijo:
—Ya está bien, Sandra. Deja de jugar conmigo. Si voy a poner mi vida en riesgo, como llevo haciendo desde que llegué aquí, y si voy a ser tu socio en esta operación, tendrás que contarme la verdad. Tendrás que confiar en mí.
—No puedo. Tienes razón al pedir confianza si hemos de ser socios en esto. Pero aquí hay mucho en juego. Y el secreto de esta operación conlleva un peligro mortal para quien lo conozca, y no sea de mi total confianza.
—Entonces no esperes que yo confíe en ti. Mi vida vale mucho para mí, demasiado como para dejarla en manos de un androide sin saber por qué. Porque, en una misión de este nivel, proceder a ciegas es un seguro para morir. Mejor ahora que luego. No voy a permitirme que mi propia compañera en esta investigación me oculte cosas. Yo trabajo en equipo. Y equipo significa confianza. Me da igual que seas humana o androide. Si somos socios, confiaremos el uno en el otro.
Sandra observó a Martin. De pronto, se dio cuenta de que su percepción de aquel hombre había cambiado. Preguntó:
—¿Cuál es tu especialidad, Martin?
—¿A qué te refieres?
—Trabajas para Jan. Y, en este trabajo, hacemos de todo. Pero siempre existe una especialidad. Montar bombas, desmontarlas, armas de precisión, armas de supresión, computación, defensa sin armas… ¿Cuál es tu especialidad?
Martin miró fijamente a Sandra con rostro frío. Tardó unos segundos en contestar:
—Mi especialidad es sobrevivir. —Sandra asintió.
—Respuesta correcta. Esto me ayuda a confiar en ti.
—Me alegra oír eso. Porque yo también quiero confiar en ti. Y el sentimiento ha de ser mutuo, si queremos salir de esta historia, sea cual sea el enredo en el que estamos metidos. Y espero saber pronto de qué va todo esto.
Sandra suspiró. Miró a Martin, que la seguía mirando con frialdad. Finalmente, dijo:
—He sido un poco dura contigo. Todo esto, volver a Titán, la compañía, Richard… Todo ello ha revivido recuerdos muy amargos en mí. Y lo he pagado contigo.
—Eres muy humana. Para ser un androide.
—Sí. Me lo dicen mucho. Está bien, Martin. Tú ganas. Voy a confiar en ti. Necesito apoyo en esto. Y espero no equivocarme.
—Eso está mejor, Sandra. —Ella negó con la cabeza.
—No, Martin. No está mejor. No comprendes. Lo que te voy a contar significa que no podrás volver a la Tierra.
—¿Qué idea estúpida es esa?
—No podrás volver. Como no pudieron volver otros en el pasado, que pagaron un precio altísimo al adquirir esta información. Serás un exiliado. Para siempre. El conocimiento de lo que aquí está ocurriendo implica que ningún ser humano que lo adquiera puede volver a la Tierra. Ni tener contacto con seres humanos, excepto aquellos que también hayan sido exiliados. ¿Estás dispuesto a eso?
—No tengo familia en la Tierra ni en ningún lado. No tuve hijos con mi exmujer. Pero sigo sin creer esa tontería que estás diciendo.
—Ya. Claro. ¿Te suena Yvette Fontenot?
—Sí. Ingeniera de motores relativistas. Una mujer brillante, con una carrera prometedora. Su libro sobre ingeniería de reactores para naves estelares es ya materia obligada de estudio y análisis en todas las facultades de ingeniería y física. Desapareció hace tres años sin dejar rastro. Nadie conoce su paradero. ¿Qué tiene que ver con esto? ¿Es debido a su viaje aquí, a Titán? ¿Me va a pasar lo mismo que a ella? ¿Dónde está?
—Yo sí conozco su paradero. Dónde está, es una buena pregunta. Si te va a pasar lo mismo que a ella, en parte, así va a ser. Ella está bien. Pero sacrificó su futuro por la Tierra. No podrá volver nunca. Ni seguir con su brillante carrera. Ni casarse, como tenía proyectado. Ni cumplir los sueños que tenía.
—Eso suena tan melodramático como poco creíble.
—Mira, Martin. Hace tres años la Tierra, en realidad, toda la humanidad, estuvo a punto de morir, sacrificada en un bombardeo estelar masivo para extinguir toda la vida del planeta y del sistema solar. Y, lo que te voy a contar, mal usado, podría provocar de nuevo esa situación.
—¿Estás loca, Sandra? ¿Has bebido demasiado? ¿O tienes algún cortocircuito en la cabeza?
—No, Martin. Lo que tengo aquí, lo que tenemos entre manos, no es un juego de mafiosos. Es el destino de la humanidad. Y, en estos momentos, solo tú y yo podemos detener esto. No podemos contar con nadie más. Que lo sepas tú ya es excesivo. De hecho, tu vida ya está comprometida para siempre. Tenemos que hacer esto solos. Sin ayuda, ni de Jan, ni de ningún otro. Y voy a confiar en ti, porque necesito tu ayuda. Y voy a sacrificar tu vida diciéndote la verdad. ¿Comprendes?
—¿Vamos a salvar la Tierra, Sandra? ¿Quieres que me crea esa tontería en serio? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
—No. Lo que te estoy diciendo es que la Tierra ya está condenada. Lo está desde que a finales del siglo XX se entendió que el final era inevitable. Desde entonces una operación secreta de salvamento se puso en marcha para intentar crear un nuevo futuro para la humanidad, en un futuro más o menos lejano. Ese proyecto se conoce como Operación Folkvangr. Pero la humanidad ya está condenada. Lo que estamos haciendo aquí, Martin, es, simple y llanamente, retrasar esa condena.
Martin cruzó los brazos, y afirmó:
—Será mejor que acudas a un psiquiatra. Te está haciendo falta.
—Lo sé, Martin. Lo sé. Me está haciendo mucha falta. Yo llamaré al psiquiatra. Y tú llama a quien desees en la Tierra. Despídete de tus amigos. De tu trabajo. Y de tu vida. Despídete de la Tierra. Porque nunca volverás a verla…
3 opiniones en “Mensajero del Nastrond. Capítulo III”
Comentarios cerrados.