Este es un fragmento de «Idafeld», que conformará el libro XV de la saga Aesir-Vanir. A partir de ahora, me dedicaré a terminar esta última obra de la saga Aesir-Vanir, y pondré todo mi empeño en cerrar de la mejor forma posible los quince libros que conforman la saga.
La verdad es que se hace difícil poner una fecha de salida en este momento, pero pienso que un cálculo más o menos correcto lo llevaría a finales de este mismo año, 2019. De todas formas, por causas diversas no sé cuánto esfuerzo y tiempo podré dedicarle, y lo que no pienso hacer es publicar algo inacabado o sin que me convenza de forma razonable. El último juez es el lector, pero antes tiene que pasar mi propio filtro. Y espero ser un buen juez de mí mismo.
Tienen una introducción al libro y personajes, y al prólogo en este enlace. Muchas gracias.
La Charles de Gaulle se acercó, junto al resto de naves supervivientes, a lo que parecía una extraña masa de luz y energía que cubría aquel punto de la galaxia, el lugar donde el destino había sido escrito tras la última batalla con los LauKlars. Muchas cosas habían pasado. Mucho dolor compartido entre los hombros de aquellos miles de supervivientes de una humanidad que había partido para ser la esperanza de la Tierra, y se había convertido en el centro de dos conflictos de enormes consecuencias entre dos especies superiores, los LauKlars y los Xarwen.
Todo aquello pertenecía al pasado. Tras la última batalla, ganada pero perdida de antemano, el futuro se había abierto en aquella profunda y oscura galaxia a la que habían ido, con el fin de encontrar un nuevo camino para la especie humana. Por eso Yolande Le Brun, Karl, y el resto de la tripulación, se extrañaron sobremanera cuando supieron aquella verdad: no solo la galaxia de destino estaba poblada por humanos; también eran descendientes de los últimos supervivientes de la Tierra. Hermanos de sangre, hermanos de historia, hermanos de una civilización que cayó fruto de su propio orgullo, y de sus errores. Entonces, ¿qué los hacía tan diferentes?
Yolande eligió a Scott como acompañante. En teoría sería Karl quien debería acompañarla. Pero algo en su corazón le dijo que Scott tenía respuestas que ni ella ni Karl tenían. Aquel misterioso hombre tendría algún día que explicar su naturaleza y ese potencial para llegar antes que nadie al futuro, y cómo había logrado mantener viva a Helen, cuando era físicamente imposible que, en su estado, pudiese mantenerse viva.
Yolande Le Brun fue trasladada al palacio de Freyr. En compañía de Scott, este había dejado a Karl vigilando a Helen, para que monitorizara su estado físico y mental constantemente. Helen, a la que su gente apodaban Freyja, y cuya mente vivía continuamente en el fino hilo de una navaja que podía cortarse en cualquier momento.
Solo Scott había podido conseguir que ese hilo se mantuviera estable. Pero ni siquiera él era capaz de conseguir, no solo el recuperar a Freyja para ellos, sino lograr que pudiera tener una esperanza de vida.
Yolande y Scott fueron acompañados hasta el Salón de Conferencias. Se quedaron maravillados ante aquel palacio de luz, donde hasta el mismo suelo y paredes estaban formados por fotones, que inexplicablemente eran a la vez materia que sostenía sus cuerpos. Era solo una de las muchas maravillas que descubrirían aquel día. Unas maravillas que parecían demasiado increíbles para ser ciertas.
Freyr se encontraba sentado en su trono, al final del Salón de Conferencias, con su espada al cinto, y su manto negro recubriéndole. Al lado, su madre Skadi, con su mirada de paz eterna y su cabello rojo, que antes ondease al viento de los valles y montañas de Nueva Zelanda. Ahora miraba la escena atenta, con la esperanza de que aquella sorpresa, en forma de nuevos humanos, fuese un camino para encontrar una senda para la inmortalidad. Bella inmortalidad eterna, que, sin embargo, les atrapaba día a día en un universo físico, frío, y sin final.
Yolande se acercó, e instintivamente hizo una reverencia hacia el rey. Scott se mantuvo impasible detrás de ella. Freyr sonrió. Se levantó, y Yolande pudo ver la fuerza que emanaba de su figura. Un poder eterno y sincero, de un hombre que había conocido la mortalidad, largo tiempo atrás, para luego abandonarla para siempre junto a los suyos.
Se acercó a Yolande, le tendió la mano, y esta aceptó sonriente. Fue Freyr quien habló primero.
—Yolande Le Brun. Actual comandante de un grupo de supervivientes de la Tierra, que vagan por el espacio, en pos de un nuevo hogar, entre las estrellas de esta nueva galaxia. Sois, ante todo, una sorpresa. Pero una sorpresa hermosa. No esperábamos encontrar más hermanos en ningún lugar del universo. —Yolande respondió:
—Ciertamente, nosotros tampoco esperábamos encontrar a antiguos supervivientes de la Tierra en este lugar. De hecho, es impresionante que sigáis vivos. Pero aquí estáis, inmortales en cuerpo y alma. Dios juega a veces unas cartas extrañas con el destino de la especie humana.
—¿Dios? ¿A qué Dios te refieres?
—Al Único, por supuesto. Muchos nombres y muchos rostros ha tenido a lo largo de la historia. Pero Él siempre ha sido Él, quien ha guiado nuestro camino. Y el de mi señora, Freyja. —Freyr asintió levemente.
—No conozco a tu dios, pero sí sé que la humanidad tuvo un solo dios en el pasado. He leído sobre los dioses humanos inmortales. Y esa existencia de un dios único.
—¿Uno único? ¿Cuántos más ha de haber? —En este caso fue Freyr quien sonrió.
—Por supuesto. Cuántos más. En todo caso, tu dios ha sido magnánimo. Con vosotros. Y con nosotros. Porque no conocíamos de vuestra existencia, y algún halo de misterio cubría vuestra presencia. Y he aquí que aparecéis de repente, de improviso, cuando más necesitábamos una luz, una llama, una señal, una forma de entender que nuestro tiempo se acaba, para comenzar una nueva era, con una nueva rama de la especie humana.
—Sean esas palabras bienvenidas —celebró Yolande—. Nosotros solo buscamos un hogar. Un hogar donde descansar. Donde poder construir una nueva Tierra, un nuevo camino, y una nueva esperanza para los hijos que vendrán. Entonces podremos morir en paz. Tras tantas luchas, tras tanto dolor y sufrimiento, podremos encontrar nuestro final. Y Dios misericordioso dará a nuestras almas el camino que Él haya elegido para nosotros.
Freyr asintió. Miró entonces a Scott, que se mantenía firme y sereno detrás. Entonces le preguntó:
—¿Y tú? ¿También confías en ese Dios misericordioso, que os dará la paz? —Scott miró fríamente a Freyr:
—Mi señora Yolande Le Brun es una firme creyente en su Dios cristiano, una antigua religión de la Tierra. Yo soy firme creyente en la mano que abre camino, y en la fuerza de los brazos para conseguir todo cuando se desee. No creo en dioses, ni soy cristiano, ni proceso ninguna fe. No creo en ningún dios, ni siquiera en los que tengo delante de mí.
—¿Qué dioses están frente a ti? —Preguntó Freyr interesado.
—Los dioses de la vanidad, y el orgullo, promovidos por la inmortalidad de vuestros cuerpos. Os habéis dejado llevar por vuestro poder casi infinito. Pero mi señora, Freyja, pondrá remedio a esa vanidad.
—Ah, ¿sí? ¿Y cuándo será eso?
—Pronto. Tú mismo serás quien inicie la decadencia de tu propio pueblo, Freyr. Y tú mismo juzgarás tu destino y el de los tuyos con tus acciones.
Yolande se volvió, y miró extrañada a Scott:
—Scott, ya sabemos todos lo oscuro, retorcido y difícil que puedes llegar a ser. Pero creo que hoy estás yendo demasiado lejos, faltando al respeto a quien nos ha invitado a su casa. —Scott contestó:
—Yo daré mi vida por Freyja, Le Brun. Tú lo sabes. Y mi vida incluye decir la verdad ante este hombre.
Yolande se volvió a Freyr, y le rogó:
—Perdonad las palabras de Scott, mi señor Freyr. Es el hombre que ha salvado la vida de Freyja, y ha sido clave en nuestra supervivencia. Pero, en ocasiones, sus palabras se tiñen de una confusión irresoluble. Y oscura. —En ese momento habló la madre de Freyr, Skadi, que estaba atrás.
—No son palabras oscuras. Son sinceras. Y quiero saber más de ellas.
Skadi se acercó a Scott. Dio dos vueltas a su alrededor. Después se acercó a aquellos ojos grises, le miró de cerca, y preguntó:
—Tú eres uno de los nuestros. No uno de ellos. ¿Cómo es eso posible? —Yolande miró a Scott con gesto sorprendido. Este la miró, admitiendo la afirmación de Skadi. Luego se dirigió a esta, y le dijo:
—¿Lo ves, Skadi? Tú has sabido ver la verdad a través de tus ojos. Tu hijo está tan ciego que es incapaz de ver nada, ni aun lo que tiene delante. ¿Qué esperanza le queda a tu pueblo, si quien debe dirigirlo se ha atado un pañuelo de gloria y poder absoluto en sus ojos? ¿Cómo dominará el universo quien solo tiene ojos para sí mismo y su creencia en su poder? Deberéis responder a estas palabras. Si queréis tener una oportunidad, solo una, de sobrevivir al futuro que os espera…
Debe estar conectado para enviar un comentario.