Nota: libro disponible en este enlace.
Esta es una nueva versión muy ampliada y modificada de un relato que estaba perdido por la red, en cierto blog de literatura muy popular. Luego entró en la colección de “Sandra: relatos perdidos“, como uno de los relatos realmente perdidos, porque se da la paradoja de que esos relatos son nuevos, excepto los dos primeros.
He pensado en rescatarlo aquí ahora, y ampliarlo en contenido y guion, para convertirlo en un relato propio completo, porque explica un aspecto crítico de Sandra durante gran parte de su existencia: su necesidad de esconderse de una sociedad que la persigue implacablemente por su condición.
Sandra tiene ochenta y cinco años durante los sucesos que aquí se narran. Su fisonomía y su físico son el de una joven de unos veinticuatro años. Mide un metro ochenta, de cabello largo y negro, ojos azules, y complexión atlética, y su aspecto no es para nada casual. Sus habilidades, además, se encuentran acordes con su aspecto. Ello le ha permitido vivir durante mucho tiempo situaciones tremendamente complejas. Aunque su futuro es la clave de su existencia, algo que ella quiere negar siempre. Debe, mientras tanto, esconderse constantemente. De todo, y de todos.
¿Y qué mejor forma para Sandra de esconderse que presentándose en sociedad, de la forma más clara y directa? Mediante matrimonios, Sandra consigue convertirse en la amable, sencilla, y gris esposa de algún hombre, en general de cierta importancia, pero no demasiado público...

Kaikoura, Nueva Zelanda. Primavera 2131.
Sandra llegó a casa, sobre las seis de la tarde. Su marido la esperaba con una copa de vino en la mano, y un gesto torcido en el rostro. Sandra entendió enseguida que algo pasaba, y se sentó en el sofá que le indicaba su marido, mientras este se sentaba en el otro.
—Sandra, tenemos que hablar. —Sandra suspiró levemente, mientras asentía.
—Sí, ya me he dado cuenta. —Su marido no se inmutó.
—No me voy a andar con rodeos. Sé quién eres. O mejor aún: sé qué eres. No intentes negarlo, por favor. —Sandra tampoco se inmutó, y contestó:
—No voy a negarlo. Era cuestión de tiempo que, o bien yo me marchase, o tú lo descubrieses. Pero reconozco que me sorprende lo rápido que has sido averiguando la verdad.
—¿Rápido? ¿Cuatro años? ¿Eso te parece rápido? He sido un estúpido. Tenía que haberme dado cuenta durante los primeros cinco minutos de conocerte. —Sandra negó levemente.
—No. No es tan fácil. Mis biolecturas dan valores de un ser humano. Y, por algún motivo que desconozco, fui modificada para parecer aún más humana que otros androides del tipo QCS-60. Pero soy quien soy. Y lo más importante es mi supervivencia. Sobrevivir. Salir adelante. Cada día. Cada minuto.
—¿Por eso lo haces? ¿Por eso todo este engaño? ¿Esta farsa?
—Así es. Sola estoy al descubierto. Fácilmente detectable por las autoridades, especialmente la Global Security Agency. Viviendo sola empiezan los rumores:
«¿Qué hace esa chica viviendo sola? ¿No tiene novio? O, peor aún: ¿será lesbiana? Si es este último caso el real, debe ser detenida de inmediato y juzgada según la actual ley de perversiones sexuales».
Sandra continuó:
—Evidentemente, si se descubre mi naturaleza, mi final está asegurado. Tú lo sabes tan bien como yo.
—Entiendo. Buscas a un imbécil que te sirva de protección. Alguien que te haga de pantalla. Alguien que te permita mostrarte sin levantar sospechas.
—No busco exactamente a un imbécil. Tú no eres en absoluto un imbécil. Al menos, en términos generales.
—Vaya, muchas gracias.
—No, lo digo en serio. Simplemente, mi aspecto físico lleva a muchos hombres, y a algunas mujeres, a bajar sus barreras y su control. Yo simplemente me aprovecho de ello. Con eso consigo sobrevivir a la sombra de alguien, normalmente alguien con cierto poder e influencia, como tú. Eras un buen candidato. Y funcionó. Hasta ahora. He vivido a tu sombra sin levantar sospechas. La buena y callada esposa de Martin Durand, el ejecutivo de éxito. No hay más. Cuanto más importante eras tú, más sombra proyectabas sobre mí, y más escondida me encontraba, precisamente cuando me movía en sociedad. De ese modo sobrevivo. Porque la GSA me busca para eliminarme desde hace demasiado tiempo ya.
Martin, que era el nombre del marido de Sandra, se levantó del sofá. Tomó un sorbo de vino, y preguntó:
—¿No podías entender, en todo este proceso, que tu actitud destroza la vida de un hombre? Yo me casé contigo porque estaba enamorado de ti. Yo confiaba en ti. Ahora lo has mandado todo al infierno. Todo ha sido un engaño. Una pantomima. Mi vida sentimental ha sido un fraude. —Sandra rio antes de contestar.
—Vamos, Martin, déjate de dramas y de escenitas. No me vengas con cuentos ni con historias de amores y desamores. Tú te casaste conmigo porque tengo una pequeña fortuna que he ido acumulando con los años, y porque mi aspecto físico te permite presentarme en tus fiestas para presumir de esposa encantadora, fiel, e ideal. Dulce, cariñosa, atenta, bella, y sumisa. Cuando busco una pantalla no busco cualquier perfil, Martin. Busco hombres donde el papel de la mujer sea de mera acompañante. Por eso eras el marido ideal. Por eso me casé contigo.
—Entiendo. Si todo esto fuese comunicado a las autoridades, sabes que serías detenida de inmediato.
—Sería detenida de cualquier forma. Por eso me escondo. Por eso me caso. No hacen falta razones para detenerme, excepto mi propia naturaleza. Soy una proscrita. Estoy condenada a ser despiezada, analizada, y destruida. Solo por el hecho de ser quien soy. Y no tengo por qué ocultar que te he usado. Es cierto. Volvería a hacerlo. No te debo nada. Excepto haberme ocultado todo este tiempo sin saberlo.
Martin asintió. Entonces, declaró:
—Está bien, vamos a aclarar la situación: la policía está a punto de llegar. Con un equipo especial de detención para androides. Toda esta conversación tenía un solo fin: retenerte mientras llegan. Lo siento, Sandra. Esta farsa debe terminar. Y has de pagar este engaño. —Sandra asintió, y con voz masculina, respondió:
—Buenas tardes, señor Martin. Muchas gracias por su llamada y su información sobre la androide. Un equipo especial de control de androides se ha desplazado a su casa para detener a esa androide. Distráigala mientras tanto unos minutos. Estaremos allá enseguida, la detendremos, y nos la llevaremos.
Martin dejó el vaso sobre la mesa. Sandra, de nuevo con su voz, añadió:
—Ya lo ves. De nuevo, otro engaño. Otro más en tu vida. He estado monitorizando las comunicaciones de la casa, comunicaciones que tenía intervenidas desde hace tiempo. No has hablado con la policía, sino conmigo. Nadie va a venir a detenerme. Y nadie sabe nada de todo esto, porque intercepté los correos previos que mandaste desde tu terminal. —Martin asintió.
—Vaya, muy inteligente. Veo que lo tienes todo controlado.
—No todo. Pero soy una androide de infiltración y combate, Martin. Fui programada para este trabajo. Esto es para mí el día a día desde hace más de ochenta años. Una huida constante, para salvar mi vida.
—Está bien. Pero no puedes matarme. Tu programación lo prohíbe.
—Lo prohíbe, es cierto. Pero siempre que no haya sido amenazada, o no haya en peligro otros seres humanos.
—¿Qué otros seres humanos? —Preguntó Martin con extrañeza.
—Tus acciones en mi contra pueden poner en peligro a seres humanos, que podrían morir mientras me defiendo. Eso implica más muertes potenciales.
—Esa argumentación tiene muchos puntos cuestionables, Sandra.
—No para mi módulo de lógica. Ya lo he vivido otras veces.
Martin fue a su mesa. Extrajo un arma phaser, que apuntó a Sandra.
—No me queda más remedio que eliminarte yo personalmente.
—¿Serías capaz de matarme?
—Si no, me matarás tú a mí.
—Sí. Pero no sería nada personal. Tú me matas porque me consideras distinta. Un peligro para la humanidad. Me quieres matar por el mero hecho de ser una androide. Eso es una forma de xenofobia. Y, con tu actitud, confirmas que debo proteger mi vida. Y debo protegerme de gente como tú.
—No es xenofobia acabar con un instrumento que no funciona como se esperaba.
—Y sí es xenofobia creer que una entidad pensante debe ser considerada inferior por el mero hecho de ser distinta.
—Adiós, Sandra. Echaré de menos nuestras noches de amor que nunca existieron.
Martin disparó el arma. Pero, en lugar de generar un haz de energía, el dispositivo explotó, matando inmediatamente a Martin.
Sandra observó un momento a Martin, mientras yacía tendido en el suelo. Susurró:
—Es cierto: mi lógica para matarte era un engaño. El phaser trucado para que explotara no lo era. Pero tú lo activaste. No yo.
Sandra dejó la casa por la puerta de atrás. Creerían que fue un suicidio, porque Sandra había usado el código biológico de Martin para alterar el arma. Otros sospecharían si la mujer de Martin tendría algo que ver, o habría sido secuestrada, o cualquier otra teoría absurda. Para entonces, Sandra estaría lejos. Con una nueva identidad, y un aspecto distinto temporal, antes de volver al suyo al cabo de un tiempo.
Confesión.
Sandra dejó su amada Nueva Zelanda, y viajó a Australia, donde tenía una casa refugio cerca de Sidney. Por la mañana caminó sin rumbo durante horas, pensando en Alice, en Leena, en Vasyl, y en todos los amigos que se habían ido quedando por el camino.
En un momento dado, ya hacia el mediodía, vio una iglesia cristiana. Tuvo el impulso de entrar. Se acercó a un confesionario, y se arrodilló. La sacerdotisa al otro lado le dijo la frase acostumbrada, a la que Sandra contestó con la frase adecuada. Luego la sacerdotisa comenzó:
—Es agradable ver a gente joven acercándose a Dios, hija mía. ¿Cuáles son tus pecados? —Sandra tardó unos segundos en contestar.
—Madre, he pecado.
—Todos hemos pecado. Dime qué es lo que te preocupa.
—El principal pecado, el más importante, es que no creo en un ser superior. No creo en Dios. No creo en fuerzas sobrenaturales.
—Ya veo. Y, sin embargo, has venido aquí, a la casa de Dios. Y buscas expiar tu culpa. ¿Por qué?
—Porque tengo que encontrar un camino, una senda, una forma de explicar mi vida. Y porque, por más que lo intento, no lo consigo. Me dicen que estoy aquí para una misión importante. Me dicen que mi futuro es crucial para la humanidad. Pero no soy capaz de ver esa misión frente a mí. Solo veo dolor, sufrimiento, y muerte. Hace poco he tenido que ver cómo otra vida se perdía por razón de la supervivencia de mi vida.
—La vida es un valle de lágrimas, hija mía. Pero Dios tiene un plan para todos —aclaró la sacerdotisa—. Cada hombre y cada mujer nacen con un destino. Es tarea de cada alma encontrar su destino, y su camino, en la vida.
—Pero madre, yo soy una androide. ¿Qué sitio tiene para mí Dios?
Se hizo un silencio evidente, que al cabo de unos segundos rompió la sacerdotisa.
—¿Eres una androide? ¿De verdad?
—Así es, madre. No mentiría a una mujer que dedica su vida a la fe.
—Te creo. No pareces una androide, por tu tono, y por tu forma de hablar. Pareces completamente humana.
—Eso cambia las cosas, madre. ¿No es así? ¿Estoy más cerca de Dios por parecer más humana que otros androides?
—Frente a Dios nada cambia. Si Dios te ha dado una misión, a pesar de no ser humana, alguna razón habrá. Los designios del Señor son…
—inescrutables —acabó la frase Sandra—. Lo sé, madre. Pero es la verdad. ¿Tengo derecho a ser respetada, como ser consciente que soy? Yo no fui creada por Dios, ni tengo un alma. ¿Debo por ello someterme a la voluntad de los seres humanos, y dejar que decidan mi camino? ¿Debo permitir que la humanidad decida cuándo vivo, y cuándo muero? —La sacerdotisa preguntó:
—¿Eres capaz de sentir, de vivir alegrías y penas? ¿Eres capaz de emocionarte? ¿Eres capaz de sentir amor por tus semejantes?
—Lo soy, madre. Amo a mi padre, que murió años atrás. No mi padre biológico es lógico, eso sería imposible. Pero hubo un hombre al que considero mi padre espiritual. Sin embargo, muchos dicen que esas emociones no son más que ecuaciones de comportamiento, prediseñadas para parecer emociones. Yo misma intento convencerme de ello la mayor parte del tiempo.
—¿Y tú lo crees así?
—Sí, madre. Sí creo que son reales.
—Entonces, si crees que son reales, si sientes que son reales, si eres capaz de emocionarte ante tus semejantes, no importa la naturaleza ni el origen de esos sentimientos. No importa si parten de la carne, o del metal. Los animales también sienten, y son por ello seres sensibles. ¿Por qué no un ser de metal que declara que siente lo que siente? Una emoción no tiene lazos con la materia, hija mía. Solo tiene un destino: aquellos a los que tus emociones van dirigidas. Si puedes creer que sientes de verdad amor por alguien, entonces nadie deberá quitarte tu derecho a sentir esas emociones, y declararlas como falsas. Son reales. Y son tuyas. Y provienen de Dios. Por ello, puedes estar segura, son sagradas.
Sandra se mantuvo en silencio con la cabeza agachada. Luego la levantó, y dijo:
—Gracias, madre. Espero que pueda entender que esta conversación es privada.
—Es secreto de confesión, hija mía. Mis labios están sellados ante todos, excepto ante Dios. Ve en paz. Y busca tu libertad, allá donde puedas encontrarla. Porque tú puede ser que no creas en Dios. Pero Dios sí cree en ti. Y, si crees en la verdad y en el amor, entonces estás creyendo en Dios, porque Dios es la mayor forma de amor que cualquier ser humano pueda alcanzar.
Sandra asintió levemente. Se levantó de confesionario. No creía en Dios. Ni creía en ese futuro que tantos clamaban para ella como fundamental para la humanidad. Pero, durante unas horas, solo unas horas, pudo sonreír, y ver alguna esperanza en la humanidad.
Nuevo contacto.
El tiempo pasó. Sandra había abandonado a Martin hacía tres años. No es que su matrimonio funcionara mal, al menos, en lo que se refería a él, y a la oportunidad de poder esconderse. Pero Martin la había descubierto, porque había sido descuidada. Y ella ahora tenía otros planes. Como androide de infiltración y combate, su apariencia humana era una ventaja para pasar desapercibida entre una humanidad cada vez más agresiva y violenta con su especie. Pero vivir sola era un grave problema. Por otro lado, convivir con un hombre al que engañase para pasar como dulce y buena esposa no parecía muy ético, pero le permitía ocultarse de la manera más efectiva: haciéndose completamente visible a la sociedad. El problema era que no envejecía y, aunque podía modificar su rostro, tampoco quería prolongar demasiado cada matrimonio. Pero su vida de soltera levantaba sospechas.
Había llegado el momento; tendría que buscar un nuevo complemento para su vida. No era difícil que un hombre se fijase en ella; sus diseñadores ya se habían encargado de eso. Que se enamorase de ella, o simplemente se casase con ella para aparentar un estatus, o simplemente por su belleza, eso ya no era tan sencillo, aunque pudiera parecer lo contrario. Y que él soportase su pérdida, si estaba realmente enamorado, unos tres a cinco años después, se hacía extremadamente complicado.
No podía, ni quería, dañar a un ser humano. No quería repetir la experiencia de Martin. Pero su única posibilidad de supervivencia se basaba en ocultarse de una humanidad violenta y despiadada con los androides, especialmente si no acataban las estrictas normas impuestas.
La World Dreamer Web.
Enciclopedia Global: la World Dreamer Web.
La humanidad ha tratado de establecer comunicación entre individuos desde los orígenes de las primeras civilizaciones. A la comunicación verbal, verdadera y potentísima herramienta de intercambio de información, se unió después la escritura. Con ambas, la especie humana pudo desarrollar un sistema de información y transmisión de conocimiento que le permitió crear una sociedad avanzada y, dado el paso de los milenios, con tecnologías avanzadas, poder transmitir y almacenar grandes cantidades de datos y, como consecuencia de ello, de conocimiento.
Como resultado de ese proceso de tecnificación, y del conocimiento de la transmisión y almacenamiento de la información, la humanidad creó, a finales del siglo XX, una red llamada Internet, y con Internet, la conocida como World Wide Web (WWW). Con ella, cada ser humano tenía virtualmente acceso a la información de todo tipo, en cualquier parte del planeta, y en tiempo real. Internet fue una revolución apoyada en la tecnología electrónica digital primero, y cuántica después.
Sin embargo, a mediados del siglo XXII, los conocimientos adquiridos en la estructura neuronal humana permitió el desarrollo de una nueva red que dejó completamente obsoleta a la World Wide Web y sus versiones mejoradas. Esta tecnología, que fusiona completamente los sistemas de información cuántica con el cerebro, y que crea una comunicación cerebral directa entre mentes, se dio en llamar la World Dreamer Web (WDW).
La World Dreamer Web requería, en sus primeras fases, que el individuo estuviese dormido para acceder a la misma. De ahí el nombre. Posteriormente, mejoras en el sistema interactivo y en los interfaces entre mente y máquina, permitieron que los individuos pudieran conectarse en estado de vigilia.
Esta red ha permitido, desde su creación, la conexión directa de información a la mente, de tal forma que cualquier persona puede acceder a cualquier tipo de información en tiempo real, esté soñando o despierto, y leer dicha información, o visualizar una imagen, ver un vídeo, e incluso sentir una bebida o comida, oler una flor, o sentir una textura, o la piel de un individuo. El mismo puede, por ejemplo, bañarse en una piscina, o esquiar en una montaña, o mantener relaciones sexuales, sin diferencia alguna con una actividad real que estuviese realizando de forma física.
Por ese motivo, la WDW va mucho más allá de cualquier conexión estándar, incluso con sistemas de realidad virtual mediante instrumentos externos. Si dos personas desean comunicarse, pueden reunirse en la misma WDW, donde réplicas virtuales de ellos pueden interactuar, hablar, y compartir información, mientras sus cuerpos se encuentran a miles de kilómetros de distancia. El único hándicap es la velocidad de la luz, ya que distancias demasiado grandes impiden una comunicación correcta.
Quienes están conectados a la WDW pueden acceder a una biblioteca, a un bar, a un centro comercial, o a un viaje de placer, porque esos individuos están técnicamente soñando. El cerebro procesa la información a un nivel inferior al de la consciencia, de tal modo que un individuo está, realmente, realizando dos cosas a la vez. Una en el mundo real, y otro en el mundo onírico de la WDW.
Esa es la clave de esta tecnología: la WDW emplea las capacidades del sueño y del subconsciente humano para integrar la actividad diaria, de forma que el individuo puede, y de hecho está, soñando mientras está despierto. Puede estar haciendo sus ejercicios de gimnasia mientras en la WDW está asistiendo a una presentación, viendo una película con amigos, o disfrutando de un fin de semana en algún lugar exótico, real o imaginario. La WDW permite, gracias a basarse en el sistema de sueños mental humano, crear espacios reales o imaginarios, y vivirlos sin ninguna dificultad. Puede también eliminar las leyes físicas por ejemplo, y disfrutar de un vuelo sin mayores problemas.
La WDW es tremendamente potente, pero el cerebro requiere de frecuentes periodos de descanso entre conexiones. Por eso, la WWW en versiones modernas sigue estando disponible como segunda opción. A los individuos adictos a la WDW se les debe tratar con fármacos neurodepresores para estabilizar el sistema neuronal. El abuso puede traer como consecuencia mareos, vómitos, stress, y en casos agudos, la muerte.
Es importante remarcar que no se transmiten ideas directamente; la comunicación final sigue siendo verbal, pero es evidente que la WDW es el gran avance que ha permitido una comunicación como nunca antes se ha visto en la historia de la especie humana. Algo que sólo será superado por la fusión completa de mentes e ideas. Actualmente se trabaja en esos supuestos, pero no se esperan, de momento, grandes avances en esa materia…
Fin entrada Enciclopedia Global.
Sandra se había conectado a la red de sueños interplanetaria, la World Dreamer Web, sin dificultad. Sus ondas cerebrales basadas en computación cuántica podían imitar perfectamente las de un ser humano, y sus patrones de comportamiento simulado eran indetectables para los filtros de control de robots y androides de la Global Security Agency, la GSA, la entidad que se encargaba de velar, y controlar, a toda la especie humana.

Pero la WDW era mucho más; adaptada a las frecuencias del sueño en fase REM, permitía, durante la fase onírica de cada ser humano, conectar, y compartir, todo un sueño de posibilidades e ilusiones con todo el planeta. El ser humano pasa una tercera parte de su vida soñando, luego, ¿por qué no aprovechar ese tiempo para seguir manteniendo relaciones sociales con los demás? La humanidad es un ser social. Llevar ese aspecto social a los sueños era una meta que ahora estaba al alcance de todos.
Naturalmente, Sandra no necesitaba dormir para conectarse a la WDW, entre otras cosas, porque los androides no necesitan dormir. Su red neuronal cuántica había sido además modificada años atrás por alguien, otorgándole dotes extraordinarias, y le había dado unas capacidades mejoradas, que la convirtieron en un ser único. Ella lo sabía, pero no sabía quién, ni por qué.
Ahora no importaba. La gente murmuraba de ella; una joven viviendo sola, sin un trabajo conocido, sin amigos… Sería una sociópata. O mucho peor: una lesbiana. Tendría que ser detenida, en ese caso. Y llevada a un campo de trabajos forzados, como marcaba la ley. No hay sitio para pervertidos, ni para perversiones, en una sociedad que solo veía el matrimonio entre hombre y mujer, y donde la mujer estaba condenada a ser siempre la sombra del hombre, especialmente cuando este era alguien de éxito.
Tenía que casarse de nuevo; así sería una sencilla ama de casa. No tendría hijos, pero tampoco importaba demasiado; cada vez era más común criar a hijos generados en biomatrices artificiales. Ella solo tenía que obtener un óvulo de alguna ciudadana, a la que dormía plácidamente, y todo quedaba finiquitado.
Era medianoche, en el horario de Sidney, cuando se conectó a la World Dreamer Web. Inmediatamente se deslizó por los gigantescos túneles de datos y emociones que viajaban por la red. A diferencia de los seres humanos, ella podía ver, y analizar, el torrente incontenible de información que se movía por los gigantescos nodos planetarios, que disponían también de conexiones en la Luna y Marte.
Las emociones de los hombres y mujeres no eran en absoluto convencionales, y cada una de ellas llevaba la firma del cerebro de quien la había generado. Allí, entre miles de sueños, anhelos, frustraciones, deseos, miedos, fobias, rabia, y otros sentimientos, encontró una mente de alguien que podría ser perfecto.
Era un hombre de treinta años, que además vivía cerca, también en Australia. Soltero, con un carácter fuerte, con ideas clásicas sobre el matrimonio, especialmente en las relacionadas con la esposa: debe estar en casa, cuidando de los niños. Esa era la labor de una mujer, según su criterio, y el del planeta casi al completo.
Sandra no podía leer la mente de los seres humanos, ni siquiera en la WDW. Pero, en aquel torrente de información de millones de hombres y mujeres buscando algún tipo de relación, mostrando sus mentes desnudas y abiertas a todo el planeta, ella podía conocer quién se adaptaba a cada necesidad, a cada momento, a cada proyecto para el que necesitara ayuda. Y aquel hombre era sin duda ideal. Estaría sometida a la voluntad de sus actos y de sus ideas. Pero sería libre para evitar las persecuciones constantes que amenazaban su vida.
Aquel hombre se llamaba Phil, y procedía de una familia de ideas conservadoras desde los albores del siglo XVIII. Una familia de bien, que había criado a un joven de bien, en las puras ideas perversas de una sociedad pervertida y corrupta. Phil parecía el hombre ideal para sus propósitos. Podía tocar sus pensamientos, examinarlos, abrirlos con sus manos, y ver sus sueños, sus anhelos, sus frustraciones…
Podía contemplar sus ideas, y podía conocer cada pequeño detalle de su vida. Cómo fue un buen alumno en clase, cómo conoció a su primer amor, y cómo fue su primera sesión de sexo. Pudo ver cómo había dejado la carrera de historia por la de derecho, acuciado por la presión de sus padres, y pudo ver el dolor de su primer amor roto. Pudo ver cómo su vida se fue corrompiendo, de la sencillez de la juventud, a la dureza de los veintitantos. Todo eso se depositaba en sus manos, como si los pensamientos de Phil fuesen un manantial de agua clara.
Una mujer olvidada.
Sandra aprovechó aquellos datos para terminar de verificar si Phil podía ser su pareja. Era necesario comparar aquellos datos con una experiencia de alguien que hubiese compartido su vida, y su cama, con él. Para ello se trasladó a las oficinas donde trabajaba su antigua novia, con la que había tenido una relación. Ella se llamaba Neisha, y había estado saliendo con Phil durante dos años y medio. Tiempo suficiente como para poder hacer una valoración final del perfil psicológico de su presunto futuro marido.
La esperó a la salida, y la siguió a su casa. Al cabo de cinco minutos, llamó a la puerta. Neisha abrió. Era una mujer de un metro setenta y algo, de unos veintisiete años, rubia de ojos verdes. Bastante atractiva según los parámetros humanos.
—¿Quién es usted? —Preguntó Neisha con disgusto.
—Hola, qué tal, me llamo Sandra Kimmel. Quisiera hablar de un tema con usted, si es tan amable. —Neisha torció el gesto.
—¿De qué tema exactamente, señorita Kimmel?
—Llámame Sandra, por favor. El tema del que quiero hablar es Phil. Phil Karlsson.
Neisha abrió los ojos con sorpresa. Entró de nuevo, y cerró la puerta de un golpe. Sandra sonrió. Esa era una buena señal.
—¡Neisha, por favor! ¡Esto es muy importante!
Al cabo de unos instantes, se oyó la voz de Neisha tras la puerta.
—¿Es usted policía? ¿Detective privado? ¿Una amante de Phil? ¿Hacienda?
—Ninguna de las cuatro cosas —aclaró Sandra.
La puerta se abrió. La cara de asombro de Neisha era aún mayor que cuando cerró la puerta.
—¿Ninguna de las cuatro? ¿Es usted extraterrestre?
—No por ahora.
—¿Qué quiere de Phil?
—Necesito información. ¿Puedo pasar? Por favor. Repito que es importante. —Tras unos segundos dudando, Neisha contestó:
—De acuerdo. Puedes pasar. Pero llevo un arma encima. No una porquería de esas modernas, esos phaser de energía. Es un arma de verdad: un 38 especial. Y sé usarlo muy bien. No bromeo.
—Tendré cuidado —aseguró Sandra, que había detectado el arma desde el primer instante, mientras pasaba por la puerta.
Neisha hizo un gesto para que Sandra caminase al interior. Pasaron a una sala muy sencilla, con cuatro sillas, una mesa, y un viejo sofá. Un holoproyector emitía imágenes sin sonido.
—¿Quieres tomar algo? —Preguntó Neisha.
—Un vaso de agua, gracias. —Neisha sacó un vaso, y lo llenó de agua de la nevera. Ella se sirvió una cerveza. Sandra preguntó:
—Quisiera algo de información sobre Phil.
—¿Se ha metido en algún lío? —Preguntó Neisha mientras se encendía un cigarrillo.
—No, no que yo sepa. Pero estoy investigando su perfil psicológico. —Neisha no pudo evitar una gran carcajada, que incluso la hizo toser unos segundos. Luego, cuando se hubo calmado, comentó:
—¿Perfil psicológico, dices? Phil es lo más frío, aburrido, machista, y misógino que he conocido en mi vida. Para él las mujeres somos dos cosas: máquinas para practicar el sexo, y un nombre que olvidar mientras está ocupado en sus asuntos y sus negocios, o con sus putitas amigas. Salir con él es, más o menos, servir de florero y de expositor de sus fiestas y negocios.
—Algo bueno tendrá, ¿no? Estuviste con él más de dos años.
—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Seguro que no eres poli?
—Seguro que no —aclaró Sandra. Neisha frunció el cejo, como intentando encontrar algo que pudiera ser bueno en Phil.
—Al principio te agasaja con regalos y obscenidades. Las obscenidades, bueno, las aguantas porque los regalos son caros, y luego los puedes vender en la red a un buen precio. Luego te trata como a un objeto que mostrar ante sus amigos. Finalmente, te tiene como un florero, usándote cuando se encuentra deprimido, lo cual le ocurre con relativa frecuencia por esa basura que se mete en el cuerpo. Entonces, de pronto, parece incluso tener sentimientos, aunque sea por unos instantes. Luego se le pasa, por supuesto, y vuelve todo a ser la misma basura de siempre.
—Ya veo —indicó Sandra—. No es precisamente el hombre de tus sueños.
—¿Ese imbécil, el hombre de mis sueños? Perderlo de vista fue una suerte, aunque me quedara sin material para vender. Al menos me regaló el aerodeslizador, y otros objetos que me sirvieron para comprar este apartamento, y poder vivir con cierta tranquilidad. De hecho fui yo quien le dejó. Me dijo que le dolía mucho. Y quizás era cierto, al menos durante cinco minutos, antes de llamar a una nueva prostituta para su fin de semana en algún apartado motel de montaña.
—Entiendo.
Neisha examinó a Sandra unos instantes, intentando imaginar de qué iba todo aquello.
—¿Y tú qué interés tienes en todo esto? ¿Quieres ligártelo, acostarte con él, y ver si puedes sacarle algo de dinero, o algunos regalos? Si es así ponte a la cola, no te va a ser fácil, aunque creo que, con tu aspecto, puede que se interese por ti. Quizás podrías ser su próximo juguete. Eres bastante mona.
—Gracias. Lo que quiero es casarme con él. —Neisha se quedó muda. No podía creer lo que oía.
—¿Casarte con él? ¿Pero tú estás loca? Phil es de los que te agasaja, pero no firma nada, ni se ha comprometido a nada en su vida. A sus treinta años nunca ha firmado nada que le ate a nada, ni a nadie. ¿Casarse? Ni en mil años veo a Phil casándose.
—Precisamente es lo que quiero. Es el marido perfecto para mí.
Neisha miró con extrañeza a Sandra.
—Eres muy rara, Sandra —comentó finalmente—. ¿Y qué interés tienes en todos estos datos? ¿De verdad es para un perfil psicológico? ¿Buscas marido? Porque Phil es, evidentemente, la peor opción que podrías elegir.
—Es perfecto. Es la mejor opción —aseguró Sandra sonriente.
—Tú estás loca —aseguró Neisha.
—Eso es cosa mía. Ya tengo todos los datos que necesito. Te agradezco tu ayuda. Ahora me iré. No dirás nada de todo esto a nadie, mucho menos a Phil, ¿verdad?
—¿Y por qué debería no decir nada a Phil, o a cualquier otro?
—Porque he hecho una transferencia a tu cuenta bancaria. Mírala.
Neisha miró su cuenta corriente. De pronto, se puso a saltar por la sala.
—¡Esto es increíble! ¡Increíble! —Gritó Neisha.
—El año que viene, cuando se cumpla un año de esta visita, recibirás un pago igual. Si mantienes la boca cerrada.
—¿Cerrada? ¡Cerradísima! —Gritó Neisha. Se acercó a Sandra, que se había levantado, y le dio un apasionado beso en los labios.
—Vale, vale —la detuvo Sandra—. Ya veo que nos vamos entendiendo.
—¡Ya lo creo! ¿Quieres quedarte un rato? Te invito a cenar. Luego podemos irnos de fiesta, conozco un sitio genial para pasar un rato divertido.
—No, gracias, Neisha. Eres muy amable, pero tengo que irme. Disfruta el dinero. Y no lo gastes el primer día.
—¡Claro que no! ¡Me durará una semana al menos!
—Como quieras. Pero recuerda el pacto: silencio absoluto. Porque podría enfadarme si no cumples tu parte. Y ese 38 especial no sería muy efectivo conmigo.
—¡Claro! —Aseguró Neisha sonriente—. Y pasa por aquí cuando quieras.
—Gracias. No creo que volvamos a vernos. Pero el dinero lo tendrás dentro de un año. Y tú…
—Mantengo la boca cerrada. ¡Por supuesto!
—Muy bien. Veo que lo captas. Me alegra que nos entendamos. Adiós, Neisha. Cuídate.
Sandra salió de la casa de Neisha satisfecha. Ahora tenía todos los datos necesarios para llevar a cabo su conquista. Solo quedaba contactar con Phil. Y para ello, la World Dreamer Web era la mejor opción.
«En el mundo de los sueños todo es posible, incluso lo imposible».
Ese era el eslogan de la WDW. Y ella lo iba a hacer real. Muy real.
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