Novedades en la saga Aesir-Vanir (2019)

¿Qué hay más solitario, edificante, y estimulante en la vida? ¿Qué actividad es aquella por la que te toman por loco cuando se te ocurre nombrarla, está menos valorada que un billete de lotería caducado y sin premio, y conlleva una dosis de paranoia suficiente para que te confundan con el ser más raro, sociópata y neurótico del mundo?

Lo ha adivinado: el oficio de escritor. No importa si se venden un millón de libros al año, o cinco en toda la vida. El resultado es siempre una mezcla de paranoia, alegría, locura, miedos, y esperanzas. Esa es la vida de un escritor apasionado por su trabajo. Y yo puedo decir, con orgullo, que padezco todos esos defectos y vicios. Y algunos más que me guardaré bien de ocultar. Solo el infierno es testigo de mis peores pesadillas y de mi vida. De ellas tomo cada palabra para mis libros.

Pero soy feliz. No puedo negarlo, y lo digo con orgullo. Soy feliz con mis libros, con mis escritos, con mis historias. Al principio, hace siglos, me preocupaba publicar, buscar editoriales, encontrar una salida a mi trabajo. Ahora no me preocupa nada, excepto los lectores. Ellos, y ellas, son el arjé, el principio básico de todo lo que me mueve en el mundo de la literatura. El resto ha desaparecido, como cuando uno viaja a casi la velocidad de la luz, donde solo ve lo que se encuentra delante, y el resto desaparece en una oscuridad eterna y completa.

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Portada del libro que ahora es la primera parte de «Mensajero del Nastrond»

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«Las entrañas de Nidavellir II: Promakhos» para mayo

Sigue el trabajo de revisión de Promakhos, en una tarea enorme por la estructura de esta segunda parte de «Las entrañas de Nidavellir». Esta es una obra que sin duda quedará como la que más dedicación me ha requerido, además de esfuerzo intelectual. Y será así al menos hasta la siguiente obra de la saga Aesir-Vanir.

La primera parte ha estado hasta hace poco en primer lugar en la lista absoluta de la red literaria Entreescritores, y ahora se encuentra en segundo lugar. Como siempre, agradecer a los lectores su interés y sus votos, además de sus comentarios.

Espero tener la segunda parte para mayo, aunque, como siempre, solo los dioses tendrán la última respuesta. Y la divina Atenea, la de los ojos claros, que ilumina las mentes de los escritores y artistas para honrar su memoria…

«Soy selectiva con la incultura y con la brutalidad humanas. No quiero una bestia en mi cama; quiero intelecto. En la vida, y en la cama, el intelecto produce un placer mayor que cualquier acto físico».

(Reina Artemisia de Caria. De «Las entrañas de Nidavellir II: Promakhos»). 

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El siglo de Pericles

El siglo de Pericles no tiene una definición de fechas exacta. Varía según el historiador y el sistema que use para delimitar el inicio y fin de la época dorada de Atenas. Sin embargo, por comodidad se suele hacer coincidir el siglo V a.c. con el siglo de Pericles.

Dejando aparte los impresionantes avances que se produjeron, algo fascinante es conocer las reconstrucciones de los monumentos más importantes de la época, y, por supuesto, la Acrópolis, con el Partenón, templo dedicado a la diosa Atenea, protectora de la ciudad-estado. Como ya comenté en una ocasión, aunque la más famosa es la estatua de su interior, Athena Parthenos, no menos importante era la estatua de la zona exterior, Athena Promakhos (literalmente, «la que está al frente»).

En la imagen adjunta, puede verse indicada dicha estatua, construida por el maestro Fidias. Y que la imagen no lleve a engaño; medía 15 metros de altura, y estaba hecha de bronce. Realmente impresionante.

Atenas perdió su esplendor y poder para siempre a finales del siglo V a.c. por acción de la guerra que inició Esparta en la conocida como «guerra del Peloponeso». Muchas grandes obras, y una gran parte de la cultura y el conocimiento, se perdieron para siempre. Subsistió en Roma, y luego en Alejandría, perdiéndose esa llama definitivamente con la muerte de Hipatia.

Atenas fue un faro de la humanidad, y su caída una desgracia. Las sombras lo cubrieron todo, y costó mucho remontar de nuevo. Eso nos debe recordar una cosa: la llama del conocimiento y la cultura que se apaga, tardará mucho en encenderse de nuevo. Es mejor cuidarla, porque su caída casi siempre marca el fin de una civilización. Una lección que nunca deberíamos olvidar.

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Reconstrucción de la Acrópolis de Atenas durante el Siglo de Pericles