Todos tenemos derecho a opinar. Todos podemos expresar nuestras ideas y puntos de vista sobre cualquier tema, y eso se llama libertad de expresión. La libertad de expresión nace de la idea de que cualquier individuo es libre de comunicar a los demás sus sentimientos, sus puntos de vista, su forma de ver el mundo.
Sin embargo, la libertad de expresión, como todo, ha de usarse con criterio. En demasiadas ocasiones podemos ver a gente opinando sobre temas de los que desconoce gran parte o toda la metodología usada para obtener ese conocimiento, o directamente no tiene formación en ese tema. Entonces, puede criticar, por supuesto, pero sus argumentos no tendrán la solidez necesaria como para que sean creíbles.
Todo es criticable. Todo puede ser y debe ser juzgado. Pero deberíamos pensar en la imagen que damos a veces cuando realizamos aseveraciones y afirmaciones tajantes y absolutas del tipo “esto es una pérdida de tiempo”, “y esto para qué sirve”, o “están tirando el dinero cuando hay cosas más importantes”. ¿De verdad están tirando el dinero? ¿Hay cosas más importantes? ¿El qué, los niños del África?
¿Sabe usted que gran parte de los tratamientos que reciben los niños del África, y por extensión del mundo, son en muchos casos obtenidos por investigaciones llevadas a cabo por la física teórica, esa que supuestamente no sirve para nada? ¿Es usted consciente de que muchos de los aparatos usados en hospitales basan su funcionamiento en la mecánica cuántica, esa teoría que decían era un conglomerado de números absurdos e inútiles?
¿Se da usted cuenta de que muchos de los sistemas de obtención de energía renovables y medicamentos se han desarrollado gracias a la carrera espacial? ¿Sabe usted que su GPS funciona gracias a la teoría de la relatividad general de Einstein? ¿Es consciente de que un día, algunas personas dijeron que el teléfono era un invento inútil que jamás tendría un uso práctico? ¿Conoce usted que las bombillas eléctricas fueron criticadas por las empresas de iluminación de ciudades como Nueva York o Londres? ¿Se da usted cuenta de que está leyendo esto gracias a los desarrollos en informática distribuida y al proyecto Arpanet de los años sesenta y setenta, y que Internet fue tildado de un invento absurdo hecho para cuatro entusiastas hippies de las telecomunicaciones?
¿Sabe usted que estudiar la Tierra desde el espacio ha mejorado los sistemas de control y seguimiento de huracanes y tifones, salvando miles o cientos de miles de vidas? ¿Es consciente de que el estudio de otros planetas nos está dando información fundamental sobre cómo salvar el nuestro, por analogía y comparación de los mundos? ¿Sabe que algunos experimentos de nuevos medicamentos revolucionarios solo se pueden hacer en la Estación Espacial Internacional porque requieren de gravedad cero?
Podría seguir durante horas, pero creo que la idea está ya dibujada. Antes de criticar algo, intentemos ir más allá de lo básico, de lo fundamental. No nos quedemos en la superficie; ahondemos en la problemática, estudiemos el tema, analicemos con algo de detalle los distintos aspectos de algo, antes de empezar a criticarlo. Podremos aprender mucho en ese proceso. Y, muchas veces, dejar de lado un poco esa necesidad de arrasar con todo lo que no se comprende. Porque, suele decirse, lo que no se comprende se teme. Y decía Madame Curie, que las cosas no hay que temerlas, hay que entenderlas. Creo que es un buen consejo de una gran científica. Pongamos pues en práctica su idea. Será mejor para nosotros, y para la ciencia.

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